Noticia de un pobre diablo
?Qui¨¦n se acuerda de Jos¨¦ Padilla? Supongo que nadie. Yo mismo hab¨ªa olvidado este nombre hasta que azarosamente, con motivo de un traslado, he encontrado una carpeta con p¨¢ginas de peri¨®dico recortadas hace seis meses. En ellas se informaba espectacularmente del caso Jos¨¦ Padilla. Tambi¨¦n hab¨ªa convocado mi atenci¨®n tanto por la gravedad de los hechos como por la curiosidad de saber hacia d¨®nde conducir¨ªan. Recort¨¦ las p¨¢ginas del peri¨®dico -otras veces lo hab¨ªa hecho-, aunque sin ser aficionado a hacerlo, porque quer¨ªa observar la continuidad de una noticia de tal calibre. Durante unas semanas estuve atento a las informaciones sobre Jos¨¦ Padilla. Luego, como los mismos peri¨®dicos, me olvid¨¦.
En los recortes de la carpeta hay una fotograf¨ªa de Padilla. No s¨¦ si corresponde a su ficha policial, pero da la impresi¨®n de que as¨ª es. Los hombres de todas las condiciones quedan igualados siempre por la ficha policial: ojos simult¨¢neamente duros y huidizos, rictus inquietante. Resultan sospechosos e incluso es dif¨ªcil dudar de su culpabilidad. Padilla era uno de esos hombres y as¨ª se hab¨ªa asomado al mundo el 10 de junio de 2002, cuando el Gobierno de Estados Unidos hab¨ªa anunciado su detenci¨®n.
El peri¨®dico al que le mutil¨¦ una hoja recog¨ªa la noticia del arresto y la fotograf¨ªa del arrestado. Naturalmente, parec¨ªa peligroso, aunque m¨¢s para un delito callejero que para el sofisticado crimen que solemnemente se le atribu¨ªa. Pero era imposible vacilar ante la gravedad del peligro anunciado y el rango de sus portavoces. John Ashcroft, el fiscal general, hab¨ªa interrumpido una visita oficial a Rusia para anunciar desde Mosc¨², por televisi¨®n y en directo, que hab¨ªa sido detenido un individuo que preparaba un atentado de enorme envergadura: Paul Wolfowitz, el subsecretario de Defensa, se extend¨ªa en lo descomunal del plan terrorista; George Bush, el presidente, ve¨ªa en el detenido "una amenaza para el pa¨ªs" y lo declaraba "combatiente enemigo".
No obstante, este mismo peri¨®dico del 11 de junio indicaba a los lectores espa?oles que Jos¨¦ Padilla era de nacionalidad norteamericana. Es cierto que era todo cuanto el detenido ten¨ªa a su favor. Lo dem¨¢s era tan sospechoso como su foto: nacido en Brooklyn de origen portorrique?o, se hab¨ªa convertido al islam con el nombre de Abdul¨¢ al-Mujahir. Y lo peor de todo es que, en lugar de ser un delincuente de banda callejera, era nada menos que un delincuente nuclear.
Pues ¨¦sta era la sensacional acusaci¨®n, aunque luego los detalles introdujeron al lector en un galimat¨ªas kafkiano. Padilla estaba preparado para detonar una bomba sucia en una gran ciudad, probablemente Washington. Luego resultaba que la bomba sucia, descrita como un explosivo convencional rodeado de materiales radiactivos, no "hab¨ªa llegado a existir". M¨¢s adelante quedaba claro que el terrorista nunca hab¨ªa dispuesto de los materiales necesarios (el cesio-137 o el cobalto-60) para construir aquella bomba y, por ¨²ltimo, que el plan hab¨ªa sido abortado con tanta celeridad que no se sab¨ªa apenas nada del hipot¨¦tico artefacto. Como no hab¨ªa m¨¢s que contar acerca de la delincuencia nuclear de Padilla, el peri¨®dico completaba la informaci¨®n aludiendo a su m¨¢s que esperable delincuencia com¨²n: fue miembro de una pandilla de adolescentes, hab¨ªa sido internado en c¨¢rceles de Illinois y Florida, condenado finalmente por delito de poca monta.
Pese a esa humildad, Padilla ya era siniestramente famoso en el mundo entero. Me acuerdo bien que en aquella tarde de junio los bien surtidos quioscos de la Rambla en Barcelona as¨ª lo atestiguaban con la foto del apocal¨ªptico criminal presidiendo portadas de peri¨®dicos de todo el mundo. Como puede suponerse, las televisiones se encargaban de que la onda expansiva fuera incomparablemente mayor.
El d¨ªa 12 de junio, Jos¨¦ Padilla era todav¨ªa muy importante. En mi hoja recortada de peri¨®dico de ese d¨ªa se dec¨ªa que el FBI ten¨ªa la convicci¨®n de que no era un "pobre diablo", como pod¨ªa pensarse por su biograf¨ªa, y seg¨²n insinuaban unas escasas voces, sino el centro de una telara?a terrorista a gran escala. El fiscal Ashcroft estaba convencido de su extrema peligrosidad y un presidente Bush euf¨®rico se congratulaba de que "una gran caza del hombre estuviera en marcha" porque "este tipo, Padilla, era un mal tipo, que estaba donde deb¨ªa estar". El lector era informado, en efecto, de d¨®nde estaba: en una base militar de Charleston, Carolina del Sur, aislado y sin contacto con abogado alguno. Desde la India, comentando la gravedad del asunto, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, afirmaba que tal vez Padilla no ser¨ªa juzgado nunca y que pod¨ªa permanecer detenido "durante toda la guerra".
Era dif¨ªcil saber a qu¨¦ guerra se refer¨ªa en concreto Rumsfeld. Como quiera que fuera, seg¨²n mi hoja recortada de aquel d¨ªa, el 13 de junio, Jos¨¦ Padilla hab¨ªa quedado envuelto en una guerra global con armas qu¨ªmicas, biol¨®gicas y nucleares. Pero perd¨ªa protagonismo, puesto que las referencias a ¨¦l eran menores que en los d¨ªas anteriores. Hab¨ªa, sin embargo, algunos indicios favorables a su persona. El peri¨®dico publicaba una foto en la que se ve¨ªa un cartel colocado en el domicilio de la madre: "Dejen a esta familia en paz"; una abogada de oficio reclamaba la atenci¨®n sobre la inconstitucionalidad de la detenci¨®n; un breve informe denunciaba el vac¨ªo legal en el que se encontraba el "combatiente enemigo" Padilla. Como contrapeso, el fiscal Ashcroft alud¨ªa a las redes terroristas que giraban en torno al arrestado.
De pronto, sin embargo, el 14 de junio el despliegue informativo se reforzaba considerablemente, de modo que Padilla, seg¨²n "ciertas fuentes", quedaba relacionado con una brigada norteamericana dentro de Al Qaeda. El "pobre diablo" hab¨ªa viajado a Pakist¨¢n, Afganist¨¢n, Egipto y Suiza. Su destino aparec¨ªa unido al del talib¨¢n norteamericano John Walker, a la revuelta de la c¨¢rcel afgana de Qala-i-Jhangi y a las guerrillas de varios pa¨ªses. Pese a esa obvia peligrosidad, Donald Rumsfeld declaraba misteriosamente: "No tenemos inter¨¦s en juzgar a Padilla; lo que nos interesa es averiguar lo que sabe".
?Se insinuaba en esas palabras que, despu¨¦s de todo, el "pobre diablo" era en realidad s¨®lo eso, un pobre diablo? ?Tal vez palidec¨ªa ya la estrella criminal de Padilla? El 15 de junio no hubo rastros de su nombre en el peri¨®dico. El 16, s¨ª; seg¨²n mis recortes, aunque camuflados entre los delirios de John Ashcroft, quien, tras haber anunciado, a ra¨ªz de la detenci¨®n de Padilla, que "se hab¨ªa desmantelado una conspiraci¨®n terrorista para atacar a Estados Unidos", ahora proclamaba fantasmag¨®ricamente que "ej¨¦rcitos de enemigos conspiraron en la sombra".
El "pobre diablo" hab¨ªa llegado a incorporarse en una escenograf¨ªa digna de Shakespeare. Pero era el canto del cisne. El 17 de junio. Padilla s¨®lo merec¨ªa una escu¨¢lida menci¨®n, y los tres d¨ªas siguientes, ninguna. El d¨ªa 21 de junio se informaba, como noticia marginal, que Padilla comparecer¨ªa ante el juez. Tras varios d¨ªas de ausencia reaparec¨ªa fugazmente en el interior de una de esas noticias-jungla en las que todo parece oscuramente revuelto: bombas sucias, espionaje, ingenieros rusos, rebeldes chechenos, servicios de informaci¨®n y Jos¨¦ Padilla.
No hubo m¨¢s noticias o, al menos, no tengo m¨¢s recortes. Al principio buscaba ¨¢vidamente e, incluso, examin¨¦ los quioscos de la Rambla para cerciorarme de que tampoco los titulares de la prensa internacional se ocupaban de Padilla. Las televisiones, creo, hab¨ªan dejado de hacerlo antes. Con el paso del tiempo yo hice lo propio. Dej¨¦ de perseguir ese apellido en los renglones del peri¨®dico y, luego, me olvid¨¦ tanto de ¨¦l como de la carpeta con los recortes. Hasta que recientemente la he vuelto a encontrar.
?Qui¨¦n se acuerda de Jos¨¦ Padilla? Quiz¨¢ durante los seis meses transcurridos desde entonces los peri¨®dicos hayan informado sobre ¨¦l, sin yo enterarme; quiz¨¢ no. Con respecto a su posible culpabilidad, que durante unos d¨ªas convirti¨® al "pobre diablo" en un emperador del crimen, es imposible tomar partido simplemente porque la desaparici¨®n de su nombre de los peri¨®dicos le convierte en un ser inexistente, una fugaz aparici¨®n que s¨®lo existi¨® en la medida en que la actualidad le se?al¨® con su dedo.
Hay, obviamente, muchas de estas criaturas espectrales circulando por las pantallas televisivas o las p¨¢ginas de los peri¨®dicos: surgen s¨²bitamente, tienen un breve reinado, por lo general negro y sangriento, y desaparecen, como fulminadas bajo el alud de nuevas noticias. Inactuales, ya no tienen la menor importancia. En realidad nunca la tuvieron como aut¨¦nticos personajes de carne y hueso, sino para algo que en nuestro mundo es mucho m¨¢s imprescindible: para ser usados como s¨ªntomas de un miedo ambiental, como sombras sacrificadas en el degolladero de una ¨¦poca.
De la misma manera que hay un defensor del lector o un defensor del pueblo, tal vez ser¨ªa necesario que existiera un defensor de las sombras, alguien que persiguiera los rastros de lo que fue actual, impidiendo, as¨ª, que el gran engranaje de la actualidad aplaste tranquilamente opiniones y conciencias mediante la imbatible t¨¦cnica de presentar como deslumbradoramente n¨ªtido todo cuanto debe permanecer opaco.
Y a este respecto la historia de Jos¨¦ Padilla es ejemplar -una m¨¢s, sin embargo, de tantas otras historias similares-. Durante unos d¨ªas de primavera Padilla lleg¨® a llamar la atenci¨®n de todo el mundo, precisamente porque los hombres m¨¢s poderosos lo se?alaron como la encarnaci¨®n del m¨¢ximo peligro. Subi¨® al escenario bajo focos cegadores y el miedo del mundo encontr¨® justificaci¨®n en la llegada de este portorrique?o con cara de ficha policial. De s¨²bito, todo qued¨® meridianamente claro. Pero como, en realidad, todo estaba destinado a permanecer insondablemente opaco, Padilla fue bajado del escenario y devuelto al silencio.
Es una historia ejemplar porque podemos sospechar que es la Gran Historia la que se sirve de tantos Padilla. Acaso haya sido siempre as¨ª, s¨®lo que ahora los focos parecen m¨¢s potentes, y las oscuridades, m¨¢s impenetrables. En cuanto al Jos¨¦ Padilla de carne y hueso, al "pobre diablo", es dif¨ªcil decidirse: ?monstruo?, ?espectro?, ?m¨¢rtir? O, quiz¨¢, todo al mismo tiempo.
Rafael Argullol es escritor y fil¨®sofo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.