Melodrama de la mujer ca¨ªda
La escritora mexicana Cristina Rivera Garza realiza un viaje al dolor a trav¨¦s de la mirada en su novela Nadie me ver¨¢ llorar. Una aut¨¦ntica revelaci¨®n de las letras hisp¨¢nicas.
Hay libros que, acaso en honor propio, tardan en recibir el reconocimiento que merecen. Tal es, me parece, el caso de la extraordinaria novela de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, Nadie me ver¨¢ llorar (Tusquets). Aparecida en 1999, no ha tenido la repercusi¨®n que merece. La he dado a leer a editores europeos que tampoco la conoc¨ªan. Su entusiasmo corre parejo al m¨ªo. Estamos ante una de las obras de ficci¨®n m¨¢s notables de la literatura no s¨®lo mexicana, sino en castellano, de esta vuelta de siglo.
Paso por alto -doy por sentada- la belleza y exactitud de la prosa de Rivera Garza. No se escribe impunemente una frase descriptiva de un personaje como ¨¦sta: "Prudencia Lomas de Burgos. Cuando olvid¨® su rostro, le bast¨® el nombre para suavizar las aristas de su vejez". Cito esta frase, no s¨®lo por su belleza evocadora, sino porque nos sit¨²a en el centro de la novela, que es el sentido de la vista. El hilo conductor es la mirada y el que conduce la narraci¨®n es un fot¨®grafo mexicano de principios del siglo XX, Joaqu¨ªn Buitrago, empe?ado en recorrer la ciudad del dolor -la citt¨¢ dolente de Dante- con los ojos de una c¨¢mara capaz de captar ese dolor en el instante en que se transforma en su propia ausencia. En nada. La luz est¨¢ dentro del sexo, nace de la boca y muere en los ojos. O sea, es fugaz, es perecedera. Pero a veces, por el simple hecho de revelar una apariencia, salva.
Es entre los locos donde Buitrago, encargado de fotografiarlos, cree reconocer, en 1920, a una muchacha que a?os atr¨¢s conoci¨® en un burdel
El fot¨®grafo tiene dos espacios preferidos porque en ellos "el perro azul de la memoria" le muerde los tobillos y Buitrago sabe que en esos dos lugares -el prost¨ªbulo y el manicomio- se crucifica, sin remedio, a la esperanza. La viajera de la esperanza es Matilda Burgos, mujer errante, mujer perdida entre los dos polos de su existencia: el lupanar y el manicomio. Es entre los locos, encargado de fotografiarlos, donde Buitrago cree reconocer, en 1920, a una muchacha que a?os atr¨¢s conoci¨® en un burdel. Es Matilda Burgos, personaje central de esta extraordinaria novela que, como Juan Rulfo en Pedro P¨¢ramo asume las convenciones del g¨¦nero -la novela de la revoluci¨®n mexicana en Rulfo y el melodrama de la mujer ca¨ªda en Rivera Garza- para transformarlos en algo nuevo, ins¨®lito, pero que s¨®lo existe gracias al poder de la tradici¨®n transformada por la imaginaci¨®n. El nombre de ese proceso es la creaci¨®n art¨ªstica.
Como en la obra cl¨¢sica del naturalismo mexicano, Santa, de Federico Gamboa, Matilda viene de una campi?a donde su padre "cuidaba de la vainilla como se debe cuidar a una mujer". El gusano en la fruta es el alcohol y Matilda debe abandonar el campo y refugiarse con un t¨ªo m¨¦dico en la antigua ciudad de M¨¦xico, cuyo dign¨ªsimo cronista, don Artemio del Valle Arizpe, celebra en 1900 la llegada del alumbrado p¨²blico a la capital mexicana porque la luz el¨¦ctrica "espanta al ladr¨®n, modera al intemperante, refrena al vicioso e influye... en el desarrollo de las buenas costumbres". Lo que no impide "la luz el¨¦ctrica" (tema de un delicioso corrido celebratorio que cantaba incomparablemente el pintor Rufino Tamayo) es la mala costumbre de rebelarse contra el despotismo pol¨ªtico.
Del rancho a la capital: el movimiento personal de Matilda la conduce al c¨ªrculo revolucionario de Diamantina Vicario y el desvelado rebelde C¨¢stulo, perseguido por la dictadura, un hombre que es como un cabo suelto de esa electricidad celebrada, un hombre para el cual dormir no es un placer, sino una interrupci¨®n de la actividad pol¨ªtica. Diamantina conspira. C¨¢stulo act¨²a. Y entre ambos se cuela el Mackie de Brecht, pregunt¨¢ndole al revolucionario: ?qu¨¦ es peor, fundar un banco o asaltar un banco?
En esta novela de negras faldas
largas, Cristina Rivera Garza imagina como nadie lo ha hecho en M¨¦xico despu¨¦s de Jos¨¦ Revueltas las opciones tr¨¢gicas y los desgarramientos ps¨ªquicos entre la teor¨ªa y la acci¨®n revolucionaria. Lo hace con una intensidad, con una grandeza tales, que junto con la protagonista Matilda, debemos, como lectores, hincarnos cuando Diamantina muere, C¨¢stulo se pierde y Matilda ora por ellos y de all¨ª en adelante s¨®lo recuerda sus nombres en secreto, como si su alma fuese el pante¨®n de toda heroicidad fracasada.
De tal suerte que al contrario de la Santa de Gamboa, Matilda no va a parar al prost¨ªbulo por enga?o o por accidente, sino porque est¨¢ de luto: por C¨¢stulo, por Diamantina, por M¨¦xico, por la revoluci¨®n que devora a sus propios hijos. El disoluto, comenta Roland Barthes acerca de las novelas del marqu¨¦s de Sade; s¨®lo se mueve de un sitio para encerrarse en otro. El encierro aislado le es indispensable al sadista para practicar en secreto su vicio. Que para Matilda es el vicio del dolor disfrazado de esa apariencia que fascina al fot¨®grafo, la alegr¨ªa, la impudicia, el carnaval, el mostrarse. Pero Cristina Rivera, con cruel astucia, nos recuerda que el naturalismo de Zola iba acompa?ado de la criminolog¨ªa determinista de Lombroso. El criminal, para Lombroso, lo era por atavismo, por regresi¨®n a una etapa primitiva de la evoluci¨®n. En su Antropolog¨ªa general de 1886, Lombroso afirma que las putas tienen pie prensil -o sea, que sirve para coger- como los monos. Matilda, que no ha le¨ªdo a Lombroso ni a Zola, rompe el determinismo y el encierro mediante la rebeli¨®n. Rebeli¨®n de las meretrices. O sea, prueba de la locura de Matilda rebelde contra su destino predeterminado.
Que es, adem¨¢s, el de la mujer en la sociedad machista. "Las mujeres... s¨®lo se hicieron para no tenerlas. Pobre del que se queda con ellas". Una mujer se usa, se disfruta, y luego se tira a la basura. ?Y hay basurero m¨¢s infame que un manicomio, "el lugar donde se acaba el futuro"? Cristina Rivera Garza ha le¨ªdo minuciosamente las fichas de los internados en La Casta?eda, el antiguo manicomio general de la Ciudad de M¨¦xico. Obsesi¨®n por el rezo. Imitaci¨®n de los animales. Alimentos lamidos de los suelos. Memoria absoluta hacia delante y hacia atr¨¢s, tan absoluta que resulta in¨²til.
Y el abuso f¨ªsico interminable. Pues no han mejorado las condiciones de muchos manicomios actuales. Yolanda Monge da cuenta, en un n¨²mero reciente de EL PA?S, de los hospitales psiqui¨¢tricos de Bulgaria. Terapias electroconvulsivas sin anestesia. Mujeres atadas con cinturones a camas de metal sujetas al piso con cemento. Ni?os idiotizados por el aislamiento f¨ªsico y mental. Locos obligados a devorar sus propias heces. Hablo de hoy, de un informe de Amnist¨ªa Internacional. ?Cu¨¢les ser¨ªan las condiciones en los manicomios de 1920? Cristina Rivera Garza transcribe documentos fehacientes y los presenta sin comentarios. Ella es una novelista y est¨¢ preparando la acci¨®n siguiente de su narraci¨®n, que es la escapatoria masiva de los internados (mujeres en El Divino Salvador, hombres en San Hip¨®lito) trasladados al nuevo manicomio general en 1910.
El encuentro de los locos con la ciudad estremece. Los mil dementes que llegan a Mixcoac, entonces en los confines de la Ciudad de M¨¦xico, se sienten desolados por la vida que encuentran fuera de las paredes del asilo psiqui¨¢trico. "La prisa de la gente cambiaba la direcci¨®n del aire en las calles". Salir del refugio de la locura es aproximarse a un "animal urbano" aun m¨¢s temible que la propia bestia interior del loco. Los fugitivos se dan cuenta de que su verdadera reclusi¨®n era el exterior, no el interior. Y poco a poco, desolados por la vida que encontraban fuera de las paredes del manicomio, "volv¨ªan por voluntad propia al asilo...".
Matilda ya no saldr¨¢ m¨¢s duran
te su vida. El manicomio ser¨¢ su "ciudad de juguete". Quiere olvidar. Pero se puede volver loca de no recordar. Sin embargo, hay quien la descubre porque la recuerda. Es el fot¨®grafo Joaqu¨ªn Buitrago, el testigo. Un hombre que a los 49 a?os "todav¨ªa es capaz de enamorarse como si tuviera todo el tiempo por delante y nada m¨¢s que hacer". Salvo amar. ?Ama a una loca? ?Recuerda con pasi¨®n el cuerpo de Matilda, "la pera de sus caderas desnudas"? ?Est¨¢n cubiertos los muebles de su alma de s¨¢banas blancas como si fuesen cad¨¢veres? ?Debe Joaqu¨ªn aceptar que su vida es un fracaso tambi¨¦n, que el dinero se acaba, que no hay m¨¢s remedio que ba?arse a cubetadas de agua fr¨ªa y ponerse el ¨²nico traje negro para darle la cara al mundo?
?O cabe admitir que al fin, en el manicomio, Matilda Burgos se dispone a vivir encerrada "los a?os m¨¢s felices de su vida", los a?os pac¨ªficos en que no tiene que dar respuestas? Como esa loca a la que le preguntan para certificarla:
-"?Qui¨¦n es el presidente de M¨¦xico?".
-"No s¨¦".
Acaso la locura de Matilda sea una sabidur¨ªa de otro rango, en el cual Buitrago puede comprender que entre hombre y mujer ciertas lejan¨ªas provocan dicha y que el fracaso puede ser saludado como reposo, paz y silencio. Porque extramuros, en la ciudad dantesca, la guerra nunca termina, el estado de sitio es permanente y todos los d¨ªas, en M¨¦xico, es crucificada la esperanza.
Hay un residuo de la nobleza original pero recuperable. La abraza el tr¨®pico. Es la pir¨¢mide de El Taj¨ªn en Veracruz. All¨ª, la arquitectura es perfecta, la belleza es impronunciable y la edad es inmemorial. De all¨ª vienen Matilda Burgos y esta espl¨¦ndida novela.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.