A Kant le gustaban los juguetes y el f¨²tbol
El d¨ªa de los Reyes Magos, en el patio del colegio, nos entrecruz¨¢bamos jugando "al laberinto". Describ¨ªamos con nuestra marcha en fila india, al filo del viento, complicad¨ªsimos arabescos que nos transportaban a un para¨ªso de risa, misterio y alucinaci¨®n. Tras sesenta a?os a?orando aquel m¨²ltiple periplo perdido, lo he vuelto a recorrer, como un rayo, gracias a la "ketamina de recinto", en una operaci¨®n reciente. Con otro juego ("la naturaleza en relieve"), sentados cual mirones del estupor, contempl¨¢bamos las estaciones expr¨¦s que van del cafetal hasta el caf¨¦ ?cortado! La maestra que nos ense?¨® a leer y a escribir, la madre Mercedes, distingu¨ªa, con el mismo mimo, el racimo de los juegos l¨²dicos de los pedag¨®gicos. Y nos encandilaba con sus graciosos juguetes (?gratuitos!) del d¨ªa de Reyes.
Nosotros le dec¨ªamos que la peonza "dorm¨ªa" cuando, girando vertiginosamente, parec¨ªa inm¨®vil..., pero se mov¨ªa circularmente como el mismo cielo. So?¨¢bamos despiertos y hasta cre¨ªamos comprender con gravedad descomunal la gravitaci¨®n universal. Nos hubiera sorprendido saber que Rousseau (con todas sus obras en el ?ndice) hab¨ªa escrito: "La peonza est¨¢ desprovista de todo valor de diversi¨®n, pero es el mejor medio de comprender la cosmograf¨ªa". En la Eneida, Virgilio se refiere tambi¨¦n a ella: "Los ni?os ven c¨®mo da vueltas tras lanzarla con un l¨¢tigo en el atrium desierto". Seg¨²n Kant, este juguete, que ya no trae el rey mago de pago, "contendr¨ªa un principio ontol¨®gico si los padres observaran a los hijos con inteligencia".
Aunque Montaigne no pudo imaginar el consumo hasta la consumaci¨®n del 6 de enero, se queja de "los padres que se gastan mucho dinero con sus hijos, porque s¨®lo piensan en divertirse ellos mismos con los regalos que les ofrecen". Y a?ade: "No puedo albergar esa pasi¨®n por los ni?os: no tienen movimiento del alma ni forma reconocible en el cuerpo que pueda hacerles amables". Se dir¨ªa que describe a Gargant¨²a. Rabelais detalla la amplia panoplia de este nene de pena y pene gordinfl¨®n: "Su espada no era valenciana ni su pu?al zaragozano, pues su padre odiaba a todos esos hidalgos borrachos y marranizados como diablos". Para el novelista hispan¨®fobo los juguetes eran lujos in¨²tiles.
Mi primer juguete, en Melilla, no fue ni lujoso ni olvidable: fue la arena de la playa, la de los ni?os de la Il¨ªada. Homero dice: "... los peque?os hacen castillos de arena y despu¨¦s se divierten destruy¨¦ndolos con el pie o con la mano". Mi padre fabric¨® en la c¨¢rcel de Burgos mi regalo de Reyes m¨¢s emocionante, como si de nuevo enterrara mis pies en la arena de la playa. Esta vez fueron los adultos los que lo destruyeron tapando la inscripici¨®n en su locomotora de madera: "Recuerda a pap¨¢".
En Ciudad Rodrigo, los Reyes Magos dispon¨ªan de una despensa de juguetes mayor que la de Brueghel. En el Juegos de ni?os de ¨¦ste se pueden contar hasta cerca de ochenta juegos y treinta juguetes: peonzas, bolos, tabas, nueces, zancos, molinillos, aros, carracas, ballestas, sonajeros, garrotas, mu?ecas, vejigas de cerdo, pompas de jab¨®n, caballos de palo... El universo l¨²dico de mi infancia se hubiera podido dividir en juegos de ma?a, de transporte, de locomoci¨®n, de fuerza, de roles, de procesiones, de guerra, de espect¨¢culo (como mi teatro de cart¨®n), e incluso juegos b¨¢rbaros, como los torneos, las pedreas o los martirios. Sin enredar la madeja, no puedo olvidar la "madejilla", otro juguete tan ventajoso como aventajado. ?Qu¨¦ inspir¨® la teor¨ªa matem¨¢tica de nudos en tiempos del No-Do?
Esperando a los Reyes Magos practic¨¢bamos una especie de golf junto a la muralla con bolas de madera, seguramente parecidas a las nueces de que habla Ovidio en Nux Elegia. "A menudo el ni?o coloca a una cierta distancia un vaso en el cual debe caer la nuez que lanza". Corr¨ªamos cerca del castillo de Trastamara con cometas de papel, engrudo, cinta y mente que, seg¨²n Kant, "son juguetes irreprochables... porque no se trata de un puro juego, adem¨¢s tienen una finalidad".
Un personaje de Las Nubes de Arist¨®fanes asegura que los ni?os helenos (como los mirobrigenses 24 siglos despu¨¦s) "fabricaban con ingenio ellos mismos sus juguetes... Mi hijo modelaba casas, esculp¨ªa barcos, constru¨ªa carritos de cuero y con la corteza de granadas hac¨ªa ranas de maravilla". Nuestro primer animal esculpido fue un cerdito, nada guarro, con el cuerpo de una bellota y dos medias c¨¢scaras de pipas como orejas. En Melilla se me ha mostrado un biberoncito de la ¨¦poca fenicia que por su exig¨¹idad parece un juguete de casa de mu?ecas visitada por Ibsen. Diderot elogia el cuadro de Greuze que representa a otra ni?a que agarra con amor y pucheros a un capuchino del tama?o de su bracito. "Vean a esta ni?a, es de carne y el capuchino es de juguete".
Kant recuerda que "la gallina ciega" que nos divert¨ªa con un palo y un pa?uelo a los ni?os en los fosos de Ciudad Rodrigo era ya conocida por los griegos. El fil¨®sofo tanto odiaba al ruido que pidi¨® que se tapiaran las ventanas de la prisi¨®n para no o¨ªr las canciones de los prisioneros polacos. "Pero qu¨¦ bien que los ni?os tallen una ca?a para aprender a soplar y hacer m¨²sica dulcemente". En Ciudad Rodrigo hac¨ªamos no s¨®lo flautas, sino tambi¨¦n pujo-pujos con vejigas de cochino para cantarles villancicos a los Reyes Magos.
Mi madre, con altruismo y altozan¨ªa, se convirti¨® en "los tres reyes magos". Regal¨® (y se pag¨® a tocateja) desde la Mariquita P¨¦rez hasta un piso, pasando por un coche de lujo. Pero a partir de ese momento, y durante el ¨²ltimo medio siglo, vivi¨® de forma espartana. Olvidados los regalos, acumul¨® una gran fortuna af¨ªn de darles la sorpresa a sus nietos y biznietos, como si se columpiara desde el m¨¢s all¨¢. Ella, que tal afici¨®n ten¨ªa por las baladas y los balancines. A Kant tambi¨¦n le gustaba la sorpresa que suscita el ritmo del columpio: "Incluso los adultos deben utilizarlo para su salud". Para Rousseau: "Dan movimiento al cuerpo del ni?o sin apremios y le permiten aprender a estimar las distancias". Mi abuelo cre¨® uno con una soga de galeote y un coj¨ªn de gala en la galer¨ªa de la casa.
Plutarco habla de ni?os "que cabalgan en un palo como si fuera un caballo". Como el que yo montaba en la plaza del Buen Alcalde. Para Horacio: "Este juego consiste en subirse a horcajadas encima de una larga ca?a". Mi abuelo me hab¨ªa cortado una capa violeta de caballista morado con un retal de su morada y tienda. Durero, en Ecce homo, pinta, entre la muchedumbre, a un ni?o con su caballito de juguete, ?para que pensemos en el del diablo? El Bosco representa al Ni?o Jes¨²s con una pollera de tres ruedas en su mano izquierda, y en la otra, un molinillo de ni?o bueno; en el cubiletero, un ni?o-du-guesclin con el mismo juguete ayuda a su se?or sin quitar ni poner.
Para Plat¨®n, como para la madre Mercedes, el juguete permite adquirir un primer concepto de lo justo y lo injusto. S¨®crates le dice a Alcib¨ªades: "Te ve¨ªa cuando jugabas de p¨¢rvulo a las tabas y no parec¨ªa desconcertarte la justicia". Rousseau, que olvid¨® a sus propias hijas en la inclusa, sentenci¨®: "El ni?o debe jugar a jardinear para aprender la idea de que la propiedad se remonta naturalmente al derecho del primer ocupante por el trabajo". Fue protomarxista y neomachista.
F¨¦nelon asegura que gracias a las muecas de la mu?eca la ni?a "aprende a distinguir el alma del cuerpo". Algunos pedagogos dieron galletas o polichinelas por liebres para aprender lat¨ªn. La madre Mercedes, para ense?arnos la arquitectura, fabric¨® juegos de construcci¨®n nada fr¨¢giles, y para ense?arnos la geograf¨ªa, una especie de rompecabezas llamado "paciencias".
Sin necesidad de Magos en sus pagos, a Kant, cien a?os antes de que se codificaran las reglas del f¨²tbol, ya le gustaba "el juego de bal¨®n; es uno de los mejores porque se une a la carrera, que es muy sana". Pero si el juguete y el juego son pedag¨®gicos, la educaci¨®n es un arte, y no una ciencia dependiente siempre de la experiencia.
Gracias a la madre Mercedes comprendimos que para saber jugar, o saber andar, o saber re¨ªr, o saber llorar, o saber cantar, se requiere fomentar el don, la gracia, el duende, la esencia. En Ciudad Rodrigo nos formaron juguetes "ecol¨®gicos" que nada costaban y ?tanto contaban! La mayor¨ªa han desaparecido, al ser imposible mercantilizarlos en las "grandes superficies" sin altura. Los Reyes Magos, ?d¨®nde podr¨¢n nutrirse de esencia ante esta "falta de existencias"?
Fernando Arrabal es dramaturgo.
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