La paz estaba en la calle
El mundo es de nuevo teatro de operaciones militares, y parece otra vez convertido en un gran parque tem¨¢tico, en el que la vida y la libertad son el blanco de iluminados y vaqueros. El desprecio a la vida est¨¢ sin lugar a dudas en la base de este prepotente recurso a la guerra, al igual que en la propia esencia del terrorismo. Como dice Jon Sobrino, la vida no se da por supuesto. Y as¨ª, nuestra sociedad se militariza consciente o inconscientemente, y la violencia se adue?a de las relaciones humanas a todos los niveles, incluso familiares, dispar¨¢ndose de forma sobrecogedora el llamado terrorismo dom¨¦stico.
La angustia, la impotencia y tambi¨¦n el escepticismo, se reflejan en los rostros de quienes parecemos condenados a aguantar una y otra vez, los ¨ªmpetus belicistas de los se?ores de la guerra y a esperar, en el mejor de los casos, el regalo magn¨¢nimo de una paz chamuscada, fruto del miedo de unos a otros y no de la justicia y la solidaridad entre los pueblos. La inmensa mayor¨ªa de los hombres, unos con fusil y otros desarmados, somos simples mu?ecos manipulados al antojo de los intereses armamentistas y econ¨®micos multinacionales; cuando quieren nos preparan para la guerra, nos masacran, nos despojan de nuestras riquezas o nos expulsan de nuestras tierras, convirti¨¦ndonos en ciudadanos errantes sin hogar, sin ra¨ªces, sin pasado ni futuro; despu¨¦s, avergonzados ante el horror, nos regalan siempre su transitoria paz, por un tiempo nos dejan en paz.
Dec¨ªa Mayor Zaragoza no hace mucho que: "Somos espectadores de casi todo y actores de casi nada; por lo que cada d¨ªa tenemos menos tiempo para pensar, para reflexionar, para elaborar respuestas propias, para participar, para sentir, para disentir, para protestar, para contar como ciudadanos y no para ser contados". Creo que ahora somos de nuevo espectadores del horror anunciado de una guerra, que se llevar¨¢ por delante a miles de inocentes, y que no s¨®lo no arreglar¨¢ nada, sino que lo complicar¨¢ a¨²n m¨¢s todo. De nuevo somos y seremos contados; primero entre los que apoyan la guerra o entre los que se oponen a ella; despu¨¦s entre los muertos, los heridos o los que se solidarizan con las v¨ªctimas. Contados, siempre contados, nunca para contar como ciudadanos.
Frente a esta situaci¨®n, frente a la estrategia de la tensi¨®n y el belicismo social, los ciudadanos del mundo no podemos permanecer impasibles y ajenos, como si nuestra impotencia fuese el aval que garantiza la impunidad de quienes deciden sobre nuestra seguridad y nuestro futuro. Es preciso levantar ahora m¨¢s que nunca la bandera del pacifismo, como una verdadera ¨¦tica humana basada en la solidaridad y en la pr¨¢ctica de la justicia entre los pueblos. Hay que reivindicar la paz y desenmascarar a quienes utilizan esta palabra como pretexto para la guerra, la violencia o la explotaci¨®n desde cualquier ideolog¨ªa o confesionalidad.
La movilizaci¨®n de la sociedad en defensa de esta idea, debe ser tarea a asumir por todas las organizaciones sociales y pol¨ªticas y por todos los ciudadanos comprometidos con la defensa de la paz y la solidaridad entre los pueblos. Las crisis no nos son ajenas, por muy lejanos que est¨¦n los conflictos. La incredulidad, el escepticismo o el simple silencio legitiman desgraciadamente a los guerreros. Por eso el pacifismo activo es el camino que nos queda a todos los ciudadanos del mundo. La paz estaba en la calle para parar esta nueva guerra. As¨ª lo gritamos millones de voces en todas las lenguas del mundo. Y si no lo logramos, exigiremos que los responsables de los cr¨ªmenes de esta guerra y sus c¨®mplices, sean juzgados por la Corte Penal Internacional. Porque repugna a la propia dignidad de los seres humanos, que ning¨²n autor de cr¨ªmenes contra la humanidad, pueda tener amparo en cualquier acuerdo de inmunidad.
Jos¨¦ Ram¨®n Ju¨¢niz es miembro de Abogados del Mundo.
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