Las ofrendas del oto?o
Hay libros sobre literatura norteamericana, disponibles para el lector espa?ol, en los que el nombre de Charles Wright no aparece nunca. Los hay ¨²nicamente en ingl¨¦s en los que es nombrado discretamente. Sin embargo, Zodiaco negro es un gran libro de poemas, respaldado, por cierto, bastante cicateramente por el habitualmente verboso Harold Bloom. Adem¨¢s, es un gran libro de poemas que invoca en su interioridad (rara avis) tradiciones no ¨²nicamente aut¨®ctonas. Nos encontramos sin duda la impronta Ezra Pound, la huella del esplendor imagista, la reflexividad eliotiana Cuatro cuartetos, pero tambi¨¦n la presencia de Paul Celan, en forma de r¨¢fagas que se?alan zonas oscuras y a la vez refulgentes de la experiencia y el lenguaje po¨¦ticos, san Juan de la Cruz y acarreos de pintores como Morandi, C¨¦zanne o Rothko.
ZODIACO NEGRO
Charles Wright. Traducci¨®n de Jeannette L. Clariond Pre-Textos. Valencia, 2002 252 p¨¢ginas. 18 euros
Zodiaco negro es un libro largo y complejo, y nada complaciente con lo que algunos podr¨ªan llamar claridad. No es un libro agotado en la inmediatez de sus formulaciones, sino esa clase de libros que prolongan el radio de acci¨®n m¨¢s all¨¢ de la materialidad de sus dichos, cuyo alcance, por otra parte, comprendemos en primera instancia aunque dejen en nosotros simult¨¢neamente una sensaci¨®n de expansividad ajena al mero saber de qu¨¦ se est¨¢ hablando. Comprendemos y no comprendemos a la vez, una se?al inconfundible de grandeza que nos obliga a perdernos en los vericuetos de la alusividad prodigiosa de las palabras como las de esos finales de poemas que contienen solicitaciones de valen por plegarias y que tan emocionantes resultan: "Ruise?or... / enciende una vela por m¨ª".
La naturaleza indiscutiblemente religiosa de este libro no significa que nos encontremos ante una ret¨®rica plagada de declamatorias vacuidades. Muy todo lo contrario: la religiosidad que hay aqu¨ª tiene un car¨¢cter interrogativo, y adem¨¢s se proyecta sobre un escenario de dudas que recuerdan al Claudio Rodr¨ªguez de Casi una leyenda, en cierto modo testimoniales de un tiempo de vejez que se vive como recapitulaci¨®n atormentada en la que el desgaste anejo a la vida se impone como argumento vaciador, sin que por ello pueda impedir que la existencia siga reclamando su fuerza plet¨®rica encarnada en este caso en esos paisajes, tanto dom¨¦sticos como lejanos (Italia, Umbr¨ªa), que son convertidos en portentosas necesidades vitales, signifiquen lo que signifiquen.
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