"?A qui¨¦n le importa lo que M¨¦xico tenga que decir?"
El incidente ocurri¨® el 5 de febrero, d¨ªa de la comparecencia del jefe de la diplomacia estadounidense, Colin Powell, en el Consejo de Seguridad. El embajador mexicano ante la ONU, Adolfo Aguilar Zinser, se hab¨ªa parado un momento ante las c¨¢maras a comentar sus impresiones. A un lado esperaba el embajador de Estados Unidos, John Negroponte. Su portavoz, Richard Grenell, al ver que Aguilar se alargaba, exclam¨®: "?Deprisa! ?A qui¨¦n le importa lo que M¨¦xico tenga que decir?".
La frase llen¨® las primeras p¨¢ginas de la prensa mexicana. El Departamento de Estado tuvo que disculparse y Grenell lo neg¨® todo atribuyendo la salida de tono a "rumores malintencionados". M¨¦xico es uno de los pa¨ªses que Washington debe convencer si quiere lograr una resoluci¨®n a favor de la guerra. El incidente no deja de ser una an¨¦cdota, pero ilustra hasta qu¨¦ punto la incertidumbre de la crisis iraqu¨ª ha empa?ado las formas.
Los 15 embajadores que se sientan en la mesa semicircular del Consejo de Seguridad, cinco permanentes -EE UU, Rusia, China, Reino Unido y Francia- y diez no permanentes, entre ellos Espa?a, saben que, a partir de ma?ana, les esperan horas de trabajo. S¨®lo tienen que recordar el precedente de noviembre: Washington tard¨® dos agotadores meses en conseguir un apoyo un¨¢nime a la resoluci¨®n 1.441, que devolvi¨® los inspectores a Irak, pese a una fuerte oposici¨®n inicial. En este caso, el plazo ser¨¢ previsiblemente m¨¢s breve, y la presi¨®n, m¨¢s intensa.
Cuando las negociaciones se complican, los pa¨ªses peque?os llevan la peor parte. Sobre todo cuando es Estados Unidos el que aprieta las tuercas. "Siempre hay un momento en que se rompe la baraja y nadie quiere quedarse fuera", comenta un diplom¨¢tico, y "menos a¨²n si eso significa oponerse a EE UU y arruinar sus relaciones bilaterales". El ejemplo m¨¢s notorio se dio en noviembre, unos d¨ªas antes de votar la 1.441, cuando el representante de las islas Mauricio ante la ONU, Jag-dish Koonjul, fue convocado urgentemente a su capital, Port Louis, para recibir una reprimenda. Koonjul hab¨ªa cometido el error de haber expresado con demasiada timidez el respaldo incondicional de Mauricio al texto de EE UU. Era una falta imperdonable para un pa¨ªs que recibe una cuantiosa ayuda econ¨®mica de Washington.
En este debate, la personalidad de Hans Blix, el jefe de los inspectores de armas, ha resultado crucial. Blix tiene buena reputaci¨®n y buen humor, todo lo contrario de su predecesor, el volc¨¢nico Richard Butler. "Su orgullo le hac¨ªa perder la visi¨®n de las cosas", comenta un embajador del Consejo. El diplom¨¢tico sueco, por el contrario, nunca pierde la calma. "Me considero ante todo un analista. Es la parte que m¨¢s me interesa. Yo mismo redacto todos mis discursos", puntualizaba recientemente.
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