Las creaciones de la vejez
Cuando public¨® Hierro en 1998 Cuaderno de Nueva York ten¨ªa 76 a?os, se dice que una edad de claudicante retirada para emprender empresas nuevas. El t¨®pico de que la poes¨ªa se acopla mejor con las exacerbaciones juveniles es absolutamente desmentido por poetas que han escrito su obra mejor en plena madurez cuando no en declinante ancianidad. T. S. Eliot, Wallace Stevens, W. B. Yeats, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Vicente Aleixandre, entre otros. Y Hierro absolutamente tambi¨¦n.
Porque Cuaderno en Nueva York es uno de los mejores libros, si no el mejor, despu¨¦s de Libro de las alucinaciones, el santo y se?a de toda su mejor y m¨¢s madura poes¨ªa, el libro que supone una invenci¨®n considerable a cuyos derroteros se ha plegado despu¨¦s Hierro en toda su poes¨ªa posterior. Pero, adem¨¢s, y aunque esto pueda parecer circunstancial, coincidi¨® que con la aparici¨®n de Cuaderno en Nueva York Hierro vivi¨® una sorprendente y explosiva traca de reconocimientos de todo tipo, desde todos los premios habidos y por haber, Cervantes y el premio Aristei¨®n concedido por la Comunidad Europea, hasta el mejor premio de todos, el raramente encontrable en el mundo de la poes¨ªa: el reconocimiento de la multitud de lectores que han adquirido ese libro. Por a?adidura, como si la cosecha no acabara nunca, Cuaderno en Nueva York sorprende sobre todas las cosas porque es un libro sorprendentemente vital, y casi se dir¨ªa que en ocasiones juvenil, hasta el rubor tal vez, especialmente en sus secuencias amorosas, tan inocentemente declarativas que hacen pensar en un aluvi¨®n de emociones adolescentes dif¨ªcilmente reprimibles.
Este libro de ancianidad rebosa de exaltaciones y exultaciones en otros ¨¢mbitos, tal vez lo m¨¢s convincentes para quien esto escribe. Nueva York es el pretexto -como en Lorca, presencia irremediable- y, de la mano de esa ciudad, aparece una especie de mundo abigarrado y ca¨®tico, pero no tan doloroso como en Lorca, sino desparramado y vitalizante. El dolor acecha, pero embarcado quiz¨¢s en una corriente m¨¢s poderosa que ¨¦l, la de la vida misma. Y, dentro de esa vitalidad, est¨¢ el viejo tir¨®n de Hierro hacia los engranajes de la memoria, su verdadera mina creativa y su verdadero tormento. Desde ella urde un tenso de tejido de alucinaciones por las que el pasado se inmiscuye de tal forma que Beethoven coincide con el propio Hierro en un concierto en Nueva York. Aqu¨ª est¨¢ en mi opini¨®n el mejor hontanar de este libro asombroso con momentos de insuperable calidad que hablan de lo que dec¨ªamos: la vejez se expresa poderosamente y los lectores se agolpan -sin hip¨¦rbole- tras ese libro y as¨ª la poes¨ªa puede m¨¢s que la muerte.
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