Babel contra Babilonia
Las guerras arrasan por igual vidas singulares y s¨ªmbolos colectivos. En la que se cierne sobre Oriente Pr¨®ximo, la terrible amenaza de los bombardeos urbanos se compensa c¨ªnicamente con la promesa de respetar los monumentos del d¨¦spota. Pero las v¨ªctimas del vendaval de violencia encontrar¨¢n poco consuelo en los anunciados indultos arquitect¨®nicos. Si hay una arquitectura que merece respeto, es la arquitectura de la ciudad, esa formidable creaci¨®n humana que ha viajado en el tiempo desde el Creciente F¨¦rtil hasta la Babel neoyorquina donde estos d¨ªas se dirime el futuro de Bagdad. Tras un siglo de colosales holocaustos urbanos, el Imperio no deber¨ªa te?ir la aurora del tercer milenio con el fuego y la sangre crepusculares de un urbicidio en Babilonia. El plan de batalla del Pent¨¢gono, seg¨²n los medios norteamericanos, contempla lanzar m¨¢s misiles crucero el primer d¨ªa de campa?a que los empleados en 1991 durante los cuarenta d¨ªas de la guerra del Golfo, siguiendo un concepto estrat¨¦gico bautizado como "Shock and Awe" (conmoci¨®n y pavor), que persigue destruir instant¨¢neamente la voluntad de luchar del enemigo a trav¨¦s de una devastaci¨®n s¨²bita similar a la de Hiroshima. Frente a este apocalipsis an¨®nimo, cuyas v¨ªctimas innumerables se ocultar¨¢n bajo la denominaci¨®n piadosa de collateral damage, resulta emocionalmente intolerable la sacralizaci¨®n de los hitos arquitect¨®nicos en las octavillas de la llamada Coalici¨®n: se dir¨ªa que los monumentos megal¨®manos de un s¨¢trapa asi¨¢tico merecen m¨¢s respeto que las vidas vulnerables de la multitud.
El pueblo iraqu¨ª, empobrecido y exhausto, no merece protagonizar el ¨²ltimo cap¨ªtulo de lo que Sebald llam¨® "historia natural de la destrucci¨®n"
Nadie puede ignorar el poder musculoso de los s¨ªmbolos; pero cuando se privilegia el emblema inanimado sobre la vida humana, una profunda abyecci¨®n se instala en la mirada que juzga el mundo y en la mano que act¨²a sobre ¨¦l. En una grabaci¨®n difundida por la cadena de Qatar Al Yazira poco antes de la reuni¨®n del Consejo de Seguridad el d¨ªa de San Valent¨ªn, la que aseguran ser la voz de Osama bin Laden se felicita de la destrucci¨®n, el 11 de septiembre, de "los ¨ªdolos de la Norteam¨¦rica infiel", presentando el exterminio de miles de personas como la mera aniquilaci¨®n de un s¨ªmbolo. Sin embargo, los arquitectos que durante los ¨²ltimos meses han presentado propuestas para el emplazamiento de las Torres Gemelas -conocido con el nombre que se da al epicentro de una explosi¨®n nuclear, Zona Cero- han podido comprobar hasta qu¨¦ punto ese solar devastado no puede arrogarse la condici¨®n de sede desafiante del poder econ¨®mico de Estados Unidos y memorial inevitable del orgullo herido de un imperio joven sin reconocer a la vez su naturaleza dolorosa de cementerio un¨¢nime. Tras el trauma de septiembre, el Gobierno Federal document¨® minuciosamente otros tres iconos de la naci¨®n -la estatua de la Libertad, la c¨²pula del Capitolio y los bustos presidenciales de Monte Rushmore- para facilitar su reconstrucci¨®n si sufriesen ataques terroristas; y hay que imaginar que la misma ingenua obsesi¨®n simb¨®lica est¨¢ presente en su desconcertante preocupaci¨®n por los monumentos del Irak de Sadam Husein.
Las construcciones m¨¢s representativas del r¨¦gimen baasista conmemoran la guerra con Ir¨¢n, y enmarcan los espacios ceremoniales de Bagdad. El Shaheed o monumento a los M¨¢rtires -iniciado en abril de 1981, a los pocos meses de comenzar el prolongado conflicto con Ir¨¢n, y terminado en 1983- est¨¢ formado por las dos mitades de una c¨²pula seccionada, revestida de azulejos de color turquesa y cuyo perfil de cebolla evoca los remates de las mezquitas. Obra del escultor Ismail Fattah al Turk con los ingenieros de Ove Arup (la misma firma que diez a?os antes hab¨ªa logrado levantar las c¨¢scaras colosales de la ?pera de Sydney), la c¨²pula se construy¨® con un coste de 250 millones de euros en el centro de un lago artificial, y su tit¨¢nica combinaci¨®n de figuraci¨®n vern¨¢cula y abstracci¨®n ¨¤ la Kapoor ha fascinado desde entonces a muchos visitantes. Elegido por las octavillas norteamericanas como el monumento m¨¢s caracter¨ªstico, el pasado 16 de febrero (al d¨ªa siguiente de las manifestaciones contra la guerra en todo el mundo) volvi¨® a las p¨¢ginas de la actualidad como teatro de un desfile en el aniversario de la llamada masacre de Al Amirya, un refugio de Bagdad donde perecieron 400 civiles durante la guerra del Golfo. De forma casi simult¨¢nea al Shaheed, y tambi¨¦n rodeado de un extenso paisaje artificial, se elev¨® el segundo proyecto emblem¨¢tico de Sadam, un monumento al Soldado Desconocido que re¨²ne un gigantesco disco inclinado -inspirado en un escudo tradicional, pero m¨¢s semejante a un platillo volante- con un zigurat futurista que reinterpreta el famoso minarete de Samarra.
Concebido en 1985, y construido tras terminar en 1988 la guerra con Ir¨¢n, el arco de la Victoria es el tercero de los grandes monumentos de Sadam. Formado por dos pares de sables que se cruzan a m¨¢s de cuarenta metros por encima de una amplia avenida, el doble arco marca los extremos de un eje procesional, al costado del cual se levanta una tribuna coronada por una enorme visera similar a un caparaz¨®n. Los sables remiten al del caudillo ¨¢rabe que derrot¨® a los persas en el a?o 637, abriendo paso a la islamizaci¨®n del Ir¨¢n, y los pu?os que los sostienen est¨¢n al parecer modelados sobre las propias manos de Sadam. Escenario de las m¨¢s espectaculares ceremonias del r¨¦gimen, las im¨¢genes nocturnas de los desfiles con fuegos artificiales recuerdan las masivas concentraciones del partido nazi, pero con el toque kitsch de la figuraci¨®n posmoderna: "Una fusi¨®n de N¨²remberg y Las Vegas", como las describe Kanan Makiya, el disidente expatriado que en 1991, y con el seud¨®nimo Samir al Khalil, public¨® un ¨¢cido volumen sobre este ins¨®lito monumento totalitario y pop. En sus memorias, aparecidas el a?o siguiente, el general Schwarzkopf relata haber propuesto a Colin Powell su voladura: "Ante mi sorpresa, estaba totalmente a favor, aunque sugiri¨® consultar antes al presidente, y un par de d¨ªas despu¨¦s, los abogados del Pent¨¢gono vetaron la idea".
Sadam Husein, aficionado como es a la arquitectura monumental, no parece compartir ese g¨¦nero de escr¨²pulos a la hora de romper el espinazo simb¨®lico de sus enemigos destruyendo sus estructuras emblem¨¢ticas. En la misma guerra del Golfo, y en su retirada del Kuwait previamente invadido, el 27 de febrero de 1991 las fuerzas iraqu¨ªes incendiaron el Parlamento, una obra maestra del dan¨¦s J?rn Utzon inaugurada pocos meses antes, y que ha sido despu¨¦s reconstruida por HOK con un coste superior a los 70 millones de euros. Ficticia como es la democracia kuwait¨ª -un parlamento de notables de existencia ef¨ªmera, en un pa¨ªs donde la mayor¨ªa de la poblaci¨®n no tiene reconocida la ciudadan¨ªa, y en donde a las mujeres se les sigue negando el derecho al voto-, el laberinto ordenado y las lonas de hormig¨®n de Utzon eran un signo de cambio y esperanza, y las hordas de Sadam no dudaron en destruirlo, movidas por la misma animadversi¨®n que muestra la propaganda norcoreana cuando ataca con misiles y dianas las ense?as de la democracia americana. Parece veros¨ªmil que el cuarto avi¨®n del 11 de septiembre tuviese como blanco el Capitolio, y esa agresi¨®n isl¨¢mica podr¨ªa haber sido una amenaza m¨¢s real que los gestos iracundos de los carteles de Pyongyang. Pero Sadam Husein no es Osama bin Laden ni Kim Jong Il: su dictadura militar laica es ajena al fundamentalismo religioso, por m¨¢s que su embajador en la ONU comience ritualmente sus discursos invocando a Al¨¢; y su cruel r¨¦gimen quebrantado no posee las armas at¨®micas con las que el divinizado orate coreano amenaza peri¨®dicamente a Estados Unidos y a sus vecinos, por m¨¢s que su resistencia reticente al desarme est¨¦ consiguiendo dividir y debilitar la UE y la OTAN como nunca lo ha hecho el riesgo real de la proliferaci¨®n nuclear. El pueblo iraqu¨ª, empobrecido y exhausto, no merece protagonizar el ¨²ltimo cap¨ªtulo de lo que W. G. Sebald llam¨® "historia natural de la destrucci¨®n". Al cabo, los s¨ªmbolos de la democracia americana son tambi¨¦n los nuestros, y la reputaci¨®n del Imperio no necesita afirmarse castigando el para¨ªso triste de Bagdad con mil y una noches de dolor.
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