A ciencia cierta y con taparrabos para atunes
Quienes decretan, a ciencia cierta, las normas que rigen desde la ovulaci¨®n in vitro, hasta la clonaci¨®n, ?celebran la ceremonia de la confusi¨®n ante la mancha original de chapapote?
A ciencia cierta, se afirm¨® en su d¨ªa que los "test¨ªculos femeninos emiten un esperma no muy diferente al masculino"; el c¨®ctel de las dos semillas, revuelto en el ¨²tero de la mujer, permit¨ªa la fecundaci¨®n. Eso mismo pensaron quienes mandaron, ordenaron y dispusieron durante cientos de a?os de mandobles y estr¨¦pitos. Perogrullo reconoci¨® que para confundirse se precisa cometer errores.
A ciencia cierta, el mism¨ªsimo Descartes asegur¨® "que los dos l¨ªquidos esperm¨¢ticos sirven de levadura el uno al otro... y que se recalientan entre s¨ª de tal manera que algunas de sus part¨ªculas adquieren el ardor del fuego". Jardiel Poncela, cuatrocientos a?os despu¨¦s, puso en escena con abalorios y sin campanillas a "cuatro corazones con freno y con marcha atr¨¢s". Pero el fil¨®sofo, menos dram¨¢tico, compar¨® la mixti¨®n de los dos espermas con la fermentaci¨®n de la uva "cuando los caldos del vino hierven en las cubas". ?Podr¨ªamos imaginar una fuerza m¨¢s invencible que la de nuestro oleaje bituminoso en el error cuando la mar entinta balizas y castros?
A ciencia cierta, Buffon tambi¨¦n estaba convencido de que la mujer tiene espermatozoides parecidos a los del hombre. Y para probarlo invit¨® a tres hombres de ciencia a su experimento con una pareja de perros. Despu¨¦s de que la hembra copulara con un can tan en celo como ella, Buffon la mat¨® porque era suya. E inmediatamente le abri¨® el vientre. Con sus amigos comprob¨® que el ¨²tero de la chucha estaba lleno de "gusanillos esperm¨¢ticos femeninos". Los del macho "no hubieran podido subir desde la vagina al ovario tan de prisa", certificaron los cuatro. Seguimos confundi¨¦ndonos, ?porque aceptamos lo contrario a la verdad, o porque conseguimos alquitranarnos en nuestras certezas? Mejor que nadie, Wittgenstein ha analizado estos jeribeques sin el grito glugl¨² del ahogado de sal¨®n.
A ciencia cierta, los humanoides pudimos hilar m¨¢s fino cuando un mercader de tejidos (como mi abuelo) del XVII, para estudiar esas excepciones pataf¨ªsicas que engendra el an¨¢lisis de lo infinitamente peque?o, fabric¨® un microscopio. Antonio Van Leewenhoek, gracias a su artilugio, describi¨® a la Royal Society el esperma de un pobre hombre pobre que sufr¨ªa poluciones nocturnas. "Los gusanillos esperm¨¢ticos son tan numerosos que en un espacio del tama?o de un grano de arena he visto code¨¢ndose m¨¢s de mil". Cur¨¢ndose en salud ante los galenos londinenses, a?adi¨®: "Si estas observaciones pudieran provocar repulsi¨®n o esc¨¢ndalo entre los doctores de la Sociedad ... les rogar¨ªa que las destruyeran". Parecidamente se expresaron algunos militantes del corte de Zinoviev, Bukar¨ªn o Kamenev en la corte de Stalin durante sus autocr¨ªticas, a punto de que les cortaran las constantes vitales frente al pared¨®n. Cervantes escribi¨® medio siglo antes del mercader holand¨¦s, refiri¨¦ndose a la posiblidad de que sus novelas no fueran ejemplares: "Antes me cortara la mano con que las escrib¨ª". Por cierto, ?de qu¨¦ tercera mano dispon¨ªa el ingenioso manco para realizar a secas semejante tajo y desmoche?
A ciencia cierta, el holand¨¦s Van Leewenhoek, vio que "los anim¨¢lculos esperm¨¢ticos son, en verdad, nervios, arterias y venas". Gracias a estas observaciones pudo asegurar que "exclusivamente la semilla masculina forma el embri¨®n; la hembra ¨²nicamente la recibe y la nutre". Lo inesperado, ?pod¨ªa sorprender a quien no pod¨ªa imaginar nada que se opusiera a su concepto de la feminidad de rejilla y guardilla?
A ciencia cierta, su alumno Hartoesoeker pretendi¨® que "el hombre lleva escondido debajo de la piel un hom¨²nculus oculto y acurrucado en la cabecita del espermatozoide", hombrecillo dispuesto a desencadenar la fecundaci¨®n. Francisco de Plantade lo comprob¨®, como para celebrar el inicio del siglo XVIII: "Lo he visto desnudo con sus dos piernecillas, su pech¨ªn, sus bracitos... las caracter¨ªsticas distintivas de los sexos no he logrado reconocerlas a causa de la exig¨¹idad del hom¨²nculus". Algunas civilizaciones orientales creyeron que al descomponerse Dios -como el "aceite de las piedras" (el petr¨®leo)- aparecieron gusanos, y que de ellos surgieron el hombre y la mujer. Era el caos primordial de las leyendas an¨®nimas del Pan Ku con agrimensuras colgadas del Alt¨ªsimo.
A ciencia cierta, Nicol¨¢s Audry, meses despu¨¦s -tambi¨¦n en 1700- precis¨® que "los gusanillos esperm¨¢ticos tienen colas largu¨ªsimas; pero se desprenden de ellas en cuanto se convierten en fetos". La verdad ya se escondi¨® en los abismos del mar desde los tiempos de Dem¨®crito.
A ciencia cierta frente, a estos sabios llamados "animaliculistas de la fecundaci¨®n", surgieron otros conocidos por ovistas. Uno de ellos, Nicolas St¨¦non, disec¨® una especie de tibur¨®n hembra llamada "perra de mar". Al darse cuenta de que los embriones estaban contenidos en esferas "como huevos", dedujo que "los test¨ªculos de la mujer deben de ser an¨¢logos a los huevos de los p¨¢jaros". Teodoro Kerckring, en Amsterdam, "hall¨® estos huevos" (?hoy sabemos que eran quistes!) dentro de una fallecida. Los fri¨®, los degust¨® y "no le parecieron desagradables". Otro sabio holand¨¦s, R¨¦gnier de Graaf, muri¨® trastornado cuando se le acus¨® "de creer que las mujeres ponen huevos como las gallinas". Nuestros propios errores ?tienen el encanto de aparecer como evidencias del Feudo de las Hadas?
A ciencia cierta, Charles Bonnet prob¨® su tesis ovista: encerr¨® pulgones hembras -ignorando que eran partenogen¨¦sicas- bajo una campana herm¨¦tica. Como, sin conocer al macho, alcanzaron la fertilidad, supuso que "todo proviene del huevo (el ¨®vulo)". El esperma ¨²nicamente ten¨ªa para ¨¦l la funci¨®n secundaria de estimular la ovulaci¨®n despertando el huevo (¨®vulo) femenino gracias a su olor "a brea, penetrante y f¨¦tido".
A ciencia cierta, Lazzaro Spallanzani invent¨® el taparrabos de cuero primero para atunes, y por fin para ranas, a fin de recoger las gotas de los machos a los que frustraba de la copulaci¨®n. Con este esperma de batracio consigui¨® la primera fecundaci¨®n artificial. En 1740 exactamente, en tiempos de las abuelas de nuestras bisabuelas, las cuales tan s¨®lo pudieron viajar en nav¨ªos o veh¨ªculos sin motores bituminosos conduciendo al pandem¨®nium.
A ciencia cierta, el sabio italiano demostr¨® que el esperma fecunda y no "su olor penetrante", ni, como otros pretend¨ªan, las descargas el¨¦ctricas, ni el azafr¨¢n, ni el jugo de naranjas dulces, ni tan siquiera "el l¨ªquido lechoso que sale de las pieles de la salamandra escocida". Pens¨® que la fecundaci¨®n la provoca el esperma siempre y cuando exista previamente un huevo (un ¨®vulo), pues dentro de ¨¦l hay ya un ser vivo que el esperma despierta. A ciencia cierta, algunos materialistas creyeron que existen fuerzas de atracci¨®n entre l¨ªquidos esperm¨¢ticos masculinos y femeninos, precisamente "como las descritas por Newton en las leyes de la gravitaci¨®n universal".
A ciencia cierta, del enfrentamiento entre dos teor¨ªas antag¨®nicas surge a menudo una tercera alternativa "inconcebible" que logra unir las dos tesis. Cuando Ram¨®n y Cajal propuso un modelo de c¨¦lula nerviosa del cerebro, top¨® con muchos detractores. En los a?os 30 del siglo pasado por fin se impuso su visi¨®n de neuronas individuales. Ram¨®n (como le conoce el extranjero) dijo, conciliador: "Las hip¨®tesis (err¨®neas) de mis adversarios han engendrado indirectamente los descubrimientos que hoy reconocemos". El susurro humilde de quien s¨®lo sabe que no sabe nada ?puede o¨ªrse frente al estruendo del orgullo chernobilizador?
A ciencia cierta, Hip¨®crates y Galeno creyeron, como Arist¨®teles o Pascal, en la "misteriosa mixtura de semillas" y en ciertas normas cient¨ªficas indiscutibles. Por el contrario, el Coll¨¨ge de Pataphysique estudia las excepciones y se interesa, no s¨®lo por la fecundaci¨®n, el Titanic o las mareas negras, sino por el ombligo. La comisi¨®n creada, al comprobar que siempre se represent¨® a Ad¨¢n y Eva con esta cicatriz redonda, se pregunta con modestia: ?qu¨¦ hubo antes del Big- Bang?; el huevo ?precedi¨® a la gallina?; existe una relaci¨®n cient¨ªfica ?entre la mancha original y la que hoy nos amenaza?
Quienes decretan, a ciencia cierta, las normas que rigen desde la ovulaci¨®n in vitro, hasta la clonaci¨®n, ?celebran la ceremonia de la confusi¨®n ante la mancha original de chapapote?
A ciencia cierta, se afirm¨® en su d¨ªa que los "test¨ªculos femeninos emiten un esperma no muy diferente al masculino"; el c¨®ctel de las dos semillas, revuelto en el ¨²tero de la mujer, permit¨ªa la fecundaci¨®n. Eso mismo pensaron quienes mandaron, ordenaron y dispusieron durante cientos de a?os de mandobles y estr¨¦pitos. Perogrullo reconoci¨® que para confundirse se precisa cometer errores.
A ciencia cierta, el mism¨ªsimo Descartes asegur¨® "que los dos l¨ªquidos esperm¨¢ticos sirven de levadura el uno al otro... y que se recalientan entre s¨ª de tal manera que algunas de sus part¨ªculas adquieren el ardor del fuego". Jardiel Poncela, cuatrocientos a?os despu¨¦s, puso en escena con abalorios y sin campanillas a "cuatro corazones con freno y con marcha atr¨¢s". Pero el fil¨®sofo, menos dram¨¢tico, compar¨® la mixti¨®n de los dos espermas con la fermentaci¨®n de la uva "cuando los caldos del vino hierven en las cubas". ?Podr¨ªamos imaginar una fuerza m¨¢s invencible que la de nuestro oleaje bituminoso en el error cuando la mar entinta balizas y castros?
A ciencia cierta, Buffon tambi¨¦n estaba convencido de que la mujer tiene espermatozoides parecidos a los del hombre. Y para probarlo invit¨® a tres hombres de ciencia a su experimento con una pareja de perros. Despu¨¦s de que la hembra copulara con un can tan en celo como ella, Buffon la mat¨® porque era suya. E inmediatamente le abri¨® el vientre. Con sus amigos comprob¨® que el ¨²tero de la chucha estaba lleno de "gusanillos esperm¨¢ticos femeninos". Los del macho "no hubieran podido subir desde la vagina al ovario tan de prisa", certificaron los cuatro. Seguimos confundi¨¦ndonos, ?porque aceptamos lo contrario a la verdad, o porque conseguimos alquitranarnos en nuestras certezas? Mejor que nadie, Wittgenstein ha analizado estos jeribeques sin el grito glugl¨² del ahogado de sal¨®n.
A ciencia cierta, los humanoides pudimos hilar m¨¢s fino cuando un mercader de tejidos (como mi abuelo) del XVII, para estudiar esas excepciones pataf¨ªsicas que engendra el an¨¢lisis de lo infinitamente peque?o, fabric¨® un microscopio. Antonio Van Leewenhoek, gracias a su artilugio, describi¨® a la Royal Society el esperma de un pobre hombre pobre que sufr¨ªa poluciones nocturnas. "Los gusanillos esperm¨¢ticos son tan numerosos que en un espacio del tama?o de un grano de arena he visto code¨¢ndose m¨¢s de mil". Cur¨¢ndose en salud ante los galenos londinenses, a?adi¨®: "Si estas observaciones pudieran provocar repulsi¨®n o esc¨¢ndalo entre los doctores de la Sociedad ... les rogar¨ªa que las destruyeran". Parecidamente se expresaron algunos militantes del corte de Zinoviev, Bukar¨ªn o Kamenev en la corte de Stalin durante sus autocr¨ªticas, a punto de que les cortaran las constantes vitales frente al pared¨®n. Cervantes escribi¨® medio siglo antes del mercader holand¨¦s, refiri¨¦ndose a la posiblidad de que sus novelas no fueran ejemplares: "Antes me cortara la mano con que las escrib¨ª". Por cierto, ?de qu¨¦ tercera mano dispon¨ªa el ingenioso manco para realizar a secas semejante tajo y desmoche?
A ciencia cierta, el holand¨¦s Van Leewenhoek, vio que "los anim¨¢lculos esperm¨¢ticos son, en verdad, nervios, arterias y venas". Gracias a estas observaciones pudo asegurar que "exclusivamente la semilla masculina forma el embri¨®n; la hembra ¨²nicamente la recibe y la nutre". Lo inesperado, ?pod¨ªa sorprender a quien no pod¨ªa imaginar nada que se opusiera a su concepto de la feminidad de rejilla y guardilla?
A ciencia cierta, su alumno Hartoesoeker pretendi¨® que "el hombre lleva escondido debajo de la piel un hom¨²nculus oculto y acurrucado en la cabecita del espermatozoide", hombrecillo dispuesto a desencadenar la fecundaci¨®n. Francisco de Plantade lo comprob¨®, como para celebrar el inicio del siglo XVIII: "Lo he visto desnudo con sus dos piernecillas, su pech¨ªn, sus bracitos... las caracter¨ªsticas distintivas de los sexos no he logrado reconocerlas a causa de la exig¨¹idad del hom¨²nculus". Algunas civilizaciones orientales creyeron que al descomponerse Dios -como el "aceite de las piedras" (el petr¨®leo)- aparecieron gusanos, y que de ellos surgieron el hombre y la mujer. Era el caos primordial de las leyendas an¨®nimas del Pan Ku con agrimensuras colgadas del Alt¨ªsimo.
A ciencia cierta, Nicol¨¢s Audry, meses despu¨¦s -tambi¨¦n en 1700- precis¨® que "los gusanillos esperm¨¢ticos tienen colas largu¨ªsimas; pero se desprenden de ellas en cuanto se convierten en fetos". La verdad ya se escondi¨® en los abismos del mar desde los tiempos de Dem¨®crito.
A ciencia cierta frente, a estos sabios llamados "animaliculistas de la fecundaci¨®n", surgieron otros conocidos por ovistas. Uno de ellos, Nicolas St¨¦non, disec¨® una especie de tibur¨®n hembra llamada "perra de mar". Al darse cuenta de que los embriones estaban contenidos en esferas "como huevos", dedujo que "los test¨ªculos de la mujer deben de ser an¨¢logos a los huevos de los p¨¢jaros". Teodoro Kerckring, en Amsterdam, "hall¨® estos huevos" (?hoy sabemos que eran quistes!) dentro de una fallecida. Los fri¨®, los degust¨® y "no le parecieron desagradables". Otro sabio holand¨¦s, R¨¦gnier de Graaf, muri¨® trastornado cuando se le acus¨® "de creer que las mujeres ponen huevos como las gallinas". Nuestros propios errores ?tienen el encanto de aparecer como evidencias del Feudo de las Hadas?
A ciencia cierta, Charles Bonnet prob¨® su tesis ovista: encerr¨® pulgones hembras -ignorando que eran partenogen¨¦sicas- bajo una campana herm¨¦tica. Como, sin conocer al macho, alcanzaron la fertilidad, supuso que "todo proviene del huevo (el ¨®vulo)". El esperma ¨²nicamente ten¨ªa para ¨¦l la funci¨®n secundaria de estimular la ovulaci¨®n despertando el huevo (¨®vulo) femenino gracias a su olor "a brea, penetrante y f¨¦tido".
A ciencia cierta, Lazzaro Spallanzani invent¨® el taparrabos de cuero primero para atunes, y por fin para ranas, a fin de recoger las gotas de los machos a los que frustraba de la copulaci¨®n. Con este esperma de batracio consigui¨® la primera fecundaci¨®n artificial. En 1740 exactamente, en tiempos de las abuelas de nuestras bisabuelas, las cuales tan s¨®lo pudieron viajar en nav¨ªos o veh¨ªculos sin motores bituminosos conduciendo al pandem¨®nium.
A ciencia cierta, el sabio italiano demostr¨® que el esperma fecunda y no "su olor penetrante", ni, como otros pretend¨ªan, las descargas el¨¦ctricas, ni el azafr¨¢n, ni el jugo de naranjas dulces, ni tan siquiera "el l¨ªquido lechoso que sale de las pieles de la salamandra escocida". Pens¨® que la fecundaci¨®n la provoca el esperma siempre y cuando exista previamente un huevo (un ¨®vulo), pues dentro de ¨¦l hay ya un ser vivo que el esperma despierta. A ciencia cierta, algunos materialistas creyeron que existen fuerzas de atracci¨®n entre l¨ªquidos esperm¨¢ticos masculinos y femeninos, precisamente "como las descritas por Newton en las leyes de la gravitaci¨®n universal".
A ciencia cierta, del enfrentamiento entre dos teor¨ªas antag¨®nicas surge a menudo una tercera alternativa "inconcebible" que logra unir las dos tesis. Cuando Ram¨®n y Cajal propuso un modelo de c¨¦lula nerviosa del cerebro, top¨® con muchos detractores. En los a?os 30 del siglo pasado por fin se impuso su visi¨®n de neuronas individuales. Ram¨®n (como le conoce el extranjero) dijo, conciliador: "Las hip¨®tesis (err¨®neas) de mis adversarios han engendrado indirectamente los descubrimientos que hoy reconocemos". El susurro humilde de quien s¨®lo sabe que no sabe nada ?puede o¨ªrse frente al estruendo del orgullo chernobilizador?
A ciencia cierta, Hip¨®crates y Galeno creyeron, como Arist¨®teles o Pascal, en la "misteriosa mixtura de semillas" y en ciertas normas cient¨ªficas indiscutibles. Por el contrario, el Coll¨¨ge de Pataphysique estudia las excepciones y se interesa, no s¨®lo por la fecundaci¨®n, el Titanic o las mareas negras, sino por el ombligo. La comisi¨®n creada, al comprobar que siempre se represent¨® a Ad¨¢n y Eva con esta cicatriz redonda, se pregunta con modestia: ?qu¨¦ hubo antes del Big- Bang?; el huevo ?precedi¨® a la gallina?; existe una relaci¨®n cient¨ªfica ?entre la mancha original y la que hoy nos amenaza?
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