Sin miedo en San Sebasti¨¢n
Una agradable sensaci¨®n de cansancio albergaba en los m¨¢s de 100 residentes en Catalu?a que acab¨¢bamos de llegar. Atr¨¢s quedaban las horas de carretera, de somnolencia y de conversaci¨®n. Por delante, la seguridad de estar en el lugar acertado a la hora acertada. Ante nosotros, la preciosa Donostia, San Sebasti¨¢n para otros. Sin distinci¨®n y sin problema. A mi lado, el amigo Fernando, un simple y an¨®nimo ciudadano barcelon¨¦s, comentaba: 'No hay mejor manera de aprovechar un s¨¢bado [19 de octubre] que estar aqu¨ª con los que sufren'. Est¨¢bamos all¨ª para demostrar a los vascos de bien que tambi¨¦n los catalanes queremos vivir en paz. Que nos negamos a que alguien siga matando por una ideolog¨ªa, a que otros se mantengan en una acomodada posici¨®n intermedia para vivir tranquilos mientras ETA asesina dentro y fuera de Euskadi.
La Ertzaintza, con sus pasamonta?as, estaba soldando las tapas de las alcantarillas, precintando las papeleras..., ¨¦ramos objetivo terrorista
Algunos catalanes hemos demostrado el deseo de vivir en libertad. Pero algo cautiv¨® nuestra atenci¨®n r¨¢pidamente: la Ertzaintza, con sus ya conocidos pasamonta?as, estaba soldando las tapas de las alcantarillas, precintando las papeleras y colocando las furgonetas en las esquinas previamente seleccionadas ?Incre¨ªble, pero cierto! ?C¨®mo es posible que se tomen esas medidas de seguridad ante una manifestaci¨®n pac¨ªfica, un paseo convocado por una asociaci¨®n absolutamente apol¨ªtica como ?Basta Ya!? La respuesta es obvia: un ertzaina, en un castellano perfecto, nos daba la respuesta con una escueta frase: 'ETA dijo que ser¨¢ objetivo suyo todo acto que muestre un rechazo a su ideolog¨ªa'. El amigo Fernando alucin¨®. ?l, que nunca hab¨ªa conocido a una v¨ªctima hasta esa misma ma?ana al subir al autocar... ?l, que se hab¨ªa unido al grupo desde Barcelona al o¨ªr la invitaci¨®n en un medio de comunicaci¨®n... En ese preciso instante, Fernando, el ciudadano an¨®nimo, entendi¨® lo que significa la falta de libertades, el miedo a ir por la calle expresando una opini¨®n a riesgo de que explote una papelera... En resumen, el ambiente hostil, el temor, la vida diaria para muchos ciudadanos en el Pa¨ªs Vasco.
La manifestaci¨®n transcurri¨® con una normalidad pasmosa. Las consignas eran claras: solicitar, casi rogar, vivir en libertad para opinar; pedir a las administraciones vascas respeto a la diversidad, una mayor colaboraci¨®n con los que sufren; decirles a sus responsables que defiendan el derecho a la vida y no sigan en esa ambig¨¹edad tan bien estudiada... Durante la caminata, algunas escenas dif¨ªciles de entender, sobre todo para Fernando: una simpatizante (o algo m¨¢s) de ETA desafiando a los presentes desde el balc¨®n en una postura c¨ªnica, provocativa. Con la consiguiente reacci¨®n de los manifestantes en una muestra de la educaci¨®n de que gozan las buenas personas. A nadie se le ocurri¨® llamar al timbre y darle un escarmiento. S¨®lo silbidos de desaprobaci¨®n y un clamor: 'No nos mires, ¨²nete'. Se le solicitaba a alguien del otro lado que se uniera y no que alguien la matara. Qu¨¦ diferencia con los gritos de los ciervos cuando escupen 'ETA, m¨¢talos'. Por ello es incre¨ªble o¨ªr al tal Egibar diciendo que vio 'odio' en esa manifestaci¨®n. Eso es mentira, se?or Egibar. Nadie mostr¨® odio a nadie, sino simplemente un sentimiento de liberaci¨®n, de poder por fin andar por su ciudad mostrando sus ideas, con la confianza de que, por lo menos esa tarde de s¨¢bado, ETA no iba a matar a quien pensara diferente, bajo la aprobaci¨®n de sus amigos o la ambigua mirada de los que no se unieron a la llamada de muchos de sus conciudadanos hartos de ir con escolta. Amigos llegados de otros lugares del pa¨ªs, como Fernando. O como Vicky y Rodrigo, de Alicante. O todos aquellos que se patearon San Sebasti¨¢n llegados desde Catalu?a, con sus banderas rojas y sus tambores, sus bailes en la plaza del Ayuntamiento donostiarra, su cachondeo y las ganas de vivir en libertad. Como el matrimonio del restaurante donde cenamos, que no quiso cobrarnos la cuenta. 'Amigos catalanes, ?c¨®mo quer¨¦is que os cobremos la cena si hab¨¦is venido desde tan lejos para estar con nosotros, mientras que nosotros no podemos estar ni entre nosotros en paz?'.
Nunca una frase hab¨ªa sido tan corta y, a la vez, tan gr¨¢fica. Como la manifestaci¨®n del s¨¢bado. Corta en distancia y enorme en cuanto a sensibilidad. 'Vaya libertad, vaya libertad, piensas diferente y te vienen a matar'.
En los casi mil minutos que estuvimos en tierra vasca, la ¨²nica nota discordante fue la presencia en un callej¨®n de varios miembros de Batasuna que, parapetados tras un cord¨®n de la Ertzaintza, insultaban a los peligrosos manifestantes, en su mayor¨ªa parejas con sus hijos exigiendo un futuro mejor para su pueblo. La sonrisa c¨®mplice, los gui?os de la Ertzaintza, algunos de ellos sin pasamonta?as, era el mejor recuerdo que nos pod¨ªamos llevar de San Sebasti¨¢n. Como dijo Fernando al volver: 'Si no lo veo, no lo creo'. Y mientras tanto, otros mirando sin ver, oyendo sin o¨ªr, llorando sin llorar y pactando con el mismo diablo con tal de que el terrorismo no les pase ni rozando.
Ni Euskadi ni Espa?a se merecen este desastre. Por cierto: la cena, exquisita. Como el Pa¨ªs Vasco, pero sin asesinos.
de sus conciudadanos hartos de ir con escolta. Amigos llegados de otros lugares del pa¨ªs, como Fernando. O como Vicky y Rodrigo, de Alicante. O todos aquellos que se patearon San Sebasti¨¢n llegados desde Catalu?a, con sus banderas rojas y sus tambores, sus bailes en la plaza del Ayuntamiento donostiarra, su cachondeo y las ganas de vivir en libertad. Como el matrimonio del restaurante donde cenamos, que no quiso cobrarnos la cuenta. 'Amigos catalanes, ?c¨®mo quer¨¦is que os cobremos la cena si hab¨¦is venido desde tan lejos para estar con nosotros, mientras que nosotros no podemos estar ni entre nosotros en paz?'.
Nunca una frase hab¨ªa sido tan corta y, a la vez, tan gr¨¢fica. Como la manifestaci¨®n del s¨¢bado. Corta en distancia y enorme en cuanto a sensibilidad. 'Vaya libertad, vaya libertad, piensas diferente y te vienen a matar'.
En los casi mil minutos que estuvimos en tierra vasca, la ¨²nica nota discordante fue la presencia en un callej¨®n de varios miembros de Batasuna que, parapetados tras un cord¨®n de la Ertzaintza, insultaban a los peligrosos manifestantes, en su mayor¨ªa parejas con sus hijos exigiendo un futuro mejor para su pueblo. La sonrisa c¨®mplice, los gui?os de la Ertzaintza, algunos de ellos sin pasamonta?as, era el mejor recuerdo que nos pod¨ªamos llevar de San Sebasti¨¢n. Como dijo Fernando al volver: 'Si no lo veo, no lo creo'. Y mientras tanto, otros mirando sin ver, oyendo sin o¨ªr, llorando sin llorar y pactando con el mismo diablo con tal de que el terrorismo no les pase ni rozando.
Ni Euskadi ni Espa?a se merecen este desastre. Por cierto: la cena, exquisita. Como el Pa¨ªs Vasco, pero sin asesinos.
Roberto Manrique Ripio es delegado en Catalu?a de la Asociaci¨®n V¨ªctimas del Terrorismo
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