La muerte acecha a ?frica
Malaui y Mozambique luchan por un futuro m¨¢s all¨¢ del sida y del hambre
De trecho en trecho, unas ramas tendidas en el camino: significa que cerca ha muerto alguien: de sida, tuberculosis, malaria o desnutrici¨®n. El lugar es Malaui, que no conoce el arado. El vecino Mozambique no est¨¢ mucho mejor. Un viaje de Manos Unidas para visitar proyectos de cooperaci¨®n es ir al infierno y a la vez a la esperanza.
El sida es la gran hoz que lo cercena todo; ahora se a?ade el hambre. La ¨²nica cosecha se recoge en Malaui en marzo-abril. En noviembre suele empezar la mvula (lluvia); pero no el a?o pasado, ni ¨¦ste. "Tuvimos cada d¨ªa entre 500 y 800 personas pidi¨¦ndonos comida, y este a?o podr¨ªa volver", dice la hermana Br¨ªgida Moreta, carmelita misionera, abulense, con 26 a?os en Malaui y al frente del hospital Mtengo wa Nthenga (?rbol de Plumas), en el centro del pa¨ªs. "Lo tradicional es el ma¨ªz, pero el precio del fertilizante resulta prohibitivo y la gente devora hasta las ra¨ªces. Tenemos un programa, con las propias comunidades, para atender a la gente con hu¨¦rfanos, con ancianos: se les dan semillas y se les ense?a a producir. Pero la amenaza del hambre no puede hacernos olvidar el sida. Un 76% de los an¨¢lisis que hacemos dan positivo. El freno ser¨ªa impedir con antirretrovirales la transmisi¨®n madre-hijo, pero cuestan 250 euros, y el gasto sanitario del pa¨ªs es de cinco euros por persona al a?o"¡¤
Con s¨®lo 6.000 euros, en Alinafe se han construido casi 50 pozos en un mes
El hospital en el que Manos Unidas apoya la remodelaci¨®n del ala de contagiosos es pulcro y organizado, pero afronta situaciones inauditas. Ni?os malnutridos, con marasmo o kwashiorkor. Un sinf¨ªn de tuberculosos (s¨®lo el hospital de la capital, Lilongwe, tiene medicamentos contra esa enfermedad). La maternidad no es una isla: Ana, de 25 a?os, con tres ni?os vivos y otros tantos muertos, sufre un brutal herpes Z¨®ster, asociado al sida, como la tercera parte de las parturientas. Con 20 euros tendr¨ªa tratamiento; su marido gana 10. En una cama cercana, una abuela cuida de su nieto terminal, llamado Chuma Chayende (La Riqueza Funciona). Br¨ªgida tiene claro su objetivo: que Mtengo wa Nthenga sea modelo de referencia para una red de hospitales rurales. Est¨¢ contenta con la reciente escuela para 100 ni?os y sobre todo de las 20 casas que le permitir¨¢n atraer a enfermeras.
Antirretrovirales no hay, pero contra el hambre se hacen milagros. Uno es el reparto a miles de personas de la Likuni Phala, una papilla con ma¨ªz, alubias, cacahuete y aceite, inventada por la hermana Trinitas, una misionera irlandesa de Nuestra Se?ora de ?frica ya fallecida y fundadora de hospitales. Pero la valenciana Amparo Cuesta, de la misma congregaci¨®n, con 20 a?os en Malaui, est¨¢ volcada en el Home Basic Program contra el sida. "En la di¨®cesis murieron en 1999 unas 70.000 personas de sida, y hay 400.000 hu¨¦rfanos.", dice. "Es escandaloso que organizaciones internacionales paguen a gente local dietas equivalentes a todo un sueldo; ello genera reunionitis y ninguna eficacia". Amparo cuenta con unos mil voluntarios, casi todas mujeres.
La queja contra la cooperaci¨®n paracaidista, que cuando se va no deja nada atr¨¢s, es habitual en los proyectos sensatos en Malaui. Hay una l¨ªnea que une algunos trabajos. Chezi, al norte de Lilongwe, gestionado por las misioneras de Mar¨ªa Mediadora, ha generado un estilo. "Empezamos con un centro para ni?os desnutridos, luego el dispensario y despu¨¦s las casas para hu¨¦rfanos", dice la asturiana Mercedes Arbesu. Chezi acoge a 125 hu¨¦rfanos del sida y controla a otros 345 recogidos por familiares. All¨ª vive Sara, una ni?a hidrocef¨¢lica de cinco a?os operada en 1999 en Espa?a gracias a Tierra de Hombres. Los cr¨ªos duermen en coquetas casitas con literas. La huerta, obra de la hermana colombiana ?ngela Fl¨®rez, es espectacular. "Queremos que los ni?os vean que por ah¨ª fuera no se vive como en Chezi, y en vacaciones les mandamos a sus aldeas", dice Mercedes. "La gente, desde peque?a, aprende a vivir el presente, porque su vida est¨¢ siempre amenazada". Las hermanas aceleran un pabell¨®n de contagiosos. "Cuando llueva, habr¨¢ c¨®lera", dicen.
El pueblo de Chezi mont¨® el pasado d¨ªa 28 una fiesta para inaugurar la escuela para 626 alumnos financiada por Manos Unidas. Los cr¨ªos recibieron con danzas a los alendos (forasteros) y el nfumo (jefe local) Kavala ley¨® r¨ªtmicamente un discurso con petici¨®n de m¨¢s casas para profesores y un campo de f¨²tbol. Al director de la escuela, Timothy Balaza (Cuarto de Estar), le brillaban de alegr¨ªa los ojos.
En Alinafe, m¨¢s al norte, cerca del Lago Malaui, el modelo ha cuajado. El motor, Jos¨¦ Mar¨ªa M¨¢rquez, se apoya en peque?as ONG como Solidaridad con Malaui, Yamba o Wawitai y en Manos Unidas. "En ocho a?os la esperanza de vida de Malaui ha bajado de 45 a 37 a?os", dice M¨¢rquez, "pero hay que tener esperanza, porque todo es posible si tienes claro que los de aqu¨ª son los protagonistas". Alinafe integra hospital, centro nutricional, cuidado de hu¨¦rfanos y construcci¨®n de pozos. Es exaltante acompa?ar a una de sus unidades m¨®viles en servicio de vacunaci¨®n y de reparto de Likuni Phala. El personaje clave es Devlin Msowoya, ayudante m¨¦dico, dinamizador nato: con un par de monitores animadores dan charlas danzas a cientos de madres con beb¨¦s concentradas en un punto, y les ense?an higiene y salud. Devlin, adem¨¢s, ha creado huertas donde la comunidad trabaja unas horas para los m¨¢s necesitados. Es el Programa de Invierno, que aspira a lograr dos cosechas y no la ¨²nica tradicional.
"Da risa cuando oyes a ciertas organizaciones alardear de haber hecho un pozo. Con s¨®lo 6.000 euros hemos hecho casi 50 en un mes, porque la propia comunidad lo ha visto como suyo", dicen Javier M¨¢rquez, hermano de Jos¨¦ Mar¨ªa, y Bea Orbea. Con una simple paleta la gente cava pozos de 10 metros, los cubre con cemento e instala una bomba. La vida cambia de golpe, porque ya no enferman al beber de los charcos. Y Devlin est¨¢ entusiasmado con las bombas a pedal que, por 20 euros, irrigan los huertos.
Alinafe ya tiene familia. En Nambuma, a 30 kil¨®metros de una carretera, hace tres semanas no ten¨ªan agua en el hospital de las Misioneras Teresianas. Manos Unidas financia la rehabilitaci¨®n de instalaciones, que datan de 1950. "Cuando llegu¨¦ en 1996", dice la hermana Modesta Chilembwe, enfermera, "no hab¨ªa nada. Viv¨ª con una vela y sin m¨¦dico". El madrile?o Alejandro Buitrago est¨¢ lanzado: "El proyecto incluye casas para m¨¦dicos, letrinas y ba?os, mortuorio y un molino de ma¨ªz para conseguir dinero". La m¨¦dico Pilar Robres, zaragozana, con experiencia en enfermedades tropicales en el hospital Ram¨®n y Cajal de Madrid, sue?a con el inminente laboratorio. "Podremos evitar, con diagn¨®sticos correctos, que la gente se tenga que tomar 20 pastillas casi a voleo, porque lo ¨²nico que saben es que tienen malungo ".
En la capital de Mozambique, Maputo, abunda la propaganda antisida. En anuncios de televisi¨®n, madres e hijas hablan de no olvidar el jeito (literalmente, ma?a; realmente, cond¨®n). Hay cartelones con chica y chico mir¨¢ndose y un lema: "Sabemos lo que te pasa por la cabeza". ?l piensa en una cama, ella en una casa. El jeito es requisito para ambos. Pero el campo no ve anuncios.
La noche de Maputo, hace tres a?os, antes de las inundaciones, era segura. Pero la vecindad de Sur¨¢frica trae consecuencias: un pasable parque automovil¨ªstico y tambi¨¦n mafias armadas. Las inundaciones de 2000 (unos 700 muertos, un mill¨®n de desplazados) tambi¨¦n tuvieron que ver con Sur¨¢frica, que ante las lluvias abri¨® sus presas. El agua, a 8.000 litros por segundo, lo arras¨® todo. Chamankulo era un barrio pobre. Qued¨® anegado, pero 500 familias tienen ya casa, construida por C¨¢ritas, en Mumemo, a 30 kil¨®metros, y se aspira a techar a 1.777 familias. A primera vista el sitio es un erial, con raqu¨ªticas machambas (huertos) de ma¨ªz o mandioca en la pura arena. Pero la vida empuja. El Gobierno proporcion¨® el suelo. Manos Unidas ha pagado un centro de salud, escuela primaria y dos pozos. Las Consolatas, un centro preescolar. Los vecinos est¨¢n construy¨¦ndose un mercado. Se ha logrado luz. "Estoy feliz de estar aqu¨ª, a¨²n recuerdo el agua al cuello", dice aliviada Leonor, con tres hijos. El polic¨ªa Tom¨¢s Francisco Conrapa ("Mi apellido significa No Se Ba?a, pero le aseguro que nos hemos mojado"), tiene un puesto absolutamente vac¨ªo, con s¨®lo una mesa y un jarrito con flores. La hermana Susana Cust¨®dio, de las Franciscanas Hospitalarias, una aut¨¦ntica l¨ªder con mano izquierda para lidiar con pol¨ªticos y empresarios, se considera "un puente con la gente" y sue?a con una escuela secundaria. "La tragedia de Mozambique", se?ala, "es que no hay escuelas secundarias, y tras la primaria no hay salida".
A 200 kil¨®metros al norte, en Chalucuane, las Hijas de la Caridad atienden en su centro de salud a 100.000 personas. En las inundaciones hubo partos en el tejado. En la carretera, llagada e imposible, est¨¢n el monumento al fallecido presidente Samora Machel y la mansi¨®n de su esposa, hoy se?ora de Mandela, Gra?a Machel: no hay atisbo de asfalto. "El sida aqu¨ª es terrible", dice la hermana mexicana Adela Orea. "De ocho an¨¢lisis hechos ayer, siete dan positivo". Amparo Nuin, navarra, explica que el sida y la tuberculosis las expanden los mineros mozambique?os que, tras pasar un a?o en Sur¨¢frica, vuelven a casa.
Y est¨¢n los curanderos. Los enfermos recurren primero a ellos, que a cambio de un dineral les hacen incisiones con cuchillas a menudo infectadas o les atiborran con hierbas que les producen quemaz¨®n intestinal, y un cuadro de desnutrici¨®n muchas veces fatal. En las camas hay rostros que se te marcan a fuego, como el de un hombre con los ojos en blanco, volcados de muerte. "Quiso matar a su t¨ªa porque el brujo le hab¨ªa dicho que era la culpable de que ¨¦l sufriese sida, y ahora ¨¦l no tiene a nadie en su agon¨ªa", dice Adela.
El hombre ser¨¢ enterrado cristianamente en un ata¨²d fabricado bajo la supervisi¨®n de un gran carpintero, el senhor Madureira, que ha montado con el hospital un taller para j¨®venes. "Travalho digno", dice Madureira. Como quien pronuncia un conjuro de salvaci¨®n.
La sobrina de Rouco
Mar¨ªa Jos¨¦ Carrasco Rouco, carmelita misionera, gallega, m¨¦dico, sobrina del arzobispo de Madrid, Antonio Mar¨ªa Rouco, lleva 14 a?os en Kapiri (Malawi), cuyo centro sanitario, rehabilitado por Manos Unidas, atiende a 200.000 personas. No se limita a la medicina: le importa saber todo de los campesinos que cultivan a mano tabaco por tres c¨¦ntimos de euro el kilo (precio en Espa?a, 50 euros). Sobre el sida, Mar¨ªa Jos¨¦ constata: "El 60% de las muertes entre 15 y 24 a?os corresponde a chicas: se acuestan con hombres mayores y suelen tener un par de compa?eros sexuales antes de casarse. Intentamos hacer el test a la pareja y, si uno est¨¢ infectado y el otro no, les damos condones. Son parejas que curiosamente se rompen menos que aquellas en las que ambos tienen sida. El sexo parece muy libre aqu¨ª, pero los hombres son a veces brutales: he visto heridas en el cuello del ¨²tero causadas por actos sexuales violentos. Y todo se agrava por algo de lo que no se habla, el sexo seco: los hombres exigen que la vagina no est¨¦ h¨²meda, y las mujeres recurren a cosas tremendas para sec¨¢rsela. La mujer es el alma, y si muere la familia se viene abajo; pero la vida familiar est¨¢ ya desintegrada, con hijos sin padre, con padres que abandonan, con mujeres que tienen que buscar un nuevo marido. La ¨²nica posibilidad es la educaci¨®n".Mientras, la l¨®gica africana sigue vigente. Para curarse, copular con una virgen; o contagiar el sida no por maldad, sino para no morir solo; o para, entre muchos enfermos, tocar a menos enfermedad.
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