El r¨¦cord del quincea?ero
Un muchacho brit¨¢nico, el navegante m¨¢s joven que logra cruzar el Atl¨¢ntico
Surcando olas de seis metros, aguantando la mirada de las orcas asesinas, disfrutando de la compa?¨ªa de los delfines, enmendando aparejos rotos, acabando el chocolate antes de tiempo, echando de menos a los amigos, sorteando miles de contenedores arrojados desde buques mercantes, resignado a perder la carrera con su padre, pero convencido de lograr su principal objetivo, Seb Clover, un ingl¨¦s de 15 a?os de la isla de Wight, se convirti¨® ayer en el m¨¢s joven navegante que atraviesa el Atl¨¢ntico en solitario.
Su padre, Iain, y su madre, Dolores, le esperaban en Puerto Ingl¨¦s, en la isla caribe?a de Antigua. Iain hab¨ªa llegado el s¨¢bado, ganando la carrera que padre e hijo empezaron tres semanas antes. Ella llevaba ya varios d¨ªas esperando la arribada de ambos, protagonistas de una regata que ha acabado llevando al padre a la victoria, y al hijo, al libro de los r¨¦cords.
"Eran tan largas como el barco", se?ala Seb Clover sobre las ballenas que se cruz¨® en la traves¨ªa
Seb Clover es un mozo que desde ni?o se maneja entre cabos, aparejos, garruchos, pernos, quijadas, proas y popas, babores y estribores. Con 11 a?os ya atravesaba solito el brazo de mar que separa la isla de Wight y la costa del extremo sur de Inglaterra. Desde los 12 se entrenaba para ser el m¨¢s joven navegante que atraviesa el Atl¨¢ntico en solitario. Ayer lo logr¨®.
La afici¨®n por mares y regatas la ha heredado del padre, instructor de navegaci¨®n. Pero fue la madre, Dolores, quien tuvo la idea de que la traves¨ªa se convirtiera en una carrera. Padre e hijo zarparon de Tenerife el 19 de diciembre para cubrir las 2.700 millas n¨¢uticas (5.000 kil¨®metros) que les separaban de Puerto Ingl¨¦s. Ambos viajaban en embarcaciones gemelas, sendas Contessa de 32 pies (casi 10 metros) llamadas Reflection la del hijo y Xixia la del padre.
Pese a zarpar con un d¨ªa de retraso por el mal tiempo, su primer problema fue la calma chicha que les oblig¨® a echar mano de los motores para adentrarse en el Atl¨¢ntico y alcanzar la zona de fuertes vientos del oeste que les hab¨ªa de llevar al Caribe.
Su segundo problema fue sortear los miles de contenedores vac¨ªos arrojados al mar desde los mercantes, los frigor¨ªficos que flotan cerca de las costas continentales, los ¨¢rboles desgajados por las tormentas y arrastrados mar adentro por las corrientes.
Pero el tiempo, aunque con olas de m¨¢s de seis metros, ha sido bueno en general durante la traves¨ªa. Los dos peores problemas afrontados por Seb fueron la rotura de un aparejo y la aparici¨®n de un grupo de ballenas salvajes. El aparejo le cost¨® la carrera con su padre al obligarle a perder varias horas mientras lo reparaba para evitar que la aver¨ªa acabara afectando al palo mayor de su Reflection.
Las ballenas son harina de otro costal. Eran tres y le acompa?aron, amenazantes, durante siete horas. El padre cree que eran orcas asesinas, pero el hijo prefiere esperar hasta ver las filmaciones y que los expertos confirmen qu¨¦ tipo de cet¨¢ceo se acerc¨® a curiosear a apenas a dos metros del yate.
El mayor peligro era que las ballenas se asustaran y acabaran abordando el Reflection. "Eran tan largas como el barco y una de ellas alz¨® su cabeza y yo le mir¨¦ directamente a los ojos. Me mir¨®, luego mir¨® al barco de arriba abajo antes de irse de nuevo", le relat¨® Seb a un periodista del diario The Guardian a trav¨¦s del tel¨¦fono por sat¨¦lite poco despu¨¦s del incidente.
El tel¨¦fono ha sido su ¨²nico contacto con tierra y con su padre. Una vez en el mar, padre e hijo no volvieron a verse ni podr¨ªan haberse auxiliado mutuamente en caso de peligro. Ahora, toda la familia celebra el final feliz de la aventura. "He disfrutado cada momento del viaje, pero la pr¨®xima vez me llevar¨¦ m¨¢s chocolate", explic¨® Seb nada m¨¢s saltar a tierra en la isla de Antigua. La semana que viene le espera la escuela, como a cualquier otro quincea?ero brit¨¢nico.
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