Dumas en el Pante¨®n
El martes 26 de noviembre, a las seis de la ma?ana, en el cementerio de Villers-Citter¨ºts, una peque?a localidad de la regi¨®n francesa de Asine, era exhumado el cuerpo de Alexandre Dumas del pante¨®n familiar en el que reposaba junto a sus padres desde 1872. El viernes 29, el cuerpo fue trasladado a Port-Marly (Yvelines), pernoctando en el castillo de Monte-Cristo, que el escritor hizo construir en la ¨¦poca de sus grandes ¨¦xitos novelescos y donde habit¨® desde 1847 hasta que se vio forzado a venderlo acosado por las deudas (hoy, dignamente remozado, el castillo alberga la Sociedad de Amigos de Alexandre Dumas). Ayer, s¨¢bado 30, el cuerpo viaj¨® con gran pompa por el Sena hacia Par¨ªs. Fue desembarcado a la altura del puente Saint-Michel y, tras recorrer el bulevar del mismo nombre y la calle de Soufflot escoltado por la Guardia republicana, fue recibido por el presidente Chirac en la escalinata de la antigua iglesia de Sainte-Genevi¨¨ve, convertida desde 1791 en Pante¨®n de la Rep¨²blica francesa, donde a partir de ayer yacen los restos del autor de Los tres mosqueteros.
Dumas en el Pante¨®n. La cosa tiene gracia. Hojeando la enciclopedia Universalis (edici¨®n de 1985), me encuentro con que el art¨ªculo dedicado a Alexandre Dumas ocupa tan s¨®lo un par de columnas, tres menos que el dedicado a la escritora Marguerite Duras. El art¨ªculo en cuesti¨®n lo firma Dominique Fern¨¢ndez y no puede decirse que sea un art¨ªculo demasiado elogioso. Fern¨¢ndez saca a relucir sus obras bastardas, la desverg¨¹enza con que Dumas explotaba a sus innumerables colaboradores, negros (otro tanto hizo Rafael Conte en su art¨ªculo El plagio al Pante¨®n, publicado el pasado agosto en este peri¨®dico), para acabar tach¨¢ndole de escritor antiintelectual, lo cual, al parecer, es una cosa muy fea. Pero ley¨¦ndolo m¨¢s detenidamente uno se percata de que, pese a todo ello, Fern¨¢ndez siente una cierta debilidad por el autor de El conde de Montecristo, y de manera especial por La San Felice, su novela napolitana. Seg¨²n Fern¨¢ndez, "vivimos una ¨¦poca que ha hecho de la literatura una religi¨®n y desprecia los libros que se tragan sin esfuerzo, una ¨¦poca en que forzosamente se convierte en sospechoso a un escritor como Dumas". "Aunque", a?ade, "el cambio que se vislumbra hacia una cultura popular podr¨ªa jugar a favor de Dumas".
?Dumas en el Pante¨®n aupado por los jerifaltes de la cultura popular (o, lo que viene a ser lo mismo, por los magnates de la industria cultural), frente a los partidario de la aut¨¦ntica literatura convertida en religi¨®n? Vayan ustedes a saber.
Por lo que a m¨ª respecta, esa inesperada panteonizaci¨®n de Dumas se me antoja uno de esos tinglados a los que son tan aficionados los franceses, y m¨¢s en tiempos de vacas flacas, es decir, cuando su cultura y, m¨¢s concretamente, su literatura han perdido gran parte del prestigio y del inter¨¦s que suscitaban en otros tiempos. Personalmente, me resulta harto desagradable esa exhumaci¨®n del cad¨¢ver de un hombre que quiso que se le enterrase ah¨ª, junto a sus padres, en el cementerio del pueblo que le vio nacer hace ahora cien a?os. Pero, en fin, qu¨¦ le vamos a hacer. Todo sea por la grandeur.
No estuve ayer en Par¨ªs, acompa?ando el cuerpo de Dumas camino del Pante¨®n, como me hubiese gustado. Acompa?¨¢ndole mezclado con sus innumerables lectores y los 37.267 personajes de muy diversa cuna y condici¨®n que aparecen en los 646 t¨ªtulos de sus obras completas. Empezando por los c¨¦lebres mosqueteros, los cuales habitan el barrio, ese mismo barrio que bordea el jard¨ªn de Luxemburgo de mi infancia y en el que ahora reposa, espero que definitivamente, el gran Alexandre Dumas.
P. S. Estoy disfrutando con la lectura de El mal de Montano (Premio Herralde), la ¨²ltima novela de Enrique Vila-Matas (Anagrama, 316 p¨¢ginas, 16 euros). En la p¨¢gina 113, Montano / Vila-Matas aterriza en Nantes y, despu¨¦s de tomarse siete vodkas con unos amigos en el bar del hotel La Perouse, se va a dar un garbeo por el Quai de la Foie. Montano / Vila-Matas confunde el inexistente Quai de la Fosse (h¨ªgado) con el Quai de la Foie, lo cual, despu¨¦s de siete vodkas, no tiene nada de extra?o. Antes, en la p¨¢gina 57, en un bar de Valpara¨ªso, se encuentra con un caballero elegantemente vestido que se le presenta de esa guisa: "Yo fui franc¨¦s y soy Charles Baudelaire muerto". Ojal¨¢ pudiese yo encontrarme alg¨²n d¨ªa en un bar a Dumas con sus mosqueteros, como mi afortunado primo Enrique.
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