A ver si se acaba ya lo que se daba
El a?o termina m¨¢s embroncado de lo que empez¨®, como si la perspectiva final de un ciclo de ignominia se empe?ara en estallar al comp¨¢s de los caprichos de un calendario ajeno al desprop¨®sito
A la deriva
Todo parece indicar que este invierno ser¨¢ duro. El Gobierno, reunido en Consejo de Ministros, no sabe a estas alturas si emprender la hu¨ªda o grabar para todas las televisiones el reconocimiento de su fracaso en los numerosos frentes que mantiene sangrantes todav¨ªa, en un ejercicio de cilicio con catarsis que lo mismo le permite ganar algunos votos. Sobre las costas del noroeste se abate la oscura noche de playas y arrecifes y fondos marinos en el m¨¢s riguroso de los lutos, y aqu¨ª s¨®lo el marisco dimite del ejercicio normal de sus funciones, mientras que m¨¢s de la mitad de espa?oles tiene dificultades para tirar de euro hasta fin de mes, y los j¨®venes ni eso. El regeneracionista fingido del bigote que nos iba a ense?ar lo que vale el peine neoliberal asoma una nariz intermitente y tan cristiana como el ahora me veis, pero luego ya no me ver¨¦is.
El chistoso esc¨¦nico
Cada vez m¨¢s montajes teatrales se parecen m¨¢s a ese temible pesado que en cuanto bajas la guardia te obsequia con una retah¨ªla de chistecitos m¨¢s o menos ingeniosos, tanto si lo deseas como si no, echando mano de personajes muy chistosos, aunque maldita la gracia muchas veces, que no tienen empacho alguno en romper a cambio de nada con la majestuosa convenci¨®n de la cuarta pared para dirigirse directamente al espectador y tirarle a la cara cualquier gracieta de fortuna. Nadie con menos gracia que el gracioso profesional, y nada tan detestable como el ingenioso de vocaci¨®n. Cada vez m¨¢s parecido a esa humorada puntual del gran secundario valenciano Luis Andr¨¦s, al que un Marsillach joven quer¨ªa matar porque en una representaci¨®n de fin de a?o de Hamlet, donde el actor hac¨ªa de La Sombra del rey asesinado, sal¨ªa de escena gritando con la convicci¨®n debida "?Venganza, Hamlet, venganza!", para asomarse enseguida por un lateral y -efusivo- desear al p¨²blico unas felices fiestas.
Poes¨ªa ilustrada
Todav¨ªa no he visto el libro de poemas de Marc Granell ilustrado por Rosa Torres, o al rev¨¦s, pero al pronto llama la atenci¨®n ese encuentro sobre el papel de dos creadores de largo aliento y acaso tan distintos como distinguidos. La intimidad de unas palabras que, como quer¨ªa Salvador Espriu, apenas son silencio, en los pinceles de una pintora explosiva que domina todos los secretos del color y de sus formas arborescentes. O al rev¨¦s. Nada dir¨ªa sobre ello de no ser porque Carmen Calvo se lleva entre manos un libro suyo ilustrado por Paco Brines, o al rev¨¦s, porque lo mismo es Carmen la que pone la imagen en su pasi¨®n por la reelaboraci¨®n de lo inmediato como residuo de la memoria y Paco el que da con la justa palabra de apariencia dom¨¦stica donde la extinci¨®n -respetuosa con el arte que la nombra- se detiene. O al rev¨¦s.
El rumor del cerebro
A Juan Benet le encantar¨ªa contemplar lo que queda de lo que fue su cad¨¢ver exquisito en la tumba del cementerio madrile?o de La Almudena, tanta es la atenci¨®n que prest¨® en su obra escrita a la devastaci¨®n del tiempo. La pr¨®xima Noche de Reyes se cumplir¨¢n diez a?os de su muerte, un azar todav¨ªa de estupor para los que descubrimos en su obra el tenebroso ritmo interior de las palabras y la cr¨®nica Regional de una guerra civil que, por primera vez en esa literatura, se constru¨ªa desde dentro. Como dijo Manuel Vicent, en su valedictoria publicada en este diario hace ahora diez a?os, Juan Benet "escrib¨ªa a pico escalando siempre la cara norte de s¨ª mismo, y uno se quedaba abajo, a pie de p¨¢gina, viendo c¨®mo se iba solo". Un Benet inaugural que adem¨¢s sosten¨ªa como nadie el vaso largo de ginebra en la barra ebria del bar, un p¨¢jaro de mucho vuelo que nada detestaba m¨¢s que el casticismo. El m¨¢s listo y fr¨¢gil y el m¨¢s culto de todos sus disc¨ªpulos.
En otro pa¨ªs
En cualquier otro pa¨ªs civilizado un personaje como Alicia de Miguel, con sus maneras de pescatera crecida a la que le hubiera tocado la loter¨ªa, habr¨ªa hecho las maletas por su propio pie o le habr¨ªan obligado a hacerlas, si es que las reglas democr¨¢ticas proscriben el recochineo privado a cuenta de los presupuestos p¨²blicos. Y si esto puede presumirse acerca de una tumultuosa mensajera, qu¨¦ no podr¨¢ aventurarse sobre su trabajoso jefe. Ahora que en los pasillos del bonito poder de esta comunidad va a perder peso espec¨ªfico el sexo de las falleras mayores en favor del pand¨¦mico sexo de los ¨¢ngeles, es hora de que nuestro presidente accidental incinere los muertos que le dej¨® su antecesor y quede como un intervalo de ejemplos en la soportable brevedad de su gesti¨®n. Nadie como Olivas tiene la ocasi¨®n de pasar a la historia como persona medianamente decente.
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