Calentando motores
El jefe de los inspectores de la ONU en Irak, Hans Blix, en su declaraci¨®n preliminar ante el Consejo de Seguridad, ha indicado que el voluminoso informe de Sadam Husein sobre sus arsenales qu¨ªmicos, biol¨®gicos y bal¨ªsticos no es cre¨ªble, coincidiendo as¨ª con Washington y Londres. Pero Blix se?al¨® tambi¨¦n ayer que tampoco EE UU y Gran Breta?a han facilitado a su equipo de expertos elementos de informaci¨®n suficientes para descubrir la impostura, aunque vienen reiterando que poseen pruebas de que Sadam miente y oculta armamento prohibido. Se da as¨ª la paradoja, insostenible en una situaci¨®n preb¨¦lica, de que quienes dicen estar en posesi¨®n de datos fundamentales no se los proporcionan a aquellos de cuyo informe pende finalmente la eventualidad de una guerra en una de las regiones m¨¢s convulsas del planeta.
Tanto Blix como el responsable de inspecciones nucleares, el egipcio Mohamed el Baradei, comparten su escepticismo sobre los datos proporcionados por Irak a la ONU en las 12.000 p¨¢ginas de su informe. Ambos creen que contiene pocas novedades respecto a lo conocido hace cuatro a?os y que deja sin respuesta preguntas cruciales. Los expertos, sin embargo, no han encontrado nada relevante en su primer mes sobre el terreno, y se quejan de que los dos Gobiernos que tienen el espionaje m¨¢s avezado y los ojos y o¨ªdos electr¨®nicos necesarios, en tierra y en el espacio, no les ponen en la pista de los lugares donde supuestamente se almacenan las armas prohibidas de Sadam.
Para a?adir confusi¨®n, mientras EE UU, por boca de su secretario de Estado, se apresuraba a declarar que Bagdad ha violado la resoluci¨®n 1.441 del Consejo de Seguridad, el primer ministro brit¨¢nico aseguraba ayer que desconoce por el momento si Irak incumple el mandato de la ONU. Las palabras de Tony Blair en un mensaje a las Fuerzas Armadas brit¨¢nicas en el que solicita su disponibilidad para una guerra evidencian que ni siquiera entre los dos estrechos aliados hay acuerdo sobre lo que constituye casus belli.
Parece claro que Sadam, una vez m¨¢s, intenta jugar al rat¨®n y al gato. El d¨¦spota iraqu¨ª permanece fiel a su inveterada t¨¢ctica de intentar ganar tiempo, burlarse y sembrar confusi¨®n. Pero tambi¨¦n est¨¢ fuera de toda duda que la evidencia sobre sus armas de destrucci¨®n masiva -o mejor, la falta de tal evidencia acumulada hasta ahora por los expertos- no es suficiente para iniciar una invasi¨®n. Incluso Washington mantiene la cautela al se?alar que las omisiones detectadas en el voluminoso informe de Bagdad no son, por el momento, argumento para dar la orden de marcha a su formidable dispositivo b¨¦lico desplegado en el golfo P¨¦rsico.
La cuesti¨®n decisiva, llegado el caso, es si la Casa Blanca va a ejercer en solitario su incontestado poder militar o preferir¨¢ arroparse dentro del sistema de la legalidad internacional. Aparentemente, y pese a su machaconer¨ªa verbal, Bush est¨¢ optando por lo segundo. Un requisito indispensable para desatar una guerra es su proporcionalidad, algo que hoy no parece darse en el caso iraqu¨ª. Si Washington y Londres buscan una coalici¨®n aliada contra Sadam, es imprescindible que aporten antes evidencias indiscutibles sobre el alcance del ocultamiento y las mentiras del dictador iraqu¨ª a prop¨®sito de sus armas de destrucci¨®n masiva.
En este sentido, las pr¨®ximas semanas, hasta finales de enero, resultar¨¢n decisivas. Es entonces cuando Blix, transcurridos dos meses, facilitar¨¢ al Consejo de Seguridad una informaci¨®n completa de lo hallado en Irak y su estimaci¨®n sobre la cooperaci¨®n del r¨¦gimen de Sadam con los inspectores de la ONU. Ambos factores juntos, la gravedad de las mentiras y las zancadillas puestas para desenmascararlas son el material con el que se debe sopesar la pertinencia o no de una intervenci¨®n militar contra Irak.
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