La era de la disculpa
Una cosa son las justificaciones y otra las disculpas. Una justificaci¨®n construye un sistema de argumentaciones a trav¨¦s de un proceso que se pretende riguroso. De este orden eran los razonamientos, grandiosos, y en ocasiones tambi¨¦n peregrinos, de las ideolog¨ªas del pasado. Una disculpa es algo m¨¢s modesto, un artefacto casero de la estrategia pol¨ªtica, en el que no hay relaciones causales, deducciones y silogismos, sino manejos oportunistas de la atenci¨®n que no exigen el esfuerzo te¨®rico de las grandes justificaciones ideol¨®gicas. Siempre ha habido ambas cosas, justificaciones y disculpas, pero las segundas parecen haber sustituido a las primeras tras el agotamiento de las viejas construcciones ideol¨®gicas. Se han convertido en operaciones muy adecuadas en un momento de escasez de proyectos e ideas. El arte de administrar la disculpa permite llevar a cabo las operaciones b¨¢sicas que se exigen en el escenario: cautivar, distraer, desviar, aparentar, disimular. La estrategia de la disculpa pone al alcance de cualquiera una f¨®rmula infalible para conseguir lo que en otras ¨¦pocas hab¨ªa de ser el resultado de un trabajo profundo. El l¨ªder actual ya no necesita leer demasiado ni pensar mucho. Ni siquiera tiene que argumentar ni resultar convincente; basta con que consiga manejar correctamente los mecanismos de la atenci¨®n p¨²blica. Es alguien que no tiene ideas para convencer, sino procedimientos para distraer.
No pretendo con esto construir uno de esos grandes relatos explicativos con los que cuadraban las cosas m¨¢s dispares y todas las tensiones de la sociedad eran reducidas a un ¨²nico criterio explicativo. Pero pienso que esta diferencia entre la justificaci¨®n y la disculpa permite entender algunas cosas que nos pasan y obtener indicaciones para saber c¨®mo conducirse, por ejemplo, en el dif¨ªcil terreno conceptual del terrorismo, el antiterrorismo y la guerra. Y se comprende tambi¨¦n que la pol¨ªtica internacional y los asuntos dom¨¦sticos se desarrollan en el mismo escenario cultural que las razones de la guerra, y los discursos antiterroristas tienen mucho en com¨²n. Ambos son lugares en los que se trafica intensamente con el arsenal de las disculpas. Tambi¨¦n permitir¨ªa entender, de paso, la curiosa sinton¨ªa entre Bush y Aznar.
Comencemos desde el principio. Propiamente hablando, ?qu¨¦ es el terrorismo? Es un fen¨®meno muy propio de nuestro tiempo, de la era de la disculpa, porque es la mayor entre ellas, la m¨¢s grosera, que parasita de causas a las que no hace sino perjudicar, como los derechos humanos, la religi¨®n o la libertad de las naciones. Pero tambi¨¦n tiene una dimensi¨®n "virtual" que consiste en que no pretende la aniquilaci¨®n f¨ªsica del enemigo (como intentaban las guerras convencionales), sino su deserci¨®n mediante una estrategia que, dirigida en principio contra unas v¨ªctimas concretas, pretende modificar el comportamiento del conjunto de la sociedad. El terrorismo forma parte de nuestro paisaje cultural porque tambi¨¦n es una estrategia de manipulaci¨®n de los signos con la intenci¨®n de escenificar y confundir. Umberto Eco se?alaba recientemente que el terrorismo busca desestabilizar el campo de juego del enemigo; poner al otro en una situaci¨®n en la que todos desconf¨ªen de todos. Esto parecen hacerlo bastante bien. No es dif¨ªcil imaginar la satisfacci¨®n de los terroristas ante el ¨¦xito que supone, por ejemplo, la actual divisi¨®n de la ONU y la Uni¨®n Europea ante el conflicto con Irak o el antagonismo creciente entre las fuerzas pol¨ªticas democr¨¢ticas del Pa¨ªs Vasco.
Tambi¨¦n el antiterrorismo puede convertirse en una disculpa. Modificando la c¨¦lebre f¨®rmula de Clausewitz, dec¨ªa Baudrillard que determinado antiterrorismo es la continuaci¨®n de la falta de pol¨ªtica por otros medios. A estas alturas de la pel¨ªcula resulta bastante claro que el antiterrorismo no siempre sirve para incomodar a los terroristas y a veces confiere unos beneficios que no podr¨ªan conseguirse de otro modo. Sirve, entre otras cosas, para ganar unas elecciones, obtener legitimidad, incomodar al adversario, desviar la atenci¨®n de otros temas, imponer unas prioridades, tapar la propia incompetencia o conferirse un poder que sin esa disculpa no soportar¨ªa una sociedad democr¨¢tica. Entre los pelotazos que puede proporcionar, el m¨¢s beneficioso es aquel que procede de la posibilidad de chantajear a la oposici¨®n y eliminar la discrepancia. Quien dibuja los ejes del bien y del mal lleva a cabo una polarizaci¨®n que simplifica coactivamente el campo de juego, despolitiza y estrecha el pluralismo. De ah¨ª el inter¨¦s en forzar unanimidades y consensos desde los que el derecho a hacer oposici¨®n resulta amenazado e interpretar la discrepancia como complicidad o deslealtad. ?Por qu¨¦ la pol¨ªtica antiterrorista no es un ¨¢mbito para el ejercicio del pluralismo?
La l¨®gica de cierto comportamiento antiterrorista, una vez abandonada la vieja justificaci¨®n ideol¨®gica que busca silogismos y demostraciones, gira en torno a la categor¨ªa de la equiparaci¨®n. La estrategia consiste en repetir insistentemente que A es igual que B hasta que eso genere un automatismo social. En un mudo confuso, atacar comienza por identificar y el p¨²blico se siente aliviado con alguna referencia indiscutible en medio del foll¨®n. As¨ª se promueve una guerra contra un pa¨ªs o se ilegaliza a un partido pol¨ªtico, pero tambi¨¦n se limita el juego de cualquier adversario bajo la amenaza de ser acusado de complicidad. Son equiparaciones m¨¢s o menos arbitrarias, que definen un territorio c¨®modo para las propias estrategias, pero que impiden una diferenciaci¨®n inteligente de realidades que son complejas.
El principal perjudicado por todo esto es el derecho, que ha girado siempre en torno a pruebas y evidencias demostrables y que ahora es obligado a moverse en el mundo de la sospecha. En la era de la disculpa el abuso cuenta con una mayor posibilidad de aceptaci¨®n. Todas las garant¨ªas, los procedimientos y la suposici¨®n de inocencia se debilitan en el horizonte de una invisible conspiraci¨®n. Los discursos se adentran en el terreno virtual del subjuntivo. No habr¨¢ pruebas de que Irak posee armas de destrucci¨®n masiva y el hecho de no encontrarlas ser¨¢ utilizado como argumento de que tiene que haberlas. Cuando Bush explicaba que la guerra contra Afganist¨¢n no podr¨ªa justificarse por las evidencias tradicionales daba a entender algo realmente curioso: que se trataba de una guerra en busca de las pruebas que podr¨ªan justificarla; Powell desgranaba en el Consejo de Seguridad una bater¨ªa de suposiciones con las que no podr¨ªa condenarse a nadie en ning¨²n pa¨ªs civilizado; Aznar ha pedido al Parlamento que le crea, como dando a entender que tiene datos de los que nosotros no disponemos, pero que si conoci¨¦ramos le apoyar¨ªamos. Toda una rehabilitaci¨®n de la antigua concepci¨®n del poder seg¨²n la cual unos mandan porque saben m¨¢s que el resto.
Seg¨²n Giddens, "los viejos mecanismos del poder no funcionan en una sociedad en la que los ciudadanos viven en el mismo entorno informativo que aquellos que los gobiernan". En las manifestaciones ciudadanas contra la guerra se ha hecho valer no s¨®lo el deseo de paz, sino tambi¨¦n la aspiraci¨®n democr¨¢tica de igualdad en el conocimiento de los datos a partir de los cuales se toman las grandes decisiones colectivas. Se ha defendido la pr¨¢ctica del peso de la prueba frente a las privilegios de la sospecha. El combate contra el terrorismo, a cualquier nivel, comienza protegiendo ese juicio equilibrado y plural que el terrorismo quiere destruir.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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