20 d¨ªas por Brasil a ritmo de samba
En avi¨®n, barco y autob¨²s a trav¨¦s del gigante suramericano
Playas, selvas, ciudades modernas y coloniales y una incesante actividad de d¨ªa y de noche. Demasiado para 20 d¨ªas. Pero no hay m¨¢s tiempo, es lo que tienen las vacaciones.
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En R¨ªo, una de las visitas obligadas es subir hasta el Cristo de Corcovado, a 710 metros de altura, desde donde se domina la intrincada geograf¨ªa de esta ciudad de siete millones de habitantes
Cada d¨ªa, decenas de excursiones parten del puerto de Manaos, un puerto con mercado, rebosante de vida. A poca distancia, el Amazonas se une con el r¨ªo Negro sin que sus aguas se mezclen en varios kil¨®metros
Aunque los iniciados la describen como una ciudad llena de secretos, a la megaurbe brasile?a (10,5 millones de habitantes y 36 millones en toda el ¨¢rea metropolitana) s¨®lo se va generalmente por obligaci¨®n. Por ejemplo si, como es el caso, el avi¨®n aterriza all¨ª a las siete de la ma?ana y faltan 12 horas para coger el que lleva a R¨ªo. Tiene fama de peligrosa y violenta, as¨ª que mientras el autob¨²s recorre los 30 kil¨®metros que separan el aeropuerto del centro repasas el consejo m¨¢s repetido: 'Intenta pasar inadvertido'. Sin problemas. Es una experiencia sentarse en una terraza a ver pasar a los transe¨²ntes. Un desfile de todas las posibles mezclas, todos los matices de color de piel que separan el blanco n¨®rdico del negro africano. Paseo por el centro. Vemos la catedral -en obras-, el teatro Municipal y la Facultad de Derecho. Edificios sin mucho encanto a los que se llega siguiendo un intrincado recorrido de pasos elevados, pasarelas y mucho tr¨¢fico. Relativamente cerca, a unos 30 minutos en autob¨²s, se extiende el parque de Ibirapuera, un rinc¨®n de tranquilidad, repleto de museos interesantes, como el de Arte Contempor¨¢neo. Ideal para pasar un par de horas.
S?o Paulo, el poder del hormig¨®n
La otra gran urbe brasile?a, siete millones de habitantes. Pero, en este caso, uno de los destinos m¨¢s apreciados por el turismo. Con una visita ¨²nica: subir hasta el Cristo de Corcovado (el tren cuesta unos siete euros). Desde all¨ª, a 710 metros de altura, se domina la enredada geograf¨ªa de una ciudad cuyo ¨²nico final posible es la costa, las playas que dan nombre a sus barrios m¨¢s conocidos: Flamengo, Botafogo, Copacabana e Ipanema. Una sierra separa la parte rica, el sur, de la pobre, el norte. En pleno centro, una laguna de agua dulce contribuye a crear un ambiente irreal.
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El tr¨¢fico infernal que colapsa las calles de R¨ªo convierte los desplazamientos m¨ªnimos en largos trayectos. As¨ª que lo mejor es tom¨¢rselo con calma. Y fijar la residencia en alg¨²n punto tur¨ªstico, por ejemplo Copacabana. Los hoteles no son baratos, pero por la calle nos abordan los propietarios de apartamentos. Encontramos uno de dos habitaciones, con capacidad para cuatro, por poco m¨¢s de 20 euros por persona la noche. Eso s¨ª, sin lujos m¨¢s all¨¢ de encontrarse a pocos minutos de la playa en el segundo piso de un edificio de 20 alturas. Da a un patio interior. Poco importa. No se va a R¨ªo a pasar el tiempo encerrado.
Llegada a R¨ªo de Janeiro
Segunda visita. Al barrio de Santa Teresa se sube en tranv¨ªa para pasear por calles empedradas entre antiguas mansiones convertidas en talleres y tiendas de artesan¨ªa. Es f¨¢cil comer bien en la sabrosa, aunque contundente, cocina brasile?a. Por ejemplo, en los populares locales de bufete con comida a kilo, es decir, al peso.
Obligado el telef¨¦rico al Pan de Az¨²car, un cerro testigo en medio de la bah¨ªa. Y visitar las playas, abarrotadas los s¨¢bados y domingos. All¨ª se toma el sol, se juega al voley-playa, se socializa y se espera que llegue la noche.
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Anochece pronto en R¨ªo. En agosto, a las seis ya es noche cerrada. En Ipanema se concentra gran parte de los restaurantes con terraza. All¨ª y en Copacabana abundan los bares y las discotecas para turistas. En el centro de la ciudad se sit¨²a Lapa, posiblemente la zona m¨¢s viva e interesante de la noche carioca. No tienen ning¨²n encanto sus bares. En muchos casos, llamarles bares es demasiado. Son lonjas con una nevera repleta de cervezas. Lo interesante ocurre en la calle, donde se agolpan las terrazas, los carritos que venden comida, refrescos y caipirinhas, el c¨®ctel m¨¢s popular de Brasil, compuesto de cacha?a, lim¨®n partido, agua de soda y mucho hielo. Y en todas partes m¨²sica. Suena rock brasile?o y mucha samba. Una fiesta callejera que se reproduce cada jueves, viernes y s¨¢bado y se prolonga hasta el amanecer.
R¨ªo de noche
Desde agosto, todos los s¨¢bados por la noche la escola de samba de la favela Mangueira ensaya en su local para el carnaval. Es una de las que integran el Grupo A, la ¨¦lite, que desfilan para llevarse el primer premio de este evento. El reconocimiento de ser la mejor. 'Es dif¨ªcil no ser soberbio cuando se es mangueirense', dice Mike, gu¨ªa tur¨ªstico, mientras recuerda c¨®mo ganaron este a?o. Nos ense?a el samb¨®dromo, un circuito de 700 metros cuadrados poco impresionante cuanto est¨¢ vac¨ªo. 'Cuando est¨¢ lleno de gente es lo m¨¢s bonito del mundo. Es como la vida. A la izquierda, en las gradas, los pobres. A la derecha, en los palcos, est¨¢n los ricos'. Mike lleva desfilando muchos a?os. En Mangueira viven 75.000 personas. Es una de las mayores favelas de una ciudad que tiene m¨¢s de 600 registradas, muchas de las cuales escapan al control de la polic¨ªa. Pero Mangueira es distinta. Cuenta Mike que la Unesco la declar¨® favela modelo, y que ha tenido ilustres visitantes, como Bill Clinton o Nelson Mandela.
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La Escola de Samba de Mangueira parece una especie de polideportivo. Los s¨¢bados de agosto, seis meses antes del carnaval, se halla en pleno proceso de elecci¨®n de las piezas. Se presentan ocho temas cada noche. Tres pasan a la siguiente ronda entre el delirio de los cientos de habitantes y las decenas de turistas que, previo pago de una entrada de dos euros, beben, comen y bailan en la pista.
Favelas y samba
M¨¢s de un d¨ªa de autob¨²s, afortunadamente c¨®modo y amplio, separan R¨ªo de Janeiro de Salvador de Bah¨ªa. 'En Salvador hay 365 iglesias, una para cada d¨ªa del a?o', se dice, y, sin contarlas, no parece exagerado. Claro que no se refieren al centro moderno. Ni a la zona costera con playas que sufren el exceso de la contaminaci¨®n y donde los chiringuitos se multiplican. Se refieren a Pelourinho, un barrio colonial en un estado de conservaci¨®n regular, pero lleno de vida. Un lugar donde la herencia africana se palpa en cada esquina. En los artesanos que venden figuras de orixas, dioses protectores. En los artistas que ofrecen cuadros luminosos y na?fs. En los museos, que recuerdan que pelourinho significa 'poste de azotes', una pr¨¢ctica legal hasta 1865. J¨®venes con vestidos t¨ªpicos interpretan capoeira (una danza con elementos de arte marcial, creada por los esclavos) para atraer al visitante. El candomble, la religi¨®n afrobrasile?a, se ha transformado en atracci¨®n tur¨ªstica. Nos tienta asistir a una ceremonia, pero s¨®lo conseguimos ofertas de visitas en autob¨²s y desistimos.
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A 60 kil¨®metros al norte de Salvador, apenas 45 minutos por carretera, se encuentra Playa Forte. Un pueblo de pescadores tan ordenado que parece de mentira. Un lugar tan tranquilo que a las diez de la noche est¨¢ todo cerrado. Pero sus playas son excepcionales. El mar est¨¢ en calma porque una barrera natural a pocos metros de la orilla detiene al oc¨¦ano Atl¨¢ntico. Quiz¨¢ sea ¨¦sa la raz¨®n por la que miles de tortugas de seis especies eligen esas playas para desovar. Aqu¨ª se ha establecido una de las bases del proyecto Tamar, que intenta compaginar el turismo con los criaderos de tortugas marinas.
Bah¨ªa, el Brasil m¨¢s africano
A 13 horas en coche por carretera se encuentra Porto do Gallinhas, en Pernambuco. En estas costas se descargaba a los esclavos cuando este comercio era ilegal. Se les denominaba gallinas, y de ah¨ª el nombre del lugar. Hoy, sus playas se han convertido en el lugar de descanso de la jet-set local. Las caba?as bajas han sido sustituidas por lujosas mansiones y hoteles todo incluido. Pero hay playa de sobra. Y fiesta. Los precios son tan asequibles como en el resto de Brasil. Por culpa de la devaluaci¨®n del real, la moneda local, una habitaci¨®n en un hotel de tres estrellas cuesta unos 12 euros la noche. Una comida rara vez pasa de seis, y un caf¨¦ ronda los 0,60 euros.
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Aunque las gu¨ªas aseguran que Olinda se alza a las afueras de Recife, la verdad es que resulta dif¨ªcil distinguir d¨®nde empieza una y d¨®nde acaba la otra. Hasta que al adentrarse en la colina sobre la que se asienta aparece su arquitectura colonial de origen holand¨¦s perfectamente conservada, sus iglesias, parques y jardines. En fin de semana es dif¨ªcil encontrar un lugar donde dormir. Se nota que vive del turismo. Por todas partes surgen gu¨ªas que ofrecen un recorrido que se puede hacer sin ayuda. O abrir una iglesia para ti por 20 euros. Claro que ya est¨¢ abierta y la visita es gratuita.
Descanso en Playa Forte
En avi¨®n hasta S?o Lu¨ªs, la capital del Estado de Maranhao. No figura en las rutas tur¨ªsticas a pesar de la curiosidad de ser la ¨²nica ciudad brasile?a fundada y poblada por franceses. Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, su centro hist¨®rico, en plena recuperaci¨®n, recuerda a los barrios antiguos de Lisboa. Todav¨ªa por explotar, a la sombra de las relativamente cercanas playas de Natal, el ambiente es el de uno de esos sitios en los que nunca pasa nada. Los turistas de fuera del Estado son una novedad. Y eso se agradece. Un buen lugar para pasar un d¨ªa.
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Barreirinhas, a orillas del r¨ªo Preguisa, es un pueblo de 13.000 habitantes a unos 200 kil¨®metros de S?o Lu¨ªs. Hasta hace poco, la ¨²nica opci¨®n para no perder un d¨ªa de viaje era ir en avioneta, pero la apertura de una carretera la ha situado a unas tres horas en coche de la capital. Es el acceso natural al parque nacional de las Len?ois Maranhenses. Para acceder a las Len?ois es preciso alquilar un 4¡Á4 en Barreirinhas, porque m¨¢s all¨¢ del r¨ªo comienza un desierto de arena sin carreteras. Tras una hora de camino en la que, con suerte, el veh¨ªculo s¨®lo se quedar¨¢ atascado dos o tres veces, empieza la caminata entre grandes dunas blancas de arena. El suelo quema y el aire es seco y caliente. De repente aparecen entre las lomas piscinas naturales de aguas de lluvia. En estos estanques, algunos de 100 metros de di¨¢metro, se puede nadar y jugar con los peces, extra?amente sociables. De vuelta a Barreirinhas, lo ideal es dormir en alguna posada cercana al mar. Para ello hay que remontar en barca unos 20 kil¨®metros del r¨ªo Preguisa. Sus orillas est¨¢n pobladas por manglares y asoman aves ex¨®ticas. El patr¨®n de la embarcaci¨®n asegura que el r¨ªo es traidor. 'Las dunas est¨¢n vivas. Se mueven y surgen donde menos lo esperas'. Se?ala al centro del r¨ªo y se ve un banco de arena surgiendo de la nada. En las orillas, las dunas devoran la vegetaci¨®n lentamente. 'Es un sitio ¨²nico. El paisaje que hoy ve cambiar¨¢ con el tiempo'.
Porto do Gallinhas
A Manaos se llega por avi¨®n o barco. Esta ciudad, que vivi¨® su m¨¢ximo esplendor cuando era el centro del negocio mundial del caucho, a finales del siglo XIX, se asienta a orillas del r¨ªo Negro, en plena ruta amaz¨®nica, y es el lugar donde la mayor¨ªa de los turistas inician sus excursiones al gran r¨ªo. De Manaos destaca la herencia de esa hermosa locura que es el teatro de la ?pera. Un edificio imponente de lujoso acabado.
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En hoteles, restaurantes y agencias se ofertan excursiones al Amazonas. Si el visitante quiere conocer las profundidades de la selva, ver tribus poco tocadas por la civilizaci¨®n y naturaleza salvaje, m¨¢s vale pensar en un viaje de dos semanas. Lo habitual es apuntarse a una navegaci¨®n de dos o tres d¨ªas, por los primeros 50 o 60 kil¨®metros del r¨ªo. Aun as¨ª, y renunciando a una aventura a lo Indiana Jones, la experiencia merece la pena.
Olinda, la colonial
Cada d¨ªa, decenas de peque?os barcos parten del puerto de Manaos, un puerto con mercado, rebosante de vida. A poca distancia, el Amazonas se une con el r¨ªo Negro sin que sus aguas se mezclen en varios kil¨®metros por la diferencia en densidad y velocidad de las dos corrientes. Las traves¨ªas amaz¨®nicas discurren lentas y tranquilas. Los barcos, generalmente de dos cubiertas, se convierten en residencia para los turistas, de cuatro a seis por embarcaci¨®n. En la cubierta superior se tienden las hamacas, donde duermen los visitantes. En la inferior habita la tripulaci¨®n (capit¨¢n, ayudante, cocinero y gu¨ªa). Son d¨ªas de pescar pira?as durante el d¨ªa y capturar caimanes de noche. De pasear por la jungla, tapado hasta arriba, eso s¨ª, para evitar que las miles de especies animales y vegetales que pican, muerden o son venenosas hagan blanco en tu cuerpo. De dormir en el r¨ªo bajo una luna espectacular. De disfrutar los ¨²ltimos d¨ªas antes de volver al mundo real.
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C?MO MOVERSE POR BRASIL
EL PRINCIPAL problema a la hora de viajar por Brasil son las distancias. El pa¨ªs es gigantesco. Descartada, por inexistente, la alternativa del tren, hay dos formas b¨¢sicas de realizar los trayectos internos: por avi¨®n y por carretera. La red vial brasile?a es irregular, aunque los autobuses son c¨®modos, sobre todo en la clase executivo, la m¨¢s cara. Pr¨¢cticamente todas las ciudades tienen una estaci¨®n de autobuses interurbanos, la Rodoviar¨ªa, y en general es una alternativa viable, exceptuando los trayectos m¨¢s largos (el de Manaos a S?o Paulo dura 24 horas en autob¨²s, y el vuelo directo, tres horas).El avi¨®n es la otra alternativa. Los vuelos son caros, pero existe la alternativa del Brazil Air Pass. Desde 463 euros, las principales compa?¨ªas brasile?as ofrecen esta opci¨®n, bonos para cinco vuelos a realizar en un m¨¢ximo de 21 d¨ªas. Los pases deben adquirirse antes de llegar a Brasil (en cualquier agencia de viajes), y para ello es obligatorio disponer de un billete internacional de ida y vuelta al pa¨ªs. El itinerario y las fechas del vuelo deben concretarse en el momento de la compra, y los cambios posteriores significan un suplemento que ronda los 50 euros. Es una opci¨®n interesante, incluso si no se van a realizar los cinco trayectos. Otro punto a tener en cuenta es que en Brasil son muy habituales los vuelos con escalas. Por ejemplo, un trayecto desde S?o Paulo a Recife, que durar¨ªa poco m¨¢s de dos horas si fuera directo, se puede alargar hasta seis, debido a las paradas en R¨ªo y Salvador.
GU?A PR?CTICA
- Poblaci¨®n: 175 millones. Superficie: 8.500.000 kil¨®metros cuadrados. Moneda: el real (0,30 euros). Capital: Brasilia. Vacunaci¨®n: obligatoria la de la fiebre amarilla; seg¨²n el destino, es recomendable la profilaxis contra la malaria. Prefijo telef¨®nico: 00 55.
- Iberia (902 400 500) vuela a R¨ªo de Janeiro y S?o Paulo desde Madrid, en noviembre, desde 592,88 euros. Reservando en la web www.iberia.com (con 30 d¨ªas de antelaci¨®n), 499 euros en noviembre y 549 del 1 al 12 de diciembre, m¨¢s tasas. - Varig (915 14 08 70 y www.varig.es) vuela a R¨ªo y S?o Paulo desde Madrid, 877 euros m¨¢s tasas. De Madrid a Salvador de Bah¨ªa, oferta hasta el 10 de diciembre, 621 m¨¢s tasas. - Tap Air Portugal (901 11 67 18) conecta varios aeropuertos espa?oles con Brasil, v¨ªa Lisboa. Hasta el 10 de diciembre: R¨ªo, S?o Paulo y Salvador de Bah¨ªa, 590 euros m¨¢s tasas; a Recife y Fortaleza, 700 m¨¢s tasas.
- Informaci¨®n tur¨ªstica de Brasil en Madrid (917 02 06 89). - www.citybrazil.com.br. - www.embratur.gov.br.
- Brasil. Lonely Planet. 27,55 euros. - Brasil. Gu¨ªa Azul. Autor: ?ngel Ingelmo S¨¢nchez, Carmen Ruiz de Garibay. Editorial Gaesa. 15,24 euros. - Brasil. Autores: Isabelle Maltor, Monique Badar¨®-Campos. Editorial Salvat. 18,05 euros.
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