Profeta en su tierra
Hay quien dice que en Francia no saben hacer cine, pero no creo que haya nadie que diga que no saben verlo. La sagacidad con que all¨ª fueron desmenuzados a bote pronto, y luego iluminados y desvelados, los entresijos, mucho m¨¢s sutiles y enrevesados de lo que suscita su primera visi¨®n, de la rica y apasionada aventura po¨¦tica y narrativa de Hable con ella lo pone de manifiesto.
Pude observar -desde el observatorio de Cannes, donde, sin ser proyectado, el filme de Almod¨®var se adue?¨® de los pasillos y las trastiendas del festival- la formidable resaca del estreno franc¨¦s del filme y fue f¨¢cil percibir que, tanto la gozosa respuesta ambiental como la libre y admirada del mundo profesional, llegaban m¨¢s adentro, y m¨¢s a las ra¨ªces, que un simple reconocimiento a un trabajo bien hecho. Hubo algo de m¨¢s calado en la respuesta francesa -y despu¨¦s, por irradiaci¨®n, europea y ahora neoyorquina- a Hable con ella, algo que tiene aspecto de percepci¨®n dentro de ella de un giro o un salto en la evoluci¨®n del lenguaje cinematogr¨¢fico moderno.
Gran vuelo
Con palabras un poco oscuras, en no recuerdo qu¨¦ protocolo de aquel festival, Almod¨®var envi¨® una especie de mensaje de amor a Francia, redondeado con un "ella sabe por qu¨¦", que all¨ª son¨® a exceso un poco hueco de intimidad, pero que luego, tras la evidencia de la hondura de la mirada de Francia -en rigor, de la ancha minor¨ªa de cin¨¦filos franceses que crean en su pa¨ªs respuestas ambientales generalizadas- a su pel¨ªcula, son¨® como el saludo de un profeta que hab¨ªa encontrado su tierra fuera de ella. Porque aqu¨ª, en Espa?a, meses antes, no obtuvo Hable con ella, como en Francia y luego en Europa, esa mirada ancha en busca de sus abundancias y sus hallazgos de lenguaje, alguno de los cuales roza lo sublime y toca el techo de la finura insuperable, la exquisitez, el signo del cine imperecedero. Por el contrario, la pel¨ªcula choc¨® con muchas miradas fr¨ªas, no frontales, oblicuas, que obviamente resbalaron sobre la redondez del poema.
Surgi¨® hace dos d¨¦cadas Almod¨®var del asfalto madrile?o, cuando en ¨¦ste estaba en forja un rasgo de elocuencia espa?ola en la mudez de Europa. Sus pel¨ªculas nos halagaron y nos hicieron gracia y no me excluyo de aquella inicial cortedad de miras, porque s¨®lo alcanc¨¦ a ver en todo su empuje la energ¨ªa creadora de lenguaje que hay en el cine de Almod¨®var cuando, a?os m¨¢s tarde, rodeado por centenares de magn¨ªficos cin¨¦filos berlineses seducidos, se hizo bruscamente evidente que en La ley del deseo hab¨ªa cine mayor, adulto, de enorme vigor y pureza. Y ahora, tras muchos forcejeos, y entre altibajos, el genio del cine vuelve a apoderarse de una pel¨ªcula suya y ¨¦sta se convierte en uno de los grandes vuelos de la imaginaci¨®n en estos d¨ªas de cine alicorto.
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