Un libro imposible
A principios de la primavera de 1928 no parec¨ªa que William Faulkner tuviera mucho porvenir, ni literario ni de cualquier otra clase. Con m¨¢s de treinta a?os, sin ninguna profesi¨®n conocida, viv¨ªa de trabajos espor¨¢dicos, acogido como un z¨¢ngano en la casa familiar, aislado en su pueblo remoto y palurdo. Estaba comprometido para casarse con una mujer divorciada y con dos hijos, su amor recobrado de la adolescencia, pero nadie sab¨ªa -ni ¨¦l mismo, desde luego- c¨®mo pensaba mantener a su nueva familia. Por esa ¨¦poca hab¨ªa hecho alg¨²n trabajo como pintor de brocha gorda, e incluso hab¨ªa probado a destilar licor clandestino, con el que pensaba obtener alg¨²n beneficio. Despu¨¦s de un viaje a Memphis, en el que perdi¨® jugando a la ruleta el poco dinero que llevaba, descubri¨® que su licor hab¨ªa desaparecido: parte robado, parte incautado por la polic¨ªa, en plena Prohibici¨®n.
Hab¨ªa cobrado modestos adelantos con cargo a una novela en la que ten¨ªa puestas muchas esperanzas, la tercera que escrib¨ªa, a la que le hab¨ªa dado el t¨ªtulo magn¨ªfico de Flags in the dust (Banderas en el polvo). Pero la carta que recibi¨® de su editor habr¨ªa hundido a cualquiera: no s¨®lo le devolv¨ªa el manuscrito de la novela, que le parec¨ªa confusa y desordenada, sino que le suger¨ªa, casi por su bien, que no se la mostrara a ning¨²n otro editor. Sin trabajo, sin porvenir, con su manuscrito rechazado, cualquier otro escritor, por vocaci¨®n que tuviera, habr¨ªa pensado en abandonar el oficio, o al menos en escribir algo m¨¢s simple, m¨¢s f¨¢cilmente comercial o aceptable para las editoriales. Lo que hizo fue sentarse de nuevo en su escritorio y empezar un libro no ya dif¨ªcil, sino casi imposible: un libro, dijo luego, que escribir¨ªa no para los editores ni para los cr¨ªticos o el p¨²blico, sino exclusivamente para s¨ª mismo, como si no hubiera nada ni nadie m¨¢s en el mundo, como un suicida que no tiene nada que ganar ni perder.
Ten¨ªa un t¨ªtulo Twilight, e imaginaba al principio que se tratar¨ªa de un relato corto. Aparte del t¨ªtulo, tan poderoso de sugerencia, ten¨ªa una o dos im¨¢genes, en apariencia nada relevantes: una ni?a y su hermano peque?o que se echan agua el uno al otro ba?¨¢ndose en un r¨ªo; una ni?a que escala por la rama de un ¨¢rbol para ver qu¨¦ ocurre al otro lado de una ventana, mientras los otros ni?os, menos audaces que ella, la miran desde abajo, y ven bajo la falda sus pantaloncillos manchados de barro.
A partir de la emoci¨®n poderosa de esas im¨¢genes, sobrevividas, sobrevenidas de la infancia, del recuerdo de un d¨ªa de invierno en que los ni?os de la casa tienen que quedarse en el jard¨ªn para que no vean la agon¨ªa y la muerte de su abuela, fue creciendo a lo largo de unos pocos meses de invenci¨®n febril The sound and the fury, con una mezcla rara de c¨¢lculo y delirio, de memoria precisa e imaginaci¨®n arrebatada. Tan s¨®lo unos a?os antes, Joyce hab¨ªa intentado en el ¨²ltimo cap¨ªtulo de Ulises el reflejo sin mediaciones de puntuaci¨®n, de pudor o de estilo, de una corriente de conciencia, del modo inconexo en que las palabras y los pensamientos fluyen de verdad en la mente de alguien, una mujer vulgar y carnosa, insatisfecha, mezquina, que se revuelve en el insomnio de su cama conyugal. Disc¨ªpulo de Joyce, Faulkner da un paso m¨¢s all¨¢ que el maestro, y adem¨¢s no lo hace al final de su libro, sino en el mismo principio, de modo que el lector ha de encontrarse de golpe con algo que no sabe lo que es, con una yuxtaposici¨®n de im¨¢genes, palabras, hechos, que en apariencia no tienen sentido, porque est¨¢n sucediendo en la conciencia de un retrasado mental, el cual no es capaz de ordenar lo que ve o lo que escucha en l¨ªneas de causa y efecto, y menos a¨²n distinguir entre el presente y el recuerdo, entre el ahora mismo y las diversas secuencias del pasado.
Desde el Lazarillo y el Quijote, la literatura de ficci¨®n traslada el eje del mundo a los m¨¢rgenes menos respetados, al punto de vista del mendigo o del loco, del rechazado, de la mujer enajenada, del ni?o, del proscrito: Benjy, el primer protagonista de El ruido y la furia, no es s¨®lo una mirada y una voz que trastornan los c¨®digos de la novela, sino tambi¨¦n un personaje de carne y hueso y absoluta inocencia, de sufrimiento y ternura. Una palabra que parece inocua, pronunciada por un jugador de golf que llama a su asistente -caddy- es el ¨¢brete s¨¦samo, el Rosebud que contiene el secreto de su vida, que provoca en su memoria trastornada las ondulaciones del desamparo y la a?oranza. Al otro lado del libro, en la ¨²ltima de sus cuatro partes, est¨¢ la correspondencia exacta con la figura de Benjy, el testimonio de Dilsey, la sirviente negra que lo ha visto todo y lo ha soportado todo, la que sostiene con su entereza y con su trabajo rudo y sin recompensa el edificio de una familia en ruinas. Y entre medias, en las dos secciones centrales, una escrita desde el interior de una conciencia volcada hacia el suicidio y la otra en una tercera persona de indiferencia casi cl¨ªnica, se contraponen el haz y el env¨¦s de una familia, los caracteres adversos de dos hermanos que s¨®lo tienen en com¨²n, aparte de la propensi¨®n familiar al desastre, la invocaci¨®n obsesiva de la misma hermana ausente que surge y se esfuma en las fantasmagor¨ªas de la memoria rota de Benjy.
Porque El ruido y la furia, que es una novela tan sombr¨ªa, tan poblada por la confusi¨®n y el horror a los que hacen referencia los versos de Shakespeare de los que viene el t¨ªtulo, tambi¨¦n tiene una arquitectura exacta, hecha de simetr¨ªas y de contrapuntos, trazada con el rigor de un cuarteto de cuerda: para ser m¨¢s precisos, uno de esos cuartetos de Bela Bartok en los que hay tempestades de disonancias y largas zonas de oscuridad que poco a poco revelan al o¨ªdo atento la pureza y el sentido de su forma. Dec¨ªa Cyril Connolly que literatura es aquello que ha de ser le¨ªdo dos veces. Deslumbra encontrarse por primera vez con las p¨¢ginas de El ruido y la furia, pero es en la segunda lectura cuando empieza a descubrirse de verdad toda la belleza, la intensidad y la audacia de este libro que Faulkner escribi¨® pensando que tal vez no lo leer¨ªa nunca nadie.
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