Fiebre del s¨¢bado noche
SOY UNA MUJER F?CIL. Soy como ese chucho sin amo que te sigue hasta el portal de tu casa. Soy, en suma, una mujer abierta. Por ejemplo, un ejemplo, se fue mi santo de viaje -muchos lectores pensar¨¢n: huy, huy, huy, ?no son demasiados viajes para un solo santo?- y yo me qued¨¦ en mi humilde mansi¨®n, imagin¨¢ndome un fin de semana saludable y cultural: tiempo para la lectura (antes que escritora, soy lectora), deberes de franc¨¦s, manifestaci¨®n de turno, ensaladas con soja para aumentar mis estr¨®genos y charla con mis suegros que est¨¢n en Roquetas y me llaman y yo les cuento que estoy solita haciendo deberes, leyendo La lista negra: los esp¨ªas nazis protegidos por Franco y la Iglesia (dicho libro me recuerda a mi santito ausente), y comiendo soja y ellos piensan que soy esa nuera con la que siempre so?aron; y luego llama mi padre y yo le cuento que estoy abandonadita y me dice que para consolarme me va a leer una poes¨ªa que ha hecho y yo le digo, bueno, y antes de le¨¦rmela me explica que dicha poes¨ªa trata de un transplante de coraz¨®n con el m¨¦rito de que no ha usado ni la palabra coraz¨®n ni la palabra transplante. Y la lee, y es cierto, te lo juro. Y yo le digo, pap¨¢, mola mazo, y le digo que por qu¨¦ no escribe unas cuantas m¨¢s de tem¨¢tica quir¨²rgica y las presenta al premio Loewe, y ¨¦l me dice que no se presenta a un premio si no lo tiene ganado de antemano, que para eso sigue jugando a los ciegos. Y ah¨ª le doy la raz¨®n. Piensa como los grandes poetas.
Por lo pronto, para no sucumbir en la cultura, que tampoco es plan, cerr¨¦ el libro del cual s¨®lo llevaba la dedicatoria, y empec¨¦ por pintarme las u?as de los pies, que es una actividad con la que no le hago da?o a nadie, y me puse con los dedos separados por algodones como Lolita (pero en franca decadencia). Eleg¨ª el color negro por ser ad hoc para la manifestaci¨®n Chapapote. Y en ¨¦stas estaba, cuando me dije a m¨ª misma: ?es esto lo que esperan mis lectores de m¨ª, que est¨¦ en casa mientras la realidad vibrante palpita tras los ventanales? Y antes de acabar esta interminable pregunta ya me hab¨ªa puesto mi abrigazo Benarroch, los tacones, y el r¨ªmel y me hab¨ªa tirado a la calle. Me fui al teatro yo solita. Anda que necesito yo a nadie que me saque. Confesiones de mujeres de treinta, ya te digo. Ah¨ª en el escenario, tres mujeres bandera, la Alonso, la Pujalte y la Solivellas, y el teatro hasta arriba y la gente parti¨¦ndose. Y al terminar la funci¨®n, voy y me digo: felicito a las c¨®micas y me voy a casita con mi libro, mis deberes y mi ensalada de soja. Pero como soy mujer f¨¢cil agarr¨¦ del bracete a mi Anabel y me di un paseo que acab¨® a las seis de la ma?ana. Como te cuento. Una noche de Fellini, tipo la Dolce Vita. Todos los freaks nos sal¨ªan al paso. Ustedes no saben lo que es ir una noche de s¨¢bado por la Gran V¨ªa con una estrella de la tele. Es que no puede una avanzar. Nos paraban estudiantes de la ESO: "?Anabel, t¨ªa, c¨®mo molas; Anabel, f¨ªrmame en el brazo, ?eres tan enroll¨¢ como parece?; Anabel, has adelgazao; Anabel, ?esa t¨ªa que va contigo es tu hermana?; Anabel, t¨®mate algo con nosotros, no seas borde". Nos paraba la polic¨ªa: "Anabel, ?te llevamos a alg¨²n sitio?; Anabel, vivan las mujeres de treinta". Incluso en el pub del Diego ligamos (bueno, lig¨® ella, porque yo era como esa amiga que va de vela) con dos periquitos y nos invitaron a c¨®cteles y nos apuntaron su tel¨¦fono en los posavasos. O sea, superantiguo de la muerte. Y salimos del bar, y seguimos con encuentros. Vimos a la drag japonesa que anta?o cantaba la canci¨®n del abuelito de Heidi en el Gula, Gula y que ahora anda durmiendo en la estaci¨®n de Atocha. Y Anabel, mujer de coraz¨®n inmenso, le dio una ping¨¹e cantidad para una pensi¨®n, y la japonesita/o dijo que mejor se iba a una sauna que se est¨¢ m¨¢s acompa?ado, "y uno dice, polla grande s¨ª, polla peque?a no" (palabras textuales). Y Anabel le dijo: "T¨² eres un poco perrillo, cari?o", y esa joya del Jap¨®n se perdi¨® por Chueca tarareando lo de Heidi y buscando saunas. Y a eso de las seis de la ma?ana, cuando las chinas de la Gran V¨ªa ya hab¨ªan vendido toda la mercanc¨ªa, Anabel y yo pensamos: "Somos superamigas". S¨¦ que ella lo pens¨® porque hay pensamientos que tienen su aura y que se ven. Estuvimos en un tris de tomar caf¨¦ con churros, pero renunciamos porque despu¨¦s del fumeteo y el bebeteo el caf¨¦ deja un aliento muy desagradable y antes que golfas somos mujeres con sensibilidad, y nos retiramos cada cual con nuestro perro de compa?¨ªa. Ella con Lucas, yo con Chiquit¨ªn.
Me acuerdo de lo r¨¢pido que me recuperaba yo in illo t¨¦mpore de una noche golfa. Y sin vitamina B, como la Thatcher. Qu¨¦ perrilla la Thatcher. Pero ahora me quedo desaparramada dos d¨ªas en el sof¨¢ esperando que llamen mi suegros desde Roquetas; mi padre desde el bar Azul y Oro, donde escribe sus poes¨ªas emulando a Jos¨¦ Hierro, y mi santo viajero, que me deja sola, empuj¨¢ndome, a la postre, a la vida bohemia. ?l tiene la culpa de que me quedara con las u?as de negro chapapote y sin fuerzas ni para manifestarme. Me ha dicho que vuelve a casa y me ha prometido que me va a hacer de vigilante-jurado. Y qu¨¦ quieres, la idea me sugiere unas cuantas pr¨¢cticas aberrantes que no os voy a contar, morbosillos.
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