Manuscrito salmantino
Una prosa soberbia, una exuberante riqueza ling¨¹¨ªstica, un dominio magistral de la tensi¨®n narrativa, una imaginaci¨®n tan sutil como incontaminada de banalidades al uso, convierten las novelas de Luciano G. Egido (Salamanca, 1928) en una fiesta para el lector. Una fiesta verbal de la que no hay convidado que no salga siempre exultante y euforizado debido a los efectos de la celebraci¨®n del lenguaje. As¨ª sucedi¨® con los cuatro t¨ªtulos anteriores de este autor, que empez¨® a publicar narrativa a los 65 a?os (El cuarzo de Salamanca 1993; El coraz¨®n inm¨®vil, Premio de la Cr¨ªtica 1995; La fatiga del sol , 1996, y El amor, la inocencia y otros excesos, 1999) y as¨ª sucede en La piel del tiempo, su quinta y ¨²ltima novela. Si hay lectores que a¨²n no han frecuentando ninguna de las fiestas de Luciano G. Egido, les recomiendo que no dejen de asistir a la de La piel del tiempo: en sus p¨¢ginas, la fiesta se ha convertido en aut¨¦ntica org¨ªa literaria, una org¨ªa que, a buen seguro, les crear¨¢ adicci¨®n.
LA PIEL DEL TIEMPO
Luciano G. Egido Tusquets. Barcelona, 2002 368 p¨¢ginas. 17 euros
'Naturalmente, un manuscri-
to': con esta cita de Umberto Eco se abre el primer cap¨ªtulo de una novela que, de acuerdo con la cita -y con la gran tradici¨®n de la novela g¨®tica, de la novela fant¨¢stica y de la novela de terror, g¨¦neros que Egido funde en su relato- se trata de un manuscrito encontrado por casualidad, en un ba¨²l del desv¨¢n de una casona familiar. Un manuscrito en el que se narra la extraordinaria historia de un hombre llamado Mart¨ªn, que llega a Salamanca con sus padres, tras atravesar el p¨¢ramo castellano, a finales de la Edad Media, y se instala en la ciudad, donde vive ochocientos a?os, creando una bizarra dinast¨ªa, 'una tropa', como escribe el ¨²ltimo descendiente de la estirpe que descubre el manuscrito, 'de asesinos, matones, mujeriegos, parricidas, locos y vengativos, imprudentes hasta el peligro y mezquinos hasta la mentira'. Ese don de la inmortalidad recibido en la infancia, casi a las puertas de Salamanca, concedido por un ¨¢ngel a quien, transfigurado en leproso, el ni?o socorre (con gran espanto de sus progenitores, una madre 'remilgona, viril y asilvestrada' y un padre 'apocado, so?ador y pijotero'), permite al protagonista vivir ocho siglos de la historia de la ciudad, desde los tiempos en que era una plaza devastada por las luchas contra los ¨¢rabes hasta finales del siglo XX. Ocho siglos de historia colectiva como trasfondo a la individual, narrada por distintos descendientes del primer e inmortal Mart¨ªn a lo largo de distintas ¨¦pocas.
Guerras, conmociones hist¨®
ricas, confrontaciones de culturas, a trav¨¦s de los avatares de los protagonistas, que van tejiendo relatos de amor, de odio, de venganzas, de glorias y fracasos, de cr¨ªmenes y traiciones, de aparecidos que regresan de la muerte para satisfacer deseos no cumplidos, y de vivos que protagonizan episodios que giran en torno a motivos representativos del g¨¦nero fant¨¢stico como el del doble, el del retrato cuya pintura tiene la virtud de destruir la belleza f¨ªsica a medida que se va pudriendo el alma de su poseedor, la visi¨®n del propio entierro, el hombre que se vuelve invisible, y el que mengua un poco cada vez que hace el amor con la mujer que ama y es tanto el amor que siente por ella que no puede dejar de hacerlo hasta que acaba por desaparecer. La ciudad, Salamanca, crece durante estos ocho siglos de historia, alternando los momentos de decadencia con los de esplendor, peri¨®dicamente v¨ªctima de luchas fratricidas, hasta, al final, navega, arrastrada por un mar de luz que lo inunda todo (entre los nombres que, al inicio del libro, configuran la lista de agradecimientos del autor, aparece el de Garc¨ªa M¨¢rquez; algunos de los otros son los de Jan Potocki, Edgar A. Poe, John F. Le Fanu, Oscar Wilde, Valle-Incl¨¢n, Cort¨¢zar y Richard Matheson). Uno de los grandes aciertos de Luciano G. Egido es el lenguaje utilizado en estos manuscritos. ?C¨®mo prestar credibilidad ling¨¹¨ªstica a unos textos escritos en distintas ¨¦pocas? Huyendo de la nunca bien lograda recreaci¨®n del idioma correspondiente a cada ¨¦poca, el autor recurre a una soluci¨®n excelente: en el primer cap¨ªtulo, el narrador que dice haber encontrado el manuscrito supone que cada uno de los descendientes del fundador de la estirpe copi¨® y recopi¨® el manuscrito, 'siglo tras siglo, a?adiendo, quitando y puliendo palabras', para 'poner a punto la ret¨®rica literaria, heredada, aprendida y afinada por sus necesidades de expresi¨®n, que cambiar¨ªan con los tiempos, con las modas y con los vaivenes de su precaria inspiraci¨®n'.
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