Las obras completas del Che y otros cuentos
Por razones que no vienen al caso, durante los ¨²ltimos 12 meses he viajado con cierta regularidad a M¨²nich, la ciudad m¨¢s italiana de Alemania. He soportado all¨ª temperaturas alpinas, de 18 grados bajo cero, y he disfrutado de sus frondosos parques en verano; he recorrido sus calles en bicicleta y he visto jugar al Bayern en el estadio ol¨ªmpico; he bebido cerveza y cerveza en el Oktoberfest y me he ba?ado en el Starnbergersee que evoc¨® T. S. Eliot en su Tierra gastada. Los viajes con Iberia tambi¨¦n tuvieron su historia: he sobrevolado los Alpes nevados, visibles tras la ventanilla como una perfecta maqueta ferroviaria; he coincidido en el avi¨®n con Juan Mars¨¦, que iba a M¨²nich para presentar en el Instituto Cervantes la traducci¨®n alemana de Rabos de lagartija; he sentido la soledad de cruzar el espacio nocturno en un avi¨®n vac¨ªo (siete pasajeros so?olientos, un lunes por la noche, en una aeronave de 200 plazas).
"En La Botica de M¨²nich, una de las mejores librer¨ªas hispanas, se pierde el sentido del tiempo y la realidad"
Sin embargo, para combatir esos momentos de abandono a¨¦reo, tambi¨¦n la ciudad b¨¢vara me proporcion¨® siempre una soluci¨®n, esto es, un buen libro. Porque resulta que en M¨²nich se encuentra una de las mejores librer¨ªas hispanas que se conocen: La Botica. Situada en el n¨²mero 11 de la Konradstrasse, cerca de la universidad, en pleno barrio de Schwabing -una de las zonas de moda-, no es f¨¢cil dar con La Botica porque se halla envuelta en un aire semiclandestino. Para acceder a ella se abre una puerta diminuta, se bajan unos escalones estrechos y se ingresa en un s¨®tano laber¨ªntico, con habitaciones forradas de libros y m¨¢s libros. La he visitado ya en unas cuantas ocasiones, y cada vez que me adentro en sus dominios me parece descubrir una nueva sala que anteriormente no exist¨ªa. Adem¨¢s, como no suele estar abarrotada, uno puede pasar largo rato hojeando vol¨²menes en una de las estancias sin que nadie lo interrumpa o moleste.
La Botica se inaugur¨® hace poco m¨¢s de una d¨¦cada y abastece sobre todo a los estudiantes de espa?ol que se encuentran en M¨²nich, la mayor¨ªa de ellos vinculados al Instituto Cervantes. Los libros de texto, v¨ªdeos, diccionarios y materiales ling¨¹¨ªsticos, pues, ocupan un lugar central junto a las ¨²ltimas novedades aparecidas en el mercado hispano, pero para el lector com¨²n el principal atractivo es otro: en sus estanter¨ªas m¨¢s rec¨®nditas reposan primeras ediciones raras de muchos autores actuales, un fondo de vol¨²menes llegado a?os atr¨¢s que parece atrincherarse para resistir al comprador. No, no hay melancol¨ªa en esos lomos polvorientos, al contrario. All¨ª vi, en mi ¨²ltima razia, En el estado, de Juan Benet (Alfaguara); La isla, de Juan Goytisolo (Seix Barral); Moralidades, de Jaime Gil de Biedma (Taifa), y El anarquista coronado de adelfas, de Manuel Vicent (Destino), por citar s¨®lo algunos nombres. Como Mars¨¦ visitaba la ciudad, alguien hab¨ªa arrancado de los anaqueles toda su producci¨®n y la hab¨ªa expuesto; tras luchar un rato, consegu¨ª llevarme Esta cara de la luna, su rara segunda novela, reeditada tan s¨®lo en 1982.
La otra gran virtud de La Botica es que admite libros de ambos mundos. As¨ª, al lado de las ediciones espa?olas, una de sus cuevas alberga los libros llegados de Suram¨¦rica, ordenados por pa¨ªses. En este punto, las sorpresas y emociones del lector son may¨²sculas y los cl¨¢sicos como Borges, Paz, Cabrera Infante y Garc¨ªa M¨¢rquez se dan la mano con autores que nunca llegaron a Espa?a. Uno encuentra por Guatemala los libros de Monterroso, en su vieja edici¨®n de Seix Barral; un poco m¨¢s all¨¢, en Argentina, nos espera la larga producci¨®n breve de C¨¦sar Aira, las ediciones transatl¨¢nticas de Roberto Arlt, los relatos porte?os de Bernardo Kord¨®n -todo un lujo ignorado-. En M¨¦xico est¨¢n las obras (conocidas o por conocer) de Juan Villoro -entre ellas La alcoba dormida y Palmeras de la brisa r¨¢pida. Un viaje a Yucat¨¢n-, de Jorge Volpi, como su ensayo La imaginaci¨®n y el poder, y de Octavio Paz. Lugar aparte en la librer¨ªa merecen las obras completas de Ernesto Che Guevara, casi un santuario.
En los confines de La Botica se pierden el sentido del tiempo y de la realidad. Durante mi ¨²ltima visita, un joven t¨ªmido, con acento mexicano, pregunt¨® al librero si ya le hab¨ªa llegado la segunda parte de El capital, de "Carlos Marx". "Es que ya le¨ª la primera y me gustar¨ªa continuar", se excus¨®. El propietario le emplaz¨® a volver al cabo de una semana. El mapa literario de la librer¨ªa es tambi¨¦n un mapa sociopol¨ªtico: pa¨ªses como El Salvador, Costa Rica, Bolivia y la Rep¨²blica Dominicana apenas contribuyen con una docena de autores publicados, y al mismo tiempo el recorrido se ordena en un rosario de memorias de exiliados y biograf¨ªas prohibidas de dictadores.
Me gusta pensar que todos estos ejemplares sobrevivir¨¢n eternamente en la librer¨ªa, como si una vez vendidos pudieran reproducirse de nuevo. Tengo esa ilusi¨®n porque hace unos meses me llev¨¦ Urubuquaqu¨¢, los relatos de Jo?o Guimar?es Rosa, para regal¨¢rselo a un amigo, y cuando volv¨ª un mes m¨¢s tarde estaba de nuevo en la librer¨ªa, instalado como si nada. Ese mismo d¨ªa compr¨¦ Pal¨ªndroma, de Juan Jos¨¦ Arreola, y no tengo ninguna duda de que ahora est¨¢ de nuevo all¨ª. Se aceptan, pues, encargos para la librer¨ªa intemporal.
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