Madrid con bigotes
Frente a la cat¨¢strofe del Prestige, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero llama a la unidad pol¨ªtica nacional, y sus mayores opositores, que llevan unos a?os en el gobierno pero les queda poca credibilidad tras esta crisis, siguen acus¨¢ndole de deslealtad. Usan esa palabra (deslealtad...) como si por s¨ª misma significara algo. Pero, en abstracto, la deslealtad no existe: necesita un sujeto (el desleal, el infiel), y de un objeto (el utilizado espuriamente, el traicionado). El sujeto, naturalmente, es el propio Zapatero, pero del objeto nada sabemos, a excepci¨®n de que tal deslealtad no sea sino una freudiana proyecci¨®n del presidente Aznar y sus ministros: verdaderos desleales que, como el ladr¨®n del refr¨¢n, ven la realidad te?ida de su propia condici¨®n: negra. Negra como fuel, negra como bigotes.
Hace tiempo que en Madrid ven¨ªamos buscando la imagen que definiera su car¨¢cter actual, esa sensaci¨®n de que algo ha cambiado profundamente para peor, algo que ni siquiera acert¨¢bamos a distinguir si propio de la ciudad misma o si oscuro reflejo del mundo, una impresi¨®n de p¨¦rdida de vitalidad, un peso de estancamiento, de desconcierto, de aburrimiento, de dificultad. Nos quej¨¢bamos, nos revolv¨ªamos en la estrechez, cada vez m¨¢s nos incomod¨¢bamos, medit¨¢bamos, pero (aplicados herederos de esa otra crisis esencial de Cior¨¢n, que en su Cuaderno de Talamanca, reci¨¦n publicado por Pre-Textos, advierte de que vale "meditar sobre cualquier cosa, excepto sobre el lenguaje") no ¨¦ramos capaces de dar con la ret¨®rica que ilustrara nuestro des¨¢nimo. Entonces vino a estrenar Kamchatka la actriz Cecilia Roth, que tiene de argentina un manejo anal¨ªtico y literario del lenguaje y de madrile?a un descaro entre combativo y exc¨¦ptico, e hizo un inmejorable retrato de Corte: "Madrid est¨¢ con bigotes, serio". S¨ª, se?ora, ah¨ª est¨¢ Madrid, que lleg¨® a ser casi punk cuando Cecilia Roth comenzaba en los ochenta a patearse el escenario de sus calles, que se mor¨ªa de risa y sobredosis porque en el riesgo de la felicidad y en una suerte de autogesti¨®n radicaba su val¨ªa, se plant¨® un bigote, por alcalde interpuesto, al que le han crecido pelos negros que han llegado hasta la Moncloa y hasta el mar.
Y el mar todo lo devuelve. Esta marea negra que nos apesta y nos deja con resaca t¨®xica es una mara?a de sentido ideol¨®gico y de caspa, una capilar apariencia de seriedad que oculta el labio desnudo de la irresponsabilidad y de la ineficacia, el gigantesco bigote de tradici¨®n chulesca y violenta que tan catastr¨®ficos resultados ha dado en la historia. Pensemos en bigotes: no hace falta dar nombres, para qu¨¦ meterse en l¨ªos, pero todos somos capaces de evocar esas caras donde se guarda el gesto de la culpa. Ha tenido que crecer pelo en la dehesa y en la meseta, en la sierra y en la ribera, ha tenido que llegar a las costas y hasta enredarse en los fondos abisales para que nos di¨¦ramos cuenta de que eso es lo que pasaba aqu¨ª: el gran bigote. Y mientras el mar devuelve mechones negros, mientras le pone tinte barato a las alcatraces, mientras disfraza a los acantilados de grotesca y criminal seriedad, en Madrid el bigote simb¨®lico toma la televisi¨®n p¨²blica (como siempre han hecho los bigotes) y se dedica a mentir (el bigote es muy pr¨¢ctico para la cara de las mentiras).
Y mientras Rodr¨ªguez Zapatero, quit¨¢ndose pelos de los ojos, llama a una unidad nacional a la que atienden todos los ciudadanos excepto el del bigote y subalternos, en el Madrid de Cecilia Roth, provincia de Galicia, muchos han hecho mutis por el foro. Algunos hasta pretenden representarnos municipalmente en el futuro, aunque vayan, como Ana Botella, de interesantes como haci¨¦ndose rogar con esa media sonrisa de venga, vale, yo no quer¨ªa, lo voy a hacer por vosotros, porque me necesit¨¢is y mi religi¨®n me obliga a servir a mi pueblo. Pero ?alguien ha visto u o¨ªdo a Ana Botella en las ¨²ltimas semanas? Lo digo porque me temo que piensa reaparecer cuando baje la marea. Y entonces no debemos olvidar que estuvo conyugalmente escondida tras los bigotes, que ni siquiera lider¨® en Madrid una cuestaci¨®n caritativa para los afectados por su ADN familiar, que ser¨ªa muy de su estilo pol¨ªtico. Lo digo para que lo recordemos en las pr¨®ximas elecciones. Porque las urnas sirven para afeitarse el bigote, aunque sea por colega y esposa superpuesta, y pueden ser, finalmente, la expresi¨®n de esa unidad nacional a la que se refiere el desleal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.