El cielo abierto
Uno. En 1995 vi Skylight, de David Hare, en el National de Londres, con Michael Gambon y Lia Williams. Desde aquella noche, como tantas otras veces, trat¨¦ de contagiar mi entusiasmo por la funci¨®n a amigos/actores/productores, etc¨¦tera, sin demasiada suerte. Comenzaba a hablar, a "contar" la obra, y a los pocos minutos se formaba en sus rostros una expresi¨®n a caballo entre el (educado) pasmo y la (controlada) sonrisa ir¨®nica. Subtexto: "?Pero qu¨¦ me est¨¢ contando ¨¦ste? ?Una obra de debate, una obra con mensaje, como en los a?os sesenta? ?Qu¨¦ puede tener de extraordinaria la conversaci¨®n entre el propietario de una cadena de restaurantes y una maestra de suburbio?".
La semana pasada, la noche del estreno de Skylight en el Romea barcelon¨¦s, sent¨ª una gran felicidad ante la respuesta del p¨²blico. Ante sus risas, ante sus silencios conmovidos, ante la largu¨ªsima ovaci¨®n final dedicada a sus actores y a su director, Ferran Madico: Skylight (Celobert, en impecable versi¨®n catalana de Joan Sellent) funciona, emociona, conecta con la gente, como siempre pens¨¦ que suceder¨ªa.
Celobert, de David Hare, se estrena en el teatro Romea de Barcelona, dirigida por Ferr¨¢n Madico
Aunque Celobert es una obra de dos, un soberbio mano a mano entre Tom Sergeant (Josep Maria Pou) y Kyra Hollis (Marta Calv¨®), hay un tercer personaje, Edward Sergeant, con el que empieza y acaba la obra. Ed (David Janer) es el solitario y desconcertado hijo de Tom, que una helada noche de invierno llega al no menos helado piso de Kyra Hollis con una extra?a petici¨®n: que Kyra se reconcilie con su padre porque "el viejo se est¨¢ volviendo loco". Diez a?os atr¨¢s, Kyra era una chica de King's Road que entr¨® a trabajar como camarera en uno de los restaurantes de Tom. Poco a poco se convirti¨® en su mano derecha y en la mejor amiga de su mujer, Alice. Kyra y Tom se enamoraron perdidamente, y estuvieron seis a?os juntos, hasta que Alice descubri¨® el adulterio y Kyra escap¨®.
Cuando comienza la acci¨®n de Celobert, Kyra tiene treinta y pocos y trabaja como maestra en una de las peores zonas de Londres. Vive sola, con un sueldo miserable, en un piso min¨²sculo donde irrumpir¨¢ Tom, destrozado por la reciente muerte de su esposa, perdido en un mundo empresarial dirigido por corporaciones, en el que ya no hay lugar para lobos solitarios, y obsesionado por recuperar al gran amor de su vida. La historia de Celobert es la historia de esa noche, de esa larga conversaci¨®n entre dos amantes que siguen queri¨¦ndose con locura pero que no pueden estar juntos porque la vida ha separado sus caminos, porque sus respectivas formas de ver el mundo se han vuelto irreconciliables. Tom no puede comprender que Kyra no quiera estar con ¨¦l, que haya "renunciado a todo" (a sus inmensas posibilidades, a su "brillante porvenir") para enterrarse en vida en el suburbio; una decisi¨®n que a sus ojos tiene mucho de huida: le acusa de sustituir un gran amor "concreto" por amores "abstractos y parciales". Kyra, por su parte, intentar¨¢ que Tom comprenda las razones de su actitud, de su nueva vida.
Dos. Como buen disc¨ªpulo de Bernard Shaw, David Hare sabe que necesita dos personajes de carne y sangre atrapados en una gran pasi¨®n para poder colar sus intensas diatribas contra los males de la sociedad inglesa (que no es tan distinta de la nuestra: globalizados estamos) sin resultar ret¨®rico ni sermoneador. Obra "de debate", s¨ª, pero sin cartas trucadas: Tom y Kyra no son dos arquetipos de manual (ni capitalista perverso ni hero¨ªna progresista sin m¨¢cula), sino un par de seres humanos inteligentes y contradictorios, cuyas razones respectivas -idealismo frente a pragmatismo- son perfectamente v¨¢lidas y comprensibles.
El Tom Sergeant de Josep Maria Pou es un nuevo trofeo en su galer¨ªa de animales heridos y solitarios (las criaturas de Tomeo, el Roy Cohn de ?ngeles en Am¨¦rica o el Marcos de Arte) que el grand¨ªsimo actor viene ofreci¨¦ndonos de unos a?os a esta parte. Pou tiene (voz, cuerpo, mirada) le physique du r?le, como dicen en Francia, y es imposible imaginarle en personajes peque?os, sin grandeza y sin desgarradura. Siempre es un rey de Shakespeare, aunque vista de calle. Aqu¨ª es un gran depredador atrapado en una trampa, y la trampa es un coraz¨®n roto. El personaje le permite expresar una ampl¨ªsima gama de sentimientos: emoci¨®n contenida o desbordada, a borbotones; desamparo, furia, malevolencia, autocompasi¨®n. Pou sabe mostrarnos a Tom como un manipulador astuto, que golpea donde m¨¢s duele, y de repente pasa a ser ingenuo como un ni?o, pero, por debajo de la vehemencia y los cambios de estrategia, es fascinante observar su descubrimiento (mudo, lento, gradual) de que, haga lo que haga, tiene la batalla perdida. Otro espl¨¦ndido trabajo actoral, a su gran altura acostumbrada, que conlleva, por ¨®smosis o por reto, que Marta Calv¨® ofrezca lo mejor que le hemos visto hasta hoy. No es f¨¢cil enfrentarse a un monstruo como Pou ni levantar un personaje, el de Kyra, que debe ser ¨ªntegro sin resultar monol¨ªtico, desvelando esas fisuras que han de hacer veros¨ªmiles las acusaciones de victimismo, de "Santa Juana de los suburbios". Y jugar en la tensa cuerda que enlaza pasi¨®n y sarcasmo: Kyra ama a Tom pero le conoce demasiado bien y ha de defenderse de su amor, porque sabe que, a la que se descuide, la arrancar¨¢ de su mundo, la ganar¨¢ para "su" causa. Por ¨²ltimo, David Janer en el rol de Edward: un convincente actor joven y otra buena elecci¨®n de reparto, porque evoca a la perfecci¨®n un Tom adolescente, apasionado e impulsivo: la generaci¨®n que tomar¨¢ su relevo. No se pierdan Celobert, una de las grandes funciones del a?o: en el Romea, hasta el 30 de marzo, y luego en gira.
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