?Qui¨¦n es el Vaticano?
La noticia, ofrecida en este mismo diario, de que "el Vaticano" condena al te¨®logo Juan Jos¨¦ Tamayo despu¨¦s de tres a?os de investigaci¨®n nos ha producido a muchos cat¨®licos el amargo sabor de lo anacr¨®nico. Yo mismo, que hace cuarenta a?os sufr¨ª ese tipo de condena y poco despu¨¦s fui incorporado a la redacci¨®n de diversos documentos del concilio Vaticano II, he quedado sorprendido de que despu¨¦s de tanto tiempo a¨²n puedan seguir vigentes unos m¨¦todos que no s¨®lo son completamente antidemocr¨¢ticos, sino que se oponen a esos derechos humanos que este Papa proclama y defiende con valent¨ªa en todos los foros de las diversas sociedades humanas que ha visitado y a las que se sigue dirigiendo con absoluta claridad a pesar de sus dificultades f¨ªsicas para pronunciar su preg¨®n de libertad.
Los cat¨®licos de a pie y los simples lectores de noticias,apartados de todo confesionalismo, no saben explicarse esta actitud.
Por un lado est¨¢n unas magn¨ªficas enc¨ªclicas de Juan Pablo II, sus numerosos discursos de proclamaci¨®n de la libertad cristiana, sus gestos valientes de acercamiento a todas las religiones e incluso al di¨¢logo con toda clase de pensamiento humano, y, por otro, esta vetusta rigidez de algo que se hace pasar como ¨²ltima e inapelable decisi¨®n de un tribunal exento de sujeci¨®n a unas leyes que moderen sus posibles y probables inexactitudes o errores.
En un primer momento, esta actitud "del Vaticano", adem¨¢s de provocar sorpresas entre los cat¨®licos, los induce a fomentar dudas y quiz¨¢ a tomar decisiones frente a la Iglesia que no son necesarias ni mucho menos. Este Papa ha tenido el valor de pedir perd¨®n por los anatemas que en tiempos pasados lanz¨® la Iglesia contra unos creyentes sinceros, que ¨²nicamente cometieron el "error" de desvincular a la ciencia de una especie de contubernio con la Iglesia, la cual se hab¨ªa arrogado el dominio en un campo que no le correspond¨ªa.
Con ello, el Papa ejecutaba algo muy esencial que el Concilio Vaticano II proclam¨® en su principal documento, Gaudium et spes (La Iglesia y el mundo), o sea, la autonom¨ªa de las realidades terrenas. A ra¨ªz del Concilio floreci¨® ampliamente el di¨¢logo entre los creyentes cristianos y la ciencia, sobre todo la de tipo econ¨®mico y social. Los que estuvimos comprometidos en estos di¨¢logos ¨ªbamos, sin embargo, viendo que, a pesar de la claridad expresiva del Concilio, quedaron rezagados muchos que no se resignaban a su derrota. Y se produjo una especie de "hibernaci¨®n" del Concilio, que fren¨® notablemente su din¨¢mica creativa.
En este proceso retroactivo tuvo un papel principal el cardenal Joseph Ratzinger, que fue nombrado presidente de la Congregaci¨®n Vaticana de la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio). A Ratzinger lo conoc¨ª en Roma durante el Concilio y all¨ª funcion¨® como un te¨®logo avanzado y progresista. Cuando era profesor de Teologia en Alemania, public¨® un libro magn¨ªfico titulado El nuevo Reino de Dios, traducido al espa?ol por la editorial Herder. Pero, siendo ya presidente del ex Santo Oficio, firm¨® un documento desconcertante que de alguna manera contradec¨ªa a aquel libro de anta?o.
Por eso, le escrib¨ª una carta abierta se?alando sus contradicciones entre el antiguo libro del te¨®logo y el nuevo documento de la "autoridad" vaticana. Esta carta se public¨® en la revista de Barcelona El Ciervo y en la agencia italiana Adista. ?l no me contest¨®, pero un amigo de Roma me telefone¨® dici¨¦ndome que el cardenal hab¨ªa le¨ªdo mi carta y que est¨¢ "molto addolorato". Pero yo no era qui¨¦n para recetarle nada para el dolor, ni siquiera un analg¨¦sico.
Recientemente, un grupo de prelados an¨®nimos, que se denominan Los Disc¨ªpulos de la Verdad, han publicado un libro impresionante en donde, con una documentaci¨®n exhaustiva, refieren las luchas de poder internas, la corrupci¨®n y los negocios ilegales que se han producido en la Santa Sede.
A muchos se nos hace dif¨ªcil, si no imposible, atribuirle directamente al Papa la responsabilidad clara y absoluta de estos excesos. ?l mismo, en su enc¨ªclica Ut unum sint, declara la insuficiencia del ejercicio del papado y pide consejos para mejorar su estructura, de suerte que no se produzcan ya m¨¢s estas dolorosas anomal¨ªas.
A esto respondi¨® monse?or Quinn, antiguo arzobispo de Los ?ngeles y presidente de la Conferencia Episcopal cat¨®lica de los Estados Unid¨®s, con un libro de alta calidad teol¨®gica, haciendo unas sustanciosas sugerencias a este respecto. Me consta que este libro molest¨® mucho a los sectores conservadores y anticonciliares de la Curia vaticana.
A decir verdad, desconozco el entramado del episcopado espa?ol a este respecto. S¨ª puedo afirmar que varios obispos que conozco bien, lejos de condenar a Tamayo y a su teolog¨ªa, lo animan a seguir adelante, sin que por ello "canonicen" su pensamiento, ya que lo propio de un te¨®logo es buscar esa libertad con que Dios y la misma Iglesia han dotado a los creyentes que piensan sobre su fe.
Para terminar, quiero recordar haber le¨ªdo en un cuento de Bocaccio este simp¨¢tico relato. Un cat¨®lico quer¨ªa "convertir" al catolicismo a un hereje, y para ello lo invit¨® a vistar nada menos que a la misma Roma papal. Un amigo le recrimin¨® este consejo, ya que el descubrimiento de la indudable corrupci¨®n que en aquel tiempo reinaba en la cumbre del catolicismo, lejos de convertirlo, lo apartar¨ªa definitivamente de una opci¨®n favorable a aquel mundo. Sin embargo, cuando el hereje regres¨®, se apresur¨® a visitar a su amigo cat¨®lico, abraz¨¢ndole cordialmente, dici¨¦ndole que se hab¨ªa convertido a la Iglesia cat¨®lica. El cat¨®lico se mostr¨® sorprendido y le pregunt¨® si la corrupci¨®n que hab¨ªa visto en Roma no lo hab¨ªa apartado de una reconciliaci¨®n con ella. El ex hereje contest¨®: "Todo lo contrario; pues si la Iglesia de Roma no estuviera regida por el Esp¨ªritu Santo, no hubiera podido sobrevivir a tanta iniquidad".
A pesar de todo, la Iglesia cat¨®lica de hoy est¨¢ mucho m¨¢s cerca del Evangelio que en aquellos tiempos del narrador italiano. Y as¨ª, por ejemplo, los te¨®logos actuales no son ya, como entonces, meros repetidores escol¨¢sticos de unos catecismos caducos y superados, sino, adem¨¢s de poseedores de un saber religioso y de una cultura profana superiores, son m¨¢s creyentes y m¨¢s evang¨¦licos que sus antecesores.
Sin miedo a equivocarme,puedo decir que Juan Jos¨¦ Tamayo pertenece de lleno a esta especie de "te¨®logos creyentes".
Esto, desde luego, sin canonizar ni ¨¦sta ni ninguna teolog¨ªa; pero s¨ª deseando que los consejos del Concilio Vaticano II no se encierren con siete llaves en el arca de oro de un "dep¨®sito de la fe" al que s¨®lo tengan acceso unos privilegiados mediante nombramientos can¨®nicos muy discutibles.
Jos¨¦ Mar¨ªa Gonz¨¢lez Ruiz es can¨®nigo te¨®logo de M¨¢laga.
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