Defensa de lo peque?o
La historia de Shuji Nakamura merecer¨ªa ocupar lugar destacado en un futuro Manual del Innovador. Como un quijote moderno de la tecnolog¨ªa, pr¨¢cticamente solo y con poco m¨¢s que su visi¨®n, tes¨®n y originalidad, ha logrado lo que las grandes empresas y los grandes programas nacionales no han podido: un l¨¢ser s¨®lido comercial de luz azul.
Ya desde la invenci¨®n del l¨¢ser de semiconductores en 1962, pero sobre todo a partir de los a?os ochenta, el inter¨¦s por encontrar una fuente de luz azul ha sido enorme. Por un lado, para algunas aplicaciones se necesita producir luz blanca muy intensa en dimensiones muy peque?as, lo que puede conseguirse combinando por ejemplo un haz de color azul con otro amarillo. Por otro, un l¨¢ser azul permite grabar y leer informaci¨®n en un disco compacto con una densidad unas cinco veces mayor que con la luz roja de los discos actuales. Durante varios a?os, grandes proyectos p¨²blicos de Estados Unidos, Europa y Jap¨®n, y empresas como Philips, 3M y Hitachi, se centraron en un compuesto de zinc y selenio como material base para un l¨¢ser azul. Se lleg¨® incluso a fabricar alguno de estos dispositivos, pero los defectos del material hac¨ªan que la emisi¨®n de luz cesara al cabo de unos pocos minutos.
A menudo los avances proceden del ingenio de grupos de investigaci¨®n peque?os
Los l¨ªderes del PM6 deber¨ªan tener presente el caso Nakamura y su l¨¢ser azul
Por entonces, Nakamura, un desconocido cient¨ªfico sin doctorado y sin apenas publicaciones en revistas especializadas, trabajaba en un material diferente, el nitruro de galio. Nakamura era uno de los cuatro miembros del departamento de investigaci¨®n y desarrollo de una peque?a compa?¨ªa japonesa, Nichia Chemical Industries, que fabricaba sobre todo f¨®sforos para aplicaciones ¨®pticas. Durante casi 10 a?os, Nakamura hab¨ªa seguido las ¨®rdenes de sus jefes, preparando materiales convencionales e incluso buscando compradores para sus productos. Pero en 1988, cansado de andar un camino ya trillado por compa?¨ªas del tama?o de Panasonic o Toshiba, pidi¨® que le dejaran explorar sus ideas para encontrar un emisor pr¨¢ctico de luz azul. Siete a?os despu¨¦s, Nakamura mostraba el primer ejemplo de una nueva familia de l¨¢ser azules basada en nitruro de galio, y en 1999 ya estaban en el mercado. Recientemente, un consorcio japon¨¦s ha decidido usar estos dispositivos en la pr¨®xima generaci¨®n de videodiscos digitales. Mientras tanto, en Estados Unidos y en Europa contin¨²an los antiguos grandes programas nacionales, ahora centrados en el material que Nakamura sac¨® a escena.
Rebelde y ambicioso para unos e innovador para otros, Nakamura termin¨® chocando con el sistema japon¨¦s (con el que a¨²n litiga sus derechos sobre las patentes de Nichia) y desde hace tres a?os es director del Centro de Iluminaci¨®n por Estado S¨®lido de la Universidad de California en Santa B¨¢rbara. Tras preguntarle hace poco por qu¨¦ empez¨® a trabajar en el nitruro de galio cuando todo el mundo estaba centrado en el seleniuro de zinc, ¨¦l respondi¨®: "Precisamente por eso, porque todos trabajaban ya en este material. Pens¨¦ que era imposible competir con las grandes compa?¨ªas". Aunque la sabidur¨ªa colectiva iba en otra direcci¨®n y las probabilidades de ¨¦xito eran muy bajas, Nakamura sigui¨® su intuici¨®n y alcanz¨® su sue?o.
Nadie duda de que hay ¨¢reas de la ciencia que por su naturaleza exigen esfuerzos y coordinaci¨®n ingentes. ?C¨®mo, si no, se habr¨ªa conseguido descodificar el genoma humano o crear ¨¢tomos de antimateria? O, ?c¨®mo se habr¨ªan logrado los avances en astronom¨ªa de los ¨²ltimos a?os si no hubiera sido por las nuevas generaciones de grandes observatorios? Sin embargo, basta repasar la lista de los premios Nobel de los ¨²ltimos 20 a?os para convencerse de que en las ¨¢reas con mayor valor econ¨®mico y social, a menudo los avances con impacto duradero proceden no de grandes operaciones sino del ingenio de grupos de investigaci¨®n peque?os.
La Uni¨®n Europea ha entendido finalmente que es esencial una infraestructura adecuada para la gran ciencia, y por ello, con buen sentido, el Sexto Programa Marco (PM6), que oficialmente empez¨® a rodar la pasada semana, dedica una partida importante a instalaciones de uso internacional. Pero en el Programa Marco todo parece hacerse en plan grande, ya sea el chupinazo inicial en Bruselas con una conferencia por todo lo alto, o los nuevos mecanismos para distribuir el dinero entre los cient¨ªficos, los llamados proyectos integrados y redes de excelencia. Los primeros est¨¢n pensados sobre todo para colaboraciones entre la industria y la universidad, cada proyecto con participaci¨®n de m¨¢s de 10 grupos y con un presupuesto de varias decenas de millones de euros. En cuanto a las redes de excelencia, se espera que algunas de ellas lleguen a involucrar m¨¢s de 500 cient¨ªficos.
Es cuando menos dudoso que esta filosof¨ªa de lo grande, diametralmente opuesta a la de anteriores programas marco, consiga el objetivo de una mayor innovaci¨®n y competitividad tecnol¨®gica europea. Colaboraciones tan monstruosas como las que contempla el PM6 exigir¨¢n unos esfuerzos tit¨¢nicos de coordinaci¨®n, y trasladar¨¢n la carga administrativa de los bur¨®cratas a los cient¨ªficos, que se ver¨¢n obligados a pasar m¨¢s tiempo en el despacho o en el avi¨®n que en el laboratorio, desperdiciando as¨ª parte de sus mejores talentos.
Adem¨¢s, en la pr¨¢ctica esos megaproyectos favorecer¨¢n desproporcionalmente a los grupos mejor establecidos y a las ideas m¨¢s convencionales y menos arriesgadas, mientras grupos con menos contactos internacionales o proyectos que no sean parte de las ¨¢reas prioritarias quedar¨¢n fuera de juego. Estos presagios no auguran el mejor ambiente para fomentar la creatividad cient¨ªfica y el esp¨ªritu emprendedor la verdadera clave de un desarrollo econ¨®mico basado en la tecnolog¨ªa.
Los l¨ªderes del PM6 deber¨ªan tener presente el caso Nakamura y su l¨¢ser azul, aunque desde luego ¨¦ste no es ¨²nico. Historias parecidas podr¨ªan contarse de los nuevos sensores de informaci¨®n en discos magn¨¦ticos, de los microscopios de efecto t¨²nel, o del descubrimiento de superconductividad a altas temperaturas, por mencionar s¨®lo ejemplos recientes, todos ellos iniciados en Europa. Ninguno de estos avances ha surgido de un gran proyecto para atacar un problema concreto con suficiente masa cr¨ªtica ni como consecuencia de un programa supranacional dise?ado para aumentar la competitividad.
Tampoco ha hecho falta un proyecto fara¨®nico para empezar a hacer mella en el imperio de Microsoft y su omnipresente sistema operativo Windows. Poco a poco, el sistema Linux, creado por un s¨®lo investigador finland¨¦s, va socavando el edificio de Bill Gates, y nuestra Extremadura, una regi¨®n no especialmente conocida en Europa por su tecnolog¨ªa, puede jugar un papel importante en la alternativa Linux. Era reconfortante (y, para un espa?ol, enorgullecedor) leer en la primera p¨¢gina de The Washington Post de hace tres domingos que Extremadura hab¨ªa lanzado una campa?a para liberarse de la tiran¨ªa de Microsoft. Con un presupuesto muy modesto, el Gobierno auton¨®mico est¨¢ convirtiendo todos los ordenadores de la regi¨®n al sistema Linux y est¨¢ desarrollando programas basados en ¨¦l para uso en contabilidad, historias cl¨ªnicas y estad¨ªsticas de cosechas, para luego distribuirlos gratis a los extreme?os. La Comisi¨®n Econ¨®mica de la Uni¨®n Europea est¨¢ siguiendo de cerca y promocionando este ejemplo, que ha llamado la atenci¨®n hasta del Gobierno de Nueva Zelanda.
A la postre, las revoluciones cient¨ªficas y t¨¦cnicas suelen ser fruto de la imaginaci¨®n de unos pocos visionarios buscando caminos nuevos, no de colaboraciones multitudinarias en temas a todos familiares.
Emilio M¨¦ndez es catedr¨¢tico de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.