La harina de la luna llena
De ni?o se le qued¨® clavado en la memoria aquel azulejo amarillo con una silueta negra montada a caballo y debajo una leyenda: 'Nitrato de Chile', que vio en un pueblo mallorqu¨ªn, en Vilafranca de Bonany. A Eduardo Jord¨¢ (Palma de Mallorca, 1956) aquel azulejo, aquella frase, le dio alas para volar, como a otros los nombres de las ciudades imposibles que aparec¨ªan en el dial de aquellas radios de cuando entonces, libr¨¢ndoles as¨ª, a unos y a otros, de los grilletes de aquellos t¨¦tricos yugos y flechas que se colocaban a la entrada del pueblo, junto al nombre del mismo, y antes de que en la primera fachada visible desde la carretera asomase aquel azulejo: 'Nitrato de Chile'.
Por esa imagen, ese trota-
NORTE GRANDE
Eduardo Jord¨¢ Pen¨ªnsula. Barcelona, 2002 254 p¨¢ginas. 14 euros
mundos que es Eduardo Jord¨¢ se fue dos veces a Chile, al desierto de Atacama: el primer viaje para encontrar su huella de viajero y el segundo, ahora, para escribir este, en apariencia, seco y silencioso libro de viajes. Tal vez el viajero m¨¢s puro sea el que repite, el que encuentra su propio sendero en el mil y una vez pisado por otros zapatos. A Jord¨¢ le gusta mucho esa imagen de la huella dejada en el polvo del camino. En Canciones gitanas (Pen¨ªnsula, 2000), su ¨²ltimo dietario, y que ten¨ªa mucho de libro de viajes, ¨¦ste segu¨ªa las rodadas que dibujaba un carromato en el fango, segu¨ªa, viajero errante, las huellas que dejaba ese campamento gitano que un d¨ªa acampa y al otro emprende un libre o apresurado vuelo.
Sobrecoge en este libro de Jord¨¢ sobre Atacama el atroz silencio de esa traves¨ªa por el desierto. 'La tierra escucha' es un verso de su reciente libro Ciudades de paso (Pre-Textos, 2001), pero tambi¨¦n conserva los lamentos de los hombres, y sus alegr¨ªas, sus raros momentos de felicidad, sus desgracias, y los escupe. Norte Grande tiene un deliberado tono monocorde, seco, el lector participa de esa soledad en la que est¨¢ metido el viajero escritor, comparte con ¨¦ste la tristeza de comer solo en restaurantes decr¨¦pitos, tristes -sensaciones tambi¨¦n de Ciudades de paso-, pero poco a poco el lector va descubriendo otras huellas y escucha esa ch¨¢chara de los que piden cuentas a los que todav¨ªa pisan la tierra. Y en un tono muy medido esas voces se hacen griter¨ªo. Aquel ni?o mallorqu¨ªn quiso ir alg¨²n d¨ªa a esa tierra del salitre, ese don de los dioses, que los indios llamaban 'la harina de la luna llena', y ya adulto, libre de grilletes, de yugos y flechas, recorre esas tierras y se encuentra con las huellas del horror. El volumen de este libro de viajes deliberadamente monocorde, seco y hermoso como la naturaleza en libertad, se dispara cuando Jord¨¢ se encuentra con algunas de esas mujeres, madres/hermanas/esposas no de la Plaza de Mayo, sino del desierto de Atacama, que buscan, valerosas, tozudas, los huesos de sus seres queridos, los restos perdidos de aquella 'caravana de la muerte', de cuando Pinochet y de cuando aquellas barbaridades de Santiago de Chile pero que c¨®mo iban a suponer que podr¨ªan llegar tan lejos, a ese desierto olvidado del norte. Hay dos p¨¢ginas terribles, secas, en las que el silencio hiere como el hielo, que el lector, conmovido, ve como una pel¨ªcula muda: es la tortura y el fusilamiento de un pu?ado de j¨®venes de Atacama. Desde entonces una mujer busca sin descanso el cad¨¢ver de su hermano, un adolescente guapo y de ojos claros. Eduardo Jord¨¢ ha escrito un libro de viajes a media voz, por ver si aquel cad¨¢ver grita (como en el poema de C¨¦sar Vallejo) y ha procurado no remover demasiado la tierra, no sea que se borren las huellas.
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