El Gobierno y la delincuencia
El Gobierno parece que va a presentarle batalla a la delincuencia, convencido adem¨¢s de que ganar¨¢ esa guerra. Tal ser¨¢ el br¨ªo de las fuerzas del orden y tal el vigor y la premura en la aplicaci¨®n de la justicia. Ante el bien orquestado anuncio de esta guerra total, la temerosa y desva¨ªda audiencia ha recobrado pulso; o as¨ª lo dice una encuesta.
Uno estima la paz por lo que le concierne, por lo que concierne a sus allegados, a sus compatriotas y al ancho mundo. De modo que uno hab¨ªa vivido con profundo desasosiego la creciente espiral de cr¨ªmenes de viejo y nuevo cu?o en que, ante la pasividad del Gobierno, todav¨ªa estamos inmersos. Pero si el desierto oye, como dicen los optimistas, ?c¨®mo no iba a o¨ªr el clamor un Gobierno democr¨¢ticamente elegido? Un poco tarde, es cierto; y espoleado por m¨¢s de una marea. Pero nunca es tarde si la dicha llega; y disculpen que nos atengamos al m¨¢s idiota de todos los refranes. De modo que los resabiados, los que siempre se preguntan qu¨¦ hay detr¨¢s de lo que est¨¢ delante y qu¨¦ viene despu¨¦s, ya van diciendo que como durante este a?o no se note un descenso de la delincuencia (ha de ser dr¨¢stico para notarse), el Gobierno habr¨¢ hecho a?icos a pedradas todas las tejas de su tejado. De todas las promesas incumplidas por todos los gobiernos, ¨¦sta es una de las m¨¢s peligrosas para la m¨¢gica cifra del voto. Sobre todo, si la promesa ha sido anunciada a bombo y platillo, con toda pompa y circunstancia y como vendaval de victoria. Que son legi¨®n quienes se nutren de los informativos de las televisiones p¨²blicas y de las sentimentalmente asociadas.
Ni que decir que, quien esto escribe, tiene temblorosas las m¨¦dulas (medulas, escribe Quevedo, y es tambi¨¦n correcto). Pues no se nos alcanza que la delincuencia, amedrentada, que no contrita, ponga pies en polvorosa por el mero hecho de que se le haya declarado la guerra. Pongamos como ejemplo el crimen m¨¢s doliente, el asesinato. Seg¨²n el IESP, organismo dependiente del Sindicato Unificado de Polic¨ªa, en Espa?a el n¨²mero de muertes a mano airada pas¨® de 984 en el a?o 1995 a 1.323 en el 2000, con crecimiento anual ininterrumpido. En homicidios no nos gana nadie en la UE, ni en t¨¦rminos absolutos ni en relativos. Para ese periodo, 1,8 por cien mil habitantes en Francia. En Espa?a, 3,3. En el Reino Unido, 1,7. En Alemania, 1,1. En Italia 1,4 etc¨¦tera.
Ahora bien, el homicidio es inevitable. Ya no hay cr¨ªmenes pasionales, porque ya no hay pasi¨®n amorosa. Hay mafias, hay narcos, ajustes de cuentas.
Eso no tendr¨ªa pronto arreglo as¨ª conoci¨¦ramos las causas de esta sorprendente propensi¨®n a saldar presuntas o verdaderas cuentas por tan expeditivo medio. Conserva su vigencia el autoproclamado derecho a la propiedad que se condensa en el dictamen "la mat¨¦ porque era m¨ªa". Pero eso ocurre en todas partes de Europa y m¨¢s all¨¢; y ha ocurrido siempre, en ¨¦pocas por unas razones, en ¨¦pocas por otras... Anta?o, en tierras de Iberia y de Castilla, (y es de suponer que tambi¨¦n por donde el R¨®dano y el Rhin) este asesinato era de naturaleza eminentemente pasional, lo que no dejaba de tener un fondo de rudo romanticismo. Hoy nadie apasiona a nadie, simplemente encoleriza; a menudo, sin m¨¢s raz¨®n que la mera y asidua presencia. Dejando a un lado esos casos, por no espec¨ªficos de este pa¨ªs de la zozobra, ?aqu¨ª se mata m¨¢s porque hay m¨¢s mafias de esto y aquello y por ende m¨¢s ajustes de cuentas? ?Quiz¨¢s porque las hasta ahora penas carcelarias de puro ben¨¦volas no eran disuasorias? Aqu¨ª una observaci¨®n: ni la cadena perpetua ni la pena capital disuaden a quien se la juega a cara o cruz (el narcotraficante), a quien act¨²a por imperativo fisiol¨®gico (el adicto que se siente morir sin su dosis), al mafioso, que obedece un c¨®digo no escrito, al impulsivo irredimible... Con todo, las penas de reinserci¨®n son suelo f¨¦rtil para la alarma social, o sea, para el odio y la ira y la desconfianza y la xenofobia. ?Por eso tal vez se apresta el Gobierno a endurecer las penas a diestro y siniestro? Pues adelante con los faroles y a ver si tambi¨¦n en esto somos diferentes.
La lucha contra la delincuencia, para ser medianamente eficaz (y ya nos dar¨ªamos con un canto en los dientes) exige actuaciones varias y simult¨¢neas, aunque lamentablemente, la acci¨®n represiva sea la m¨¢s vistosa y la que a corto plazo surte un mayor ¨ªndice de aprobaci¨®n social. Giuliani en Nueva York. Pero este famoso alcalde cont¨® con un despliegue policial impresionante en todos los sentidos, los buenos y los malos. Aqu¨ª es notorio y se ha dicho mil veces, que las fuerzas de seguridad, todos los cuerpos sumados, han ido descendiendo en n¨²mero en relaci¨®n inversamente proporcional al aumento de los delitos. Una estent¨®rea relaci¨®n causa efecto ser¨ªa peligrosa, ya que podr¨ªa conducir a que nuestras ciudades parecieran todas en estado de sitio y tampoco es eso; pues lo aparente contiene una tendencia intr¨ªnseca a convertirse en real. Retrocedamos al justo medio y en ese punto, aqu¨ª y ahora, ni encontramos polic¨ªa, ni equipos, ni c¨¢rceles ni juzgados ni jueces.
Y lo que encontramos no est¨¢ bien repartido ni bien coordinado. Problema universal, de acuerdo; pero lo que en Francia es olla aqu¨ª es caldera. Resignarnos a ser pa¨ªs que no destaca en nada o casi nada importante es costumbre perversa porque termina convirti¨¦ndose en ley no escrita. Tampoco andamos lucidos en pol¨ªticas sociales que, con el tiempo, ser¨ªan buen paliativo del descontento de delincuentes y de no delincuentes. Pero no en el tiempo restante de una legislatura ni en el de una legislatura entera. El Gobierno deber¨ªa confesar negligencia, hacer inmediato prop¨®sito de enmienda y conseguir que se vea, aunque no a trav¨¦s de sus telediarios, pues otro chapapote habremos.
Hemos dicho "paliativo". En efecto, c¨¢rceles, penas adustas, reinserciones y pol¨ªticas sociales, todo al un¨ªsono (pero con distinto tempo de fructificaci¨®n) son bizmas necesarias, pero al fin bizmas. Podr¨¢n aliviar o reducir los efectos, pero no las causas. ?stas no las ha inventado el Gobierno, si bien algo podr¨ªa hacer para domesticar los bochornosos espect¨¢culos televisivos con los que lejos de hacer entrar en cintura, compite. Estamos en las de siempre, el sistema de valores. El tono de la vida, de puro relativo, es est¨²pidamente an¨¢rquico. El aristot¨¦lico "vive como quieras" no debe ser, pero es, vive como creas que quieres. Aunque las guerras perdidas, perdidas est¨¢n.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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