Delirios de cristiandad
EL PAPA DIO LA SE?AL y algunos corrieron detr¨¢s: los conservadores europeos -los del PP y Pujol, entre ellos- y alg¨²n izquierdoso italiano quieren que la futura Constituci¨®n europea contenga una referencia a la tradici¨®n cristiana. Es decir, quieren volver a meter a Dios en los negocios de los hombres. Si, como algunos sustentan, el resurgir de los fundamentalismos tiene que ver con la crisis de acceso a la modernidad en determinados pa¨ªses, se podr¨ªa argumentar que tambi¨¦n los dirigentes europeos sienten v¨¦rtigo ante el ritmo acelerado del cambio, que se lleva por delante barreras y fronteras, y buscan refugio en los valores eternos. Si la sociedad no existe, porque s¨®lo existen los individuos, como han aprendido de Margaret Thatcher tantos conservadores, la apelaci¨®n a lo trascendental se convierte en el inefable principio unificador que lo legitima todo. Se destruye la sociedad real y se propone una autoridad abstracta superior, sin apelaci¨®n posible, como fundamento del capricho del que gobierna. Era previsible: la llamada transici¨®n liberal va camino de acabar en descafeinada contrarreforma.
Aunque todav¨ªa hay cinco Estados en la Uni¨®n que tienen a Dios metido en su Constituci¨®n, la modernidad europea est¨¢ construida sobre el laicismo, y, como ha dicho Olivier Roy, es desde esta perspectiva -y no en nombre del cristianismo- que interpelamos a las dem¨¢s religiones -empezando por la musulmana- para pedirles que acepten las reglas del juego democr¨¢tico. Nuestros conservadores quieren dar un paso hacia atr¨¢s y hablar de religi¨®n a religi¨®n: de la nuestra, la que debe figurar en la Constituci¨®n, a las otras. En tiempos en que Aznar, Blair y Berlusconi juran por EE UU y Bush su profeta, ?se est¨¢ produciendo un mimetismo de la sociedad norteamericana, en que Dios est¨¢ en todas partes, aunque con las m¨¢s diversas caras, y su palabra es tomada en vano haciendo de cualquier discurso un serm¨®n? A veces parece que en vez de construir Europa se quiera crear un mal suced¨¢neo de EE UU.
Si lo que se quiere es que la Constituci¨®n europea deje constancia de las tradiciones que nos han llevado hasta aqu¨ª, no basta con la referencia al cristianismo, ?por qu¨¦ no hablar tambi¨¦n de las tradiciones paganas de Grecia y Roma que son el fundamento de nuestro universo cultural e institucional? ?Por qu¨¦ no hacer referencia a la Ilustraci¨®n que configur¨® nuestra modernidad? Las Constituciones no son ejercicios de memoria ni siquiera declaraciones de principios. Son instrumentos que fijan temporalmente las reglas del juego. Convertirlas en fin, hacer de ellas un marco trascendental es democr¨¢ticamente equ¨ªvoco.
Precisamente contra la idea religiosa de la pol¨ªtica -que sit¨²a al poder humano como delegaci¨®n divina- se ha construido la modernidad europea. Si la fuerza de Europa ha sido aceptar la pregunta sobre el porqu¨¦ de las cosas y convertirla en modo de hacer y actuar, ?vamos a cancelar este principio de cuestionamiento permanente colocando a Dios como ¨²ltima respuesta? Europa se hizo con elementos de la tradici¨®n cristiana, pero tambi¨¦n en contra de determinadas exigencias del cristianismo y sus instituciones. Muchas ramas cristianas no han aceptado hoy todav¨ªa los valores del individualismo moderno. Vemos c¨®mo algunas confesiones se niegan todav¨ªa a aceptar que sea la decisi¨®n personal la que rija el divorcio, la forma de vida familiar, el aborto, y tantas otras cuestiones en materia de libertad y costumbres. ?Es lo que quieren recolocar en el frontispicio constitucional europeo? Convertidos a liberales por orden superior, algunos conservadores sufren p¨¢nico al vac¨ªo doctrinal y corren a cubrir la Constituci¨®n de morado como las im¨¢genes en Viernes Santo.
En el fondo, lo que estos neoconservadores quieren es guardarse la ¨²ltima palabra, apelando al fundamento divino como ¨²ltima instancia de legitimidad. La ¨²ltima palabra, como se sabe, es la que da la soberan¨ªa. Y cuanta mayor confusi¨®n se cree sobre ella m¨¢s arbitrariamente se podr¨¢ gobernar. Estos delirios de cristiandad s¨®lo pueden ser factor de fractura. Hacen rememorar pasados felizmente superados -y que los espa?oles tenemos muy pr¨®ximos- y quieren negar la tradici¨®n laica sobre la que Europa ha construido el m¨¢s grande ideal humano jam¨¢s contado: la emancipaci¨®n de los hombres, es decir, que cada cual sea capaz de pensar y decidir por s¨ª mismo. Si se quiere conseguir un m¨ªnimo espacio de convivencia com¨²n no desenfundemos las creencias -con Dios (religiones) o sin Dios (ideolog¨ªas)- antes de comenzar el partido, es decir, al definir unas reglas en las que quepamos todos.
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