Sobre si Europa es cristiana
Con la eventual incorporaci¨®n de Turqu¨ªa a la Uni¨®n Europea ha reverdecido la discusi¨®n de si Europa se define o no por ser cristiana. A muchos les parecer¨¢ una cuesti¨®n de sabor esencialista, algo pintoresca, esperp¨¦ntica casi. Tambi¨¦n a m¨ª, pero no tanto. Al menos desde que he recordado una discusi¨®n que mantuve con Irene Papas en junio de 1992.
Est¨¢bamos en su casa de Atenas y yo le le¨ªa el gui¨®n que hab¨ªa escrito con ocasi¨®n de la llegada de la Llama Ol¨ªmpica a Emp¨²ries. Ella representaba la vestal griega que deb¨ªa entregar la llama a N¨²ria Espert, la vestal catalana. Hacia el final del parlamento, el gui¨®n dec¨ªa: "La llama que hoy os traigo viene de Grecia, del lugar donde se produjo la primera chispa de Europa, de esa deslumbrante adolescencia de Occidente que luego, con el Derecho Romano y la Religi¨®n Cristiana, adquiri¨® la gravedad y la gravidez que hoy le conocemos".
En este momento, me interrumpi¨® la Papas: "No, no, de ning¨²n modo. Yo no puedo decir eso. En tu texto hablas de nosotros como si fu¨¦ramos ni?os, adolescentes. Nosotros somos Europa, no su infancia.
?Ten¨ªa raz¨®n Irene Papas? ?La tienen quienes a¨²n hoy dicen que Europa es griega, o que es romana, o que es cristiana? Claro est¨¢ que a m¨ª me tentar¨ªa darle la raz¨®n a Irene Papas. Personalmente, nada, nada en el mundo me impresiona tanto como esa "cosa" que forman las obras de Homero, Praxiteles, Esquilo o Arist¨®teles, de modo que me encantar¨ªa ser y sentirme su directo heredero. Pero s¨¦ que yo no lo soy; ni lo es nadie que yo conozca. Algunos emperadores romanos y renacentistas tempranos intentaron cre¨¦rselo, luego fue una pretensi¨®n de rom¨¢nticos alemanes, hasta que Heine proclam¨® aquello de que, como algunos vinos, "los dioses griegos no viajan bien a la modernidad", y Walter Benjamin acab¨® sentenciando la pretendida "Suiza hom¨¦rica" de Keller. De hecho, la existencia y disipaci¨®n de aquellos griegos es para m¨ª el mayor misterio de la historia: de d¨®nde salieron (y ad¨®nde se fueron) esos individuos que aunaban milagrosamente el sentido de las formas y las proporciones con lo que Bru de Sala llama "la pasi¨®n por el razonamiento en s¨ª mismo, la pulsi¨®n por tantear la verdad m¨¢s all¨¢ de las apariencias, las conveniencias y las aplicaciones"... Hasta Pit¨¢goras, en efecto, los agrimensores y constructores egipcios calculaban los ¨¢ngulos rectos de sus pir¨¢mides sirvi¨¦ndose de tres bastones de, digamos, 3, 4 y 5 metros. Pero fue necesario alguien tan te¨®rico y especulativo como Pit¨¢goras para descubrir lo que iba a resultar mucho, much¨ªsimo m¨¢s pr¨¢ctico: que 32 + 42 = 52.
Es cierto que, como Mr. Jourdain, a menudo pensamos y hablamos en griego sin saberlo. Pero esta impronta no nos llega en l¨ªnea directa de Fidias o de Pit¨¢goras. Dos nuevos ingredientes cuanto menos irrumpen, quiebran y hacen estallar aquel preciso y delicado equilibrio. La explosi¨®n se inicia cuando Roma transforma la Ciudad en Imperio. La implosi¨®n se completa cuando el Cristianismo riza el rizo de la raz¨®n, la retuerce en la escol¨¢stica, la eriza en las catedrales g¨®ticas y establece las bases de esta Europa erigida desde entonces sobre los pilares de la l¨®gica y de la guerra. Antes, sin embargo, Pablo y Agust¨ªn hab¨ªan descubierto un nuevo paisaje an¨ªmico por los griegos ignorado: el de la intimidad, la culpa, la nostalgia, el arrepentimiento, la piedad... Las estatuas de los dioses griegos, dec¨ªa Hegel, nos fascinan, nos maravillan, pero no nos hacen caer de rodillas.
De todos estos ingredientes, tomados en proporciones variables, resulta eso que se llama "lo europeo". Se trata de la acabada y precisa forma de la polis griega, desquiciada y sacada por Roma de su escala, entrometida por el cristianismo en la conciencia, encapsulada en su "fuero interno" y alucinada por fin en un barroco que trata a¨²n de dar forma sensible y unitaria a este mundo desgarrado por el Cristianismo, desmesurado por la Iglesia, desquiciado por el Estado, descuartizado por la Econom¨ªa dineraria, descentrado por los Descubrimientos geol¨®gicos y cosmol¨®gicos... Esta combinaci¨®n no es ni pod¨ªa ser jer¨¢rquica y ordenada, ciertamente. No se trata de causas y efectos, ni de g¨¦neros y especies, ni de mu?ecas rusas que se contienen unas a las otras. Filosof¨ªa griega, derecho romano y religi¨®n cristiana no "encajan" bien, sino que favorecen curiosas amalgamas orientadas por las m¨¢s variadas constelaciones. Y es seguramente por ello, no a su pesar, que este conglomerado fue capaz de ir absorbiendo tambi¨¦n la diversidad externa: las consuetudines germ¨¢nicas, la tecnolog¨ªa china, los guarismos y el misticismo ¨¢rabe...
Volviendo a nuestra pregunta -?es Europa cristiana?-, hay que decir pues que no, que Europa no es cristiana en el mismo sentido en que dijimos que no es griega. Pero que s¨ª lo es, en cambio, si se entiende el cristianismo como uno de los ingredientes que configuran y acaban coagulando ese talante europeo cr¨®nicamente plural y abierto: ese vers¨¢til repertorio de respuestas siempre m¨¢s amplio que las eventualidades que le salen al paso. "Formas pol¨ªticas precisas y precarias -dec¨ªa Mar¨ªa Zambrano de Europa- que tienen el cambio como principio de conservaci¨®n, la fragilidad como garant¨ªa de su existencia, la pluralidad como unidad".
Marx lo hab¨ªa advertido ya: si Europa ha podido llegar a ser (relativamente) laica es gracias al rechazo de todos los ¨ªdolos mundanos inscritos en su tradici¨®n, primero judaica y luego cristiana. Felizmente, y luego de numerosos y dolorosos fracasos, hoy la cosa pol¨ªtica, la cosa religiosa y la cosa cultural vuelven a campar cada una por sus respetos. O casi. Y as¨ª es como, gracias a Dios, hemos llegado a un derecho y una moral de baja intensidad: un derecho meramente natural (es decir, no religioso) o simplemente civil (es decir, no estatal) al servicio de unos derechos s¨®lo humanos. Este derecho y esta moral son los que han servido para defender la libertad y dignidad individual frente a todos sus propios fetiches y precipitados: Dios, la Naturaleza, la Justicia, el Estado como hegeliana "encarnaci¨®n del derecho y la moral"... El mito de Europa es, pues, el de esta libertad minimalista, sin atributos ni garant¨ªas trascendentales; el del repetido esfuerzo por resistirse a los mitos mesi¨¢nicos en nombre de una verdad a menudo ocasional y casi siempre a medias.
Y as¨ª es, m¨¢s o menos, como llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que tampoco Irene Papas estaba en lo cierto. Para bien o para mal, Europa es tan griega como romana, como cristiana..., como todo lo que puede llegar a ser todav¨ªa gracias precisamente a no estar hecha de una masa cultural homog¨¦nea. Resulta que es para mal, por ejemplo, cuando el universalismo territorial romano se junta con el universalismo ideol¨®gico cristiano para confeccionar nuestra versi¨®n m¨¢s o menos laica de la yihad: el "nacionalismo con causa" de los Estados europeos que han vivido cuatro siglos en guerra civil permanente. Resulta para bien, en cambio, cuando cada una de estas tradiciones o memorias diluye el predominio exclusivo de las otras y nos abre as¨ª a la posibilidad de una Europa que mantenga su capacidad de absorci¨®n y de ser a¨²n tan ortodoxa, budista o musulmana, como ha sido hasta hoy cat¨®lica, jud¨ªa, fascista, jacobina, luterana, comunista o presbiteriana.
Y de ah¨ª mi hip¨®tesis, sin duda aventurada: la propia tradici¨®n cristiana que inspir¨® las inquisiciones y los integrismos europeos est¨¢ hoy en condiciones de auspiciar una Europa porosa, al¨¦rgica a sus propias idolatr¨ªas, sean ¨¦stas de estirpe hel¨¦nica, rom¨¢ntica o republicana. Si su Reino, al fin y al cabo, no es de este mundo, los cristianos pueden comprometerse en ¨¦l sin perder la iron¨ªa y la distancia que les permita ver como contingentes los poderes y las jerarqu¨ªas, los dogmas y los an¨¢lisis que pretendieron transformar nuestra gobernaci¨®n, como nuestro pensamiento o nuestra circulaci¨®n, en un sistema de avenidas de sentido ¨²nico y obligatorio.
Xavier Rubert de Vent¨®s es fil¨®sofo.
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