Un debate est¨¦ril y una tarde desagradable
Las guerras nunca son justas pero en ocasiones est¨¢n justificadas. De eso trat¨® precisamente el debate de ayer en el Congreso de los Diputados: ?Est¨¢ justificado en estos momentos atacar e invadir Irak? ?Est¨¢ justificada una guerra en Irak para acabar con Sadam Husein? El presidente del Gobierno espa?ol, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, afirm¨® que s¨ª y que Espa?a se unir¨¢ a quienes as¨ª lo defienden, con segunda resoluci¨®n de la ONU o sin ella. Es su decisi¨®n y ya la tiene tomada. La oposici¨®n en pleno le escuch¨® atentamente y le comunic¨®, de uno en uno, que no exist¨ªa acuerdo posible: para ellos, en conjunto y por separado, no hay razones hoy por hoy que justifiquen esa guerra. El debate fue est¨¦ril: Aznar entr¨® en el Parlamento a las cuatro de la tarde con el ¨²nico respaldo de su propio partido y sali¨® cuatro horas despu¨¦s en la misma situaci¨®n. Solo.
Zapatero defiende que no trata de oponerse al Gobierno, sino a algo m¨¢s importante: el uso injustificado de la fuerza
Aznar intent¨® vincular la guerra en Irak con una gen¨¦rica lucha antiterrorista que beneficia a Espa?a
Fue una tarde desagradable. Y curiosamente no por culpa de Aznar o del jefe de la oposici¨®n, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, que en esta ocasi¨®n y tal vez por lo caliente del tema estuvieron m¨¢s bien interesados en mantener sus intervenciones parlamentarias en tonos suaves y poco mitineros.
Fue desagradable por el entorno. Porque los responsables de seguridad del Congreso (y, lamentablemente, su presidenta Luisa Fernanda Rudi), consideraron que la presencia en la tribuna de invitados de un grupo de conocidos artistas y directores de cine contrarios a la guerra constitu¨ªa un grave peligro digno de que se tomaran medidas excepcionales. El resultado fue una triste y patente voluntad de intimidar y vejar a ciudadanos dignos, con opiniones dignas. Y si el deseo de intimidar es siempre mezquino, cuando se produce en las puertas de un Parlamento es doblemente doloroso.
El nivel de un diputado
Una tristeza tambi¨¦n es el nivel de algunos diputados. Cuando Rodr¨ªguez Zapatero ironizaba sobre la falta de responsabilidad del Papa al criticar la guerra, un diputado, Antonio Guti¨¦rrez Molina, de Melilla, lanzo un bufido. Asegura, ¨¦l y quienes le rodeaban, que grit¨® "demagogo", pero por motivos incomprensibles una parte del hemiciclo entendi¨® "Calla, cabr¨®n" salido de su boca o de alguien muy pr¨®ximo a ¨¦l. La propia presidenta debi¨® sospechar un insulto grave, porque amenaz¨® inmediatamente con expulsar de la sala al infractor, un castigo demasiado severo para un simple "demagogo".
Los dos incidentes fueron todav¨ªa m¨¢s lamentables porque los protagonistas de la sesi¨®n, el presidente del Gobierno, el secretario general del PSOE y los portavoces de todos los grupos parlamentarios, fueron por el contrario, oradores moderados y pacientes.
Moderados y suaves, pero radicalmente enfrentados. Aznar huy¨® como de la peste del concepto de "guerra preventiva" e intent¨®, una y otra vez, vincular de alguna forma la guerra en Irak con una gen¨¦rica lucha antiterrorista, sobre la que aparec¨ªa la sombra de ETA. Un argumento f¨¢cil de insinuar pero dif¨ªcil de explicitar y sobre todo de defender porque puede provocar una perplejidad grande en los ciudadanos: ?Para luchar contra ETA hay que participar en el bombardeo de Bagdad?
El discurso del presidente del Gobierno tuvo dos ejes: uno el deseo evidente de suavizar su imagen y la de su Gobierno. Y dos, el anuncio de que no apoyar¨¢ en el Consejo de Seguridad ninguna iniciativa, como la francesa o alemana, que d¨¦ a los inspectores un nuevo y prolongado plazo para acabar su trabajo de desarme de Irak. S¨®lo acepta, dijo, un plazo corto y definitivo. Es decir, algo muy parecido a lo que defiende Colin Powell. S¨®lo puede existir una segunda resoluci¨®n si sirve para establecer el automatismo del ataque a Irak en un plazo m¨ªnimo, quiz¨¢s de d¨ªas.
La firmeza de Aznar en su compromiso con el presidente Bush no oculta, sin embargo, su creciente preocupaci¨®n por el efecto que tiene su pol¨ªtica en la opini¨®n p¨²blica. Fue patente, por ejemplo, su deseo de vincular la guerra del Golfo de 1991, provocada por la invasi¨®n de Kuwait, con el futuro conflicto en Irak. Una y otra vez dej¨® entender que su pol¨ªtica es la misma que la que manten¨ªa entonces el Gobierno socialista.
La preocupaci¨®n fue patente tambi¨¦n en el propio Grupo Popular. Evidentemente, los diputados del PP comparten la posici¨®n de Aznar, pero ayer se les not¨® inquietos. Faltaron las grandes ovaciones de otras ocasiones, el orgullo satisfecho de que han dado muestra en otros debates. Una guerra es dif¨ªcilmente una buena ocasi¨®n para animar a los ciudadanos en general e incluso a los propios seguidores. Los diputados del PP cruzan los dedos apostando por una guerra corta que no tenga demasiados efectos econ¨®micos y sobre todo que no se prolongue durante la inmediata campa?a electoral. Aznar ya no se la juega, pero el PP s¨ª y se nota.
El riesgo de Zapatero
De entre los representantes de la oposici¨®n quien m¨¢s se arriesga en el enfrentamiento sobre la guerra es el secretario general del PSOE. Por eso el debate qued¨® pr¨¢cticamente centrado en ¨¦l. Zapatero encar¨® la discusi¨®n sin florituras y sin exaltaciones. Con un tono seco y directo, intentado convencer a los ciudadanos de que se opone a la guerra en Irak por convicci¨®n y no por c¨¢lculo.
La guerra le dar¨¢ sin duda un papel protagonista en los pr¨®ximos d¨ªas y semanas y parece que el dirigente socialista ya ha decidido c¨®mo quiere que discurra ese dif¨ªcil trance. "No estoy haciendo oposici¨®n al Gobierno, se?or Aznar. Me estoy oponiendo al uso de la fuerza injustificada", asegur¨®.
Su interpretaci¨®n de lo ocurrido hasta ahora es radicalmente distinta a la de Aznar. Para Zapatero, la comunidad internacional no ha dado un mandato para invadir ni ocupar Irak y lo que se est¨¢ planteando en toda crudeza es una guerra preventiva que cambia algunos de los principos b¨¢sicos de la pol¨ªtica internacional y que responde a los nuevos intereses estrat¨¦gicos de Estados Unidos.
Y el presidente del Gobierno espa?ol, afirma, ha cambiado unilateralmente un consenso de pol¨ªtica exterior que exist¨ªa desde hac¨ªa m¨¢s de diez a?os, sin dar raz¨®n ni pedir opini¨®n y que alcanza no s¨®lo a la interpretaci¨®n de las resoluciones de Naciones Unidas sino tambi¨¦n a las relaciones con la Uni¨®n Europea. "?Usted apoy¨® en 1991 al Gobierno socialista porque era el Gobierno o porque crey¨® que ten¨ªa raz¨®n?", interrog¨®. "Acaso le conviene ahora a Espa?a unirse a los euroesc¨¦pticos?".
Rodr¨ªguez Zapatero ha apostado fuerte en una l¨ªnea determinada: cree que Espa?a, como miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, debe negarse a apoyar un ataque si no existe una nueva resoluci¨®n; y en el caso de que exista, debe proponer que esa resoluci¨®n conceda a los inspectores el plazo que crean conveniente para culminar su trabajo. ?sa es su posici¨®n y as¨ª tendr¨¢ que defenderla en los pr¨®ximos meses, convencido de que estar¨¢ al lado de una buena parte de Europa, sobre todo de Francia y Alemania, y de Am¨¦rica Latina casi en su conjunto.
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