Pan para hoy y para ma?ana
La pregunta sobre el estado de salud de nuestro sistema de pensiones tiene dos respuestas posibles. Si nos fijamos en su situaci¨®n actual y en las perspectivas inmediatas, hay razones sobradas para infundir optimismo y despejar cualquier incertidumbre. Pero si elevamos la mirada para contemplar un futuro algo m¨¢s lejano, conviene prestar atenci¨®n a la Uni¨®n Europea, a la OCDE y a los dem¨®grafos que nos advierten de que no es oro todo lo que reluce.
Es cierto que las previsiones para los dos o tres pr¨®ximos lustros desmienten a los agoreros que anuncian la inviabilidad del modelo de reparto en el que se basan las pensiones contributivas. Entre otras razones, porque los afiliados al sistema aumentan m¨¢s de lo previsto gracias al crecimiento del empleo y a los flujos migratorios que se vienen produciendo en los ¨²ltimos a?os, al tiempo que las entradas de nuevos pensionistas disminuyen como consecuencia del menor tama?o de las generaciones nacidas durante la Guerra Civil y los primeros a?os de la posguerra. Tiene raz¨®n el Gobierno cuando afirma que hasta el 2015 no hay motivos de preocupaci¨®n.
?Y a partir de esa fecha, qu¨¦? Lo pol¨ªticamente correcto es asegurar que las medidas derivadas del consenso logrado en el Pacto de Toledo, y especialmente el Fondo de Reserva que se ha constituido, ser¨¢n suficientes para hacer frente a los riesgos que puede deparar el futuro. Por el momento, ni la oposici¨®n ni los sindicatos est¨¢n por la labor de echar un jarro de agua fr¨ªa que apague, o al menos mitigue, el triunfalismo oficial. Pero los informes internacionales y los dem¨®grafos no hablan a humo de pajas, y la tendencia al envejecimiento de la poblaci¨®n es ineluctable. Durante las dos pr¨®ximas d¨¦cadas, las personas mayores de 65 a?os pasar¨¢n en Espa?a de 6.800.000 a 8.400.000; y en las dos siguientes ese aumento se duplicar¨¢, coincidiendo con la jubilaci¨®n de las generaciones del llamado baby boom. As¨ª que sabemos con bastante certeza que dentro de 30 a?os tendremos tres millones m¨¢s de pensionistas; en cambio es mucho m¨¢s arriesgado aventurar los nuevos empleos que se pueden crear de aqu¨ª a entonces o evaluar los ingresos con los que vamos a hacer frente a la aceleraci¨®n del gasto en pensiones, en asistencia sanitaria y en servicios sociales provocado por una evoluci¨®n de esa naturaleza.
No se trata de dejarse llevar por el catastrofismo. Malthus cometi¨® un error garrafal con sus advertencias pesimistas sobre el triste destino de la humanidad como consecuencia de la evoluci¨®n de la poblaci¨®n, y hemos aprendido la lecci¨®n. De hecho, el envejecimiento puede ser contrarrestado mediante la recuperaci¨®n de tasas de natalidad m¨¢s vigorosas, el incremento r¨¢pido de los niveles de ocupaci¨®n femeninos y el mantenimiento de unos flujos migratorios netos similares a los que conocemos estos ¨²ltimos a?os. Puede ser, pero no es seguro que eso suceda. Y si no lo logramos, nuestras pensiones ser¨¢n atacadas por lo que Joaqu¨ªn Leguina ha denominado alguna vez "la termita demogr¨¢fica", con lo que un edificio que hoy parece tan s¨®lido ver¨¢ afectadas sus paredes maestras.
Estamos a tiempo de reaccionar. La mayor¨ªa de los miembros de la Uni¨®n Europea se han puesto manos a la obra, con estrategias como las apuntadas m¨¢s arriba, pero tambi¨¦n impulsando reformas en el propio sistema de protecci¨®n social: algunos orientan un porcentaje elevado de su capacidad de ahorro a capitalizar las obligaciones futuras, o han emprendido reformas de calado en los mecanismos de c¨¢lculo de las pensiones; otros, disponen de un margen m¨¢s holgado dado el mayor dinamismo de su demograf¨ªa y su mayor nivel de empleo. Nosotros, por desgracia, no estamos en ninguno de esos supuestos. Siendo uno de los pa¨ªses m¨¢s afectados por el envejecimiento a medida que nos acerquemos a las d¨¦cadas centrales del siglo, se nos est¨¢n acumulando las tareas pendientes. Pese a la palabrer¨ªa reformista que caracteriza al Gobierno, no hace nada serio para garantizar el futuro de las pensiones.
?Qu¨¦ habr¨ªa que hacer? Los sistemas de capitalizaci¨®n tambi¨¦n se ven afectados por el envejecimiento, son muy caros de gestionar, su implantaci¨®n obligar¨ªa a duplicar el esfuerzo de los cotizantes durante el periodo de transici¨®n, su rentabilidad no est¨¢ garantizada y su equidad es muy discutible. Por eso, el cambio radical del sistema de reparto a otro de capitalizaci¨®n solamente lo defienden, en el plano meramente te¨®rico, unos pocos dogm¨¢ticos. Lo m¨¢s razonable es que el sistema p¨²blico de pensiones siga basado en el actual modelo, introduciendo en ¨¦l modificaciones como las propugnadas en el Pacto de Toledo, que contin¨²an la l¨ªnea iniciada en 1985. Por ejemplo, se est¨¢ hablando ahora de extender a toda la vida laboral el c¨¢lculo de la base reguladora, o de promover el retraso en la edad de jubilaci¨®n mediante f¨®rmulas flexibles.
Pero no podemos enga?arnos. Puede llegar un momento en que ese tipo de ajustes sean insuficientes, y que no sea posible garantizar pensiones suficientes aunque entre tanto logremos tasas de natalidad m¨¢s elevadas, se equiparen progresivamente los niveles de ocupaci¨®n de las mujeres con los de los hombres, mejore la calidad de los empleos que hoy se desarrollan en condiciones precarias y se pongan en marcha pol¨ªticas migratorias adecuadas. Con los datos disponibles hoy, ese escenario es posible, aunque no es seguro.
El riesgo de no hacer nada es enorme. Y para que ese momento, si llega, no nos sorprenda sin margen para reaccionar, hay que aprovechar estos a?os de bonanza para aumentar el peso del ahorro obligatoriamente destinado a la previsi¨®n social. Eso s¨ª, por v¨ªas diferentes a las que se emplean actualmente. Porque con la parte de los excedentes del sistema de Seguridad Social que compensan el d¨¦ficit del Estado se est¨¢ haciendo una pol¨ªtica regresiva: las cuotas de los trabajadores financian las rebajas fiscales otorgadas a los que pueden destinar una parte de su renta a pagarse un buen plan de pensiones. A su vez, el resto del super¨¢vit se est¨¢ aplicando a un Fondo de Reserva que tal como est¨¢ dise?ado sirve para ayudar a superar las oscilaciones propias del ciclo econ¨®mico, pero no para hacer frente a los compromisos futuros del sistema.
No se han explorado, en cambio, otras pol¨ªticas de ahorro alternativas, m¨¢s justas que las existentes hasta ahora. Podr¨ªa establecerse, por ejemplo, que un porcentaje de la cuota de cada cotizante menor de una determinada edad se destine a la constituci¨®n de su propio plan de pensiones dentro del sistema p¨²blico. As¨ª, a la pensi¨®n calculada conforme al sistema de reparto se le a?adir¨ªa en su d¨ªa la correspondiente al plan individual de cada titular. Un mecanismo como ¨¦ste puede perfectamente financiarse con los actuales excedentes del sistema de reparto, y con ¨¦l los j¨®venes encontrar¨ªan una cierta compensaci¨®n a la inestabilidad de sus actuales trayectorias profesionales, que adem¨¢s va a presionar a la baja unas bases reguladoras calculadas sobre el conjunto de la vida laboral. Con esta f¨®rmula, los m¨¢s j¨®venes podr¨ªan cubrirse, al menos parcialmente, frente al riesgo de que se confirmen con el tiempo los nubarrones que les acechan en el largo plazo, cuando lleguen a la edad de su jubilaci¨®n.
En todo caso, hay que evitar que el anuncio de "pan para hoy y hambre para ma?ana" defina a nuestro sistema de pensiones, afrontando desde ahora los problemas que le pueden aquejar en el futuro, pese a que goza en lo inmediato de un magn¨ªfico aspecto. El optimismo de hoy debe ser proyectado hacia el futuro, sobre todo pensando en los m¨¢s j¨®venes. La autocomplacencia, el conservadurismo o la indolencia son en este terreno, m¨¢s que en ning¨²n otro, sin¨®nimos de insolidaridad.
Joaqu¨ªn Almunia es diputado del PSOE.
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