Recordando a Manuel
Manuel Puig est¨¢ un poco olvidado', dijo la voz pronunciando el apellido con el sonido que hacen las puertas de cristal de cualquier edificio moderno como una advertencia que dice: 'Push'. Manuel, lo recuerdo muy bien, detestaba que lo llamaran Push y siempre insist¨ªa en su Puig, P, U, I, G, con su leve dejo argentino. Es que Manuel era levemente argentino, ya que vivi¨® gran parte de su vida lejos de Buenos Aires (o de General Villegas donde naci¨® 'en un pueblecito de la pampa') y muri¨® en Cuernavaca, M¨¦xico, la ciudad que tambi¨¦n mat¨® al c¨®nsul Firmin en Bajo el volc¨¢n. Como dec¨ªa Firmin: 'El mal no era M¨¦xico, era el coraz¨®n del hombre'. Manuel muri¨® en una de las formas tr¨¢gicas del mal, que debo escribir el Mal. Sin embargo su muerte no estuvo tan clara como su vida. Manuel vivi¨®, como se dice ahora, una vida gay. Pero su vida fue m¨¢s, mucho m¨¢s. Manuel vivi¨® buenos tiempos que recordar (eso se llama nostalgia) y malos y peores tiempos que vivir (eso se llama rencor al pasado). Manuel apunt¨® con su certera amargura de la que pocos se escapaban. Ni siquiera se escap¨® Borges, al que llam¨® 'un viejo malo'. Pero se guareci¨® bajo el frondoso paraguas de algunas mujeres que re¨ªan con risa argentina y lo protegi¨® hasta de la lluvia llamada gar¨²a con sus amplias faldas. (Esas mujeres se llamaban Silvina Ocampo, Beatriz Guido, escritoras contempor¨¢neas). No es que Manuel no tuviera raz¨®n. Borges, ante la ocasi¨®n del ¨¦xito de Boquitas pintadas, preguntado por un periodista de Newsweek dijo: 'Imag¨ªnese, ?una novela regida por Max Factor!'. Pulla que no her¨ªa a Manuel. Al contrario: hubiera sido un elogio de Borges (que declaraba que no le¨ªa 'libros modernos') sin su sorna a torrentes. '?Atorrante!', habr¨ªa dicho Manuel si hubiera sido un cuchillero del sur de Buenos Aires. Simplemente se conform¨® con llamar no viejo a Borges sino vieja. Su mundo era un orbe que s¨®lo ocupaban las mujeres. (O por lo menos el art¨ªculo La para todo hombre del que hablara). As¨ª Bioy Casares, marido de Silvina, se llamaba la Bioy y Babenco, el director de cine, era la Babenco. No s¨®lo los argentinos merec¨ªan su afeminamiento sino actores como William Hurt que devino la Hurt. Pero esta especie de latiguillo agudo no alcanzaba a los que quer¨ªa de veras.
A sus certeros y amargos apuntes escaparon pocos, mientras su mundo era un orbe que s¨®lo ocupaban las mujeres
Su novedad era dejar que el di¨¢logo descubriera y definiera a los personajes, que arrancaban a hablar con un recurso que viene de la poes¨ªa ¨¦pica
Manuel ten¨ªa un lema que defi-
n¨ªa su actitud ante el cine. 'Delante de la pantalla todo, detr¨¢s de la pantalla nada'. Pero antes, cuando pretend¨ªa hacer carrera en el cine, escribi¨® guiones -que nunca llegaron a filmarse-. Uno de estos guiones despu¨¦s lo transform¨® en su primera novela, La traici¨®n de Rita Hayworth, con su t¨ªtulo tan novedoso como su estructura. Nadie pon¨ªa un t¨ªtulo as¨ª a sus libros. Nadie escrib¨ªa con la escritura hecha toda de di¨¢logos. Su probable antecedente, Ivy Compton-Burnett, era improbable que Manuel siquiera hubiera abierto un t¨ªtulo de la escritora inglesa. Dejar que el di¨¢logo descubriera y definiera a los personajes ven¨ªa, creo, de los guiones que escrib¨ªa. Como se sabe, un gui¨®n tiene una m¨ªnima cantidad de prosa y es todo di¨¢logo. Manuel hizo de los di¨¢logos el eje de la estructura y los personajes arrancaban a hablar con un recurso que viene de la poes¨ªa ¨¦pica: todos actuaban in medias res, como si Manuel los hubiera sorprendido en medio de la acci¨®n. La traici¨®n, que debi¨® haber sido el Premio Seix-Barral de 1966, se vio envuelta en uno de los embrollos t¨ªpicos de Carlos Barral (uno, el m¨¢s famoso de todos, fue el rechazo a publicar Cien a?os de soledad) y la novela de Manuel no vino a publicarse hasta a?os m¨¢s tarde, en 1968 -y era la primera obra maestra de Manuel Puig-. Las otras son Boquitas pintadas (1969) y la extraordinaria El beso de la mujer ara?a (1976), que es uno de los libros m¨¢s famosos de la literatura en espa?ol del siglo XX. No s¨®lo tuvo m¨²ltiples ediciones y traducciones, sino que fue convertida en una versi¨®n teatral y en una pel¨ªcula de gran ¨¦xito, lo que dio lugar a una tragicomedia musical, montada por el prestigioso metteur en sc¨¨ne Harold Prince. El ¨¦xito mundial de El beso (que no fue de la misteriosa mujer ara?a sino de la Fama, con may¨²scula, pues se hizo rico y famoso) le permiti¨® instalarse en R¨ªo de Janeiro, donde pudo tener sitio para su enorme biblioteca de v¨ªdeos. Manuel se hizo un coleccionista fuerte y manten¨ªa relaciones con los m¨¢s diversos personajes para obtener una pel¨ªcula codiciada durante mucho tiempo. Tambi¨¦n continu¨® escribiendo cartas (era un corresponsal copioso) y haciendo guiones para el cine. Pero tambi¨¦n escribi¨® su ¨²ltima novela, Cae la noche tropical (1988), ambientada no en R¨ªo sino en las cartas cruzadas por los diversos personajes que pueblan esta hermosa pero triste obra final.
Ahora se publica en espa?ol su biograf¨ªa Manuel Puig y la mujer ara?a (su vida y sus ficciones) en la que Suzanne Jill Levine, su traductora y amiga, describe de forma maestra el dise?o de su vida de ni?o, como est¨¢ novelizada en La traici¨®n de Rita Hayworth y de adulto como un escritor que revela a un hombre obs edido por la literatura y el ¨¦xito y el sexo -o tal vez al rev¨¦s en la vida inversa de lo que fue, finalmente, un gran escritor malogrado (muri¨® en 1990) al que la envidia o la maldad persigui¨® hasta el final de los d¨ªas-. Ahora es un autor consagrado -en su pa¨ªs y en todas partes-. Su vida fue corta pero su sue?o, el de la literatura, fue feliz, para parafrasear lo que Jill Levine, como la conocemos todos, llama 'sus ¨²ltimas palabras redentoras', con las que da comienzo esta biograf¨ªa magn¨ªfica y merecida. No hay m¨¢s que revelar el relato con que Jill Levine revela su car¨¢cter en unas pocas l¨ªneas:
'En los a?os siguientes nuestros encuentros con Manuel' (ella tambi¨¦n puede llamarlo Manuel) 'fueron ocasiones raras no porque no nos vieramos con frecuencia en los a?os setenta, antes de mudarse a Brasil, sino porque para Manuel los restaurantes eran un gasto innecesario'. (Permiso para una leve digresi¨®n: Manuel ten¨ªa una muy merecida fama de taca?o para todo menos para habilitar a su madre con ropa de grande tenuta). 'Y antihigi¨¦nicos, lo que hab¨ªa aprendido en cocinas comerciales como lavaplatos en Londres y Estocolmo. Despu¨¦s de nuestra cena china nos encontramos Emir' (Rodr¨ªguez Monegal, el cr¨ªtico uruguayo que tambi¨¦n era m¨¢s que frugal, parsimonioso)- 'y yo a la tarde siguiente para ver una pel¨ªcula... una funci¨®n especial con la comedia loca sat¨ªrica Nothing Sacred (1937), con Carole Lombard y Fredric March, dos actores favoritos de Manuel, quien se sent¨® en silencio, escrutando todo con esos ojos enormes suyos mientras el p¨²blico re¨ªa continuamente con los di¨¢logos ultrarr¨¢pidos y las peripecias de los personajes. De pronto -en una escena en un nightclub en que la esbelta, voluptuosa Lombard se levanta ligeramente ebria, con el p¨²blico esperando la siguiente salida c¨®mica- Emir y yo o¨ªmos en la oscuridad de la enorme platea decir a Manuel: '?Ay, qu¨¦ traje divino!'.
La larga cita no es s¨®lo para
mostrar la maestr¨ªa de Jill Levine con la memoria y la noche, sino para dar una muestra entre muchas del car¨¢cter de Manuel. Toda la biograf¨ªa es maestra en mostrar a Manuel con pelos y se?ales. Los pelos raros y ralos en su cabeza y sus maneras no afeminadas: sino totalmente femeninas. Manuel sol¨ªa hacer imitaciones de las grandes estrellas (Garbo especialmente) y en la imitaci¨®n, que era algo m¨¢s y algo menos que una parodia de quien ¨¦l llamaba la Gran Greta, nos ech¨® a perder a la Garbo para siempre. Era una escena de Gran Hotel en que Garbo mimaba con sus finos labios a John Barrymore y la imitaci¨®n de Manuel era definitivamente magistral. Otra v¨ªctima (pero esta vez con cari?o c¨¢lido) fue Rita Hayworth. Manuel, que estaba casi calvo, se echaba el pelo para delante y nosotros, Miriam G¨®mez y mis hijas Anita y Carolita, ve¨ªamos clara a la Hayworth con su flamante y flam¨ªgera cabellera roja bailando ante nosotros y haciendo un strip-tease en que s¨®lo se despojaba de sus largos guantes negros, mientras Manuel repet¨ªa su performance sin guantes, se?oras y se?ores, sin guantes -ni vestido de raso negro- y sin pelo excepto en los brazos y en la barba tan tupida que ten¨ªa que afeitarse dos veces al d¨ªa.
No hay duda de que la vida de los que conocimos y ¨¦ramos sus amigos y sus enemigos de siempre se hizo m¨¢s pobre con la muerte de Manuel. Pero esta biograf¨ªa suya y de Jill Levine nos hace ver una persona de real talento para la conversaci¨®n y la amistad. Sin embargo -m¨¢s nos hace menos-, como muestra su biograf¨ªa, el enorme genio literario de Manuel Puig no descansar¨¢ en paz mientras se puedan conseguir sus libros (comprarlos no es una mala idea) y leerlos con el placer que nos dio en vida.
? Guillermo Cabrera Infante 2002.
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