Los peligros del antiamericanismo 'light'
Hay un antiamericanismo asesino y un antiamericanismo light, o ligero. El primero es el antiamericanismo de los terroristas fan¨¢ticos que odian a Estados Unidos su poder, sus valores y su pol¨ªtica y est¨¢n dispuestos a matar y a morir para hacer da?o a Estados Unidos y a los estadounidenses. El segundo es el antiamericanismo de aquellos que se echan a las calles y a los medios de comunicaci¨®n para despotricar contra Estados Unidos, pero no buscan su destrucci¨®n.
Tanto los antiestadounidenses light como los estadounidenses en el Gobierno comparten la ilusi¨®n de que el antiamericanismo que no llega a ser terrorismo no tiene ning¨²n coste. Los primeros le dir¨¢n que aman el pa¨ªs pero desprecian su pol¨ªtica y que criticar al Gobierno es muy sano. Por supuesto, tienen raz¨®n en que la reacci¨®n mundial en contra de las iniciativas de Estados Unidos ayuda a limitar los excesos, errores y dobles varas de medir unilateralistas de una superpotencia con frecuencia impulsada por c¨¢lculos demasiado estrechos de miras arraigados en la pol¨ªtica nacional. Pero se equivocan cuando suponen que sus denuncias generales no tienen ning¨²n coste, especialmente cuando los ataques verbales a la pol¨ªtica de Estados Unidos ayudan a alimentar animosidades mucho m¨¢s profundas y omnipresentes contra Estados Unidos, su Gobierno y su pueblo.
Aquellos que comparten y extienden el antiamericanismo light aunque compartan al mismo tiempo los valores y principios que Estados Unidos representa socavan su capacidad de defender dichos principios en el extranjero. Despu¨¦s de todo, la influencia internacional requiere poder, pero tambi¨¦n depende de la legitimidad. Tal legitimidad se deriva de la aceptaci¨®n de los dem¨¢s, que no s¨®lo han de consentir, sino tambi¨¦n acoger con agrado el uso de esa influencia. Puede que la legitimidad de EE UU en el extranjero se viera socavada por la propensi¨®n de George W. Bush a hablar en t¨¦rminos duros y a actuar en solitario para imponer la voluntad de su Gobierno a los dem¨¢s. Pero tales acciones fueron interpretadas por gran parte del mundo a trav¨¦s del prisma de los profundos recelos hacia EE UU que exist¨ªan mucho antes de la presidencia de Bush. En ¨²ltima instancia, el rechazo autom¨¢tico a las acciones de EE UU arraigado en el antiamericanismo ligero podr¨ªa ser tan malo para el mundo como el conceder a la superpotencia un cheque en blanco para ejercer su poder sin las trabas impuestas por la comunidad internacional. Por ejemplo, las reacciones instintivas avivadas por el antiamericanismo ligero seguramente desempe?aron alg¨²n papel a la hora de socavar y quiz¨¢ alterar permanentemente la Alianza Atl¨¢ntica. La relevancia y efectividad de muchas agencias de la ONU se han visto tambi¨¦n erosionadas por su sutil y a veces no tan sutil antiamericanismo.
Adem¨¢s, la estridencia de este coro mundial antiestadounidense tambi¨¦n socava el apoyo del p¨²blico estadounidense al compromiso internacional de su pa¨ªs. Aunque el compromiso activo de EE UU puede no ser siempre la mejor receta para los problemas internacionales, a menudo es la ¨²nica disponible. Los estadounidenses corrientes ya tienen dificultad para entender por qu¨¦ deben soportar la carga de ser el sheriff del mundo sin recibir ning¨²n respeto a cambio. De hecho, el antiamericanismo ligero que prevalece en muchos pa¨ªses ayudado por EE UU podr¨ªa a la larga ser un golpe de suerte para los aislacionistas estadounidense al imposibilitar tal entendimiento.
Pero esa peligrosa despreocupaci¨®n no es s¨®lo responsabilidad de los antiestadounidenses ligeros. Los pol¨ªticos y los l¨ªderes del Gobierno de EE UU han mostrado desde hace tiempo desd¨¦n y despreocupaci¨®n por los efectos negativos del antiamericanismo ligero. Entre los pesos pesados de Washington, la creencia general es que no es posible hacer cambiar de opini¨®n a los antiestadounidenses asesinos y fan¨¢ticos y que hay que ocuparse de ellos por medio de los cuerpos de seguridad y policiales, mientras que los actos mani¨¢ticos de los antiestadounidenses ligeros en su mayor parte tienen escasa trascendencia.
Hace varios meses, un grupo bipartidista de prestigiosos expertos estadounidenses en pol¨ªtica exterior ajenos al Gobierno celebr¨® varias reuniones discretas para discutir su preocupaci¨®n acerca de la ola creciente de antiamericanismo en todo el mundo. El grupo finalmente redact¨® una carta privada a Bush en la que llamaba su atenci¨®n sobre la urgente necesidad de hacer algo al respecto. El miembro del Gobierno al que pidieron que entregase la carta respondi¨® que no tendr¨ªa demasiada repercusi¨®n a menos que explicara en detalle los costes concretos del antiamericanismo. Actualmente, Tony Blair, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, Silvio Berlusconi y Vicente Fox, entre otros, pueden explicar claramente y en detalle los costes del antiamericanismo ligero que domina sus sociedades. Ha hecho que sea cada vez m¨¢s costoso para ellos en sus respectivos pa¨ªses apoyar a Bush, quien a su vez ha aprendido que a pesar de todo su lenguaje duro, actuar en solitario, entra?a enormes costes y riesgos. Muchos de los problemas a los que se enfrenta EE UU no har¨¢ m¨¢s que empeorar si intenta resolverlos unilateralmente. Es cierto que puede invadir Irak sin la bendici¨®n de Naciones Unidas. Pero su ej¨¦rcito necesita bases en otros pa¨ªses, sus agentes antiterroristas necesitan la ayuda de otros servicios secretos (incluso los de Francia), sus organismos reguladores financieros necesitan trabajar en estrecho contacto con los organismos reguladores del extranjero, y sus agencias de reconstrucci¨®n nacional en Afganist¨¢n y pronto en Irak necesitan la ayuda y el dinero de otros pa¨ªses.
Estados Unidos ha descubierto que para lograr sus objetivos internacionales depende tanto de la buena voluntad de otros gobiernos como de la eficacia letal de su Ej¨¦rcito. A su vez, esa buena voluntad es sumamente dependiente del talante y las actitudes de los electorados nacionales. ?sa es la raz¨®n de que la ascendencia mundial del antiamericanismo ligero sea una tendencia peligrosa. Y no s¨®lo para los estadounidenses.
Moises Naim es director de Foreign Policy Magazine.
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