Terror en Mosc¨²
El uso masivo del terror contra civiles inocentes, para dirimir o airear los conflictos m¨¢s dispares o agravios supuestos o reales, que tuvo su expresi¨®n m¨¢s espectacular en las Torres Gemelas de Nueva York, se va convirtiendo en patr¨®n alarmante en un mundo informativamente global e instant¨¢neo. Sin apagar los ecos del megaatentado de Bali y sus r¨¦plicas menores en Filipinas, es ahora Rusia, a trav¨¦s de una toma masiva de rehenes, la que se enfrenta de nuevo con el fantasma de Chechenia, la guerra semiolvidada que Vlad¨ªmir Putin prometiera liquidar en unas semanas hace casi tres a?os. Cualquier desenlace es posible en el teatro convertido en c¨¢rcel, pese al aparente compromiso del l¨ªder ruso para salvaguardar la integridad de los m¨¢s de 600 secuestrados en Mosc¨² por los terroristas. Una joven es la primera v¨ªctima mortal, en circunstancias confusas, del golpe de mano, condenado anoche en los t¨¦rminos m¨¢s en¨¦rgicos por el Consejo de Seguridad de la ONU, que exige la liberaci¨®n incondicional de los rehenes.
El asalto -ideado en el exterior, seg¨²n Putin- es el golpe m¨¢s audaz y elaborado de los rebeldes chechenos hasta la fecha. Que casi cincuenta personas con impedimenta militar y explosivos suficientes para minar un gran recinto hayan sido capaces de atravesar Mosc¨² y converger en un teatro a cuatro kil¨®metros del Kremlin habla a las claras de los agujeros de los servicios de seguridad rusos. De la declaraci¨®n de intenciones de los asaltantes, morir por su fe isl¨¢mica y la independencia, no cabe dudar. Ning¨²n fan¨¢tico llega a esa situaci¨®n sin estar dispuesto a perecer en ella, y la exigencia de retirada inmediata del Ej¨¦rcito ruso a cambio de las vidas de los rehenes es una petici¨®n tan ritual como de impensable cumplimiento. El objetivo principal del comando ya ha sido conseguido: poner la causa chechena y la guerra bajo el foco mundial, presumiblemente por mucho m¨¢s tiempo que cuando derribaron en agosto un superhelic¨®ptero militar ruso cerca de Grozni, en el que murieron un centenar largo de ocupantes.
La desesperada acci¨®n muestra la frustraci¨®n por un conflicto irresuelto, con centenares de miles de v¨ªctimas, al que Putin no ha puesto fin ni por las armas ni por la diplomacia. Cada mes caen decenas de militares rusos y de rebeldes chechenos, pero sobre todo de civiles inocentes sometidos a todo tipo de atrocidades por las tropas de un Estado nominalmente democr¨¢tico. As¨ª atizado, el odio crece y sus repercusiones se extienden por el C¨¢ucaso, una zona del mundo que ha registrado innumerables guerras desde la ¨¦poca de los zares. En la retaguardia, la entusiasta aceptaci¨®n inicial por los ciudadanos rusos de la pol¨ªtica de tierra quemada ha ido transform¨¢ndose y la mediatizada opini¨®n p¨²blica y destacados dirigentes comienzan a exigir una soluci¨®n pol¨ªtica. En los ¨²ltimos tiempos, el presidente ruso ha puesto sordina a los efectos m¨¢s perversos de la lucha en el C¨¢ucaso mediante el expediente oportunista de apuntarse, aplic¨¢ndola a Chechenia, a la cruzada global de Bush tras el 11-S.
La crisis supone para Putin un innegable rev¨¦s, adem¨¢s del mayor desaf¨ªo en su carrera. Y no s¨®lo porque su ascenso imparable, de oscuro ex esp¨ªa del KGB a heredero de Yeltsin, est¨¢ indisolublemente ligado a su pol¨ªtica en la rep¨²blica independentista. El presidente ruso ha esgrimido sistem¨¢ticamente el car¨¢cter desalmado de los chechenos, gen¨¦ricamente identificados como bandidos o terroristas, a los que ya en 1999 responsabilizara de una serie de brutales atentados en Mosc¨² de los que nunca se prob¨® su autor¨ªa. Ahora, con alrededor de 600 vidas pendientes de un hilo, deber¨¢ sopesar los riesgos de dejarse llevar por soluciones finales, a tono con ese credo.
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