Del padre Batllori al padre Ben¨ªtez
Miquel Batllori pas¨® largos a?os en la Universidad Gregoriana de Roma. Ahora es decano otro catal¨¢n, Josep Maria Ben¨ªtez
La calle que sale de la Fontana de Trevi y llega a la Piazza della Pilotta, en el centro de Roma, es un pasadizo estrecho y tortuoso de no m¨¢s de un centenar de metros. Es el jueves 13 de febrero por la tarde, a las cuatro y media, hace fr¨ªo y no se ven muchos turistas deambulando, pero del fondo de la calle, como si resonara en un embudo, llega el bullicio amortiguado que rodea a la Fontana. Por encima del rumor constante del agua, puede escucharse a una joven que canta y toca la guitarra: "People have the power...", se desga?ita una y otra vez, y el himno guerrero de Patti Smith es acompa?ado por un grupo de entusiastas que hacen coros y aplauden al un¨ªsono. Ensayando para la manifestaci¨®n del s¨¢bado d¨ªa 15, pienso, y cuando se cierra tras de m¨ª la pesada puerta de hierro, entro en un silencio que de repente me parece muy puro.
Estoy en la Universidad Gregoriana Pontificia, en la Piazza de la Pilotta, y el padre Miquel Batllori disfrut¨® de este silencio pulcro durante muchos a?os, primero como profesor de historia y luego como catedr¨¢tico hasta su jubilaci¨®n, en 1980. Esta tarde, en el segundo piso, me espera uno de sus mejores amigos de aquellos a?os para recordarle. Se trata del padre Josep M. Ben¨ªtez (Arenys de Mar, 1937), otro jesuita catal¨¢n que ha echado ra¨ªces en la Roma universitaria. El padre Ben¨ªtez es decano de la Facultad de Historia Eclesi¨¢stica de la Pontificia y cuando ¨¦l lleg¨® a Roma, a principios de la d¨¦cada de 1980, empez¨® a colaborar con el padre Batllori en m¨²ltiples estudios, "aunque mi ¨¦poca", puntualiza, "es la historia moderna, de la paz de Westfalia a la paz de Utrecht". Tambi¨¦n le gusta recordar que es presidente de la asociaci¨®n Catalans a Roma, de la que Batllori ostentaba el cargo de presidente honorario.
El despacho del padre Ben¨ªtez es espacioso y sobrio. Mesas cubiertas de libros, revistas y dem¨¢s papeles; paredes cargadas de archivos, enciclopedias y cuadros, todo en perfecto orden; un par de c¨®modas butacas en un rinc¨®n. Nos sentamos y me mira con una mezcla de preocupaci¨®n y asombro. "H¨¢game preguntas, de acuerdo, pero que sean concretas", me ruega con amabilidad. El padre Ben¨ªtez tiene un aspecto cordial y a la vez serio, de una austeridad invulnerable, pero cuando recuerda al amigo sus gestos se aflojan y su voz tiene otro trimbre.
?Cu¨¢ndo conoci¨® al padre Batllori?, he aqu¨ª una pregunta concreta. "Personalmente, lo conoc¨ª en 1963, cuando ¨¦l ten¨ªa 53 a?os y se estaba recuperando de una operaci¨®n en Sarri¨¤, pero sab¨ªa de ¨¦l mucho antes", recuerda, y sonr¨ªe: "Mi madre era profesora de piano y visitaba la torre de la calle de Zaragoza donde viv¨ªa la familia Batllori para dar clases a su hermana Conxa. A menudo, tras la clase, aparec¨ªa Miquel vestido de marinero, un ni?o rechoncho y ceremonioso que, sac¨¢ndose la gorra, dec¨ªa: '?C¨®mo est¨¢ usted, se?orita?".
Ya en Roma, y gracias a la labor en la Universidad, el padre Batllori y el padre Ben¨ªtez se encontraban "muy frecuentemente". Com¨ªan o cenaban de vez en cuando, y a menudo, en los ¨²ltimos a?os, cuando Batllori ya viv¨ªa en la Casa de los Escritores, charlaban paseando por los jardines del Gianicolo. El padre Ben¨ªtez enumera con precisi¨®n los trabajos en que colaboraron -en el Diccionario Eclesi¨¢stico de Espa?a, en el volumen Los jesuitas expulsos, publicado por Gredos, en tantos otros-, pero le resulta m¨¢s complicado concretar la importancia de los estudios del padre Batllori. "Fue un gran cient¨ªfico de la historia de los jesuitas; sus estudios sobre el papado de los Borgia son esenciales; son importantes sus obras sobre Llull, Arnau de Vilanova y el cardenal Vidal y Barraquer..., en total m¨¢s de 1.000 publicaciones que nos dan la imagen de un humanista. Este fue y es, quiz¨¢, su mayor rasgo distintivo: la tradici¨®n humanista. Y el valor de la libertad por encima de todo: libertad de pensamiento, libertad de conciencia, libertad de indagaci¨®n".
Hablando de libertades, le pregunto por Roma, si ese fue su lugar de exilio. "Eso es del todo falso", el padre se remueve en la butaca; "se ha repetido mucho, pero no era un exilio; el padre Batllori fue llamado a Roma en 1952 para hacer de profesor en la Gregoriana, esta es la verdad". Seguimos hablando de sus colaboraciones, del peso cultural de Batllori tambi¨¦n en Italia. Llegan m¨¢s preguntas concretas: ?C¨®mo eran las relaciones del padre Batllori con el Vaticano? "Buenas. ?l formaba parte del Comit¨¦ de Ciencias Hist¨®ricas y represent¨® al Vaticano en varios congresos". ?Qu¨¦ ha sido de su archivo personal en Roma? "Todo el material que ten¨ªa en su despacho fue enviado a Barcelona en 1997, cuando ¨¦l volvi¨® definitivamente a la ciudad, y ahora todo ha pasado al Archivo de la Provincia de Catalu?a". ?Quedan cosas por publicar? "Queda el Diplomatari Borja, que ¨¦l mismo ya dej¨® definido, y quedan por supuesto sus papeles, su correspondencia, sin duda muy interesante porque da una medida de todo su trabajo...".
La figura del padre Batllori se hace rediviva a medida que pasan los minutos en ese despacho. Al cabo de una hora, tras despedirme del padre Ben¨ªtez, concretamente y lleno de agradecimiento, camino por los pasillos encerados de la Gregoriana con la sensaci¨®n de haberme acercado al secreto de tanta sabidur¨ªa.Ya en la calle, me meto por la callejuela hacia la Fontana de Trevi y vuelve el ruido, las canciones pacifistas. En el portal de una tienda, una mujer cuelga una foto de Martin Scorsese comprando en esa misma tienda, a ver si la cosa se anima.
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