El disc¨ªpulo m¨¢s prodigioso de Melqu¨ªades
Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez puso el punto final a sus memorias y se top¨® con la muerte de su madre. Un domingo lo trajo ella al mundo; y un domingo lo dej¨® ella. Fue la noche del 9 de junio pasado, cerr¨¢ndose as¨ª otro c¨ªrculo en la vida de uno de los escritores vivos m¨¢s admirados y traducidos en el mundo, m¨¢s de 40 millones de libros vendidos en 36 idiomas. Sin tener en cuenta este Vivir para contarla (Mondadori y C¨ªrculo de Lectores), que en dos meses ha sobrepasado el medio mill¨®n de compradores en Espa?a y Am¨¦rica Latina, a quienes se sumar¨¢n en 2003 sus lectores en Alemania, Estados Unidos, Italia o Reino Unido.
Trece a?os hab¨ªa tardado el Nobel colombiano en llegar a ese punto final del primer tomo de sus memorias. Trece a?os en los que hab¨ªa desandado sus recuerdos mientras escrib¨ªa m¨¢s libros, volv¨ªa al periodismo y le pasaba de todo, incluso sostener un pulso con un c¨¢ncer linf¨¢tico. Y cuando el destino presagiaba una fiesta de pueblo por el encuentro literario entre los Garc¨ªa M¨¢rquez y los pobladores de Macondo, ¨¦ste se volvi¨® a torcer con el fallecimiento de Luisa Santiaga M¨¢rquez Iguar¨¢n, cuya historia de amor con quien habr¨ªa de ser su padre, Gabriel Eligio, le inspiraron El amor en los tiempos del c¨®lera.
Como su Melqu¨ªades, Gabo ha creado un nuevo tiempo y espacio en el que coexisten en el mismo instante, y como uno solo, realidad e imaginaci¨®n
Es uno de los escritores m¨¢s admirados y traducidos: m¨¢s de 40 millones de libros vendidos en 36 idiomas. Sin contar este esperado 'Vivir para contarla'
Una muerte que cubr¨ªa de duelo, otra vez, la vida de Gabo. Su madre entraba a formar parte de la presencia de las grandes ausencias junto al padre de ella, su abuelo, Nicol¨¢s Ricardo M¨¢rquez Mej¨ªa, con quien se cri¨® hasta los ocho a?os, en compa?¨ªa de su abuela Tranquilina. Una ausencia que acompa?a al escritor desde los 10 a?os y que convirti¨® en incompletas todas sus alegr¨ªas postreras, "por el simple hecho de que el abuelo no las sepa", escribe Dasso Sald¨ªvar en la biograf¨ªa Viaje a la semilla (Alfaguara).
Pero antes del alboreo de esta ¨²ltima tristeza por la muerte de su madre, Garc¨ªa M¨¢rquez (Aracataca, 1927) se convirti¨® en el disc¨ªpulo m¨¢s prodigioso de Melqu¨ªades -el hombre a quien dio vida para que profetizara con un siglo de antelaci¨®n el destino de Macondo en Cien a?os de soledad-. Cre¨® en estas memorias un nuevo tiempo y espacio en el que coexisten en el mismo instante y como uno solo realidad y ficci¨®n bajo el nombre de Vivir para contarla.
La complicidad del azar
Un libro publicado bajo la complicidad del azar. La de un a?o cuyos n¨²meros se reflejan a s¨ª mismos: 2002, creando un juego de espejos que tanto gustan a Gabo. Un aliado y testigo esc¨¦nico de la confluencia de las dimensiones de dos mundos, el de lo vivido y el de lo novelado. Porque en estas memorias Garc¨ªa M¨¢rquez recorre su vida y la de su familia, cuyas historias han inspirado su obra. Es una cita de sus antepasados con sus trasuntos literarios; y de episodios ver¨ªdicos con los recreados envueltos en 50 a?os de historia de Colombia . Por eso el lector es recibido con el ep¨ªgrafe: "La vida no es la que uno vivi¨®, sino la que uno recuerda y c¨®mo la recuerda".Tras esta primera cita con su vida, Garc¨ªa M¨¢rquez tiene previsto uno o dos tomos m¨¢s. Si este primero termina en 1955 con su viaje a Europa, el segundo empezar¨ªa con su vida como corresponsal en este continente y llegar¨ªa hasta el presente, mientras el tercer volumen ser¨ªan sus encuentros con importantes personajes del mundo.
Pero ninguno de ellos como sus antepasados sus vecinos, ni el peregrinar de historias familiares que forman el delta del cual emanan su vida y su ¨¦xito. Un cauce por el que Gabo avanza r¨ªo arriba en medio de dos orillas que se reconcilian en ¨¦l: una alumbrada por las creencias e historias del m¨¢s all¨¢ alentadas por su abuela Tranquilina; y la otra iluminada por los episodios terrenales de su abuelo Nicol¨¢s. Las personas con quienes vivi¨® en un pueblo caribe?o llamado Aracataca. El lugar donde lo aguarda su felicidad m¨¢s irrepetible. Tanto que sobre la muerte de su abuelo ha escrito: "Mi ¨²ltimo recuerdo de la casa de Cataca por aquellos d¨ªas atroces fue el de la hoguera del patio donde quemaron las ropas de mi abuelo. Sus liquiliques de guerra y sus linos blancos de coronel civil se parec¨ªan a ¨¦l como si continuara vivo dentro de ellos mientras ard¨ªan. (...) Hoy lo veo claro: algo m¨ªo hab¨ªa muerto con ¨¦l. Pero tambi¨¦n creo, sin duda alguna, que en ese momento era ya un escritor de escuela primaria al que s¨®lo le faltaba aprender a escribir".
?Y c¨®mo lo hizo! Con 55 a?os, en 1982, se convirti¨® en uno de los escritores m¨¢s j¨®venes en recibir el Nobel. Hace ya 20 a?os de aquel diciembre en Estocolmo cuando rompi¨® la tradici¨®n al recibir el premio vestido de liquilique, y pronunciar uno de los discursos de aceptaci¨®n m¨¢s recordados, Brindis por la poes¨ªa. Un gui?o a sus primeros pasos en predios de la literatura: "En cada l¨ªnea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los esp¨ªritus esquivos de la poes¨ªa, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoci¨®n por sus virtudes de adivinaci¨®n, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte".
La muerte como tema
Un tema, el de la muerte, abordado de 333 formas en su obra, y con especiales tratamientos en la novela que le abri¨® las puertas de la gloria hace 35 a?os, Cien a?os de soledad. La escribi¨® entre 1965 y 1966 -tras m¨¢s de 15 a?os d¨¢ndole vueltas en la cabeza- bajo los sonidos de "dos discos que se gastaron de tanto ser o¨ªdos: los Preludios de Debussy y Qu¨¦ noche la de aquel d¨ªa de los Beatles".
Pero Macondo no hubiera existido sin La tercera resignaci¨®n. El cuento con el que Gabo vio por primera vez su nombre en letras de molde. Fue en el peri¨®dico colombiano El Espectador hace 55 a?os. Era el 13 de septiembre de 1947, nueve meses despu¨¦s de graduarse como bachiller. Pero cuando lo vio, su primera reacci¨®n fue "la certidumbre arrasadora de que no ten¨ªa los cinco centavos para comprar el peri¨®dico". A partir de ah¨ª se entreg¨® a sus demonios tutelares: Kafka, Faulkner, Virginia Woolf o la misma Sherezade.
Ten¨ªa 20 a?os. Y desde su llegada al mundo, el domingo 6 de marzo de 1927, la muerte lo ha rondado. Fue el primero de 11 hermanos, en cuyo nacimiento estuvo a punto de ser estrangulado por el cord¨®n umbilical. Entonces la t¨ªa Francisca sali¨® corriendo "hasta la puerta de la calle dando alaridos de incendio:
-?Var¨®n! ?Var¨®n! -y enseguida, como tocando a rebato-: ?Ron, que se ahoga!
(...) No fue f¨¢cil reanimarme, de modo que la t¨ªa Francisca me ech¨® el agua bautismal de emergencia. Deb¨ª llamarme Olegario, que era el santo del d¨ªa, pero nadie tuvo a la mano el santoral, as¨ª que me pusieron de urgencia el primer nombre de mi padre seguido por el de Jos¨¦, por ser el patrono de Aracataca".
Ahora, 75 a?os despu¨¦s, el destino lo convierte en un singular metanarrador de su propia existencia, tras coincidir el final de sus memorias con la muerte de la persona que lo habr¨ªa de llevar al lugar donde estaba su pasado a la espera de convertirse en su futuro literario. Fue en 1950, cuando su madre le pidi¨® que la acompa?ara a vender la casa de los abuelos en Aracataca. Un viaje que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez ha escogido para abrir este universo en el cual convive en un solo instante su trinidad literaria: verdad-recuerdo-imaginaci¨®n. Un viaje que fue "la decisi¨®n m¨¢s importante de cuantas tuve que tomar en mi carrera de escritor. Es decir: en toda mi vida".
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