"Me tuvieron cuatro meses a oscuras"
Maria ?ngels Feliu, la farmac¨¦utica de Olot, relata ante sus secuestradores los horrores de su cautiverio
El hedor del secuestro inund¨® ayer la sala de vistas de la Audiencia de Girona cuando el funcionario judicial abri¨® la bolsa para que Maria ?ngels Feliu reconociera los ropajes mugrientos que visti¨® durante sus 492 d¨ªas de cautiverio. Feliu refer¨ªa los pormenores del manual de supervivencia que le ayud¨® a soportar su encierro: "El tiempo bajo tierra es muy distinto al real", advirti¨® ayer la farmac¨¦utica de Olot en su declaraci¨®n ante el tribunal que juzga a sus secuestradores. "Me han quemado por dentro".
Por si la dram¨¢tica declaraci¨®n de Feliu no diera toda la medida de su sufrimiento, aquella pestilencia insoportable que invadi¨® la sala cuando las ropas del cautiverio salieron de la bolsa tuvo un poder de evocaci¨®n que revolvi¨® de sus asientos a los presentes. Maria ?ngels Feliu inici¨® su testimonio con un acto de valent¨ªa y orgullo. Declar¨® ante sus captores, a pesar de que el tribunal le hab¨ªa concedido testimoniar sin su presencia. Al punto de entrar en la sala les lanz¨® una mirada dura y cortante, uno por uno, como si fuera a abalanzarse sobre ellos.
Quien m¨¢s terror le infund¨ªa era el 'cortadedos': le amenaz¨® con cortarle un dedo cada tres semanas si no pagaban
Se refugiaba en el recuerdo de sus hijos y en las oraciones. "No tuve miedo a morir, sino al sufrimiento"
"No hubiera resistido mucho m¨¢s en el 'zulo': com¨ªa e inmediatamente iba con diarrea. Estaba en las ¨²ltimas"
Hizo suyo lo que dijo el psiquiatra: "Cuando alguien te encierra y te tiene en su poder es como volver al estado fetal"
"?Alto, las llaves del coche!". Estas fueron las palabras que abrieron su secuestro, a las 21.30 del 20 de noviembre de 1992. Las pronunci¨® un encapuchado que la apuntaba con una escopeta de ca?ones recortados en el garaje de su casa de Olot (Girona). Ni se le ocurri¨® resistirse. Se qued¨® helada, casi sin habla. La obligaron a arrodillarse en el suelo de su propio coche mientras le presionaban la sien con el ca?¨®n de la escopeta. "Si te mueves de pego un tiro". Su nariz conserva todav¨ªa la cicatriz de la herida que le produjeron las gafas oprimi¨¦ndole la cara. "Mis hijos, mis hijos...", imploraba. Cre¨ªa que quer¨ªan robarle. Les ofreci¨® la recaudaci¨®n de la farmacia que llevaba en el bolso. Y le respondieron: "?No somos unos chorizos!".
Malos augurios
Maria ?ngels Feliu record¨® ayer el miedo de esas primeras horas, cuando fue introducida en el maletero de varios coches y su cabeza era un hervidero de malos augurios. En la oscuridad del portaequipajes, preludio de la oscuridad que le esperaba en el zulo, Feliu rez¨® sin parar y temi¨® que la lanzaran por un precipicio. Combati¨® el nerviosismo con esas respiraciones aceleradas que se recomiendan a las parturientas. Uno de sus captores la oblig¨® a beber ginebra.
Su largo encierro en el l¨®brego zulo, al que Feliu bautiz¨® con combativa iron¨ªa como "el garito", empez¨® a la 1.30 de la misma noche del secuestro. La oscuridad fue total durante cuatro largos meses. El fiscal insisti¨®: "?Est¨¢ segura de que pas¨® todo este tiempo sin luz?". Feliu contest¨®, inapelable, que hab¨ªa contado todo este tiempo "hora por hora". "La oscuridad me daba la percepci¨®n de estar m¨¢s ancha", lleg¨® a admitir Feliu cuando, el 7 de marzo de 1993, pudo corroborar las ¨ªnfimas y claustrof¨®bicas proporciones de su confinamiento mediante la luz de un mechero. M¨¢s tarde vendr¨ªan algunas velas, una linterna y, en octubre de 1993, la primera luz el¨¦ctrica. Los primeros d¨ªas de encierro no comi¨®, pero recapacit¨® cuando uno de sus secuestradores le dijo: "Si no comes, no ver¨¢s con vida a tus hijos". Se refugiaba en su recuerdo y en las oraciones. "No tuve miedo a morir, sino al sufrimiento", dijo.
Feliu reconstruy¨® ayer con frialdad y sin amago de turbaci¨®n las condiciones infrahumanas de su cautiverio. En ocasiones, ante la enorme crudeza de su relato, recordaba a los presentes, y quiz¨¢ a s¨ª misma: "Ahora soy otra". Rememor¨® el agua que se filtraba por las paredes de su agujero los d¨ªas de lluvia, el charco de 10 cent¨ªmetros que se lleg¨® a formar en el suelo, su particular guerra con los insectos -las ara?as que mataba con el mechero, la invasi¨®n de hormigas, los temidos escorpiones- y con las ratas que o¨ªa.
Feliu hizo gala en su declaraci¨®n de una memoria precisa, capaz de recordar fechas exactas bas¨¢ndose en los aniversarios de sus familiares o en las festividades que o¨ªa en el altavoz que sus secuestradores le hab¨ªa dejado permanentemente conectado a una radio encendida. Ese altavoz que deb¨ªa aislarla del exterior, fue tambi¨¦n su tabla de salvaci¨®n psicol¨®gica.
Feliu cree que resisti¨® las privaciones y humillaciones porque tiene "una cabeza que vuela mucho" y porque I?aki, su carcelero m¨¢s ben¨¦volo, le daba constantes esperanzas de una pronta liberaci¨®n. Tambi¨¦n le ayudaron las revistas de crucigramas y alg¨²n que otro libro o revista. En la recta final tuvo una libreta naranja donde escrib¨ªa sus sentimientos, que le gustar¨ªa recuperar. Ayer, se mostraba convencida de que no hubiera resistido mucho tiempo en el zulo: "Com¨ªa e inmediatamente iba con diarrea. Estaba en las ¨²ltimas".
En su declaraci¨®n de ayer no desminti¨® su dependencia del carcelero I?aki, y aunque le defini¨® como su "relajante" y su "confesor", no cree que fuera por s¨ªndrome de Estocolmo. "?Por favor, no me quiten a I?aki!", rog¨® a sus captores. Hizo suya la definici¨®n de un psiquiatra: "Cuando alguien te encierra y te tiene en su poder es como una vuelta al estado fetal". Feliu repiti¨® ayer la definici¨®n de la Guardia Civil sobre Sebasti¨¤ Comas, alias I?aki: "Era el menos malo entre los malos". Y tuvo palabras de reconocimiento hacia este cuerpo armado: "Soy una persona gracias a la Guardia Civil, ellos me hicieron remontar".
El abuelo, el quemado, el infelizote y ?scar integran la macabra galer¨ªa de personajes que, supuestamente, entablaron contacto con ella. La mayor¨ªa eran creaciones de Ramon Ullastre, el propietario de la casa del zulo, mediante un distorsionador de voz. ?scar le dijo en una ocasi¨®n: "Si te duele la rodilla, te muerdes". Quien m¨¢s terror le infund¨ªa era el cortadedos, que le amenaz¨® con amputarle un dedo con unas tenazas cada tres semanas si su familia no pagaba el rescate. "Pensaba en el dolor, en c¨®mo detendr¨ªa la hemorragia, y controlaba los d¨ªas para contar cu¨¢ntos dedos podr¨ªan cortarme".
Feliu lleg¨® a cortarse el pelo al cero con unas tijeras para evitar llevarlo sucio. "Llega un momento en que no te importa la higiene", reconoci¨®. Su armario ropero era una bolsa de basura con unas cuantas piezas de ropa avejentada. Convirti¨® su manta en un poncho. Hac¨ªa sus necesidades en un cubo que s¨®lo vaciaban cada 24 o 48 horas y dorm¨ªa junto al hedor de sus propias heces.
Foto olvidada
La secuestrada tem¨ªa ver la cara de sus secuestradores. Sab¨ªa que eso pod¨ªa ser fatal. Jam¨¢s lo intent¨®. En una ocasi¨®n encontr¨® una foto en uno de los libros que le dejaron. Asustada, la quem¨® para no dejar rastro. Ni siquiera os¨® arrancarse los trozos de cinta de embalar, que permaneci¨® pegada al rostro y las manos hasta despu¨¦s de un mes y medio.
Maria ?ngels Feliu reiter¨® su convencimiento de que fue I?aki, por su cuenta y riesgo, quien la liber¨® ese inolvidable 27 de marzo de 1994. Tras una hora y media de trayecto, I?aki le dijo: "Ya eres mayorcita y te puedes cuidar sola". Y a?adi¨®: "?Que seas feliz!". Feliu le dese¨® que, si volv¨ªan a encontrarse, fuera "en el cielo". Se sent¨® en la rueda de cami¨®n de un descampado y cont¨® hasta 2.000 antes de acercarse a una gasolinera de Lli?¨¤ de Vall (Barcelona). Su primera sensaci¨®n de libertad fue "el aire fresco en la cara y la luna llena". Casi no pod¨ªa andar y ten¨ªa aspecto de vagabunda. Llevaba un retazo de toalla y papeles de peri¨®dico a modo de compresa.
Cuando la Guardia Civil le cambi¨® su poncho ra¨ªdo por una manta verde se not¨® como desprotegida. Pero se sinti¨® feliz cuando pudo mirarse al espejo por primera vez en 492 d¨ªas y comprobar que no ten¨ªa las canas que tanto tem¨ªa. Sin embargo, nada fue como esperaba. Su suplicio no hab¨ªa acabado. S¨®lo deseaba reunirse con su familia, pero llegaron los largos interrogatorios policiales y las graves secuelas f¨ªsicas y mentales. Hab¨ªa perdido masa muscular, sufr¨ªa graves ataques de angustia y la euforia de volver a casa s¨®lo le dur¨® seis meses. Varias veces se refiri¨® a los a?os que le han quitado, los momentos que no ha podido estar con sus hijos. "Las lesiones irreparables de la familia, esas aqu¨ª no se contemplan", dijo.
Al abandonar la sala de vista, Maria ?ngels Feliu aparec¨ªa sonriente. Como liberada. Mientras ella regresaba de su "vuelta al pasado", tres de los acusados esperaban ansiosos que el tribunal se pronunciara sobre la petici¨®n de prisi¨®n que hab¨ªa formulado la fiscal¨ªa. Los magistrados decidieron finalmente mantenerles la libertad condicional.
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