Los voluntarios se vuelcan con Galicia
10.000 j¨®venes llegados de toda Espa?a arrancan con sus manos el fuel de la costa
La escena se repite constantemente. Un joven aparece solo en las oficinas del Centro de Protecci¨®n Civil de Mux¨ªa (A Coru?a). "?Qu¨¦ quieres?", pregunta la persona encargada del centro. El chico se sorprende y responde: "?Pues qu¨¦ voy a querer, trabajar para ayudarles!". "No puedes", le frena en seco el encargado, "estamos completos hasta la semana que viene".
El joven no da cr¨¦dito a lo que est¨¢ escuchando: "He hecho m¨¢s de 600 kil¨®metros desde Madrid s¨®lo para echarles una mano. Si se trata de un problema de alojamiento, no se preocupen", prosigue, "yo me voy a una pensi¨®n". "El problema no es el techo ni la comida, sino el seguro", contesta de nuevo el responsable. Todo voluntario reclutado por Protecci¨®n Civil debe tener uno. "Necesitamos cubrirnos las espaldas", se justifica el encargado. "Si ma?ana te vas a la playa y te pasa algo, podr¨ªas llevarnos a juicio".
Entre sorprendido e indignado, el frustrado voluntario va en busca de comprensi¨®n y comenta a varias personas lo sucedido. "Bah, no te preocupes", le dice uno de los vecinos del pueblo que trabaja en el comedor p¨²blico improvisado en la lonja de pescado. "Aqu¨ª lo que se necesitan son manos. Ma?ana tendr¨¢s tu equipo e ir¨¢s con los dem¨¢s, seguro", afirma en un tono reconfortante. "Ven, si¨¦ntate", contin¨²a, "?has cenado?", le pregunta.
De los 10.000 voluntarios que han venido desde todos los rincones de Espa?a a trabajar a las costas gallegas aprovechando el puente de la Constituci¨®n, 708 tienen su base de operaciones en Mux¨ªa. Gran parte de los vecinos del pueblo se ha volcado con los reci¨¦n llegados.
La mayor¨ªa son estudiantes. Tres universidades de Madrid, la de Castell¨®n, la de C¨®rdoba y la de Le¨®n han mandado expediciones de ayuda. Desde Zaragoza vienen 20 voluntarios con sus b¨¢rtulos atados al cuello. Seg¨²n su coordinador, Luis Badenas, as¨ª quieren demostrar que Arag¨®n es solidario con los dem¨¢s, "a pesar de estar en contra del Plan Hidrol¨®gico Nacional". Lo demuestra el hecho de que en Zaragoza se han tenido que quedar tres autobuses cargados. El resto de los voluntarios -algo m¨¢s de 100- vienen por libre.
?stos son los datos oficiales proporcionados por Protecci¨®n Civil, que no cuenta a todos los que han llegado sin cita previa ni seguro.
"Yo creo que han venido muchos m¨¢s", asegura Rub¨¦n L¨®pez, quien normalmente trabaja para esa misma instituci¨®n en Getafe (Madrid) y que, junto con miembros de la agrupaci¨®n de Pinto, la de Villalba y la de San Adri¨¤ de Bess¨°s (Barcelona) ha acudido a Mux¨ªa en solidaridad con sus colegas gallegos. El voluntario asegura que la falta de previsi¨®n ha obligado a traer nuevos equipos. "Los acabamos de descargar de un cami¨®n del Ej¨¦rcito".
Desde que llegaron las primeras manchas a Mux¨ªa, y con ellas los primeros voluntarios, muchos vecinos no han hecho otra cosa que preparar bocadillos, cocinas y ayudar en todo lo que pueden con la intendencia del dispositivo improvisado por ellos, sin apenas ayuda de la Administraci¨®n.
Entre ellos est¨¢ ?ngel Castro, marinero de toda la vida, que perdi¨® su trabajo hace tiempo y que hasta la tragedia sobreviv¨ªa vendiendo cupones de la ONCE, actividad que ha dejado de lado para ayudar a los voluntarios.
"La gente no hace otra cosa que decir que la culpa fue de tal o tal otro, cuando lo que hay que hacer es ayudar y callar", afirma, mezclando el gallego y el castellano. "Pong¨¢monos todos a trabajar de una vez. Ya habr¨¢ tiempo despu¨¦s para ver qui¨¦n es el responsable de todo esto".
En la lonja de pescado, un edificio siempre crucial para este pueblo pesquero y que ahora funciona como comedor de voluntarios, Castro habla maravillas de la treintena de soldados enviados por la Brigada Ligera Aerotransportada (con sede en Figueiredo, Pontevedra) que llegaron el mi¨¦rcoles pasado: "Se han puesto a las ¨®rdenes de Protecci¨®n Civil, han tra¨ªdo colchones para todos y nos ayudan a hacer la comida y a repartirla entre los que han venido". "Y lo mejor es que se han integrado perfectamente con la gente del pueblo y con los voluntarios", a?ade, mientras observa a dos soldados que limpian las enormes cacerolas en las que se guis¨® la cena del d¨ªa anterior.
A las nueve de la ma?ana los voluntarios comienzan a llegar a la sede de Protecci¨®n Civil. Tras comprobar que son regulares (asegurados), el personal les proporciona un mono blanco, unas botas de agua, unos guantes de pl¨¢stico, una mascarilla para aguantar los efluvios del fuel y unas gafas protectoras. Para acelerar la operaci¨®n, todo el material se saca a la calle. Los que no figuran en las listas pueden por fin acceder libremente a su equipo para despu¨¦s unirse a los dem¨¢s.
Una vez disfrazados, los que van a las zonas m¨¢s cercanas lo hacen a pie y pertrechados de palas, rastrillos y cubos para depositar el engrudo, que se ha engastado en las rocas de tal forma que parece imposible de arrancar. Los dem¨¢s son conducidos a sus lugares de trabajo en camiones militares. Como capataz, en cada grupo va un miembro de Protecci¨®n Civil.
A las 10.30 las cuadrillas ya trabajan en las playas. Sus miembros, en su mayor¨ªa estudiantes, han pasado del bullicio festivo reinante en el reparto de material al silencio m¨¢s absoluto en cuanto han visto la magnitud del desastre. El fuel del Prestige, que desprende un fuerte olor, no sale de las rocas impregnadas, y las palas y los rastrillos no son los mejores instrumentos para luchar contra ¨¦l. Aun as¨ª, todos se entregan al trabajo con ganas. La marea no perdona y la pleamar llegar¨¢ a las 16.30 para untar de nuevo lo reci¨¦n limpiado. ?sta es una tarea descorazonadora.
Pero no hay que desesperar. Al menos as¨ª lo piensa Mercedes Gallardo, que junto con su marido, Francisco Guerra, y sus dos hijas, de 12 y 20 a?os, se vino a Mux¨ªa el pasado martes desde Alcal¨¢ de Guadaira (Sevilla), alarmada por las im¨¢genes de la televisi¨®n.
"Todo lo que saques del mar ya est¨¢ fuera", dice Mercedes para relativizar el efecto de las mareas. "En realidad, es un trabajo acumulativo".
Mercedes, Francisco y las ni?as son ya una instituci¨®n en el pueblo. La pareja y su hija mayor (Davinia) levantan el fuel con sus propias manos, y Andrea, la peque?a, reparte los equipos entre los voluntarios y les ayuda a vestirse. Los del pueblo, agradecidos, les han prestado una casa y les invitan en los bares.
Francisco hace dos meses que est¨¢ en el paro y algunos lo saben. "Vamos a encontrarte un trabajo aqu¨ª para que te quedes", le dijo el jueves uno de los vecinos en uno de esos gestos que se prodigan en los ¨²ltimos d¨ªas y que, seg¨²n afirma Francisco, le provocan una gran emoci¨®n.
En el bar que regenta Suso, en pleno centro del pueblo, los clientes, que no est¨¢n acostumbrados a vivir en el centro del mundo sino m¨¢s bien en el fin de la tierra, entre gintonic y gintonic, no pueden hablar de otra cosa: "Petroleros", "chapapote", "Aznar no se atreve a venir", "?se hizo bien al alejar el barco de la costa?...". Vueltas y m¨¢s vueltas a una tragedia que parece inacabable.
En cuanto a la labor de los voluntarios, todos parecen tenerlo claro: "La gente va por delante de la Administraci¨®n".
La escena se repite constantemente. Un joven aparece solo en las oficinas del Centro de Protecci¨®n Civil de Mux¨ªa (A Coru?a). "?Qu¨¦ quieres?", pregunta la persona encargada del centro. El chico se sorprende y responde: "?Pues qu¨¦ voy a querer, trabajar para ayudarles!". "No puedes", le frena en seco el encargado, "estamos completos hasta la semana que viene".
El joven no da cr¨¦dito a lo que est¨¢ escuchando: "He hecho m¨¢s de 600 kil¨®metros desde Madrid s¨®lo para echarles una mano. Si se trata de un problema de alojamiento, no se preocupen", prosigue, "yo me voy a una pensi¨®n". "El problema no es el techo ni la comida, sino el seguro", contesta de nuevo el responsable. Todo voluntario reclutado por Protecci¨®n Civil debe tener uno. "Necesitamos cubrirnos las espaldas", se justifica el encargado. "Si ma?ana te vas a la playa y te pasa algo, podr¨ªas llevarnos a juicio".
Entre sorprendido e indignado, el frustrado voluntario va en busca de comprensi¨®n y comenta a varias personas lo sucedido. "Bah, no te preocupes", le dice uno de los vecinos del pueblo que trabaja en el comedor p¨²blico improvisado en la lonja de pescado. "Aqu¨ª lo que se necesitan son manos. Ma?ana tendr¨¢s tu equipo e ir¨¢s con los dem¨¢s, seguro", afirma en un tono reconfortante. "Ven, si¨¦ntate", contin¨²a, "?has cenado?", le pregunta.
De los 10.000 voluntarios que han venido desde todos los rincones de Espa?a a trabajar a las costas gallegas aprovechando el puente de la Constituci¨®n, 708 tienen su base de operaciones en Mux¨ªa. Gran parte de los vecinos del pueblo se ha volcado con los reci¨¦n llegados.
La mayor¨ªa son estudiantes. Tres universidades de Madrid, la de Castell¨®n, la de C¨®rdoba y la de Le¨®n han mandado expediciones de ayuda. Desde Zaragoza vienen 20 voluntarios con sus b¨¢rtulos atados al cuello. Seg¨²n su coordinador, Luis Badenas, as¨ª quieren demostrar que Arag¨®n es solidario con los dem¨¢s, "a pesar de estar en contra del Plan Hidrol¨®gico Nacional". Lo demuestra el hecho de que en Zaragoza se han tenido que quedar tres autobuses cargados. El resto de los voluntarios -algo m¨¢s de 100- vienen por libre.
?stos son los datos oficiales proporcionados por Protecci¨®n Civil, que no cuenta a todos los que han llegado sin cita previa ni seguro.
"Yo creo que han venido muchos m¨¢s", asegura Rub¨¦n L¨®pez, quien normalmente trabaja para esa misma instituci¨®n en Getafe (Madrid) y que, junto con miembros de la agrupaci¨®n de Pinto, la de Villalba y la de San Adri¨¤ de Bess¨°s (Barcelona) ha acudido a Mux¨ªa en solidaridad con sus colegas gallegos. El voluntario asegura que la falta de previsi¨®n ha obligado a traer nuevos equipos. "Los acabamos de descargar de un cami¨®n del Ej¨¦rcito".
Desde que llegaron las primeras manchas a Mux¨ªa, y con ellas los primeros voluntarios, muchos vecinos no han hecho otra cosa que preparar bocadillos, cocinas y ayudar en todo lo que pueden con la intendencia del dispositivo improvisado por ellos, sin apenas ayuda de la Administraci¨®n.
Entre ellos est¨¢ ?ngel Castro, marinero de toda la vida, que perdi¨® su trabajo hace tiempo y que hasta la tragedia sobreviv¨ªa vendiendo cupones de la ONCE, actividad que ha dejado de lado para ayudar a los voluntarios.
"La gente no hace otra cosa que decir que la culpa fue de tal o tal otro, cuando lo que hay que hacer es ayudar y callar", afirma, mezclando el gallego y el castellano. "Pong¨¢monos todos a trabajar de una vez. Ya habr¨¢ tiempo despu¨¦s para ver qui¨¦n es el responsable de todo esto".
En la lonja de pescado, un edificio siempre crucial para este pueblo pesquero y que ahora funciona como comedor de voluntarios, Castro habla maravillas de la treintena de soldados enviados por la Brigada Ligera Aerotransportada (con sede en Figueiredo, Pontevedra) que llegaron el mi¨¦rcoles pasado: "Se han puesto a las ¨®rdenes de Protecci¨®n Civil, han tra¨ªdo colchones para todos y nos ayudan a hacer la comida y a repartirla entre los que han venido". "Y lo mejor es que se han integrado perfectamente con la gente del pueblo y con los voluntarios", a?ade, mientras observa a dos soldados que limpian las enormes cacerolas en las que se guis¨® la cena del d¨ªa anterior.
A las nueve de la ma?ana los voluntarios comienzan a llegar a la sede de Protecci¨®n Civil. Tras comprobar que son regulares (asegurados), el personal les proporciona un mono blanco, unas botas de agua, unos guantes de pl¨¢stico, una mascarilla para aguantar los efluvios del fuel y unas gafas protectoras. Para acelerar la operaci¨®n, todo el material se saca a la calle. Los que no figuran en las listas pueden por fin acceder libremente a su equipo para despu¨¦s unirse a los dem¨¢s.
Una vez disfrazados, los que van a las zonas m¨¢s cercanas lo hacen a pie y pertrechados de palas, rastrillos y cubos para depositar el engrudo, que se ha engastado en las rocas de tal forma que parece imposible de arrancar. Los dem¨¢s son conducidos a sus lugares de trabajo en camiones militares. Como capataz, en cada grupo va un miembro de Protecci¨®n Civil.
A las 10.30 las cuadrillas ya trabajan en las playas. Sus miembros, en su mayor¨ªa estudiantes, han pasado del bullicio festivo reinante en el reparto de material al silencio m¨¢s absoluto en cuanto han visto la magnitud del desastre. El fuel del Prestige, que desprende un fuerte olor, no sale de las rocas impregnadas, y las palas y los rastrillos no son los mejores instrumentos para luchar contra ¨¦l. Aun as¨ª, todos se entregan al trabajo con ganas. La marea no perdona y la pleamar llegar¨¢ a las 16.30 para untar de nuevo lo reci¨¦n limpiado. ?sta es una tarea descorazonadora.
Pero no hay que desesperar. Al menos as¨ª lo piensa Mercedes Gallardo, que junto con su marido, Francisco Guerra, y sus dos hijas, de 12 y 20 a?os, se vino a Mux¨ªa el pasado martes desde Alcal¨¢ de Guadaira (Sevilla), alarmada por las im¨¢genes de la televisi¨®n.
"Todo lo que saques del mar ya est¨¢ fuera", dice Mercedes para relativizar el efecto de las mareas. "En realidad, es un trabajo acumulativo".
Mercedes, Francisco y las ni?as son ya una instituci¨®n en el pueblo. La pareja y su hija mayor (Davinia) levantan el fuel con sus propias manos, y Andrea, la peque?a, reparte los equipos entre los voluntarios y les ayuda a vestirse. Los del pueblo, agradecidos, les han prestado una casa y les invitan en los bares.
Francisco hace dos meses que est¨¢ en el paro y algunos lo saben. "Vamos a encontrarte un trabajo aqu¨ª para que te quedes", le dijo el jueves uno de los vecinos en uno de esos gestos que se prodigan en los ¨²ltimos d¨ªas y que, seg¨²n afirma Francisco, le provocan una gran emoci¨®n.
En el bar que regenta Suso, en pleno centro del pueblo, los clientes, que no est¨¢n acostumbrados a vivir en el centro del mundo sino m¨¢s bien en el fin de la tierra, entre gintonic y gintonic, no pueden hablar de otra cosa: "Petroleros", "chapapote", "Aznar no se atreve a venir", "?se hizo bien al alejar el barco de la costa?...". Vueltas y m¨¢s vueltas a una tragedia que parece inacabable.
En cuanto a la labor de los voluntarios, todos parecen tenerlo claro: "La gente va por delante de la Administraci¨®n".
La escena se repite constantemente. Un joven aparece solo en las oficinas del Centro de Protecci¨®n Civil de Mux¨ªa (A Coru?a). "?Qu¨¦ quieres?", pregunta la persona encargada del centro. El chico se sorprende y responde: "?Pues qu¨¦ voy a querer, trabajar para ayudarles!". "No puedes", le frena en seco el encargado, "estamos completos hasta la semana que viene".
El joven no da cr¨¦dito a lo que est¨¢ escuchando: "He hecho m¨¢s de 600 kil¨®metros desde Madrid s¨®lo para echarles una mano. Si se trata de un problema de alojamiento, no se preocupen", prosigue, "yo me voy a una pensi¨®n". "El problema no es el techo ni la comida, sino el seguro", contesta de nuevo el responsable. Todo voluntario reclutado por Protecci¨®n Civil debe tener uno. "Necesitamos cubrirnos las espaldas", se justifica el encargado. "Si ma?ana te vas a la playa y te pasa algo, podr¨ªas llevarnos a juicio".
Entre sorprendido e indignado, el frustrado voluntario va en busca de comprensi¨®n y comenta a varias personas lo sucedido. "Bah, no te preocupes", le dice uno de los vecinos del pueblo que trabaja en el comedor p¨²blico improvisado en la lonja de pescado. "Aqu¨ª lo que se necesitan son manos. Ma?ana tendr¨¢s tu equipo e ir¨¢s con los dem¨¢s, seguro", afirma en un tono reconfortante. "Ven, si¨¦ntate", contin¨²a, "?has cenado?", le pregunta.
De los 10.000 voluntarios que han venido desde todos los rincones de Espa?a a trabajar a las costas gallegas aprovechando el puente de la Constituci¨®n, 708 tienen su base de operaciones en Mux¨ªa. Gran parte de los vecinos del pueblo se ha volcado con los reci¨¦n llegados.
La mayor¨ªa son estudiantes. Tres universidades de Madrid, la de Castell¨®n, la de C¨®rdoba y la de Le¨®n han mandado expediciones de ayuda. Desde Zaragoza vienen 20 voluntarios con sus b¨¢rtulos atados al cuello. Seg¨²n su coordinador, Luis Badenas, as¨ª quieren demostrar que Arag¨®n es solidario con los dem¨¢s, "a pesar de estar en contra del Plan Hidrol¨®gico Nacional". Lo demuestra el hecho de que en Zaragoza se han tenido que quedar tres autobuses cargados. El resto de los voluntarios -algo m¨¢s de 100- vienen por libre.
?stos son los datos oficiales proporcionados por Protecci¨®n Civil, que no cuenta a todos los que han llegado sin cita previa ni seguro.
"Yo creo que han venido muchos m¨¢s", asegura Rub¨¦n L¨®pez, quien normalmente trabaja para esa misma instituci¨®n en Getafe (Madrid) y que, junto con miembros de la agrupaci¨®n de Pinto, la de Villalba y la de San Adri¨¤ de Bess¨°s (Barcelona) ha acudido a Mux¨ªa en solidaridad con sus colegas gallegos. El voluntario asegura que la falta de previsi¨®n ha obligado a traer nuevos equipos. "Los acabamos de descargar de un cami¨®n del Ej¨¦rcito".
Desde que llegaron las primeras manchas a Mux¨ªa, y con ellas los primeros voluntarios, muchos vecinos no han hecho otra cosa que preparar bocadillos, cocinas y ayudar en todo lo que pueden con la intendencia del dispositivo improvisado por ellos, sin apenas ayuda de la Administraci¨®n.
Entre ellos est¨¢ ?ngel Castro, marinero de toda la vida, que perdi¨® su trabajo hace tiempo y que hasta la tragedia sobreviv¨ªa vendiendo cupones de la ONCE, actividad que ha dejado de lado para ayudar a los voluntarios.
"La gente no hace otra cosa que decir que la culpa fue de tal o tal otro, cuando lo que hay que hacer es ayudar y callar", afirma, mezclando el gallego y el castellano. "Pong¨¢monos todos a trabajar de una vez. Ya habr¨¢ tiempo despu¨¦s para ver qui¨¦n es el responsable de todo esto".
En la lonja de pescado, un edificio siempre crucial para este pueblo pesquero y que ahora funciona como comedor de voluntarios, Castro habla maravillas de la treintena de soldados enviados por la Brigada Ligera Aerotransportada (con sede en Figueiredo, Pontevedra) que llegaron el mi¨¦rcoles pasado: "Se han puesto a las ¨®rdenes de Protecci¨®n Civil, han tra¨ªdo colchones para todos y nos ayudan a hacer la comida y a repartirla entre los que han venido". "Y lo mejor es que se han integrado perfectamente con la gente del pueblo y con los voluntarios", a?ade, mientras observa a dos soldados que limpian las enormes cacerolas en las que se guis¨® la cena del d¨ªa anterior.
A las nueve de la ma?ana los voluntarios comienzan a llegar a la sede de Protecci¨®n Civil. Tras comprobar que son regulares (asegurados), el personal les proporciona un mono blanco, unas botas de agua, unos guantes de pl¨¢stico, una mascarilla para aguantar los efluvios del fuel y unas gafas protectoras. Para acelerar la operaci¨®n, todo el material se saca a la calle. Los que no figuran en las listas pueden por fin acceder libremente a su equipo para despu¨¦s unirse a los dem¨¢s.
Una vez disfrazados, los que van a las zonas m¨¢s cercanas lo hacen a pie y pertrechados de palas, rastrillos y cubos para depositar el engrudo, que se ha engastado en las rocas de tal forma que parece imposible de arrancar. Los dem¨¢s son conducidos a sus lugares de trabajo en camiones militares. Como capataz, en cada grupo va un miembro de Protecci¨®n Civil.
A las 10.30 las cuadrillas ya trabajan en las playas. Sus miembros, en su mayor¨ªa estudiantes, han pasado del bullicio festivo reinante en el reparto de material al silencio m¨¢s absoluto en cuanto han visto la magnitud del desastre. El fuel del Prestige, que desprende un fuerte olor, no sale de las rocas impregnadas, y las palas y los rastrillos no son los mejores instrumentos para luchar contra ¨¦l. Aun as¨ª, todos se entregan al trabajo con ganas. La marea no perdona y la pleamar llegar¨¢ a las 16.30 para untar de nuevo lo reci¨¦n limpiado. ?sta es una tarea descorazonadora.
Pero no hay que desesperar. Al menos as¨ª lo piensa Mercedes Gallardo, que junto con su marido, Francisco Guerra, y sus dos hijas, de 12 y 20 a?os, se vino a Mux¨ªa el pasado martes desde Alcal¨¢ de Guadaira (Sevilla), alarmada por las im¨¢genes de la televisi¨®n.
"Todo lo que saques del mar ya est¨¢ fuera", dice Mercedes para relativizar el efecto de las mareas. "En realidad, es un trabajo acumulativo".
Mercedes, Francisco y las ni?as son ya una instituci¨®n en el pueblo. La pareja y su hija mayor (Davinia) levantan el fuel con sus propias manos, y Andrea, la peque?a, reparte los equipos entre los voluntarios y les ayuda a vestirse. Los del pueblo, agradecidos, les han prestado una casa y les invitan en los bares.
Francisco hace dos meses que est¨¢ en el paro y algunos lo saben. "Vamos a encontrarte un trabajo aqu¨ª para que te quedes", le dijo el jueves uno de los vecinos en uno de esos gestos que se prodigan en los ¨²ltimos d¨ªas y que, seg¨²n afirma Francisco, le provocan una gran emoci¨®n.
En el bar que regenta Suso, en pleno centro del pueblo, los clientes, que no est¨¢n acostumbrados a vivir en el centro del mundo sino m¨¢s bien en el fin de la tierra, entre gintonic y gintonic, no pueden hablar de otra cosa: "Petroleros", "chapapote", "Aznar no se atreve a venir", "?se hizo bien al alejar el barco de la costa?...". Vueltas y m¨¢s vueltas a una tragedia que parece inacabable.
En cuanto a la labor de los voluntarios, todos parecen tenerlo claro: "La gente va por delante de la Administraci¨®n".
La escena se repite constantemente. Un joven aparece solo en las oficinas del Centro de Protecci¨®n Civil de Mux¨ªa (A Coru?a). "?Qu¨¦ quieres?", pregunta la persona encargada del centro. El chico se sorprende y responde: "?Pues qu¨¦ voy a querer, trabajar para ayudarles!". "No puedes", le frena en seco el encargado, "estamos completos hasta la semana que viene".
El joven no da cr¨¦dito a lo que est¨¢ escuchando: "He hecho m¨¢s de 600 kil¨®metros desde Madrid s¨®lo para echarles una mano. Si se trata de un problema de alojamiento, no se preocupen", prosigue, "yo me voy a una pensi¨®n". "El problema no es el techo ni la comida, sino el seguro", contesta de nuevo el responsable. Todo voluntario reclutado por Protecci¨®n Civil debe tener uno. "Necesitamos cubrirnos las espaldas", se justifica el encargado. "Si ma?ana te vas a la playa y te pasa algo, podr¨ªas llevarnos a juicio".
Entre sorprendido e indignado, el frustrado voluntario va en busca de comprensi¨®n y comenta a varias personas lo sucedido. "Bah, no te preocupes", le dice uno de los vecinos del pueblo que trabaja en el comedor p¨²blico improvisado en la lonja de pescado. "Aqu¨ª lo que se necesitan son manos. Ma?ana tendr¨¢s tu equipo e ir¨¢s con los dem¨¢s, seguro", afirma en un tono reconfortante. "Ven, si¨¦ntate", contin¨²a, "?has cenado?", le pregunta.
De los 10.000 voluntarios que han venido desde todos los rincones de Espa?a a trabajar a las costas gallegas aprovechando el puente de la Constituci¨®n, 708 tienen su base de operaciones en Mux¨ªa. Gran parte de los vecinos del pueblo se ha volcado con los reci¨¦n llegados.
La mayor¨ªa son estudiantes. Tres universidades de Madrid, la de Castell¨®n, la de C¨®rdoba y la de Le¨®n han mandado expediciones de ayuda. Desde Zaragoza vienen 20 voluntarios con sus b¨¢rtulos atados al cuello. Seg¨²n su coordinador, Luis Badenas, as¨ª quieren demostrar que Arag¨®n es solidario con los dem¨¢s, "a pesar de estar en contra del Plan Hidrol¨®gico Nacional". Lo demuestra el hecho de que en Zaragoza se han tenido que quedar tres autobuses cargados. El resto de los voluntarios -algo m¨¢s de 100- vienen por libre.
?stos son los datos oficiales proporcionados por Protecci¨®n Civil, que no cuenta a todos los que han llegado sin cita previa ni seguro.
"Yo creo que han venido muchos m¨¢s", asegura Rub¨¦n L¨®pez, quien normalmente trabaja para esa misma instituci¨®n en Getafe (Madrid) y que, junto con miembros de la agrupaci¨®n de Pinto, la de Villalba y la de San Adri¨¤ de Bess¨°s (Barcelona) ha acudido a Mux¨ªa en solidaridad con sus colegas gallegos. El voluntario asegura que la falta de previsi¨®n ha obligado a traer nuevos equipos. "Los acabamos de descargar de un cami¨®n del Ej¨¦rcito".
Desde que llegaron las primeras manchas a Mux¨ªa, y con ellas los primeros voluntarios, muchos vecinos no han hecho otra cosa que preparar bocadillos, cocinas y ayudar en todo lo que pueden con la intendencia del dispositivo improvisado por ellos, sin apenas ayuda de la Administraci¨®n.
Entre ellos est¨¢ ?ngel Castro, marinero de toda la vida, que perdi¨® su trabajo hace tiempo y que hasta la tragedia sobreviv¨ªa vendiendo cupones de la ONCE, actividad que ha dejado de lado para ayudar a los voluntarios.
"La gente no hace otra cosa que decir que la culpa fue de tal o tal otro, cuando lo que hay que hacer es ayudar y callar", afirma, mezclando el gallego y el castellano. "Pong¨¢monos todos a trabajar de una vez. Ya habr¨¢ tiempo despu¨¦s para ver qui¨¦n es el responsable de todo esto".
En la lonja de pescado, un edificio siempre crucial para este pueblo pesquero y que ahora funciona como comedor de voluntarios, Castro habla maravillas de la treintena de soldados enviados por la Brigada Ligera Aerotransportada (con sede en Figueiredo, Pontevedra) que llegaron el mi¨¦rcoles pasado: "Se han puesto a las ¨®rdenes de Protecci¨®n Civil, han tra¨ªdo colchones para todos y nos ayudan a hacer la comida y a repartirla entre los que han venido". "Y lo mejor es que se han integrado perfectamente con la gente del pueblo y con los voluntarios", a?ade, mientras observa a dos soldados que limpian las enormes cacerolas en las que se guis¨® la cena del d¨ªa anterior.
A las nueve de la ma?ana los voluntarios comienzan a llegar a la sede de Protecci¨®n Civil. Tras comprobar que son regulares (asegurados), el personal les proporciona un mono blanco, unas botas de agua, unos guantes de pl¨¢stico, una mascarilla para aguantar los efluvios del fuel y unas gafas protectoras. Para acelerar la operaci¨®n, todo el material se saca a la calle. Los que no figuran en las listas pueden por fin acceder libremente a su equipo para despu¨¦s unirse a los dem¨¢s.
Una vez disfrazados, los que van a las zonas m¨¢s cercanas lo hacen a pie y pertrechados de palas, rastrillos y cubos para depositar el engrudo, que se ha engastado en las rocas de tal forma que parece imposible de arrancar. Los dem¨¢s son conducidos a sus lugares de trabajo en camiones militares. Como capataz, en cada grupo va un miembro de Protecci¨®n Civil.
A las 10.30 las cuadrillas ya trabajan en las playas. Sus miembros, en su mayor¨ªa estudiantes, han pasado del bullicio festivo reinante en el reparto de material al silencio m¨¢s absoluto en cuanto han visto la magnitud del desastre. El fuel del Prestige, que desprende un fuerte olor, no sale de las rocas impregnadas, y las palas y los rastrillos no son los mejores instrumentos para luchar contra ¨¦l. Aun as¨ª, todos se entregan al trabajo con ganas. La marea no perdona y la pleamar llegar¨¢ a las 16.30 para untar de nuevo lo reci¨¦n limpiado. ?sta es una tarea descorazonadora.
Pero no hay que desesperar. Al menos as¨ª lo piensa Mercedes Gallardo, que junto con su marido, Francisco Guerra, y sus dos hijas, de 12 y 20 a?os, se vino a Mux¨ªa el pasado martes desde Alcal¨¢ de Guadaira (Sevilla), alarmada por las im¨¢genes de la televisi¨®n.
"Todo lo que saques del mar ya est¨¢ fuera", dice Mercedes para relativizar el efecto de las mareas. "En realidad, es un trabajo acumulativo".
Mercedes, Francisco y las ni?as son ya una instituci¨®n en el pueblo. La pareja y su hija mayor (Davinia) levantan el fuel con sus propias manos, y Andrea, la peque?a, reparte los equipos entre los voluntarios y les ayuda a vestirse. Los del pueblo, agradecidos, les han prestado una casa y les invitan en los bares.
Francisco hace dos meses que est¨¢ en el paro y algunos lo saben. "Vamos a encontrarte un trabajo aqu¨ª para que te quedes", le dijo el jueves uno de los vecinos en uno de esos gestos que se prodigan en los ¨²ltimos d¨ªas y que, seg¨²n afirma Francisco, le provocan una gran emoci¨®n.
En el bar que regenta Suso, en pleno centro del pueblo, los clientes, que no est¨¢n acostumbrados a vivir en el centro del mundo sino m¨¢s bien en el fin de la tierra, entre gintonic y gintonic, no pueden hablar de otra cosa: "Petroleros", "chapapote", "Aznar no se atreve a venir", "?se hizo bien al alejar el barco de la costa?...". Vueltas y m¨¢s vueltas a una tragedia que parece inacabable.
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