Capacidad de intimidaci¨®n
Ahora que todo ha terminado, vale la pena reflexionar sobre el modus operandi intelectual en torno al asunto de las ruinas conservadas en el subsuelo del antiguo mercado central de Barcelona, el Mercat del Born. Ya Ignacio Vidal-Folch llam¨® la atenci¨®n en estas p¨¢ginas sobre un peque?o detalle hasta entonces poco discutido del asunto en cuesti¨®n: el de su coste econ¨®mico, que incluye adem¨¢s el de la recolocaci¨®n de la biblioteca proyectada anteriormente en aquel espacio. No es de esta intrascendente cuesti¨®n de la que quiero ocuparme, sino de algo menos tangible, menos f¨¢cilmente contable. Me refiero, obviamente, a lo que sugiere el t¨ªtulo del art¨ªculo. En pocas palabras, a la capacidad de intimidaci¨®n que ciertos argumentos todav¨ªa arrastran en el debate p¨²blico catal¨¢n. Resulta sorprendente que un claro debate manqu¨¦ como el que se desarroll¨® finalmente en torno a las susodichas ruinas haya sido proclamado por diversos medios como 'un debate de altura'. Como no estoy dispuesto a tragarme esta rueda de molino, quisiera se?alar dos puntos de meditaci¨®n en torno a esta espinosa cuesti¨®n de la discusi¨®n y de los efectos paralizantes sobre el entorno intelectual en el que se produjo. La primera de ellas se refiere a la capacidad del catalanismo para reproducir sus propios mitos m¨¢s all¨¢ de lo razonable, con efectos sociales letales para contribuir a la construcci¨®n de una cultura de mayor ambici¨®n. Los resultados institucionales de 1714 fueron cancelados por la revoluci¨®n liberal de la d¨¦cada de 1830, en la medida en que las leyes de Castilla -base de la represiva Nueva Planta- fueron abolidas al igual que ¨¦sta. Cuando el asedio de casi dos siglos antes fue convertido en bandera en el fin de siglo catal¨¢n como parte de la ¨¦pica necesaria de un movimiento regional con grandes aspiraciones, esto se debi¨® a la incapacidad de los grupos dirigentes espa?oles para dotar de mayor flexibilidad a la pol¨ªtica general espa?ola en la que los catalanes estaban plenamente inmersos desde 1835. El resultado de esta operaci¨®n, y otras de parecido alcance, fue establecer una cultura del catalanismo basada en una muy evidente negaci¨®n de la experiencia liberal espa?ola precedente, incluyendo a la Gloriosa y otros episodios mayores en los que nuestros antepasados tuvieron un papel protagonista, que fueron borrados del mapa sentimental de los catalanes de principios de siglo. Me guardar¨¦ mucho de insinuar que esta fuese la ¨²nica l¨ªnea de formaci¨®n de un nacionalismo emergente pero, constatado este hecho, podemos y debemos preguntar: ?se pretende labrar una experiencia autista parecida, que desemboc¨® en tan graves errores de perspectiva? Si el crecimiento barcelon¨¦s de entonces y su peso en el conjunto espa?ol explican muchas cosas, ?es esta la situaci¨®n actual? Pero esto son minucias que no interesan a casi nadie, aunque por supuesto constituyen la materia sobre la que trabajan los historiadores que situan al cambio social en el centro del an¨¢lisis. En segundo lugar, el relato que hoy se nos quiere vender -un pa¨ªs siempre identificado con unas instituciones que son, por definici¨®n, antag¨®nicas a cualquier transformaci¨®n del contexto espa?ol y a su interrelaci¨®n con el general europeo- es una p¨¢lida copia del pathos patri¨®tico de principios de siglo, aunque a diferencia de entonces no se propone apelar a la sociedad civil para afirmarse frente a otros, sino que cae como una losa sobre el presupuesto p¨²blico. No s¨®lo eso, sino que reconstruye la l¨®gica maniquea de entonces para anudar un nexo pasado-presente que no deja espacio para la duda ni la interrogaci¨®n. La historia patria -que de ¨¦sta se trata- no permite otra cosa que el juego de estar dentro o ser condenado al ostracismo. Por esta raz¨®n, la preservaci¨®n de las ruinas del Born, sobre cuyo valor real no discuto ni tengo elementos de juicio suficientes, ser¨¢ por necesidad un fracaso de la raz¨®n cr¨ªtica, lo mismo que el Museo de Historia de Catalu?a y todo lo que se pueda inventar en esta senda, por una y muy sencilla raz¨®n: porque no se han impuesto a una opini¨®n p¨²blica desmotivada y somnolienta para un via fora els adormits intelectual, sino todo lo contrario. Pero la tentaci¨®n autoritaria no nace del coraje c¨ªvico, sino precisamente de la miseria de los proyectos colectivos a los que aquella memoria impostada supuestamente sirve. De lo que se trata es de cerrar el debate en falso, e intimidar sin remedio a los que tienen la llave de la caja. La explicaci¨®n de tanto poder radica en el coraz¨®n de la sociedad catalana, pero la clave de tal ¨¦xito se encuentra seguramente algo m¨¢s al norte, en los borrosos contornos de la operaci¨®n de 2004. No hay m¨¢s, pero no es menos. En todo caso, una reflexi¨®n final: si al neoespa?olismo hay que combatirlo con un neocatalanismo cl¨®nico, roda el m¨®n i oblida't del Born.
'La preservaci¨®n de las ruinas del Born, sobre cuyo valor real no discuto ni tengo elementos de juicio suficientes, ser¨¢ por necesidad un fracaso de la raz¨®n cr¨ªtica'
Josep M. Fradera es historiador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.