El marcapasos resucita a Gil
Tan s¨®lo 15 minutos despu¨¦s de descubrir su lado m¨¢s humano -a las puertas de una intervenci¨®n quir¨²rgica, de ¨¦sas que devuelven al suelo al m¨¢s arrogante-, Jes¨²s Gil, el depredador, ha regresado. Ha bastado una discutible sesi¨®n de f¨²tbol y los efectos reanimadores de un marcapasos para que el ogro del f¨²tbol retornara a su posici¨®n habitual, la del insulto y las descalificaciones, la de las salidas fuera de tono y lugar... A la escena que le retrata, en suma, como un personaje nocivo para el Atl¨¦tico y la sociedad. Maquillado por los juicios y las enfermedades, su ¨²ltima pose nos hab¨ªa hecho olvidar el individuo que fue y que a¨²n es, el mal dirigente que siempre ha sido. Pero un rato de juego, s¨®lo eso, nos ha servido para recordar su peor versi¨®n, la m¨¢s real.
En el ¨²ltimo cap¨ªtulo de sus atrocidades dial¨¦cticas ha sido a Santi, Otero y Carreras a quienes les ha correspondido cumplir con el nunca agradable papel de v¨ªctimas. Es muy posible que su nivel como futbolistas sea discutible e incluso que el fondo de las cr¨ªticas gritadas por Gil sean compartidas por buena parte de los aficionados y los medios de comunicaci¨®n. Pero, y ya han pasado 17 a?os para aprender la lecci¨®n, ni son opiniones que pueda airear p¨²blicamente un presidente ni son tampoco maneras.
Si Santi, Otero y Carreras son simplemente malos jugadores, si su delito no se?ala hacia una conducta profesional reprochable, sobran las reprobaciones de quien, en el fondo, es el responsable de su inclusi¨®n en la plantilla, aunque bajo la m¨¢scara de un Paulo Futre al que s¨®lo se mantiene en el club como calmante de una hinchada harta del due?o. Para que al propietario del Atl¨¦tico se le cayera la cara de verg¨¹enza por sus palabras bastar¨ªa recordarle las condiciones en las que el a?o pasado renov¨® Santi o tambi¨¦n los 15 minutos que Otero jug¨® con la mand¨ªbula rota por el simple aliciente de defender la misma camiseta que luci¨® el domingo en Vila-real. Pero esos detalles Gil no los computa.
Gil insulta o piropea seg¨²n corre el aire. No analiza, no piensa. Suelta su zafio discurso y no atiende a oportunidades o inconveniencias. Act¨²a bajo los par¨¢metros que le dicta su propio ego¨ªsmo. El mundo gira alrededor de su coraz¨®n y nada de lo que hay a un lado u otro importa. Nada m¨¢s que el yo afecta a su consideraci¨®n.
Nada bueno puede salir del nuevo sainete de Gil. Ni para el equipo, ni para los jugadores ni mucho menos para el club al que supuestamente defiende, en nombre del que c¨ªnicamente act¨²a. Queda por ver la reacci¨®n de los jugadores -deber¨ªan comprender que su quijotismo aceptando retrasos en el cobro de sus sueldos no va a ser reconocido por sus deudores, deber¨ªan actuar al fin todos a una-, de Luis -tan defensor de sus plantillas y ahora demasiado mudo ante los excesos de los dirigentes- o de Futre. Mientras tanto, s¨®lo queda aceptar que en el Atl¨¦tico, operaciones o no de por medio, la vida sigue igual. Es la ley de la selva, la de Gil, la que rige sus destinos. Y a los atl¨¦ticos apenas les queda confiar en la llegada de una sentencia que, aparentemente, s¨®lo mide la legalidad o la ilegalidad con la que Gil se hizo con el club y lo gestion¨®, pero que, realmente, decide mucho m¨¢s: la salud y el futuro del Atl¨¦tico.
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