Kafka para el siglo XXI
MAX BROD, Alexandre Vialatte, Borges, algunos otros: existe una secuencia de lectores "definitivos" de Kafka. Cada una de estas lecturas engendra a su vez secuencias de nuevas ediciones, nuevas tesis, nuevos seminarios, hasta que una nueva lectura "definitiva" supera o canibaliza a la anterior. Brod propuso un Kafka talm¨²dico; Vialatte, un humorista sard¨®nico; Borges, un Kafka entre cuyos precursores (creados por el mismo Kafka) se hallaban los presocr¨¢ticos y varios narradores contempor¨¢neos. Hemos estado a la espera de un lector de Kafka para el siglo XXI, el siglo de la fragmentaci¨®n.
Qui¨¦n mejor que Roberto Calasso para esta tarea. Despu¨¦s de conjurar a los dioses de Oriente y Occidente para que nuestro hu¨¦rfano tiempo no los olvide (en La boda de Cadmo y Harmon¨ªa, Ka, La literatura y los dioses), nos recuerda ahora la imprescindible existencia de Kafka, cronista de la experiencia numinosa. K. (la letra que Kafka hizo suya) es el parco t¨ªtulo del estudio que acaba de aparecer en la editorial Adelphi de Mil¨¢n (editorial que Calasso fund¨® y dirige) y K. ya es un cl¨¢sico. Collage de fragmentos, de ideas varias reunidas en torno a preguntas nunca expl¨ªcitas, K. es una suerte de antolog¨ªa de comentarios y descubrimientos nacidos de una lectura nueva de Kafka poeta, Kafka amante, Kafka ag¨®nico, Kafka nuestro contempor¨¢neo, sobre todo Kafka investigador de la felicidad que nos es negada.
Entre las primeras ideas del libro, Calasso se?ala la similitud entre las nociones de castigo y elecci¨®n en Kafka. Sartre defini¨® as¨ª al genio: aqu¨¦l a quien el dedo de Dios aplasta contra el muro. En Kafka, quien elige se condena; las Cortes y el castillo son estructuras gemelas e intercambiables. El orden de su encuentro cambia la narraci¨®n, nunca el sentido. Para Calasso, en el mundo de Kafka cada acto implica una elecci¨®n, y por tanto lleva impl¨ªcito (y justifica) su castigo. La felicidad forma parte de esta trama s¨®lo en su calidad de inalcanzable.
Por su implacable l¨®gica (dice Calasso), las ficciones de Kafka no son nunca "fant¨¢sticas" en el sentido en el que lo son las de Poe. Los mundos de El castillo y El juicio son fr¨ªamente reales, absolutamente verdaderos, detalle tras atroz detalle. En estas minucias, Calasso encuentra el humor de Kafka para quien "lo verdaderamente c¨®mico no es otra cosa que los detalles cuidadosamente contados". Por ejemplo, el hecho de que el castillo no reciba hu¨¦spedes y de que, a pesar del camino que a ¨¦l conduce, no permita tr¨¢fico, recalca de manera ir¨®nica la impresi¨®n de ineficaz e insolente estupidez que K. da a los habitantes del pueblo. Tales detalles nos obligan a nosotros, los lectores, a recordar nuestra propia detallada realidad, la absurda pesadilla de nuestro quehacer cotidiano. El esclarecimiento de los mecanismos de la risa en Kafka (ante nuestras propias imposibilidades) no es uno de los menores m¨¦ritos de la lectura de Calasso.
Calasso concluye sus notas (la modesta palabra no implica ning¨²n menoscabo) con una reflexi¨®n fundamental: para Kafka, saturado de conocimiento consciente, el conocimiento de por s¨ª carece de verdadera importancia. "Despu¨¦s del pecado original", escribi¨® Kafka, "somos todos esencialmente iguales en nuestra habilidad de conocer el bien y el mal". Por tanto, sentir orgullo ante nuestros varios niveles de conocimiento es algo trivial porque "las verdaderas diferencias comienzan justo m¨¢s all¨¢ de este conocimiento". Como se?ala Calasso, nuestros esfuerzos por utilizar este "conocimiento m¨¢s all¨¢ del conocimiento" s¨®lo pueden conducir al fracaso ya que, para el ser humano, el ¨¦xito de tal tarea consiste simplemente en dejar de ser, es decir, en morir. En vida, somos nosotros los ausentes, no el Para¨ªso. Para Kafka (dice Calasso), el Para¨ªso no es un lugar desaparecido en el cual viv¨ªamos hace mucho tiempo y cuya memoria nos ha sido legada: el Para¨ªso, una presencia perenne y oculta. S¨®lo que en todo momento, un inmenso obst¨¢culo nos impide verlo: ese obst¨¢culo es el acto mismo de nuestra expulsi¨®n.
En K., Calasso vuelve a su tema esencial: nuestro comercio con lo divino, tan l¨²cidamente estudiado en La literatura y los dioses. Seg¨²n Kafka (cuenta Calasso), si usamos las palabras justas y el nombre indicado, los dioses aparecer¨¢n; lo importante de esta magia (que a veces llamamos literatura) es que "no crea sino conjura". Y Calasso acaba su libro con esta cita de los Diarios de Kafka, donde Kafka, con palabras justas, logra conjurar a la evasiva diosa de la felicidad. Dice Kafka: "Ay, bell¨ªsimo momento, condici¨®n espl¨¦ndida, jard¨ªn salvaje. Sales de tu casa y en el sendero la diosa de la felicidad viene a tu encuentro". Calasso apunta que ¨¦sta es la ¨²nica vez en sus muchos escritos que Kafka se atreve a mencionarla.
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