La mucama de Per¨®n
Poca gente en Antequera (M¨¢laga) conoce la historia de Rosario ?lvarez Espinosa. En el mercado de la ciudad, lindante a la plaza principal, jam¨¢s han escuchado su nombre. Rosario vive a cien metros de all¨ª, sobre la calle de Trasierras, en un apartamento de tres ambientes. Pasa sus d¨ªas con la ayuda de una muleta, una pensi¨®n m¨ªnima, y asistida por una vecina, Mercedes, casi de su misma edad. Fue ella quien permiti¨® que esta conversaci¨®n resultase m¨¢s fluida, hasta que Rosario, que es sorda de un o¨ªdo, fue a buscar a la ¨®ptica su aud¨ªfono reparado y los malos entendidos se superaron.
A sus 78 a?os, Rosario ?lvarez Espinosa todav¨ªa espera una explicaci¨®n. O al menos una recompensa. En 1976 decidi¨® acompa?ar en prisi¨®n a la ex presidenta Mar¨ªa Estela Mart¨ªnez de Per¨®n, y durante cinco a?os fue presa voluntaria de la dictadura militar argentina. Pero lo que todav¨ªa no entiende es c¨®mo los militares se apropiaron de sus alhajas, de su reloj de oro, y por qu¨¦ la justicia argentina prometi¨® una restituci¨®n que no cumpli¨® jam¨¢s.
Isabelita trajo de Argentina a un secretario: un sargento de polic¨ªa retirado, de 50 a?os, que escrib¨ªa tratados y novelas esot¨¦ricas. Se llamaba Jos¨¦ L¨®pez Rega
En la Semana Santa de 1960, Per¨®n quiso llevar a su limpiadora a vivir a Madrid. A pesar de sus 37 a?os, ella no contaba con la autorizaci¨®n de sus padres
'Le ped¨ª que si no me daba trabajo, por lo menos me pagara los servicios por los cinco a?os que estuve en prisi¨®n con ella. Me echaron. Fue la ¨²ltima vez que la vi'
Per¨®n tuvo una despedida generosa con su criada. Unas semanas antes de morir le regal¨® 10.000 d¨®lares. 'Es por sus servicios prestados en tantos a?os', le dijo
Encuentro con el general
Rosario ?lvarez Espinosa conoci¨® al general Juan Domingo Per¨®n cuando ¨¦l se instal¨® como hu¨¦sped en el hotel El Pinar de Torremolinos una ma?ana del 30 de enero de 1960. Ella era la se?ora de la limpieza. A esas alturas, el ex presidente argentino llevaba casi cinco a?os recorriendo Suram¨¦rica y el Caribe en busca de asilo pol¨ªtico. Los militares lo hab¨ªan echado del poder y del pa¨ªs, y ten¨ªa prohibido volver. Ese d¨ªa, Per¨®n alquil¨® una casa frente al mar, mientras esperaba que el general¨ªsimo Franco accediera a su petici¨®n de residir en Madrid.
Hab¨ªa llegado junto a Canela y Finola, sus dos perritos caniche, y su novia Isabel Mart¨ªnez, una bailarina treinta a?os m¨¢s joven que hab¨ªa conocido en Panam¨¢ y a la que hab¨ªa aceptado a su lado, en principio, para que probara su comida. As¨ª, Per¨®n la sum¨® a un precario cuerpo de colaboradores que le acompa?aba e intentaba prevenirlo de alg¨²n atentado. En Venezuela ya se hab¨ªa salvado de uno.
En la Semana Santa de 1960, Per¨®n quiso llevar a su limpiadora a vivir a Madrid. A pesar de sus 37 a?os, ella no contaba con la autorizaci¨®n de sus padres, y el mismo general se acerc¨® a la imprenta de su hermano, en Antequera, para persuadir a sus parientes. La madre ten¨ªa dudas. 'Va a estar muy lejos de su familia'. 'Su familia somos nosotros', le respondi¨® Per¨®n con una sonrisa que la emocion¨®.
El curso de una vida dom¨¦stica que supon¨ªa sin sobresaltos cambi¨® de rumbo: Rosario vivi¨® todos los avatares del matrimonio Per¨®n y conoci¨® las historias de alcoba m¨¢s secretas de la vida pol¨ªtica argentina durante dos d¨¦cadas.
Rosario particip¨® del casamiento de la pareja en noviembre de 1961, organizado en secreto. Diez a?os m¨¢s tarde, le toc¨® recibir el cuerpo embalsamado de Eva Per¨®n, que hab¨ªa permanecido secuestrado 16 a?os. Tambi¨¦n asisti¨® al general Per¨®n cuando agonizaba en su lecho presidencial en julio de 1974, y tres a?os m¨¢s tarde salv¨® a Isabel Per¨®n del suicidio cuando estaba detenida en una base naval.
'Isabel cambiaba de ¨¢nimo seg¨²n como soplara el viento', recuerda la ex mucama . 'Apenas pasaba algo, se pon¨ªa muy nerviosa y ped¨ªa que la dejaran sola. Per¨®n no quer¨ªa casarse con ella. ?l, primero, quer¨ªa encontrar el cuerpo de Evita. Tem¨ªa que el pueblo argentino pensara que la hab¨ªa abandonado. Isabel, en cambio, ten¨ªa mucho inter¨¦s en casarse. Creo que estaba pensando en la herencia. El que convenci¨® a Per¨®n fue el m¨¦dico Fl¨®rez Tasc¨®n. Le dijo: 'T¨² te tienes que casar con Isabelita y Eva aparecer¨¢ cuando sea el momento'. El d¨ªa de la boda, Isabel orden¨® al personal dom¨¦stico que la llam¨¢ramos se?ora', recuerda la ex muchacha.
Al tiempo, el matrimonio se mud¨® a una residencia en Puerta de Hierro (Madrid). Mientras limpiaba la casa, Rosario se acostumbr¨® a escuchar la voz de Per¨®n grabando en un magnet¨®fono su mensaje a los trabajadores argentinos, en la soledad de su estudio. Le vio hacer g¨¢rgaras con emulsiones desinfectantes despu¨¦s de las comidas, perseguir a los patos en el parque y pedir cigarrillos a escondidas a la guardia que custodiaba su casa.
Los astros de L¨®pez Rega
En 1964, Per¨®n intent¨® en vano regresar a Argentina. El avi¨®n lleg¨® hasta Brasil y fue devuelto a Espa?a. A¨²n ten¨ªa la entrada prohibida. Un a?o m¨¢s tarde, cuando ya no pod¨ªa aferrar su liderazgo a trav¨¦s de la correspondencia, envi¨® a Isabel a Argentina. Quer¨ªa saber qui¨¦nes se manten¨ªan leales a su conducci¨®n. Su esposa se qued¨® nueve meses. Y de all¨ª trajo a un secretario: un sargento de polic¨ªa retirado, de 50 a?os, que escrib¨ªa tratados y novelas esot¨¦ricas. Se llamaba Jos¨¦ L¨®pez Rega. Desde hac¨ªa muchos a?os, el hombre se hab¨ªa autoimpuesto la misi¨®n de guiar a Per¨®n a trav¨¦s de los astros. E hizo de todo para mostrarse ¨²til y servicial frente a su amo. Le organiz¨® sus cartas, su agenda, su medicina. Soport¨® su desprecio. Conoci¨® sus debilidades. Al cabo de un tiempo logr¨® instalarse en una habitaci¨®n de la residencia, al lado de la de su esposa.
'L¨®pez pasaba muchas horas encerrado en la habitaci¨®n con Isabel. Siempre dec¨ªan: 'Tenemos que trabajar much¨ªsimo por el movimiento peronista. Vamos a arreglar esto o lo otro'. Per¨®n no les dec¨ªa nada. Les tendr¨ªa mucha confianza o no le importaba. Pero despu¨¦s ¨¦l la llamaba desde el comedor: 'Isabelita, baj¨¢ que hay una pel¨ªcula muy bonita', y al rato ella bajaba', cuenta Rosario.
En septiembre de 1971, el exilio de Per¨®n era una presi¨®n pol¨ªtica cada vez m¨¢s insostenible para los militares argentinos. Le propusieron un acuerdo. Uno de los puntos inclu¨ªa la restituci¨®n del cad¨¢ver de su segunda esposa, Evita.
'Per¨®n no lo esperaba. Y aparecieron unos se?ores italianos en un coche particular. El cuerpo estaba en una caja de madera, y adentro hab¨ªa otra de zinc. Per¨®n intent¨® abrirla y en su desesperaci¨®n se cort¨® las manos. Empezaron a sangrarle. Evita estaba amarilla. Parec¨ªa que la hubieran quemado. Con Isabelita la cambiamos de ropa, le colocamos un vestido nuevo, la peinamos y la colocamos en una mesa con una s¨¢bana blanca, en el primer piso. Per¨®n visitaba el cuerpo todos los d¨ªas. Pasaba mucho tiempo junto a ella. Me impresionaba verlos juntos. Yo le pon¨ªa flores todos los d¨ªas y le ped¨ªa a Evita que el general pudiera regresar a Argentina. Se lo merec¨ªa'.
Diecisiete a?os de exilio
Per¨®n volvi¨® a Argentina luego de 17 a?os de exilio. Tuvo una alteraci¨®n cardiaca y fue obligado a una convalecencia de 10 d¨ªas, que en p¨²blico se enmascar¨® como 'una fuerte gripe' por el cambio de clima. Los m¨¦dicos le recomendaban reposo. A medida que su salud se deterioraba, Per¨®n iba avanzando hacia el poder. En octubre de 1973 fue elegido presidente, pero ya no pod¨ªa controlar la guerra que hab¨ªa estallado entre los peronistas ortodoxos y la izquierda, quienes hab¨ªan coincidido en apoyar su retorno. Rosario ?lvarez se instal¨® en la residencia de Olivos. Al poco tiempo, una llamada telef¨®nica la conmovi¨®. 'El 22 de enero llam¨® mi hermano y me dijo que mi madre hab¨ªa fallecido. Yo no ten¨ªa consuelo. Me pasaba el d¨ªa llorando. Y el general me consol¨®: 'No est¨¢s sola, nos ten¨¦s a nosotros', me dijo. Eso me dio mucho ¨¢nimo. Ya nunca m¨¢s me sent¨ª desamparada'.
A mediados de 1974 acompa?¨® la gira de Isabel y L¨®pez Rega por Suiza, Italia, el Vaticano y Espa?a. Pero el viaje tuvo que interrumpirse. 'El general estaba muy resfriado y volamos a Buenos Aires. Llegamos el viernes 27. Per¨®n me pregunt¨® por mi familia. La verdad es que lo encontr¨¦ un poco deca¨ªdo. Siempre que cog¨ªa un catarro no permanec¨ªa en cama m¨¢s de tres d¨ªas. El domingo 30 empeor¨® mucho. Yo le ped¨ª a Dios que me quitase a m¨ª la vida y se la alargase a ¨¦l para que pudiera continuar su obra. Esa ma?ana, Isabelita llam¨® a una reuni¨®n de gabinete de ministros. Y Per¨®n le dijo: '?Justo hoy tiene que ser...?'. Yo estaba al lado. Despu¨¦s se levant¨® de la cama y se sent¨® en un sill¨®n. Parec¨ªa recuperado. De golpe empez¨® a perder el aire, estaba con la boca abierta y una gobernanta empez¨® a abanicarlo. Estaba convulsionado y de golpe dijo: 'Me voy' y cay¨® para el suelo de costado. Enseguida entr¨® el doctor Cossio y el equipo de unidad coronaria y empezaron a hacerle masajes, respiraci¨®n boca a boca, pero el monitor del coraz¨®n de Per¨®n se iba apagando, apagando, apagando, hasta que lleg¨® al ¨²ltimo puntito'.
La muerte cl¨ªnica del presidente argentino hab¨ªa comenzado. Los m¨¦dicos ya no ten¨ªan nada que hacer. Su suerte quedaba en manos de los astros. Era el turno de L¨®pez Rega. El secretario zamarre¨® a Per¨®n de los tobillos grit¨¢ndole: '?No te vayas, Fara¨®n!'. Al cabo de unos intentos, se resign¨®. 'El Gran Fara¨®n no responde a mis esfuerzos por retenerlo ac¨¢ en la tierra... debo desistir'. Per¨®n tuvo una despedida generosa con su empleada. Unas semanas antes de morir le regal¨® 10.000 d¨®lares. 'Es por sus servicios prestados en tantos a?os', le dijo. Ella los deposit¨® en un banco de Madrid.
En la quinta presidencial
Rosario ?lvarez continu¨® viviendo en la quinta presidencial. Isabel Per¨®n ya era la presidenta. Unos meses despu¨¦s, L¨®pez Rega traslad¨® el cuerpo embalsamado de Evita desde Madrid y lo puso junto al f¨¦retro de Per¨®n, en la residencia Olivos. Una de las primeras cosas que hizo el general Jorge Videla cuando tom¨® el poder por la fuerza, en 1976, fue sacarse a esos dos muertos de encima.
Fue un golpe anunciado y hasta aceptado por la sociedad argentina. Aunque a la asistenta de Per¨®n le tom¨® por sorpresa. 'Los militares vinieron a Olivos a las dos de la madrugada del 24 de marzo. 'Isabel dice que vengan sus dos empleados, traigan los dos perritos y ropa', me explicaron. La otra empleada no quiso ir. No quer¨ªa correr riesgos. Yo prepar¨¦ todo y fui con los militares. Me llevaron al aeroparque. Hab¨ªa un peque?o avi¨®n que nos esperaba. Los pilotos me se?alaron que los perritos no pod¨ªan viajar. Yo les dije: 'Sin los perritos yo no voy a ninguna parte'. 'Los perritos ensucian mucho y ac¨¢ est¨¢ todo limpio', me respondieron. Yo insist¨ª: 'Estos perros est¨¢n bien ense?ados y yo los llevo en mi bata'. Finalmente subimos. Cuando el avi¨®n despeg¨® le pregunt¨¦ al piloto ad¨®nde ¨ªbamos. Me contest¨® que no sab¨ªa nada. A m¨ª me parec¨ªa extra?o que un piloto no supiera el destino'.
Fueron al sur, a la Patagonia, a una residencia militar llamada El Messidor. 'Isabel estaba muerta de fr¨ªo. All¨ª no hab¨ªa tel¨¦fonos, revistas, nada. Rez¨¢bamos rosarios a todos los santos. Ella dec¨ªa que jam¨¢s hab¨ªa pensado terminar as¨ª. A los dos d¨ªas tuve que volver a Buenos Aires a buscar la ropa de invierno. Fui con custodia. Y otra vez tuve problemas con los perritos. No me dejaron entrarlos a un restaurante. 'La se?ora me ha encomendado que los traiga para que los vea un veterinario', le expliqu¨¦ a un oficial de polic¨ªa, que era mi custodia. 'La se?ora no manda m¨¢s', me respondi¨®. En Buenos Aires, ni siquiera me dieron tiempo para vacunar a los perritos. Prepar¨¦ unas valijas con pantalones, trajes, jers¨¦is, y cuando volv¨ª encontr¨¦ a la se?ora Isabel muy deprimida. El 1 de mayo de 1976, en El Messidor, la interrog¨® un juez. Pero ella subi¨® a su habitaci¨®n llorando y se tir¨® en la cama. 'El juez me ech¨® una mirada tan fuerte que me quiso matar', me explic¨®. Isabel lloraba much¨ªsimo. Cuando se calm¨®, volvieron a interrogarla'.
La ex presidenta y su doncella pasaron siete meses en El Messidor. Isabel encend¨ªa velas, rezaba oraciones y sol¨ªa tirar flores en los lagos de Villa La Angostura. 'Una es por m¨ª, otra por ti, y ¨¦sta por el pueblo argentino', le dec¨ªa a Rosario. ?sta fue una concesi¨®n de los militares. La ex presidenta les hab¨ªa pedido recorrer la zona sin impedimentos. Y la autorizaron con la condici¨®n de que utilizara un traje militar para mayor seguridad.
Al poco tiempo lleg¨® la mudanza. La Marina quiso tener a Isabel bajo su control. Las alojaron en una base naval. 'A m¨ª me llevaron en un cami¨®n, con los perritos, y despu¨¦s subimos a una lancha. Creo que quer¨ªan tirarme al r¨ªo y decir que fue un accidente. Pero yo escuch¨¦ que Isabel preguntaba por m¨ª y los perritos. Y que ella no se iba a mover hasta que no apareci¨¦ramos'.
Las joyas de Rosario
Cuando, a principios de 1977, Rosario visit¨® la residencia donde hab¨ªa vivido Isabel para buscar m¨¢s ropa, se enter¨® del robo. La cerradura de su habitaci¨®n estaba rota. Y todas las joyas que hab¨ªa recibido en actos de protocolo junto al matrimonio Per¨®n, y que fue guardando en un estuche de cuero, desaparecieron. 'Est¨¢n en el inventario de la se?ora Isabel. Qu¨¦dese tranquila, pronto se lo devolver¨¢n', le dijo el juez Rafael Sarmiento, que en ese momento la acompa?aba. A Isabel, la justicia se las restituy¨® a trav¨¦s de su amiga, la se?ora De Marco. Rosario nunca pudo recuperar sus joyas. Y cada vez que le escrib¨ªa una carta al juez Sarmiento, le detallaba el reclamo: 'Una pulsera de oro, un reloj de se?ora de oro, un reloj de hombre con la foto del general Per¨®n, un broche de oro, una cadena de oro con una medalla, una cadena con una cruz de plata con incrustaciones de piedras, un par de pendientes de oro, un anillo de oro con piedra, adem¨¢s de otras de fantas¨ªa'.
En su reclusi¨®n de Azul, Isabel pidi¨® al jefe de la base una pala y tijeras, y todas las ma?anas se dedicaba a trabajar en el jard¨ªn. Tambi¨¦n pidi¨® brochas y pintura blanca para pintar sillas, una mesa de la terraza y las puertas de garaje. Por la tarde iba a buscar libros en mal estado a la biblioteca y los encuadernaba. Las enfermeras le ense?aron a tejer. Al poco tiempo, el jard¨ªn floreci¨®.
Sin embargo, la justicia la segu¨ªa requiriendo. El 14 de junio le lleg¨® una citaci¨®n. Era un aviso: al d¨ªa siguiente ser¨ªa indagada. Isabel se sinti¨® muy afectada. Llor¨® durante todo el d¨ªa. A la noche quiso matarse: 'Ya le hab¨ªan dicho que el juez no le iba a molestar m¨¢s, pero le segu¨ªan preguntando. Y entonces ella, que es muy nerviosa, me dijo que le trajera un rosario de oro que ten¨ªa guardado. Se lo hab¨ªa dado el papa P¨ªo XII a Evita, cuando fue al Vaticano. Despu¨¦s fui a la habitaci¨®n y no la vi. Fui a la cocina, y tampoco. La encontr¨¦ en el sal¨®n de la casa. All¨ª me pidi¨® que no le quitaran el anillo y que quer¨ªa morir con ese rosario. Yo supuse algo. Vi que las pastillas no estaban. Se hab¨ªa tomado un frasco de Valium 10. Entonces vinieron los m¨¦dicos y le hicieron un lavado de est¨®mago. Ella me dijo: 'Ay... me has salvado la vida, con todo lo que tom¨¦ hubiera amanecido muerta'.
Reencuentro con la familia
Isabel Per¨®n fue puesta en libertad condicional por la justicia en julio de 1981. Fue a vivir a Madrid. Rosario ?lvarez Espinosa lleg¨® a Antequera 15 d¨ªas m¨¢s tarde, con una ¨²lcera en el est¨®mago. Despu¨¦s de ocho a?os se reencontr¨® con su familia. El administrador de bienes de Isabel Per¨®n le hizo saber que 'en tres o cuatro meses' volver¨ªa a trabajar con ella. Pero la ex presidenta no quiso saber nada. El d¨ªa que Rosario le llam¨® por tel¨¦fono, le mand¨® a decir 'que muchas gracias por todo lo que ha hecho'.
'Al poco tiempo fui a Madrid a verla. Hab¨ªa un polic¨ªa en la puerta de su casa. Le dije que era la muchacha y me hizo pasar. Cuando la vi, Isabel le dijo a la cocinera que me sirviera un desayuno, pero enseguida se fue para adentro. Le ped¨ª que si no me daba trabajo, por lo menos que me pagara los servicios por los cinco a?os que estuve en prisi¨®n con ella. Y apareci¨® un militar y dijo: 'La se?ora no tiene dinero'. Me echaron. Fue la ¨²ltima vez que la vi'.
Rosario ?lvarez Espinosa empez¨® a reclamar una jubilaci¨®n al Estado argentino. Pero le dijeron que los militares hab¨ªan tirado todos los papeles que ten¨ªa en su armario.
Todas las pertenencias que fue atesorando junto al matrimonio Per¨®n quedaron en el olvido. Los militares retuvieron la mayor¨ªa de sus regalos y de sus fotos. Y alguien se llev¨® sus joyas. Nunca recibi¨® una pensi¨®n del Estado. Del ba¨²l de ropa que ten¨ªa en la residencia, s¨®lo le llegaron algunas prendas envueltas en bolsas de basura. Cuando se pone triste, en el largo atardecer de Antequera, prefiere recordar la magn¨¦tica sonrisa del general Per¨®n. 'Es lo ¨²nico', dice, 'que no han podido robarme'.
Marcelo Larraquy es coautor de Galimberti. Cr¨®nica negra de la historia argentina reciente, publicado por Aguilar.
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