La melancol¨ªa de Joaquim Vancells
Un libro y una exposici¨®n en Terrassa recuperan la obra del pintor
La belleza, en su m¨¢ximo esplendor, no siempre va necesariamente unida a la alegr¨ªa. Los tangos de Osvaldo Pugliese son muy tristes, quejumbrosos hasta la m¨¦dula, pero quiz¨¢ sean los m¨¢s hermosos que se hayan interpretado jam¨¢s. A la pintura de Joaquim Vancells (Barcelona 1866-1942) le ocurre algo parecido, cuanto m¨¢s triste se pone, en m¨¢s hermosa se convierte. Vancells se hizo artista a la sombra del crepuscular Modest Urgell y de sus c¨¦lebres cementerios desolados; a la vez, tambi¨¦n creci¨® a la sombra de Carlos de Haes y sobre todo de su alumno aventajado, el leridano Jaume Morera, del que tom¨® la veneraci¨®n casi sacr¨ªlega por las monta?as, identificando la imagen de Dios con la de la tierra. Pero da la casualidad de que Vancells nunca lleg¨® a ser disc¨ªpulo de Urgell, ni de De Haes ni de Morera -que estaban en Madrid-, sino que sac¨® buen provecho de sus ense?anzas porque ¨¦stas deb¨ªan de estar en el aire, pues su formaci¨®n fue parca y casi autodidacta.
Como hizo Morera con el monte Guadarrama, Vancells fij¨® su tema en la monta?a de Sant Lloren? del Munt, justo al lado de Terrassa, la ciudad en la que se hab¨ªa instalado con su familia y donde se convertir¨ªa en un agente cultural de primer orden. Sus grandes hallazgos pict¨®ricos -y tambi¨¦n sus ¨¦xitos- estan ah¨ª: La Mata, Riera de la Barata, Riera de les Arenes, Sant Lloren? del Munt... junto a Hivern, Febrer o Viver de pl¨¤tans, inspirados en los bosques de Llavaneres, su otro tema favorito. Las veces que, para ser m¨¢s amable, el pintor introduc¨ªa alg¨²n rastro de civilizaci¨®n o figuras -ya fueran animales o personas- su pintura perd¨ªa potencia, pues en ¨¦l la naturaleza luc¨ªa en todo su esplendor cuanto mas desnuda estaba. Estos cuadros, pintados a la luz p¨¢lida y morbosa del simbolismo modernista, t¨¦cnicamente son bastante acad¨¦micos, pero eso, en el pulcro y delicado Vancells, representa precisamente su gracia.
Vancells pint¨® sus mejores telas cuando contaba entre 25 y 35 a?os, coincidiendo con el fin de siglo y con las exposiciones oficiales -madrile?as o barcelonesas- en las que se premiaban cuadros pompier y se abominaba del revolucionario y ya reconocido internacionalmente impresionismo franc¨¦s o de cualquier otra innovaci¨®n. Y da la casualidad de que el joven Vancells no se mov¨ªa mal en esos ambientes recalcitrantes; su pintura gust¨® y obtuvo premios y honores. Su caso es de los pocos en que cuadros pintados para ganar medallas resultaron realmente buenos. A pesar de ello, estos hermosos y sensibles parajes m¨¢s de una vez fueron violados por su amigo Jos¨¦ Cusachs, que enriquec¨ªa las telas de Vancells con rid¨ªculos grupos de guardias civiles o militares, para mayor deleite del general Polavieja o de la burgues¨ªa catalana adinerada, que adoraba -y a¨²n adora- los est¨²pidos cromos ecuestres de Cusachs.
Pero una doble paradoja pronto se apoderar¨ªa de Vancells. Sus paisajes crepusculares gustaban tanto que empez¨® a producir seriadamente y, v¨ªctima de la monoton¨ªa, empezaba a aborrecer sus propias creaciones. Todo esto coincid¨ªa, m¨¢s o menos, con la V Exposici¨® Internacional de Belles Arts i d'Ind¨²stries Art¨ªstiques de 1907, celebrada en Barcelona. Vancells expuso en ella y, a la vez, fue nombrado miembro del jurado de adquisiciones y recompensas. En este certamen se mostraron cuadros de Manet, Renoir, Monet, Pisarro, Sisley... prestados por el marchante franc¨¦s Durand-Ruel. Se plante¨® la posibilidad de adquirir algunos para el futuro Museo de Arte de Barcelona, pero una parte -mayoritaria- del jurado se opuso a ello; Vancells, que estaba en esta parte, pidi¨® adem¨¢s que constara en acta su oposici¨®n a la compra. Al parecer Duran-Ruel ped¨ªa demasiado dinero, pero pronto estas obras costar¨ªan 400 veces m¨¢s y una especie de maldici¨®n b¨ªblica caer¨ªa sobre la pintura catalana, condenada a arrastrarse por los resquicios de un impresionismo pasado por agua y fuera de tiempo que har¨ªa sus pinitos pat¨¦ticamente por la calle de Petritxol.
Poco despu¨¦s, Vancells, cansado de sus nocturnos y animado por los j¨®venes noucentistes terrasenses, con quienes mantuvo siempre una grata sinton¨ªa, se anim¨® a aclarar su paleta y a soltar su pincelada. Cambi¨® la neblina y el ocaso por el sol radiante y entonces su pintura dej¨® de gustar a la clientela. Pero lo m¨¢s triste es que su arte ya nunca m¨¢s fue lo que era, perdi¨® grandeza.
Caixa Terrassa acaba de editar -junto con Lunwerg- una lujosa monograf¨ªa sobre el pintor, a cargo de Joan ?. Carbonell; el libro viene acompa?ado por una exposici¨®n monogr¨¢fica en el Centre Cultural, en Terrassa, procedente del fondo de la entidad bancaria que est¨¢ abierta hasta el 12 de enero. Tanto en el libro como en la exposici¨®n se muestran cuadros de todos los periodos del artista que permiten conocer mejor su evoluci¨®n. Pero las obras maestras siguen siendo las de la d¨¦cada de 1890, pues como pintor Vancells nunca pudo superar su espl¨¦ndida melancol¨ªa, con la que hab¨ªa conseguido transformar la desolaci¨®n en hermosura.
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