Trozos de una vida
La categor¨ªa intelectual de Gabriel Ferrater (Reus, 1922-Sant Cugat del Vall¨¨s, 1972) se agranda a medida que pasa el tiempo. En los a?os m¨¢s negros del franquismo fue una figura conocida casi exclusivamente en los medios editoriales (y policiales) de Barcelona, y s¨®lo a finales de los a?os sesenta, cuando la Universidad de Barcelona, con Fabi¨¢n Estap¨¦ como rector, le cedi¨® un sill¨®n profesoral -decir una c¨¢tedra ser¨ªa una exageraci¨®n-, Ferrater empez¨® a gozar de prestigio entre la clase intelectual de la ciudad, un prestigio en cierto modo mixtificado, enturbiado por la memoria omnipotente de Carles Riba y estorbado por el altavoz, omnipresente desde su supuesto aislamiento en el paseo de Gracia, de Salvador Espriu. El genio de Gabriel Ferrater resultaba indiscutible pero, como suele suceder con esas producciones de la inteligencia que desbordan la confortable, tambi¨¦n sufrida median¨ªa de una cultura que entonces sobreviv¨ªa a duras penas, resultaba igualmente inc¨®modo para amplios sectores de la sociedad letrada catalana. Ferrater beb¨ªa como un cosaco tolstoiano, algo que hoy no ignora ninguno de sus lectores sin que ello perturbe los juicios acerca de su obra; ten¨ªa un curr¨ªculo universitario desconcertante -estudioso de las ciencias exactas, ap¨®stata de la gram¨¢tica de Bad¨ªa i Margarit, conocedor de lenguas demasiado raras (altoalem¨¢n, checo o polaco), mujeriego sin descanso y, para la ¨¦poca, demasiado proclive a entablar conversaci¨®n con los estudiantes teenager-; y, como su hermano Juan, se decantaba por unos modelos de cr¨ªtica literaria que no s¨®lo carec¨ªan de tradici¨®n en nuestro pa¨ªs, sino que chocaban frontalmente con los h¨¢bitos hist¨®rico-positivistas m¨¢s frecuentados por los escol¨¢sticos. Por ser d¨ªscolo, lo fue incluso con el bueno de Roland Barthes cuando, en una conferencia de ¨¦ste en el Instituto Franc¨¦s de Barcelona, en 1968, se atrevi¨® a discrepar p¨²blicamente de sus ideas.
F.
Justo Navarro Anagrama. Barcelona, 2003 125 p¨¢ginas. 11 euros
Como ha sucedido tambi¨¦n
con su hermano Juan Ferrat¨¦ -a cuya muerte, hace unas semanas, le ha seguido uno de los silencios m¨¢s ominosos que se recuerdan por parte de lo que queda de la clase intelectual, acad¨¦mica o no, de Barcelona-, la muerte de Gabriel Ferrater qued¨® envuelta por el aura de su suicidio, por una muerte prevista desde 1957 cuando, paseando por su ciudad natal, le asegur¨® a Jaime Salinas que no alcanzar¨ªa la cincuentena, para no llegar a oler nunca como un anciano. Esta muerte heroica -pues hay suicidios cobardes como los hay con altura de h¨¦roe- sirvi¨® para venerar de un modo no precisamente justo, ni ecu¨¢nime, el valor de su obra po¨¦tica y de su labor como cr¨ªtico de arte y literario. Sus obras fueron reeditadas sin tregua, eso es cierto, y creci¨® el n¨²mero y la calidad de sus lectores y de sus comentaristas; pero toda su figura qued¨® sumergida en una mezcla de admiraci¨®n fan¨¢tica y exaltaci¨®n hagiogr¨¢fica que, en realidad, le ha hecho un flaco favor a su legado: todav¨ªa las m¨¢s recientes biograf¨ªas de Ferrater y los an¨¢lisis de su obra adolecen de esa falta de distancia, habitual en estos casos, y pecan de una extremosidad forjada en la santificaci¨®n del bebedor legendario y en la alabanza de corte ang¨¦lico de su obra y su persona. Por esto resulta enormemente gratificante que Justo Navarro se haya atrevido a tratar la figura de Gabriel Ferrater con un sesgo absolutamente novedoso, voluntariamente parcial, alejado de iglesias y devociones.
Pues dibujar el perfil de este enorme hombre de letras -tan enorme, insisto, como su hermano Juan- requer¨ªa una estrategia narrativa original, distinta y, como sucede en este caso, in¨¦dita. La vida caleidosc¨®pica de Ferrater, en cierto modo como la de Walter Benjamin, obligaba precisamente a este tipo de aproximaci¨®n que nos brinda Navarro: s¨®lo la atenta consideraci¨®n de los aspectos ruinosos, de los ingredientes m¨¢s deslabazados de esta vida, dan una idea exacta -y v¨¢lida por extensi¨®n en la medida que dichos aspectos son considerados en el libro como muestras particulares de lo general- de una figura tan compleja.
As¨ª, Justo Navarro abandona voluntaria y expl¨ªcitamente un recorrido biogr¨¢fico exhaustivo, y teje su peque?a obra narrativa en torno a tan s¨®lo tres o cuatro circunstancias de la vida del poeta catal¨¢n: en la primera parte del libro, sus antecedentes familiares, ligeramente esbozados, y su relaci¨®n matrimonial con Jill Jarrell; en la segunda, su relaci¨®n anecd¨®tica con Valeria Berni, esposa de un famoso arquitecto milan¨¦s, durante la breve estancia de aqu¨¦lla en el hotel Col¨®n, de Barcelona -una relaci¨®n que adquiere rasgos de relato policiaco, a lo Dashiel Hammett (citado profusamente), en la medida en que pas¨® inadvertida al resto de los invitados a una hist¨®rica reuni¨®n de editores en la Ciudad Condal; en la tercera parte, el episodio de su estad¨ªa en Gammhart, en T¨²nez, para participar en el foro del Prix International des ?diteurs, reuni¨®n en la que Ferrater convenci¨® a la asamblea para que el premio de aquella edici¨®n recayera en Witold Gombrowicz (?qui¨¦n en Espa?a sab¨ªa algo de este escritor medio polaco, medio bonaerense, en 1967?) y no en el candidato de la mayor¨ªa de los editores reunidos, el tambi¨¦n suicida y heroico Yukio Mishima.
Hay que a?adir, a este programa que bien podr¨ªa haber andado por muchos otros derroteros, el procedimiento sumamente ingenioso de Navarro -pues no estamos ante alguien que se pretenda bi¨®grafo, sino narrador- que consiste en tejer sus 125 p¨¢ginas en torno a una serie igualmente limitada y azarosa de motivos conductores, que, como la imperceptible trama argumental, podr¨ªan haber sido distintos tambi¨¦n: la fatal perseverancia con la que a Ferrater se le romp¨ªan sus invariables gafas oscuras (s¨®lo Valeria, su amante de la habitaci¨®n 205 del Col¨®n, lleg¨® a ver la perturbadora expresi¨®n de su rostro, dominada por los apreciados ojos azules que no exhib¨ªa); la famosa predicci¨®n de su muerte, ya citada; el caracter¨ªstico rechinar de sus mand¨ªbulas al comer (algo que no pas¨® inadvertido, de nuevo con desconcierto, por la esposa de uno de los editores que conoci¨®), y la irreprimible desesperaci¨®n de Amalia, su madre, al leer la factura del tel¨¦fono que utilizaba su hijo, sin reservas, para conversar con amantes y compa?eros de fatigas. ?stos, los amigos, tampoco faltan en esta visi¨®n particularizada de la vida de este hombre: Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma los primeros, los m¨¢s solicitados, siempre tambi¨¦n los m¨¢s sol¨ªcitos.
Como Benjamin, Ferrater ha-
b¨ªa "tomado la decisi¨®n de ser mejor que sus colegas", y lo fue; como aqu¨¦l, posey¨® una curiosidad ilimitada; tambi¨¦n ten¨ªa pasi¨®n por los "conocimientos descoyuntados", inconexi¨®n que s¨®lo disimulaban una voz magn¨ªfica y una elocuencia pol¨ªglota sin fisuras; como el otro, Ferrater dijo ser "de las personas que viven de cara al pasado, y no al futuro". Se separ¨® de su mujer a los pocos a?os de casarse en Gibraltar (de hecho, la perdi¨® literalmente); arruin¨® sus gafas en m¨²ltiples ocasiones; no lleg¨® a ocupar ning¨²n lugar en el concierto desafinado de las letras catalanas de su tiempo; se le acab¨® el tabaco y el alcohol, o el dinero para abastecerse, y s¨®lo recogi¨® cuidadosamente el vasto conjunto de sus ruinas en la excesiva soledad del suicidio.
Solamente en medio de este panorama desolador, bald¨ªo en apariencia, s¨®lo de esta descomunal mara?a de percances inconexos pod¨ªa haber extra¨ªdo Justo Navarro, a modo de narraci¨®n, unas visiones fugaces, trozos de una vida, que valen por su desdibujado conjunto. Estos fogonazos, bien contados, acaban siendo la m¨¢s eficaz de las noticias acerca de esa vida.
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