Memoria del autom¨®vil
Si me dieran uno a escoger entre los coches expuestos en la 19? edici¨®n del Sal¨®n Auto Retro, tendr¨ªa graves problemas. En ¨²ltima instancia, no podr¨ªa decidirme entre el Cadillac 35-5, V-8, de 1934, un espectacular descapotable (134.000 euros); el Rolls Royce Silver Phantom de 1938 (117.000 euros), cincelado a mano por los mejores artesanos, y el Lincoln de dos plazas, un aerodin¨¢mico coup¨¦ con motor V-12, de 1939, en el que podr¨ªa haberse sentado la amante de un g¨¢nster de Chicago, que pese a costar la mitad (65.000 euros) es el que me gusta m¨¢s.
Hasta el domingo hay tiempo para acercarse al Palacio Victoria Eugenia, en Montju?c, y contemplar un espacio de nuestra historia colectiva, el que ocupa el autom¨®vil: el elemento m¨¢s definitorio del pasado siglo XX y uno de los que mejor dibujan nuestra memoria sentimental. No s¨®lo en el reino de los sue?os o los deseos, tambi¨¦n en el de la realidad que va desde el olor dulz¨®n y pegajoso de la tapicer¨ªa que impregnaba nuestra infancia; el rechinar de los dedos de la mano contra el cristal empa?ado por el vaho, refugio de los primeros, e inc¨®modos, escarceos sexuales, o el v¨¦rtigo de la velocidad, la impresi¨®n de libertad que a uno le invade siempre la primera vez que sale a la carretera.
Ahora, todos los coches son iguales. En sus comienzos, cada autom¨®vil era una pieza ¨²nica
Ahora, todos los coches son iguales. Se les distingue por la marca, por el logotipo. Como mucho var¨ªa el dise?o del radiador frontal. El t¨²nel de viento, la aerodin¨¢mica, los nuevos materiales, las tendencias masivas, derivan en productos gen¨¦ricos que s¨®lo se diferencian en la etiqueta. Pero en sus comienzos cada autom¨®vil era una pieza ¨²nica. Los fabricantes los entregaban sin vestir, es decir, s¨®lo proporcionaban el chasis y el motor. El cliente deb¨ªa escoger un carrocero procedente del mismo gremio que constru¨ªa los coches de caballos. Era como ir al sastre. Uno de los mejores fue Maurice Proux, cuyo Hispano Suiza H6B Sedan, de 1928, puede verse en el sal¨®n. S¨®lo se hicieron tres ejemplares, todos diferentes. Ahora casi tampoco quedan sastres a medida.
Se me dir¨¢ que esto de la masificaci¨®n ocurre desde que Henry Ford invent¨® la producci¨®n en cadena, pero no es del todo cierto. No hay m¨¢s que ver los utilitarios que motorizaron las sociedades europeas de la posguerra. Las diferencias en las formas y los estilos eran notables: el Citro?n 2CV no se parec¨ªa en nada al Renault 4-4, ni el Volkswagen al Seat 600. Vistos ahora, restaurados con mimo, son aut¨¦nticas joyas en miniatura, y es la presencia de estos utilitarios y de otros modelos populares junto a los grandes cl¨¢sicos de precios inalcanzables la se?al de que aqu¨ª ya existe una cultura popular del autom¨®vil, de que este objeto de deseo ya no tiene el estigma de ser un juguete de lujo.
Los coleccionistas y amantes de los coches cl¨¢sicos tienden a agruparse por marcas. Hay clubes de casi todas las firmas con tradici¨®n: Mercedes, Alfa Romeo, Aston Martin, Jaguar y sus cong¨¦neres brit¨¢nicos de los a?os cincuenta y sesenta, como los Triumph, MG, Sunbeam y los bell¨ªsimos Austin Healey, as¨ª como de los deportivos americanos de la ¨¦poca dorada, principalmente los Chevrolet Corvette y los Ford Firebird. Vale la pena detenerse ante el Jaguar XJ13, un elegante prototipo dise?ado en secreto por la casa brit¨¢nica entre 1963 y 1967, que nunca lleg¨® a ver la luz.
La marca italiana de la serpiente, cl¨¢sica entre los cl¨¢sicos, es una de las m¨¢s visibles. Est¨¢ ampliamente representada por los sensuales dise?os de Pininfarina y Bertone de los a?os sesenta y setenta, pero sobre todo por una de las grandes estrellas de este sal¨®n: el Alfa Romeo 8C 2300 del ingeniero Vittorio Jano que da la bienvenida a los visitantes en la entrada del recinto. Conocido como Monza, por el doblete conseguido en el Gran Premio de Italia de 1931, esta m¨¢quina maravillosa vuelve as¨ª al circuito de Montju?c, en cuya carrera inaugural, en 1933, consigui¨® tambi¨¦n el primer y segundo puesto con Juan Zanelli y Vasco Sameiro como pilotos.
En t¨¦rminos can¨®nicos, un autom¨®vil cl¨¢sico tiene que ser anterior a 1965, aunque para los deportivos se ampl¨ªa el plazo hasta 1975. La realidad es que algunos modelos se convierten en cl¨¢sicos sin esperar tanto tiempo. Hay coleccionistas de todo tipo, desde los que invierten en grandes piezas hasta quienes restauran el viejo Fiat Barilla que encontraron en el establo de un caser¨®n de pueblo. Por eso, la mejor parte del sal¨®n, la que realmente huele a gasolina y neum¨¢tico quemado, no es donde se alinean las grandes bestias, sino el enorme mercadillo en el que se ofrece todo aquello que pueda servir para restaurar con piezas originales un viejo chasis oxidado -faros, parachoques oxidados, cig¨¹e?ales recuperados de la chatarra, manecillas de ventanilla, tapacubos...- y transformarlo en una escultura m¨®vil m¨¢s brillante de lo que nunca fue en origen, y tambi¨¦n cualquier cosa relacionada con la historia del autom¨®vil: llaveros, tapones de gasolina, r¨¦plicas en miniatura, memorabilia, libros, trofeos...
Y junto a los coches, las motos y la nostalgia de una ¨¦poca en la que en este pa¨ªs se dise?aban y produc¨ªan algunos de los mejores artefactos de dos ruedas. Bultacos de todos los modelos, Montesas, Ossas y las cl¨¢sicas Sanglas monocil¨ªndricas de cuatro tiempos que llevaba la Guardia Civil en tiempos del dictador, ahora objeto de culto en torno al que se han creado clubes de coleccionistas, por no hablar de las Guzzi Hispania, cuyos escasos ejemplares son muy bien valorados. En esta zona es donde mejor se puede ver el antes y el despu¨¦s. Rueda contra rueda, una Guzzi de color rojo brillante contrasta con un pedazo de hierro oxidado que s¨®lo espera el trabajo paciente y cuidadoso del coleccionista que la restaurar¨¢.
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