Fidel Castro: c¨®mo tomar el poder
El 8 de enero de 1959 Fidel Castro entrar¨ªa en La Habana. Desde el primero de mes se le esperaba. Pero ¨¦l, deliberadamente, retrasaba su llegada. Antes de hacer su entrada en la capital quiso hacer un recorrido triunfal por la isla. Partiendo de Santiago -ciudad a la que incluso hab¨ªa designado como capital del pa¨ªs por conveniencias estrat¨¦gicas y para halagar a los orientales-, fue recogiendo el tributo de las cinco provincias que quedaban al este de La Habana. Era algo as¨ª como las bodas con el interior. Se puede decir que tanto Camag¨¹ey como Santa Clara y Matanzas aceptaron desposarse con ¨¦l o le concedieron el derecho de pernada. Y Fidel, el gran macho, el sult¨¢n de este singular har¨¦n, se garantizaba as¨ª el dominio sobre la naci¨®n y la fidelidad (nunca m¨¢s apropiada esta palabra) de sus c¨®nyuges.
Fue una muestra precoz de la habilidad pol¨ªtica de Fidel. En tanto que otros grupos revolucionarios se hab¨ªan dado prisa por llegar a La Habana e instalarse en las sedes del gobierno derribado, ¨¦l, Castro, se dedicaba antes a ganarse el respaldo de la casi totalidad de la poblaci¨®n cubana. No otro objetivo ten¨ªa el largo y lento, pero arrollador trayecto. De ese modo era un hecho que donde estaba ¨¦l estaba el poder. Y Castro era absolutamente consciente de ello.
?nicamente hab¨ªa mandado a La Habana, como avanzadas suyas, a Camilo Cienfuegos y al Che Guevara. Pero la entrada de estos dos guerreros en la ciudad se produjo casi silenciosamente. Muy pocos se hab¨ªan enterado de su llegada y de que hab¨ªan tomado -simb¨®licamente, pues no hubo ni la menor resistencia- los cuarteles de Columbia y La Caba?a. Una cosa sab¨ªa Fidel de muy antiguo (o su instinto de guerrero se lo indicaba): que quien tiene las armas tiene el poder.
Toda la gloria del recibimiento sus lugartenientes se la reservaban a ¨¦l. Por eso hab¨ªan cumplido sus ¨®rdenes en el anonimato, casi en secreto. Mientras toda la atenci¨®n se focalizaba en el avance de Fidel, ellos respaldaban su marcha, la consolidaban controlando a los ex soldados de Batista, haci¨¦ndose con su armamento. Como si una vez derrotado el ej¨¦rcito de Batista no hicieran falta las armas, las dem¨¢s fuerzas revolucionarias, en contrario, se hab¨ªan desentendido del ej¨¦rcito vencido y hab¨ªan concentrado su meta en apoderarse de edificios gubernamentales, especialmente el palacio presidencial. Equivocadamente cre¨ªan que el poder estaba ah¨ª, en las instalaciones desde donde tradicionalmente se hab¨ªa gobernado Cuba. Pensaban que el poder era ahora civil. Fidel Castro sab¨ªa que no, que el real mando no estaba en sus s¨ªmbolos, sino en la fuerza efectiva de las armas. Cualquier discrepancia, enfrentamiento entre los grupos revolucionarios -que no hab¨ªa que descartar, sino, por contra, tener muy en cuenta, pues hab¨ªa sido secuela de todas las revoluciones universales-, se solventar¨ªa con las armas. De manera que quien las poseyese ser¨ªa el virtual gobernante. Y el depositario del nada despreciable armamento del ej¨¦rcito de Batista era ¨¦l. Suya era la fuerza entonces.
Y he aqu¨ª que ha llegado el 8 de enero, y con ¨¦l la culminaci¨®n del itinerario fidelista, cual el de un Ulises que regresa a ?taca. D¨ªa ansiado no s¨®lo por los habaneros -que recibir¨ªan su porci¨®n de gloria-, sino tambi¨¦n por todos los cubanos, que saben que la presencia de Fidel en La Habana cierra una etapa en la historia de Cuba e inicia otra. No es un acontecimiento pol¨ªtico m¨¢s, como el triunfo de un candidato en unas elecciones presidenciales (que ya ha sido vivido por generaciones de cubanos), sino un acto distinto, crucial, de inmedible repercusi¨®n. Habr¨¢ un antes y un despu¨¦s de este d¨ªa, pues se asiste al nacimiento de una nueva era. Cierto que este ayer y este ma?ana han tenido su l¨ªnea divisoria en la noche de San Silvestre, en la madrugada del 1 de enero de 1959, con la fuga de Batista de Cuba; pero se concretiza en este d¨ªa, se hace realidad irrevocable con la toma de La Habana por Fidel. La tan anhelada Revoluci¨®n est¨¢ aqu¨ª por fin. ?ste es un momento estelar de la historia de Cuba y aun el m¨¢s simple cubano lo siente as¨ª.
Es un d¨ªa radiante. Hasta atmosf¨¦ricamente lo es, pues lo auspicia un cielo transparente, de sol, de luz, de aire de cristal. Desde horas tempranas, los habaneros est¨¢n despiertos y en masa se desplazan hacia la carretera central, por donde entrar¨¢ la Columna 1 con Castro al frente. Viene encima de un tanque en cuyo ca?¨®n flamea una bandera del 26 de Julio, y ahora s¨ª sus m¨¢s destacados compa?eros de armas, como el Che, Camilo y H¨²ber Matos, lo escoltan. Los himnos cubano y del veintis¨¦is impregnan el aire de una marcialidad estent¨®reamente b¨¦lica. Y es que en este momento cada ciudadano se siente un combatiente de la patria.
Para el periodista norteamericano Tad Szulc, en su libro Fidel Castro: un retrato cr¨ªtico, su entrada en La Habana fue "una apoteosis maravillosamente montada". Redoblan las campanas de las iglesias y suenan las sirenas de las f¨¢bricas mientras su columna marcha hacia el Palacio Presidencial, que ocupa ahora Manuel Urrutia (despu¨¦s de haber sido desalojado discretamente por el Directorio Estudiantil Revolucionario), en el coraz¨®n de La Habana y en el coraz¨®n del poder c¨ªvico, a quien Fidel Castro se propone "visitar". Pero antes hace un alto en el puerto de La Habana para subir al yate Granma (en el que naveg¨® desde M¨¦xico cuando "invadi¨®" Cuba con 83 hombres), llevado all¨ª d¨ªas antes y atracado al muelle del Club N¨¢utico Internacional. Y cuando Fidel Castro sube a bordo, las bater¨ªas de La Caba?a saludan aquel hecho con atronadoras salvas de ca?ones en tanto los barcos anclados en la bah¨ªa hacen aullar sus silbatos. Ning¨²n detalle escapa a esta espectacular puesta en escena.
Una pradera de cabezas tapiza el equivalente cubano de la Casa Blanca, especialmente la ancha avenida de las Misiones. Es una multitud tan compacta que nadie puede dar un paso entre ella. Y con esa multitud se tropieza Castro cuando, orillando el mar, avanzando por la avenida del Puerto, llega a las proximidades de palacio. ?C¨®mo har¨¢ para acceder a su nueva morada? La columna no puede continuar, est¨¢ paralizada por un real bosque humano. Es como un islote en un mar de gentes cuyas cabezas simulan un oleaje. Hay que seguir a pie, pero ello es igualmente imposible. Fidel tiene entonces una idea en la que va a poner a prueba su dominio sobre la muchedumbre. Pero est¨¢ seguro de salir airoso. Agarra una bocina el¨¦ctrica, se la lleva a la boca y, dirigi¨¦ndose a la multitud, como si le estuviera hablando personalmente a cada uno de sus componentes, exclama con familiaridad: "Los cubanos tenemos fama de ser indisciplinados; pero eso no es cierto. Yo creo que uno de los pueblos m¨¢s disciplinados del mundo es el cubano. Y ahora mismo lo vamos a demostrar. Nosotros tenemos que llegar a palacio para desde all¨ª hablarles a ustedes. Pero si ustedes no abren un camino, no podremos llegar nunca. As¨ª que yo les pido que se aparten, que abran un camino para que mis compa?eros y yo podamos pasar. Yo s¨¦ que no tendr¨¦ que repetir esta orden, sino que ser¨¢ cumplida por ustedes inmediatamente".
Sus ¨²ltimas palabras ten¨ªan un acento militar, pero Fidel Castro lo emple¨® ex profeso. El pueblo de Cuba deb¨ªa ser como un ej¨¦rcito obediente que cumpliera sus ¨®rdenes. ?sta era una buena ocasi¨®n para empezar a moldearlo en ese nuevo esp¨ªritu, para ensayar los planes que ten¨ªa en mente poner en pr¨¢ctica m¨¢s adelante. Y le dio resultado. Apenas hubo terminado de hablar, un sendero se abri¨® desde el tanque donde ¨¦l estaba encaramado hasta las puertas de palacio. Fue como si las aguas de un nuevo mar Rojo se abriesen para dejar paso a otro Mois¨¦s, que camin¨® con paso largo y marcial hacia el umbral del poder. Y mientras marchaba teatralmente con seguridad iba pensando que de igual modo que ahora aquella masa acataba su orden de apartarse, en el futuro la misma, convertida en ej¨¦rcito, se someter¨ªa a sus dictados, har¨ªa lo que ¨¦l le mandase. Ya no era s¨®lo el comandante en jefe del min¨²sculo Ej¨¦rcito Rebelde, sino el jefe castrense del pueblo cubano. Ten¨ªa el ej¨¦rcito m¨¢s numeroso que hubiera so?ado militar alguno: siete millones de soldados.
La militarizaci¨®n de Cuba hab¨ªa comenzado.
C¨¦sar Leante es escritor cubano.
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