La tradici¨®n innovadora
Palabra de dos filos, acompa?ada desde el principio por un ¨¦xito rotundo y por un rechazo implacable, la poes¨ªa neopopular de Federico Garc¨ªa Lorca ha tenido una suerte doble. Si la publicaci¨®n del Romancero gitano se convirti¨® de inmediato en un verdadero acontecimiento, el poeta recibi¨® tambi¨¦n cr¨ªticas duras como la de su amigo Salvador Dal¨ª: 'T¨² quiz¨¢s creer¨¢s atrevidas ciertas im¨¢genes, o encontrar¨¢s una dosis crecida de irracionalidad en tus cosas, pero yo puedo decirte que tu poes¨ªa se mueve dentro de la ilustraci¨®n de los lugares comunes m¨¢s estereotipados y m¨¢s conformistas'. En el fondo, la cultura espa?ola de la primera mitad del siglo XX dio a la poes¨ªa neopopular el mismo trato doble que a la idea de naci¨®n. Por una parte, los di¨¢logos con las tradiciones, la mezcla de im¨¢genes de vanguardia y de formas populares, se sumaban al sue?o progresista de la vertebraci¨®n de Espa?a, a la b¨²squeda de una verdad nacional s¨®lida desde la que plantearse la modernizaci¨®n del Estado. Pero, al mismo tiempo, la propia modernidad est¨¦tica y pol¨ªtica generaba tendencias desestabilizadoras, corrientes que cuestionaban el sentido del arte y del Estado. El surrealismo antiart¨ªstico de Salvador Dal¨ª no pod¨ªa comprender el di¨¢logo entre la tradici¨®n y la vanguardia que pretendi¨® Garc¨ªa Lorca en el Romancero gitano.
Y es que los adjetivos popular y nacional suelen tener dos filos en la vida y la cultura espa?ola. La falta de memoria y las manipulaciones reaccionarias tienden a confundir el sentido de algunas palabras. El caso de D¨¢maso Alonso puede servirnos de ejemplo. Cuando public¨® en las Ediciones Espa?olas, en 1937, su art¨ªculo Federico Garc¨ªa Lorca y la expresi¨®n de lo espa?ol, no hac¨ªa otra cosa que sumarse a los esfuerzos de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Frente a la propaganda del llamado bando nacional, los escritores republicanos intentaban demostrar que lo verdaderamente popular y espa?ol estaba de parte de la democracia. Garc¨ªa Lorca, reci¨¦n ejecutado por Franco, era la expresi¨®n de lo espa?ol, el heredero de la poes¨ªa de Lope de Vega, la voz l¨ªrica del pueblo. Pero al terminar la guerra civil, cuando el franquismo manipul¨® la imagen de Andaluc¨ªa para ofrecer una versi¨®n folcl¨®rica de Espa?a, las palabras de D¨¢maso Alonso fueron mal interpretadas. Poco preocupados por las fechas originales, algunos cr¨ªticos pensaron que el autor de Hijos de la ira pretend¨ªa integrar a Garc¨ªa Lorca en la cultura de los vencedores.
La verdad es que las folcl¨®ricas oficiales bailaban y recitaban en los tablados, con mucho sentimiento tel¨²rico, los versos del Poema del cante jondo y del Romancero gitano. Hubo una lectura franquista de Garc¨ªa Lorca, un lorquismo de coros y danzas que pretendi¨® domar al poeta hasta transformarlo en el exponente de un a?ejo costumbrismo regionalista y clerical. Por eso no nos result¨® f¨¢cil a los poetas de mi generaci¨®n comprender la apuesta profunda de las canciones irracionales y medidas de Garc¨ªa Lorca, su versi¨®n l¨ªrica de Andaluc¨ªa, el valor est¨¦tico de unos romances que consiguieron cantar y contar al mismo tiempo. Yo pas¨¦ sin transici¨®n de los versos juveniles del Libro de poemas, tan apropiados para vivir mi adolescencia l¨ªrica en Granada, al grito vanguardista de Poeta en Nueva York. Se trataba del Garc¨ªa Lorca m¨¢s cr¨ªtico, m¨¢s desesperado, m¨¢s radicalmente innovador, una lectura sugerente para el joven espa?ol de los a?os setenta, cansado de cultura tradicional, dispuesto a lanzarse de una vez a las contradicciones ¨ªntimas de la modernidad, a los paisajes turbios y deslumbrantes de Manhattan.
Tard¨¦ tiempo en darme cuenta de que la madurez po¨¦tica de Federico Garc¨ªa Lorca hab¨ªa comenzado en 1922 con el Poema del cante jondo. La canci¨®n l¨ªrica de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y la imagen ultra¨ªsta sirvieron para inventar (no para heredar) una Andaluc¨ªa muy poco costumbrista, territorio dram¨¢tico en el que reflexionar sobre la vida y la muerte, m¨¢s interesado en los pliegues ¨²ltimos de la condici¨®n humana que en la exaltaci¨®n de una identidad regional. Las vocaciones universales de Garc¨ªa Lorca y de muchos otros poetas andaluces, seguidores de la ¨¦tica juanramoniana, convirtieron al sur en una met¨¢fora del deseo, en una invitaci¨®n al viaje, en la intuici¨®n de un escenario en el que los individuos pudiesen reconocer su plenitud o su soledad desamparada. Ten¨ªa raz¨®n Garc¨ªa Lorca al afirmar que su Romancero gitano no es el libro de un andaluz profesional, y era coherente con sus personajes y sus met¨¢foras al hablar de este modo: 'Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensi¨®n simp¨¢tica de los perseguidos. Del gitano, del negro, del jud¨ªo... del morisco, que todos llevamos dentro'.
El Romancero gitano presenta un mundo literario propio, reconocible, con una manera muy personal de mirar la realidad y de contarla a trav¨¦s de im¨¢genes. Narraba la vida y la ordenaba est¨¦ticamente. Su ¨¦xito se debi¨® a esto, pero tambi¨¦n a su relaci¨®n con la antigua necesidad progresista de consolidar un pa¨ªs y una tradici¨®n, para salvarse as¨ª de las bander¨ªas, de los costumbrismos y del nacionalismo reaccionario. Los liberales de 1812, Giner de los R¨ªos, Men¨¦ndez Pidal, el primer Unamuno y Ortega y Gasset son reconocibles detr¨¢s de los versos de Garc¨ªa Lorca, tan espa?oles y tan modernos, tan populares y tan vanguardistas.
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