Yo recomend¨¦ acci¨®n, no obstinaci¨®n
El presidente Bush lleva ya casi ocho meses haciendo sonar los tambores de guerra. El motivo que aduce es que el r¨¦gimen de Sadam Husein constituye un peligro grave y urgente para todo el mundo, pero no todo el mundo, ni mucho menos, ve las cosas as¨ª, ni siquiera en Estados Unidos. Aunque los gobiernos de Rusia y China y los de los pa¨ªses europeos y vecinos de Irak coinciden en que no se puede permitir que Sadam Husein vulnere el compromiso que contrajo al concluir la guerra del Golfo de deshacerse de las armas de destrucci¨®n masiva y renunciar a producirlas, las discrepancias sobre c¨®mo lograr que lo cumpla son manifiestas y tambi¨¦n existen en Estados Unidos.
El presidente Bush trat¨® de salir al paso de estas discrepancias con su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas el 11 de septiembre de 2002, y lo hizo lanzando dos ultim¨¢tum, uno a Sadam Husein y otro a las propias Naciones Unidas. A Sadam Husein le dijo que si no cumple con una serie de condiciones, Estados Unidos acabar¨¢ con su r¨¦gimen. A Naciones Unidas le dijo que si no se muestra capaz de lograr que Irak cumpla con las resoluciones del Consejo de Seguridad, caer¨¢ en la irrelevancia. Como el presidente Bush sabe de sobra que no es qui¨¦n para decretar la irrelevancia de Naciones Unidas, lo que hay que entender que dijo es que si Naciones Unidas no hacen cumplir sus resoluciones, se convertir¨¢n en una organizaci¨®n irrelevante para Estados Unidos, es decir, en una organizaci¨®n con la que Estados Unidos dejar¨¢ de contar. Amenaza ¨¦sta, dicho sea de paso, que suena cre¨ªble cuando Washington est¨¢ impulsando una campa?a a muerte contra la Corte Penal Internacional creada por Naciones Unidas.
El discurso del presidente Bush fue recibido favorablemente por muchas canciller¨ªas del mundo, interpretando que significaba aceptar la v¨ªa de Naciones Unidas. Esto entendieron o, m¨¢s bien, quisieron entender. Pero no es verdad. El discurso de Bush se distanci¨® de las voces que en su propia Administraci¨®n dec¨ªan que 'no conven¨ªa' contar con Naciones Unidas, pero permaneci¨® fiel sin ambig¨¹edad a la posici¨®n de que Estados Unidos 'no necesita' la autorizaci¨®n de Naciones Unidas para atacar Irak. Lo que el presidente Bush dijo fue que si Naciones Unidas no obligaban a Irak a cumplir sus compromisos Estados Unidos lo har¨¢ por su cuenta y riesgo. Lo que el presidente Bush no dijo fue que si Naciones Unidas no autorizaba un ataque militar contra Irak Estados Unidos no atacar¨¢. Kofi Annan hab¨ªa recordado minutos antes a los Estados grandes y peque?os que la 'legitimidad ¨²nica' para ordenar el ataque contra otro pa¨ªs reside en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El presidente Bush se olvid¨® por completo de esto en su discurso.
Antes del discurso el mundo ten¨ªa (entre otros) el problema de Sadam Husein. El presidente Bush formul¨® este problema, apunt¨® que la soluci¨®n debe ser militar y plante¨® al mundo otro problema diciendo que si Naciones Unidas no comparte sus puntos de vista caer¨¢ en la irrelevancia. Esta posibilidad constituye un problema muy grave que sit¨²a a casi todos los pa¨ªses ante una opci¨®n indeseable: 'Si queremos un sistema mundial m¨¢s basado en el multilateralismo no podemos decir 'no' a Estados Unidos porque arriesgamos que le d¨¦ a Naciones Unidas un golpe mortal'. 'Cierto, ?pero de qu¨¦ vale un multilateralismo en el que la ¨²nica opci¨®n que tiene Naciones Unidas es decir 's¨ª' a Estados Unidos?'.
A este segundo problema global se ha sumado un tercer problema espec¨ªfico de la Uni¨®n Europea, derivado de que sus miembros tienen respuestas diferentes al dilema anterior. Antes y despu¨¦s de las elecciones, Schroeder ha declarado con parquedad y claridad que no participar¨¢ en una guerra contra Irak incluso si Naciones Unidas la autoriza. Por su parte, Tony Blair no cesa de repetir que si Estados Unidos va a la guerra contra Irak le acompa?ar¨¢ en cualquier circunstancia. Chirac es partidario de que el Consejo de Seguridad reclame de nuevo a Sadam Husein el cumplimiento de su compromiso y, en caso de que no lo haga, adopte una resoluci¨®n autorizando el uso de la fuerza para desarmarlo. Esto supone que la Uni¨®n Europea corre un serio riesgo de fractura. Aunque la Uni¨®n nunca ha aprobado una acci¨®n com¨²n respecto a Irak, es evidente que, de sustanciarse en los hechos una discrepancia de semejante profundidad en un tema tan serio, el futuro de la pol¨ªtica exterior y de seguridad com¨²n se ver¨¢ en entredicho. Esto alegrar¨ªa a aquellos sectores de la Administraci¨®n Bush deseosos de poner fin a cualquier veleidad de la Uni¨®n Europea de tener en Oriente Medio una pol¨ªtica diferenciada de la americana, pero la Uni¨®n Europea necesita esa pol¨ªtica por razones de vecindad geogr¨¢fica, de dependencia petrol¨ªfera, por intereses comerciales y porque las ciudades europeas albergan a millones de musulmanes.
No acaban aqu¨ª los problemas que est¨¢ causando el redoblar de los tambores de guerra. Uno m¨¢s, y no peque?o, es que la perspectiva de una recuperaci¨®n de la econom¨ªa mundial va desapareciendo del horizonte. Con las bolsas inhibidas por la incertidumbre b¨¦lica (adem¨¢s de por los enga?os de Enron, WorlCom, etc.) y el barril de petr¨®leo a 29 d¨®lares no hay muchas esperanzas de que vuelvan los tiempos de prosperidad. Y las esperanzas de que el precio del petr¨®leo descienda son nulas mientras los pa¨ªses importadores sigan comprando en previsi¨®n de que el precio suba a¨²n m¨¢s en caso de guerra. S¨®lo tras una guerra corta cabe pensar que desciendan, pero ni siquiera quien las empieza sabe cu¨¢ndo y c¨®mo terminan las guerras.
El presidente Bush parece confiar en que los progresos que ha experimentado el armamento americano en los ¨²ltimos diez a?os le pueden permitir actuar casi en solitario y sin bajas. Acabar con el r¨¦gimen de Sadam evitando librar una batalla terrestre para hacerse con Bagdad parece ser su sue?o. Nunca en la historia militar se ha hecho algo parecido, pero nadie tuvo nunca armas como las que hoy posee Estados Unidos. La pesadilla de Bush es tener que librar la batalla de Bagdad. Una batalla que combinar¨ªa la crueldad que conlleva someter a sitio a una ciudad de m¨¢s de cuatro millones de habitantes con la alta mortandad que acarrear¨ªan los enfrentamientos urbanos para ocuparla. Y todo, con la televisi¨®n enchufada. Nadie en la historia pol¨ªtica ha resistido nunca una cosa parecida, pero el presidente Bush puede decidir arriesgarse para hacer historia. En ese caso, Sadam Husein y otros har¨¢n lo que est¨¦ en su mano para que 'en Oriente Medio se abran las puertas del infierno'.
Tambi¨¦n es posible que el presidente de Estados Unidos abandone el on¨ªrico mundo de los sue?os y las pesadillas y mire de frente la realidad. Si lo hace, el mundo todav¨ªa puede privar a Sadam Husein de armas de destrucci¨®n masiva sin embarcarse en una guerra de resultados inciertos. Tan inciertos que, m¨¢s all¨¢ de las apariencias, quienes hoy quieren bien a Estados Unidos recomiendan a su presidente que obre con extrema prudencia, mientras que otros que no le quieren tanto calculan en silencio las probabilidades de que Washington vuelva a embarcarse en una guerra que, tanto si la empata (como en Corea) como si la pierde (como en Vietnam), le debilitar¨¢ seriamente.
Quiz¨¢ sea el momento de recordar lo que se dice que Talleyrand dijo a Napole¨®n cuando empez¨® a irle mal la guerra en Espa?a: 'Sire, yo recomend¨¦ acci¨®n, no obstinaci¨®n'.
Carlos Alonso Zald¨ªvar es diplom¨¢tico
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