La viuda del obispo Podest¨¢
La escritora argentina Clelia Luro busca entre los cat¨®licos de Espa?a financiaci¨®n para ordenar el archivo de su marido, el pol¨¦mico obispo de Avellaneda muerto en 2000
La discusi¨®n sobre el celibato del clero cat¨®lico tiene aristas de extrema humanidad, pero ninguna tan viviente como la protagonizada en Argentina por el obispo Jer¨®nimo Podest¨¢. De familia bien, estudiante en las mejores universidades del catolicismo -Pontificia de Comillas y en la Gregoriana de Roma-, elegido muy joven por Juan XXIII para dirigir la di¨®cesis de Avellaneda, y participante activo en el Concilio Vaticano II, hace ya 40 a?os, su apuesta por una pastoral liberadora le cost¨® m¨¢s tarde la ruptura radical con Roma. Expulsado en 1972 de su di¨®cesis en medio de gran revuelo eclesi¨¢stico, Podest¨¢ termin¨® cas¨¢ndose con su secretaria, Clelia Luro. Poco despu¨¦s salieron al exilio, huyendo de la dictadura, que les persegu¨ªa a muerte. El famoso obispo muri¨® en 2000 y su viuda busca ahora en Madrid ayuda para ordenar un imponente archivo con su legado pastoral.
'En el Vaticano jam¨¢s me nombraron por mi nombre. Pero aqu¨ª estoy. Mi nombre es Clelia'
Clelia Luro es en el Vaticano una mujer sin nombre. 'Esa mujer, esa se?ora, la consabida persona... As¨ª se refirieron siempre a m¨ª cuando hablaban con Jer¨®nimo para pedirle que me alejase de su lado. Jam¨¢s me nombraron por mi nombre, Clelia. Pero aqu¨ª estoy. Mi nombre es Clelia'.
La relaci¨®n de cientos de pastorales y sermones, de entrevistas grabadas, manifiestos y execraciones contra los poderosos -'que le costaron el cargo y casi la vida'-, y las muchas misivas de amor y confraternidad, adem¨¢s de ensayos y una correspondencia valios¨ªsima con los obispos Helder C¨¢mara y Pere Casald¨¢liga, de Brasil, llenan una gruesa carpeta resumen del archivo Podest¨¢. La memoria viva de una Iglesia sufriente que ha sido barrida, al menos ocultada, por la actual jerarqu¨ªa. Aquellos a?os en los que, por ejemplo, se alzaba la voz de Helder C¨¢mara, desde Recife. 'Si doy comida a los pobres, ellos me llaman santo. Pero si pregunto por qu¨¦ los pobres no tienen comida, entonces me llaman comunista'. O este otro mensaje de Casald¨¢liga: 'Somos soldados derrotados de una causa invencible'.
Obispos poetas, inc¨®modos para Roma, amenazados por poderosos y paramilitares, siempre al borde del precipicio. Prelados de la hornada de Juan XXIII y del Vaticano II, protegidos todav¨ªa por Pablo VI ['Quien toca a Pedro, toca a Pablo', advirti¨® el Papa a los que maquinaban la liquidaci¨®n de Casald¨¢liga, el catal¨¢n afincado en Brasil], pero m¨¢s tarde apartados poco a poco por la vieja inquisici¨®n.
La voz de Clelia, que vivi¨® en primera persona aquel apartamiento: 'Jer¨®nimo fue muchas veces a Roma a hablar con el Papa, pero finalmente la Curia le comunic¨®, para sacarlo de Avellaneda, que se le hab¨ªa concedido el t¨ªtulo de obispo de Orrea de An¨ªnico, una di¨®cesis imaginaria del ?frica. Y que ten¨ªa que arrancar de su coraz¨®n y de su lado a 'esa se?ora, la consabida persona'. Clelia pone como origen del conflicto una campa?a de predicaciones que su futuro marido desarroll¨® por toda Argentina sobre la enc¨ªclica Populorum Progressio, de Pablo VI. El general Ongan¨ªa, entonces reinante, 'clam¨® pidiendo la cabeza de Jer¨®nimo, que iba a ser entregada a?os m¨¢s tarde, pero a otros dictadores'.
La salida al exilio fue inicialmente un viaje a la nada, 'un desgarr¨®n espantoso'. 'De pronto nos dicen que tenemos 72 horas para abandonar el pa¨ªs porque, si no, fusilar¨ªan a Jer¨®nimo donde lo encontraran, como hicieron con tantos. Lo mejor es ir al Vaticano, nos dijimos, a decirle al Papa que se viene un ba?o de sangre encima y que la Iglesia, el ¨²nico poder que estaba en pie, era la que pod¨ªa parar aquella sangre. Si el Papa hubiera alzado la voz no habr¨ªa habido tanta muerte y tantos desaparecidos. Pero hubo algunos que incluso apoyaron aquel horror'. [Superada la dictadura, la Iglesia pidi¨® perd¨®n por sus silencios. Clelia sostiene que Podest¨¢ siempre pens¨® que 'todo esa inmensa tragedia se habr¨ªa podido evitar si la Iglesia hubieran hablado'].
Para entonces, ya estaban en el exilio. 'De Roma, sin poder regresar a casa, nos fuimos a M¨¦xico, porque quer¨ªamos estar cerca de nuestro pa¨ªs, y estuvimos viviendo en la casa de Rodolfo Puidr¨®s, tambi¨¦n exiliado. Dec¨ªa a sus amigos: 'Tengo en mi casa en la pieza de servicio a un obispo alojado'. Muy grande Puidr¨®s. Ya muri¨®'.
'La mujer del obispo', as¨ª la llamaron siempre. Y ahora, 'la viuda del obispo'. No le importa, a pesar de sus libros, de una carrera intelectual propia. Acepta los efectos de haber vivido junto a personas extraordinarias: Podest¨¢, Helder C¨¢mara, Casald¨¢liga, 'una casa, la que fuera, siempre llena de cat¨®licos en luchas a¨²n vigentes'.
?Se ordenar¨ªa sacerdote si la Iglesia aceptara extender ese sacramento a las mujeres? 'Ya me siento como si estuviera ordenada. Jer¨®nimo muchas veces me dec¨ªa: 'Quer¨¦s que te ordene', y yo le contestaba: Mira, Jer¨®nimo, para m¨ª el ¨²nico sacerdote es Cristo. Y monja tampoco quise ser porque quer¨ªa tener beb¨¦s. As¨ª que le dije que no. Aunque pod¨ªa ordenarme, le dec¨ªa: 'No, Jer¨®nimo, si yo celebro con tus manos, junto con las m¨ªas, la misa juntos, si somos uno. No quiero que me consagres, que me hagas el rito'. Nunca lo quise. Pero si me pregunta usted por si la mujer debe poder ser sacerdote, es una falsa interpretaci¨®n el decir que la mujer no pueda ejercer el sacerdocio igual que el var¨®n'.
Clelia tambi¨¦n tiene claro lo que debe suceder en torno al celibato de los sacerdotes. 'Lo dice san Pablo: El obispo tiene que ser marido de una sola mujer y saber gobernar su casa y a sus hijos porque, si no, no puede gobernar bien la Iglesia. Son los consejos de Pablo. Despu¨¦s vinieron los cambios de la Iglesia-poder, y la ley del celibato, pero eso ser¨¢ cambiado alg¨²n d¨ªa'.
?Qu¨¦ llegar¨¢ primero: el sacerdocio de la mujer, o el que los curas puedan casarse? 'El celibato optativo vendr¨¢ antes, aunque sorprenda que la mujer, que est¨¢ conquistando tantas fortalezas, tolere este tipo de discriminaci¨®n. Claro que lo mismo cabr¨ªa decir de los sacerdotes soportando la ley del celibato. Algunos la cumplen, yo a Jer¨®nimo lo conoc¨ª c¨¦libe y cumpli¨® el celibato hasta que le sacaron de la di¨®cesis, pero es evidente que lo que se prohibe desde Roma al sacerdote es el amor, porque si ¨¦l quiere, puede tener una mujer, en eso se meten menos. Pero ahora Roma est¨¢ muy dura en todo'.
?No percibe cambios? 'Antes, cuando el cuco del comunismo, el Papa nunca clamaba contra los abusos del capitalismo. Ahora que el comunismo cay¨®, el Papa ya habla contra el capitalismo salvaje. Nosotros lo hac¨ªamos hace 30 a?os, y nos llamaban comunistas. Muchos murieron por eso. Pero bien, la Iglesia ha cambiado, y los obispos tambi¨¦n van cambiado, tambi¨¦n los de Argentina que, ante tanto drama, tanta hambre y desolaci¨®n, tanta injusticia y tanta corrupci¨®n, no tienen m¨¢s remedio que sumarse a ese idioma de condena'.
Argentina. Clelia Luro lleva en el rostro 'el dolor por las matanzas'. Las muertes de amigos, compa?eros y conocidos se suced¨ªan. '?Qu¨¦ terrible desolaci¨®n, que tristeza!'. Hasta que una tarde empiezan a llamar a casa los periodistas con la noticia de que hab¨ªan matado al obispo Podest¨¢. 'Esa misma tarde nos fuimos de casa todos'. Veinticuatro horas despu¨¦s ya estaban en el aeropuerto de Madrid, aturdidos, acongojados, pero libres. 'Como dos ni?os tomados de la mano que emprenden un largo viaje qui¨¦n sabe d¨®nde'. 'Es muy duro el ¨¦xodo y trae angustias indecibles. Ya lo hab¨ªamos vivido dentro de la Iglesia, en la soledad y la marginaci¨®n, pero en este nuevo exilio todo se acrecentaba con el riesgo f¨ªsico, la penuria econ¨®mica y la distancia', cuenta Clelia como si lo viviera de nuevo.
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